Después de escapar de las brutalidades de mi manada, he estado viviendo en las sombras como humana durante años, tratando de olvidar el pasado y construir una vida nueva. Pero cuando una incursión real amenaza con desestabilizar todo, me veo obligada a enfrentar mis demonios y proteger a los inocentes que me han aceptado. No puedo permitir que me arrastren de regreso a esa vida de opresión y miedo. Kaiden el rey alfa descubre que soy su compañera predestinada. Desde entonces me persigue e insiste en que mi lugar está junto a él.
Pero me niego a pertenece a alguien y lucharé por mi libertad y por aquellos que me importan, sin importar el costo.
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Huyan
¿Cómo les explicas lo inexplicable? ¿Cómo les haces entender que la realidad puede ser más extraña que cualquier ficción, especialmente cuando tu vida depende de ello?
Mi mirada se movió entre sus rostros, llenos de incredulidad y preocupación. Lili todavía se negaba a aceptar, sus ojos llenos de lágrimas y una terquedad que, en otras circunstancias, habría admirado. Surley, más analítica, buscaba una lógica que no existía en su mundo.
—No me creen— dije, apenas en un susurro, pero cargada de una resignación dolorosa. —Entiendo por qué. Es... es mucho. Pero no tengo tiempo para convencerlas con palabras. Ellos no nos dará ese lujo—
El aire en la casa se volvió denso, cargado de una electricidad que no venía de los cables rotos.
Podía sentirlo, el cambio que se acercaba. La luna, aunque invisible tras las nubes, comenzaba a ejercer su influencia. Un escalofrío me recorrió la espalda, no de frío, sino de la inminente transformación.
—Entonces, ¿qué vas a hacer?— preguntó Lili, con su voz temblorosa, como si presintiera algo.
Cerré los ojos por un segundo, reuniendo toda la fuerza que tenía. No quería asustarlas, no quería que me vieran así, pero no había otra manera.
Era la única forma de que entendieran la magnitud del peligro, la única forma de que se fueran.
—Les voy a dar la prueba— dije, abriendo los ojos y fijándolos en ellas. —La prueba de que no estoy mintiendo. La prueba de que tienen que irse conmigo—
Lili y Surley se miraron, sus expresiones eran una mezcla de confusión y aprensión. Dieron un paso atrás, instintivamente, mientras yo me ponía de pie, mi cuerpo ya estaba sintiendo los primeros espasmos.
—Adeline, ¿qué...?— empezó Surley, pero su voz se cortó.
Sentí el calor subir por mis venas, un fuego ancestral que ardía desde lo más profundo de mi ser.
Mis músculos comenzaron a tensarse, mis huesos a crujir. Era un dolor familiar, pero nunca fácil. Mis sentidos se agudizaban, el olor a polvo y madera quemada se intensificaba, el sonido de sus respiraciones agitadas, al igual que el latido de sus corazones.
—Solo... solo miren— murmuré, mi voz ya no era del todo mía, se estaba volviendo más ronca, más profunda.
Mis uñas se alargaron y endurecieron, transformándose en garras afiladas. El pelo comenzó a brotar en mis brazos, un vello más claro y grueso. Mis ojos, mis propios ojos, sentí cómo cambiaban de color, volviéndose dorados, salvajes.
Lili soltó un grito ahogado, llevándose las manos a la boca. Surley, aunque pálida, se mantuvo firme, con sus ojos fijos en mí, y con una mezcla de horror y fascinación.
—¡Adeline!— exclamó Surley, su voz estaba llena de pánico.
No podía hablar.
El cambio era demasiado rápido, demasiado poderoso. Me esforcé por controlar la transformación, por mantenerla parcial, solo lo suficiente para que vieran la verdad sin perder el control por completo.
No quería convertirme en la bestia completa frente a ellas.
Mis dientes se afilaron, mis encías se retrajeron, mostrando unos colmillos que nunca habían visto. Mi rostro se alargó levemente, mis orejas se volvieron puntiagudas.
