Volverá... y los que la hicieron sufrir lloraran
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18 - EMOCIÓN
Eduardo se ofreció a lavar los platos, a lo que Katrina se negó vehementemente.
- Usted cocinó, yo lavo los platos.
- ¡Pero usted es el Jefe!
- ¿Y por ser el jefe no puedo lavar los platos? Como jefe, le ordeno que se vaya a dormir. Yo me encargo de dejar todo limpio.
- Es que...
- ¡Nada! A la cama.
El hombre se dio vuelta y abrió la canilla del fregadero, arrojando agua sobre los trastos sucios. La mujer dudó unos segundos más antes de despedirse.
- Siendo así: hasta mañana.
- Hasta mañana. Que descanse.
Era más de media noche. El teléfono de Eduardo vibraba con insistencia, volviéndose molesto. Las notificaciones emergentes aparecían una tras otra en la pantalla. Sabía quien era, aun sin ver ninguno de esos mensajes. Ya era tarde. Suponía que su madre estaba histérica porque él no había regresado a casa esa noche.
- ¡Ay, Mamá! - Dijo mirando la pantalla - Si por mensaje me volvés así de loco, no quiero saber qué hubiera pasado si volviera esta noche. ¡Probablemente, la discusión se hubiese escuchado hasta Hong Kong!
Suspiró sonoramente y puso el teléfono en modo “no molestar”. De esa manera ya no lo incordiaría la vibración, pero no dejaría de sonar la alarma.
Se dejó caer sobre la cama, cansado, pues había sido un día intenso. Intentó dormirse, pero las imágenes de lo ocurrido en la cena no dejaban de rondar su cabeza. Todavía estaba sorprendido por lo buena cocinera que era la chica. Suponía que en la calle no había tenido muchas oportunidades de encender una hornalla, por lo que dedujo que lo había aprendido en estos días. Tal vez fuera cierto lo que ella dijo: aprendía rápido.
Con estos pensamientos en mente, no supo en qué momento el sueño lo venció.
La alarma sonaba con insistencia, haciendo que Katrina deseara arrojar el móvil contra la pared. Debía cambiar el tono, pues este era irritante y la levantaba de mal humor.
Se estiró en la cama como un gato y luego se levantó. Se dirigía a la puerta cuando escuchó ruidos. Por un momento, su mente se quedó en blanco. Pero inmediatamente se acordó de que el dueño del departamento estaba en casa. Aliviada soltó el aire que no sabía que había retenido y volvió sobre sus pasos a cambiarse. No quería que el hombre la viera en pijamas.
Salió de la habitación y se dirigió al baño. Se higienizó y fue a la cocina para preparar el desayuno.
Abrió la puerta de la habitación y el olor de las tostadas la sorprendió. Miro la mesa y ya estaba preparada para empezar a comer. Eduardo, de espaldas, la saludó y le pasó un vaso con yogur de vainilla. Se sentó a su vez frente a ella y le sonrió divertido al ver su cara.
-Señor Gómez: ¿Se cayó de la cama?
- Algo así. ¿Prefiere té, café o mate?
- ¡Definitivamente mate!
El empresario se puso de pie y se acercó a la mesada y volvió con un mate y una pava. Los apoyó frente a ella y se volvió a sentar.
Desayunaron sin hablar. Pero era un silencio cómodo, relajado. Parecían amigos que se conocían de toda la vida, no personas que apenas había unos días que se trataban.
Katrina se puso de pie y acomodó las cosas para que quedara todo limpio. Mientras Eduardo terminaba de arreglarse la corbata y se retocaba el pelo frente al espejo de la sala.
Salieron juntos, pero al llegar al estacionamiento, la mujer se negó a subir al auto con su jefe.
- Vamos hacia el mismo lado. ¿No quiere que la acerque?
- No. Gracias. No quiero que me vean bajando del auto del presidente y comiencen a hablar. Además, son solo seis cuadras. Tengo tiempo de llegar bien.
- Entiendo. Nos vemos en la empresa.
Ella lo saludó con la mano y cruzó la calle sin mirar atrás. Él la vio alejarse, admirado pues la mayoría de las mujeres que conocía matarían para ser fotografiadas en su compañía. Pero esta chica, hacía todo lo posible para que no la vieran con él y eso, contrario a lo que podría pensarse, lo llenaba de alegría porque sentía que ella era real.
Volvió en sí cuando ya no pudo verla. Sacudió la cabeza divertido y se subió al auto.
Al llegar al estacionamiento de la empresa se encontró con una sorpresa: Ramiro Villarroel, su abogado y amigo, lo estaba esperando.
- ¡Eeeee, sinvergüenza! ¡Si yo no te vengo a ver, vos ni te acordás de que existo!
El empresario hizo un gesto de fastidio.
- ¡Te parecés a mi mamá! Antes del saludo, un reclamo.
- ¡Pero si es cierto!
- Dejá de lloriquear como una vieja y decime a qué viniste.
Ambos se dirigieron hacia el ascensor al tiempo que conversaban.
- Vine por el contrato con el grupo LM.
- ¿Hubo algún problema con eso?
- Nada grave. Hay un par de puntos ciegos que hay que corregir porque se nos pueden volver en contra.
- Perfecto. Ya mismo los revisamos.
Ambos amigos se sentaron a conversar durante toda la mañana respecto a la redacción de la nueva versión del contrato.
Katrina entró en la oficina de su jefe radiante de felicidad. Ya había recibido su caja de herramientas y su uniforme y eso la hacía sentir que ya era parte de la empresa.
La sensación de ropa nueva sobre su cuerpo era hermosa. Hasta ahora se había vestido con cosas halladas en el basurero o ropa usada, donada por la gente a la beneficencia. Este era su primer estreno desde que tenía memoria.
Pero la emoción que la embargaba venía de otro lado: cada conserje de la empresa estaba a cargo de seis plantas del edificio. Hoy le dirán asignadas los pisos de los que estaría a cargo.
- Buen día, Nena. ¿Cómo estás?
- Buen día, señor Vázquez. Estoy bien. ¿Y usted?
- Excelente.
Mientras hablaban, el anciano revivía los papeles del escritorio. Katrina casi se salía de la vaina por la ansiedad. Al fin, el hombre encontró lo que buscaba. Era una carpeta de plástico con el frente transparente que contenía unos diez o doce folios en su interior.
- Tomá: acá adentro están los pedidos de reparación de tus pisos y las planillas de trabajo. Acordate de que tenés que registrar todo.