Emma creyó en aquellos que juraron amarla y protegerla.
Sus compañeros, los príncipes alfas, Marcus y Sebastián, con sonrisas falsas y promesas rotas, la arrastraron a su mundo, convirtiéndola en su amuleto.
Hija de la Luna y el Sol, destinada a ser algo más que una simple peón, fue atrapada en un vínculo que… ¿la condena? Traicionada por aquellos en quienes debía confiar, Emma aguarda su momento para brillar.
Las mentiras que la rodean están a punto de desmoronarse, y con cada traición, su momento se acerca, porque Emma no está dispuesta a ser una prisionera.
Su destino está escrito en las estrellas y, cuando llegue el momento, reclamará lo que le pertenece. Y cuando lo haga, nada será lo mismo. Los poderosos caerán y los verdaderos líderes surgirán.
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16- Retrospectiva: Herencia Divina
Emma nunca habría imaginado que aquel día terminaría cambiándolo todo. Aunque ya había enfrentado más de lo que creía capaz de soportar, nada la preparó para la revelación que aguardaba en el bosque, oculta tras el frío de una mañana invernal.
El aire estaba cargado de un extraño silencio, el tipo de calma que precede a una tormenta. Cada paso la acercaba a la casa de la manada, y su mente, nublada por preocupaciones, apenas registraba el mundo a su alrededor. Entonces lo vio: un cuerpo tendido sobre la hierba, inmóvil. Su corazón pareció detenerse, y un impulso visceral la hizo querer correr hacia la figura sin detenerse a pensar.
Era Kattie. Su piel estaba pálida, sus labios, partidos, y sus ojos cerrados como si la vida se le escapara en susurros. Emma se lanzó a alcanzarla sin dudarlo, con el corazón martillando en sus costillas. Pero fue entonces cuando algo más que el miedo la golpeó. Un gruñido profundo, desgarrador, emergió de su loba. No era rabia ni amenaza, sino algo más primitivo, más íntimo: Reconocimiento.
De repente, todo tuvo sentido. Esa conexión inexplicable que había sentido con Kattie, desde el primer momento, no era casualidad. Era un eco de algo más profundo, algo que el destino había querido mantener oculto hasta ese instante. Kattie era su hermana. Lo supo con una certeza tan absoluta que no necesitaba explicaciones ni pruebas. Su sangre, su alma, lo gritaban en cada fibra de su ser.
Entonces el mundo se desdibujó a su alrededor. La imagen de Kattie vulnerable e indefensa era un reflejo doloroso, un recordatorio de cuán cerca habían estado una de la otra todo este tiempo sin saberlo. Pero el momento no le permitió procesar lo que sentía. Antes de que pudiera hacer algo, el caos las envolvió. Una fuerza oscura las apresó, y las cadenas invisibles del cautiverio se cerraron sobre ambas.
El tiempo que siguió fue una bruma de dolor y desesperación, un eco de gritos y susurros de impotencia. Emma soportó cada golpe, cada lágrima, como si fueran suyos. Kattie sufría, y con cada herida, el vínculo que compartían se hacía más fuerte. Pero justo cuando pensaba que no podía soportarlo, cuando la oscuridad amenazaba con consumirlo todo, ocurrió algo que nunca olvidaría.
La prisión desapareció. Emma abrió los ojos y se encontró en un prado que parecía existir fuera del tiempo. Las flores brillaban como estrellas, el aire era dulce y cálido, y el sol reinaba alto en el cielo, bañando todo con una luz que no quemaba, sino que sanaba. Junto a ella, Kattie yacía ilesa, respirando con calma, como si el sufrimiento hubiera sido solo un mal sueño.
Emma se puso de pie, buscando respuestas, y entonces lo vio. Helios, el dios del Sol, su padre, ahora lo sabía. Su presencia era imponente, pero cálida. Su luz no cegaba, sino que envolvía, como el abrazo que nunca había recibido de él. Antes de que pudiera procesarlo todo, un brillo plateado cubrió parcialmente el cielo. Una figura femenina emergió de entre las sombras. Selene, la diosa Luna, su madre.