No era la loba completa, pero era suficiente.
Era la prueba.
El miedo en sus ojos era palpable. Ya no había incredulidad, solo terror puro. Lili se abrazó a Surley, temblando incontrolablemente.
—¡Oh, Dios mío!— murmuró Lili.
Surley, aunque asustada, logró encontrar su voz.
—Adeline... ¿qué... qué eres?—
Mis ojos dorados se encontraron con los suyos. Intenté transmitirles con la mirada la urgencia, el peligro. Intenté decirles que esto era lo que me hacía ser un objetivo, y que si se quedaban, también lo serían.
—Váyanse— gruñí, la palabra apenas reconocible, distorsionada por mi nueva garganta. Era una orden, un ruego, una advertencia.
Lili empezó a llorar, un llanto silencioso, mientras Surley todavía me miraba, su mente luchanba por procesar la realidad que se desplegaba ante ella.
—Esto... esto es real— dijo Surley, su voz temblorosa, pero con una nueva comprensión. —Todo lo que dijiste...—
Asentí, con mi cabeza lobuna moviéndose. El dolor de la transformación se mezclaba con la urgencia de sacarlas de aquí. Ya no había tiempo para explicaciones. La prueba estaba dada.
—¡Tienen que irse!— gruñí de nuevo, mi voz más fuerte, más imperativa. Me acerqué un paso, y ellas retrocedieron, el pánico estaba reflejado en sus rostros.
No quería asustarlas más, pero era necesario. Necesitaba que entendieran la seriedad de la situación. Necesitaba que sintieran el miedo que yo sentía, para que actuaran.
Mis garras se clavaron en la madera del suelo, dejando marcas profundas. El sonido fue suficiente para hacerlas reaccionar.
—¡Vámonos, Lili!— Surley agarró a Lili del brazo, tirando de ella.
Lili, aún en shock, se dejó arrastrar. Sus ojos, antes llenos de incredulidad, ahora estaban llenos de un terror que me partía el alma. Pero era un terror que las salvaría.
—¡No podemos dejarte!— gritó Lili, las lágrimas corrían por su rostro.
Me puse frente a la puerta, bloqueando su camino, con mi forma semilobuna imponente.
—¡No es una opción! ¡Ya vienen! ¡Si se quedan, morirán! ¡Entiendan eso!. Vayan donde Bruno al edificio Beta. El las cuidara—
Mis ojos dorados se clavaron en los suyos. No había negociación, no había discusión. La prueba estaba dada. El peligro era inminente. Y yo, la mujer lobo, las obligaría a salir de esa casa, de esa vida, para que tuvieran una oportunidad de sobrevivir.
Quería ir con ellas, pero ya no había tiempo. Sentía entre mis huesos como venían, eran muchos.
Al menos les daría tiempo a que ellas se fueran y estuvieran a salvo.
—¡Ahora!— gruñí más fuerte, tanto que la casa temblo un poco.
Surley, viendo la determinación en mis ojos y la inminencia del peligro, asintió, con su rostro pálido pero resuelto.
—Está bien, Adeline. Nos vamos. Pero... pero volveremos por ti—
Negué con la cabeza. No había tiempo para promesas. Solo para huir. Abrí la puerta de golpe con una de mis garras, el metal crujió. El frío aire de la noche entró, trayendo consigo el olor a tierra... y a algo más.
Y también un rastro distante, pero inconfundible. Estaban mas cerca.
—¡Corran!— ordené, empujándolas suavemente hacia la oscuridad de la noche, hacia la seguridad que yo ya no podía tener.
Las vi desaparecer en la penumbra, sus figuras borrosas mientras se alejaban corriendo. El alivio se mezcló con una punzada de dolor. Las había asustado, las había obligado, pero las había puesto a salvo.
Por ahora.
Me volví hacia la casa destrozada, hacia el mensaje en la pared.
Ellos ya venían. Y yo, los estaría esperando...