Aldana una joven doctora que cuando con un prometedor futuro, cambia su destino al cometer un gravisimo error...
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capítulo 17
Aldana dudó por un momento, pero finalmente asintió en silencio. Leonardo aún sostenía su brazo con delicadeza, como si temiera que volviera a escaparse. La condujo hacia la salida del edificio, y ambos caminaron hacia la calle con paso apurado. El aire fresco le golpeó el rostro y por primera vez en toda la mañana pudo respirar.
Letty las había seguido hasta el lobby, pero al ver la escena entre ellos —la tensión, el silencio, la forma en que Leonardo no apartaba la mirada de Aldana— se detuvo a un lado de la puerta giratoria. Cruzó los brazos y suspiró.
—Voy a tomarme un café —dijo, con una media sonrisa que apenas disfrazaba la preocupación—. Tómate tu tiempo, ¿sí?
Aldana la miró, agradecida.
—Gracias.
Letty le guiñó un ojo, se giró y se alejó calle abajo, dejándolos solos.
Leonardo la condujo hacia una pequeña plaza privada a una cuadra del edificio, oculta tras un portón de hierro y rodeada de vegetación y bancos de piedra. Era uno de los pocos lugares en esa parte de la ciudad donde el ruido del tráfico no se filtraba como un zumbido constante.
Cuando llegaron, Leonardo soltó su brazo y se pasó ambas manos por el cabello. Luego se sentó en un banco, pero no la miró de inmediato.
Aldana permaneció de pie, con los dedos entrelazados y el corazón desbocado.
—Lo siento si te incomodó que viniera —dijo ella al fin—. Solo… no sabía cómo más hacerlo.
Leonardo alzó la vista, con los ojos brillantes. Ya no había frialdad en su rostro, sino algo más crudo. Desnudo.
—No me incomodaste —respondió con voz ronca—. Me volaste la cabeza, sí. Me dejaste sin aliento, sin palabras. Pero no me incomodaste.
Aldana bajó la mirada.
—No esperaba que fueras feliz con la noticia… ni siquiera sé si yo lo estoy del todo. Estoy asustada, Leonardo.
Él se puso de pie lentamente.
—¿Por qué no me buscaste antes?
—Porque tenía miedo —dijo con franqueza—. Porque pensé que lo que paso en Londres no te significo nada. Aun tampoco se que significó para mí...
Leonardo negó con la cabeza, avanzó un paso y la miró de cerca.
—Aldana… yo no sé qué se supone que debo hacer ahora. Pero sí sé que no quiero que te vayas. No otra vez. No así.
Ella lo miró, incrédula.
—¿De verdad?
—Sí. Estoy asustado, confundido… pero también estoy aquí. Contigo. Y con todo esto.
El silencio volvió a caer entre ellos, pero esta vez fue distinto. Ya no era una barrera, sino una pausa. Una antesala.
Aldana respiró hondo. Y por primera vez desde que llegó, sintió que tal vez, solo tal vez, no estaba sola en esto.
El silencio entre ellos se mantenía cargado de emociones, pero comenzaba a asentarse como una bruma después de la tormenta. Leonardo aún no dejaba de mirarla, como si necesitara confirmar una y otra vez que era real. Que estaba ahí. Que no era un sueño.
Y justo en ese momento, el estómago de Aldana gruñó. Fuerte. Lo suficiente como para romper el aire contenido entre ambos.
Ella se llevó una mano al vientre, apenada, y soltó una risa nerviosa.
—Perdón… no he comido nada desde anoche —dijo con las mejillas encendidas—. ¿Tienes tiempo? ¿Vamos a comer?
Leonardo la miró unos segundos más y, por primera vez en lo que pareció una eternidad, sonrió de verdad.
—Sí, claro. Vamos.
—¿En serio?
—Sí. Te debo al menos una comida… y muchas respuestas.
Ella asintió y él le ofreció la mano, sin decir nada más. Aldana la tomó, con algo de timidez, y juntos comenzaron a caminar hacia la avenida, dejando atrás el peso de los silencios y la incertidumbre.
No sabían qué pasaría después, pero por ahora, compartir una comida era un buen primer paso.