Fernanda Salas, es una joven llena de optimismo, amante de la lectura y de la vida. Para ella no hay problema que no tenga solución, incluso cuando las cosas van mal en su vida, ella siempre mantiene una sonrisa.
Sin embargo, cuando es despedida de cada uno de los trabajos a los que aplica, ella no puede seguir siendo optimista, más cuando llega a la conclusion que la razón detras de sus despidos es el extremadamente guapo y frío CEO Max Hidalgo.
Fernanda deduce que aquel hombre guapo y rico quiere mantener una relación de sumisión con ella, tal como la de esos CEOs despiadados de las novelas webs.
Pero, ¿ella estará en lo correcto?, ¿será que sus desafortunados encuentros se deben a algún plan malévolo o solo serán casualidades del destino?
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Max: Ahora me llama viejo
— ¿Por qué la volvió a contratar, jefe? — me preguntó Carlos con una ligera molestia en su tono de voz.
Al principio no entendí de qué hablaba, luego cuando pensé en la calamidad andante que hace un par de horas salió de mi oficina, supe que mi querido y algo entrometido asistente estaba hablando de la inigualable y desastrosa Fernanda Salas.
— ¿Acaso hizo algo mal? — le pregunté.
— No. Pero en un futuro lo puede hacer. No sé acuerda que por su causa perdimos un negocio millonario.
Contuve el aliento en cuanto recordé aquel desagradable incidente. Si lo ponía así, es verdad, que contratar a aquella mujer era como una bomba de tiempo de la que no se podía saber con exactitud cuando iba a explotar y arrasar con todo a su paso.
— Pero cerramos un mejor trato. No la voy a despedir, Carlos. Mejor trata de enseñarle para que no cometa ningún error en el futuro.
— ¿Acaso necesito enseñarle a no ser torpe? ¿Eso se puede enseñar, jefe?
Sonreí de manera fugaz ante la forma tan graciosa en la que Carlos dijo aquello. Es verdad, no se le puede a nadie enseñar a no ser torpe. Y Fernanda no parecía ser el tipo de persona a la que se le podía enseñar cuando su boca era tan imprudente así como sus movimientos. Si la torpeza tuviera una imagen sin duda alguna, ese sería el aspecto de Fernanda.
Y por lo visto, Carlos era la personificación de la imprudencia.
— Jefe, incluso sonrió, no me diga que ella utilizó algún truco para seducirlo y por eso es que la contrató de nuevo. Se lo dije, le dije que esa mujer tenía motivos ulteriores, leí un libro algo similar, primero se muestran torpe y…
— Ya basta, ella no es así. Y no la contraté por esos motivos. Cielos, tú y ella de seguro podrían ser mejores amigos con las novelas que se inventan en su mente. Mira, Carlos anda a trabajar y deja de perder el tiempo — lo regañé.
— Está bien, está bien. Pero, ella y yo no vamos a hacer amigos, jefe. Es más, al primer error que cometa no dudaré en comunicarle para que tome medidas al respecto.
— Si lo que sea. Solo procura que no se acerque al agua — le dije.
Carlos resopló ante mis palabras. A veces me preguntaba por qué no lo echaba, luego recordaba que era la única persona aparte de mi familia que realmente me conocía y entendía.
Deje de lado cualquier pensamiento y me concentré en firmar los documentos que tenía pendiente. Sin embargo, no sé si era porque no había podido dormir anoche o porque hablar con Carlos y Fernanda me dejó exhausto. La cuestión es que caí en un sueño, no más bien caí dentro de una pesadilla.
Todo estaba oscuro y en silencio. Empecé a caminar en medio de la abrumadora oscuridad, lo único que se escuchaba era el sonido de mis pisadas, de pronto sentí una mano detrás de mi espalda, confundido di la vuelta y lo vi, al fantasma que ha estado acechando mis sueños para convertirlos en una aterradora pesadilla. Su rostro estaba ensangrentado, gusanos blancos salían de donde se suponía que debían estar sus ojos. Mi corazón empezó a latir rápidamente al notar su apariencia. Aquel espectro se acercó a mi lado y abrió la boca, pronto un ruido espantoso salió de sus labios dejándome desorientado.
— Esto es un sueño. Papá ya está muerto. Él está muerto. Esto es un sueño — repetí aquello como un mantra mientras cerraba los ojos. Sin embargo, en cuanto los abrí aquel ser aún estaba parado a solo centímetros de mí.
— Lo siento, lo siento. Debí haber recogido la llamada, yo… lo siento, lo siento — murmuré antes de que aquel ser se acercará a mi lado y abriera sus labios como si me fuera a comer.
Cerré los ojos esperando que todo terminara de una vez por todas y esta culpa que cargaba mi alma fuera liberada.
— Jefe, jefe. ¿Está bien? Parece estar llorando — susurró una voz femenina a mi lado.
¿En qué momento el fantasma de mi padre adquirió este tono de voz tan lindo?
Abrí los ojos con confusión esperando ver a algún monstruo aterrador, no esperaba encontrarme con los ojos llenos de preocupación de Fernanda.
— ¿Está llorando? ¿Fue una pesadilla? Debería cantarle una canción para animarlo.
Sin esperar a que hablara, aquella mujer que había entrado como un tornado a mi vida, poniendo patas arriba mi entera existencia, se puso a cantar de una manera tan desafinada que por un momento contemplé la idea de llamar a los guardias. Además, ¿acaso era un niño?, ¿por qué estaba cantando una canción tan infantil como la de los pollitos?
— ¿Cómo dicen los pollitos? Pío pío. No los escucho, pío pío ~
— Señorita, por favor cállese si no quiere que la eche. Me está torturando acaso o se está vengando. Mis oídos, mis oídos parecen estar sangrando.
— Tampoco exagere. No canto tan mal — comentó risueña.
— Un gallo canta mejor que usted. Y no exagero.
Fernanda sacudió la cabeza divertida con mis palabras, aunque si era sincero ni estaba bromeando.
— Puede que cante mal, pero al menos soy muy buena animando a la gente. Miré, no más, jefe. Usted volvió a ser el jefe gruñón y despreciable que conoz…
Ella me dio una mirada llena de disculpa al darse cuenta de lo que había dicho.
— Bueno, no puede negar que es gruñón, ¿cierto? Pero déjeme decirle que ese look le queda de maravilla, de entre todos los gruñones del mundo usted es el más apuesto, el más generoso, el mejor.
— Entonces, debería sentirme halagado — le dije levantando una ceja, acción que hizo reír a Fernanda — Miré, salga de la oficina antes de que me arrepienta de haberla contratado.
— Ya, ya, pero no se enoje. Va a envejecer prematuramente si lo hace.
— Ahora me llama viejo. ¡Seguridad!
— Está bien, está bien. Ya me voy. Ahí dejé los documentos que necesitan su aprobación, así como las citas que tiene programadas para mañana.
Tras decir aquello salió corriendo como si su trasero estuviera en llamas. No pude evitar reír al ver su retirada. El peso en mi corazón se sintió un poco más ligero y aquel sueño solo quedó como un recuerdo pasado.