Leonardo Salvatore, un empresario italiano/español de 35 años, ha dedicado su vida al trabajo y a salvaguardar el prestigio de su apellido. Con dos hijos a su cargo, su concepto del amor se limita a la protección paternal, sin haber experimentado el amor romántico. Todo cambia cuando conoce a Althea.
Althea Salazar, una colombiana de 20 años en busca de un nuevo comienzo en España para escapar de un pasado doloroso, encuentra trabajo como niñera de los hijos de Salvatore. A pesar de sus reticencias a involucrarse emocionalmente, Althea se siente atraída por Leonardo, quien parece ser su tipo ideal.
¿Podrá su amor superar todo? ¿O el enamoramiento se acabará y se rendirán?
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Parte 17
Althea
—¡No! Al no debe enamorarse de papá —son las palabras que me hacen separarme de Leonardo.
Maldición, eso me hace alejarme de su padre y sentarme con Matteo. ¿De verdad me había enamorado de Leonardo? Lo observo unos segundos, viendo con tristeza a su hijo. ¿Por qué me miraba así?
—Lo siento, Matteo —murmuro mientras lo abrazo con cuidado, sus sollozos se vuelven más fuertes.
—No quiero que te vayas, Al —asiente mientras me siento en la cama y lo pongo en mis piernas.
—Lo sé, mi amor —le doy un beso en la frente—. Yo no me enamoré de tu padre —lo miro y puedo ver cómo me mira confundido.
—Hijo, ¿por qué no puedo enamorarme de Althea?
—Papá, tú eres muy guapo —el pequeño asoma su cabeza, sus ojos rojos de llorar—. Al va a sufrir y me dejará, así como todas las que me cuidan, se enamoraron de ti y se irán.
—¿Entonces? Yo no voy a dejar que ella se vaya, yo la cuidaré y haré que permanezca a nuestro lado siempre.
—Papá, ¿la puedes poner a nuestro lado siempre?
—Sí —mi jefe no duda ni un segundo en responder, y no puedo decir nada para advertirles que en algún momento tendré que renunciar, que tal vez si Leonardo se acuesta conmigo, me olvidará de inmediato.
En ese momento tocan la puerta, y cuando Leonardo permite que entren, es Marini, que viene con algunas cosas en sus manos.
—Señor, tenemos mucho trabajo pendiente —él suspira, se levanta y me entrega a Pablo. Cuando se acerca lo suficiente, aprovecha para besarme. Abro los ojos sorprendida, y al girar para ver al secretario de mi jefe, lo encuentro mirándonos con los ojos abiertos como platos, pero luego se recompone y ambos salen de la habitación.
Puedo sentir el regaño tan horrible que le darán a Leonardo por haberme besado.
Mi mente se divide en dos. ¿Debo seguir con esto? ¿Aún hay posibilidad o lo mejor es retirarme y no buscar más algo que no se podrá? ¿Hay esperanza? Mi cabeza se llena de dudas en un instante, pero lo único que me saca de mi ensimismamiento es el eructo que hace Pablo por su biberón.
—La próxima me avisas —digo riendo y le doy un beso en la frente. Matteo me mira sentado a mi lado, se había quitado de mi regazo para que su papá pusiera a su hermanito en mis brazos.
—Al, ¿quieres a mi papá? —su pregunta me toma por sorpresa.
—No sé, Matt —acaricio su cabeza con mi mano libre.
—¿Cómo que no sabes? —me pregunta, haciendo una mueca.
—En el mundo adulto es mucho más complicado decir que quieres a una persona.
—Claro que no —niega con la cabeza con bastante energía—. Es solo responder, sí y no. Porque si dices que sí, puedes hacerlo, pero cuando dices que no, es porque no lo quieres.
—¿Quién te enseñó eso?
—Papá siempre dice que un sí lo hace conseguir todo y un no se vuelve más difícil, casi imposible.
—Eres un niño muy inteligente —lo felicito y le acaricio la cabeza.
—Gracias —se ríe.
Lo mando para que se arregle tanto él como su habitación, mientras juego con Pablo. Organizo la cama de Leonardo, que es muy linda, no hay duda. Es minimalista, con un retrato de Matteo de bebé, otro de Leo graduándose, uno con uniforme militar, y otro con su madre cuando era más joven; se puede ver el gran parecido de su hijo mayor con toda su familia.
Su baño es maravilloso por lo grande que es, y su armario indica claramente que ha nacido en cuna de oro, es demasiado. Todo está limpio y en su lugar, es muy cuidadoso con eso, pero las empleadas no limpian en su habitación; según los rumores, es porque mueven las cosas y él odia eso.
Después de arreglar toda la habitación, salgo mientras hablo con Pablo.
—Eres un bebé que está creciendo mucho —me sorprende encontrarme con varias mujeres que más o menos puedo distinguir de la cocina, del jardín o de alguna otra parte de la casa.
—Lo sentimos mucho —las cinco mujeres se disculpan conmigo, pero ¿de qué se disculpan?
—Sabíamos que él se había obsesionado contigo, pero creímos que sería algo normal, que después de unos días se le olvidaría, pero no fue así.
—Pudimos prevenirlo, pudimos evitar que te hiciera daño —afirma otra mujer. Sonrío.
—No se preocupen, si él estaba así de loco conmigo, nada podía evitar que me hiciera daño —pongo mi mano en los hombros de una de ellas—. Todas somos víctimas de la locura de alguien.
Después de intercambiar algunas palabras más, me dirijo a mi habitación. Está arreglada, incluso han cambiado la orientación de la cama y han cambiado la cuna.
—El señor dijo que para que no revivas lo mismo quería mover todo, hasta que se termine la nueva habitación —Marini llega, por un lado, lo miro confundida.
—¿Nueva habitación? —pregunto confundida.
—Sí, Salvatore indicó que quería ponerla un poco más cerca, pero se retrasó porque se tenía que limpiar y ubicar ciertas cosas.
—¿Por qué cambiarme?
—No sé, esa pregunta la debe hacerle al jefe —Marini se voltea para seguir su rumbo.
—Lo siento, no tenías por qué ver cómo tu jefe me besaba —él se detiene y me mira.
—No soy quien para meterme en la vida privada de mi jefe, sin embargo, tenga mucho cuidado con todo eso, porque yo soy lo de menos —sí, me sentía demasiado avergonzada y ese comentario me había hecho dudar de absolutamente todo.
Suspiro antes de entrar en la habitación, pero sin evitarlo, empiezo a temblar recordando esas manos en mi cuello y cómo poco a poco perdía la vista por ver nublado. No fui capaz de entrar, Pablo me miraba con sus ojos bien abiertos.
—Lo siento, bebé —acaricio sus lindos cachetes—. Hoy no podremos entrar aquí, mejor vamos a tu cuarto de juegos.
Camino despacio a la habitación, sin querer chocar con alguien y me asusto demasiado recordando que así fue como conocí a Dave. Cierro los ojos sin querer ver con quién me choqué.
—¿Estás bien? —la voz de Leonardo llega a mis oídos y me calmo de inmediato—. ¿Princesa? —levanto la mirada y mis ojos se llenan de lágrimas—. ¿Qué pasó? —acaricia mi mejilla y tiemblo.
—Así fue como lo conocí, porque me choqué con él en el pasillo —murmuro, escucho un balbuceo de Pablo y lo pongo un poco más contra mí.
—Ya pasó, mi princesa, todo estará bien —me abraza con cuidado y por unos segundos siento que tiene razón. Quiero creer que de verdad Dave no volverá y no me hará sufrir.