Mi nombre es Alexander Dy Galyz, hijo mayor de Violeta de Dy Galyz, más conocida como "La Rosa Negra", la poderosa y enigmática líder colombiana radicada en Monza, Italia. Soy consciente de que mi historia está entrelazada con la de mi madre, una mujer que ha dejado una huella indeleble en el mundo, tanto en su vida personal como profesional.
A mis 24 años, soy ingeniero de sistemas, y con ello, el sucesor de un legado que mi madre ha construido con esfuerzo, sacrificio y una inteligencia que la ha convertido en una mujer respetada y temida por igual. Mi madre, a sus 41 años, ha logrado lo que pocos pueden imaginar: ha creado un imperio en Italia y ha conseguido un respeto absoluto en los círculos más altos de la sociedad.
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El Encuentro entre Alexander y Juan Rodríguez
Era una noche cargada de tensión en Bogotá, la capital de Colombia. En el barrio Galerías, uno de los puntos más movidos y oscuros de la ciudad, se encontraba un bar exclusivo donde las luces tenues y la música suave cubrían las negociaciones clandestinas que se llevaban a cabo. Un lugar donde el dinero, el poder y la traición se mezclaban como el aire denso que flotaba en el ambiente. Allí, en un rincón apartado, Alexander Dy Galyz esperaba, observando a su alrededor con una calma calculada. Su presencia era tan imponente que, a pesar de su juventud, nadie en el lugar osaba acercarse a él.
Juan Rodríguez, ajeno a la verdadera identidad de Alexander, había llegado al lugar con la confianza de un hombre que pensaba tener el control de la situación. Había pasado seis años en prisión, pero esos años le habían servido para aprender a moverse en las sombras del crimen organizado. Sin embargo, no tenía idea de que esta noche sería la primera y última vez que vería a su hijo, a quien había dejado atrás hace años.
Juan entró al bar con su actitud arrogante y una sonrisa desafiante. Con una copa de tequila en la mano, se acercó a la mesa donde Alexander lo esperaba, sin imaginar que ese joven que tenía enfrente no era quien aparentaba ser. Al verlo, Juan Rodríguez no vio más que un joven de 24 años con la actitud de alguien que había vivido siempre bajo la sombra de su madre. Creyó que era un hombre fácil de manipular, alguien que seguiría ciegamente sus órdenes.
Sin embargo, Alexander Dy Galyz sabía que esta cita era mucho más que una simple reunión entre padre e hijo. Era el momento perfecto para tenderle una trampa a Juan Rodríguez, para hacerle creer que estaba dispuesto a unirse a su causa, mientras en su mente trazaba una estrategia mucho más grande. A pesar de su apariencia sumisa y calmada, Alexander había aprendido desde muy joven a ser frío, calculador y dominante. La misma esencia que hacía a su madre, Violeta, conocida como la Rosa Negra, una figura temida y respetada en todo el mundo criminal.
Mientras Juan se sentaba frente a él, con la esperanza de ganar a su hijo para sus propios fines, Alexander lo observaba fijamente, sin mostrar emoción alguna. En ese momento, Juan pensó que todo sería fácil. Creía que este joven, por más educado y distante que fuera, no tenía ni idea del juego en el que se estaba metiendo. Juan Rodríguez había subestimado a Alexander, y esa sería su fatal equivocación.
"¿Así que finalmente te decides a conocerme?" dijo Juan, levantando su copa en un gesto de falsa camaradería. "Pensé que alguien como tú preferiría quedarse con tu madre, pero parece que finalmente te das cuenta de que el verdadero poder está aquí."
Alexander lo miró sin decir una palabra, dejando que el silencio reinara por un instante. Juan Rodríguez lo interpretó como una señal de sumisión, creyendo que Alexander ya estaba en su poder. Pero en su interior, Alexander estaba calculando cada movimiento de su padre. Sabía exactamente qué decir para ganarse su confianza, pero también estaba preparando la jugada maestra para destruirlo.
"Sí," respondió Alexander, su voz suave pero firme. "Quiero saber todo sobre mi madre. Sobre lo que pasó. Pero también quiero saber qué quieres realmente de mí, padre."
Juan sonrió, complacido por la respuesta. "Lo que quiero es lo que siempre quise. Recuperar el control que perdí. Pero ahora que sé que tienes el poder para hacer lo que yo no pude, te ofrezco una alianza."
Alexander lo escuchaba atentamente, sin inmutarse, mientras su mente trabajaba a mil por hora. Juan Rodríguez creía que estaba siendo el líder de esta conversación, que había conseguido atraer a su hijo con promesas de poder y venganza. Pero Alexander sabía exactamente lo que tenía que hacer: mantener a Juan en la palma de su mano y jugar con su ego hasta hacerle caer en la trampa.
"Entonces," continuó Alexander, sonriendo levemente, "estoy dispuesto a escucharte. A ayudarte. Pero sabes, padre, todo tiene un precio."
Juan asintió, convencido de que había ganado. No sabía que estaba hablando con un hombre mucho más peligroso y astuto que cualquier criminal con el que hubiera tratado antes. No comprendía que, en realidad, Alexander Dy Galyz ya era el rey del inframundo, no solo en Colombia, sino en gran parte de Europa, y que el bajo mundo lo respetaba y temía por su inteligencia y sus movimientos calculados.
En ese momento, el juego de poder que Juan Rodríguez pensaba que controlaba ya había dado un giro que ni él podía imaginar. Alexander, como su madre Violeta, había aprendido a ser implacable. Lo que Juan consideraba una alianza era, en realidad, una trampa que cerraría en cuanto él cayera en la red.
El rey del inframundo acababa de hacer su jugada. Y Juan Rodríguez no tenía idea de que su tiempo se estaba agotando.