La unión de ambos era indescriptible, como si el universo se alineara en ese instante perfecto. Emma no podía apartar la vista del eclipse que se formaba sobre ellos, una danza de luz y sombra que resonaba con algo profundo en su interior.
—Emma, tu esencia es luz, fuerza y esperanza —fueron las palabras de Helios, su voz cálida y firme, como un fuego que no quema pero que enciende algo dentro. —Eres la chispa que enciende la valentía en los corazones de los guerreros, el fuego que arde dentro de cada lobo. Tu poder puede proteger y curar, inspirar y liderar, pero también destruir.
Cada palabra de Helios era como un faro que iluminaba las partes de sí misma que aún no entendía. Pero fue Selene quien verdaderamente la hizo contener el aliento. Sus ojos, profundos como un cielo nocturno, estaban llenos de tristeza y amor. Cuando sus miradas se cruzaron, Emma sintió que algo más allá de las palabras pasaba entre ellas, una conexión que trascendía lo físico. Y entonces, Selene habló, aunque Emma estaba segura de que nadie más podía escucharla, ni siquiera su hermana.
—Mi luz, tendrás que tomar decisiones difíciles —dijo la diosa, con una voz suave como el murmullo de la brisa en una noche tranquila. Pero había algo en su tono, un peso que no podía ignorarse. —Las vidas de muchos, quizás de miles, dependerán de tus elecciones.
Emma sintió un nudo en la garganta. Las palabras no eran una simple advertencia, eran un juicio que ya pendía sobre ella, un destino que aún no comprendía.
—El camino no será fácil —continuó Selene, su voz ahora teñida de una tristeza que parecía milenaria. —Tu corazón será probado, y tu alma, forjada. Pero escucha bien, Emma: si sigues tu instinto, si tomas las decisiones correctas, aquello que más anhela tu corazón te será concedido.
Hizo una pausa, como si buscara las palabras exactas para transmitir lo que sabía que sería difícil de aceptar.
—Y recuerda esto, mi niña: los sacrificios, por más dolorosos que sean, son necesarios. A veces, lo que más amamos debe perderse para abrir el camino hacia lo que debemos ser.
Las palabras de la diosa perforaron el alma de Emma como dagas, pero no de crueldad, sino de verdad. Podía sentir el peso de lo que Selene decía, el dolor que implicaría, pero también la promesa oculta entre las sombras.
—Nunca olvides —añadió Selene, con un susurro que pareció resonar en su misma esencia, —que tú y tu hermana son dos mitades de un todo. Juntas, tienen la fuerza para moldear el destino. Separadas, solo habrá dolor.
Selene extendió una mano y la colocó sobre la frente de Emma. Fue como si un bálsamo recorriera su espíritu, calmando la tormenta que había comenzado a agitarse en su interior.
—Confía en ti misma, mi rayito de sol —dijo Helios, con un amor que parecía abarcar el universo entero. —Incluso en los momentos más oscuros, recuerda que tu luz puede atravesarlo todo.
Emma tragó con dificultad, sintiendo el peso de esas palabras. Había algo más grande que ella misma, algo más grande que incluso la conexión que sentía con Kattie. Y, sin embargo, el calor de los dioses la hizo sentir algo que no había sentido en mucho tiempo: esperanza.
Cuando Helios y Selene la abrazaron, un alivio indescriptible llenó su corazón. Por un instante, no hubo dudas ni temores. Pero como todo sueño, aquel momento también tuvo un final. La oscuridad regresó, llevándola de vuelta al frío de su prisión. Solo que esta vez, Emma no era la misma. Sabía quién era. Sabía lo que debía hacer. Y con ese conocimiento, una promesa ardió en su interior: salvaría a su hermana, reclamaría su destino y demostraría que incluso en las sombras, su luz nunca dejaría de brillar.