Balvin, un joven incubus, se encuentra en su última prueba para convertirse en jefe de territorio: absorber la energía sexual de Agustín, un empresario enigmático con secretos oscuros. A medida que su conexión se vuelve irresistible, un poder incontrolable despierta entre ellos, desafiando las reglas de su mundo y sus propios deseos. En un juego de seducción y traición, Balvin debe decidir: ¿sacrificará su deber por un amor prohibido, o perderá todo lo que ha luchado por conseguir? Sumérgete en un mundo de pasión, peligro y decisiones que podrían sellar su destino. ¿Te atreves a entrar?
**Advertencia de contenido:**
Esta historia contiene escenas explícitas de naturaleza sexual, temas de sumisión y dominación, así como situaciones que pueden ser sensibles para algunos lectores. Se recomienda discreción.
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Fidelidades Infernales (segunda parte)
Antes de que Balvin pudiera responder, la vibración en el aire cambió. En ese preciso momento, escuchó su nombre desde la entrada del templo. Tanto él como Siwel se giraron hacia el sonido, sorprendidos. Sin embargo, la sorpresa pronto cedió al reconocer de quién se trataba. Al salir, vieron a una súcubo rubia de aspecto serio y presencia imponente, cuya figura esbelta y autoridad quedaban claras en su postura. Con un leve gesto de la mano, saludó.
—Prefecto —dijo Balvin, inclinando la cabeza en señal de respeto y sintiendo el peso de su agotamiento.
—Pupilos —respondió ella, su tono firme y respetuoso. Luego, dirigió su atención hacia Balvin—. Uno de los arcaicos menores ha solicitado tu presencia. Sígueme, por favor.
Siwel esbozó una sonrisa cómplice y se despidió con una inclinación de cabeza, dejando a Balvin marcharse con la súcubo, en medio de un aire de incertidumbre. Un suspiro escapó de sus labios, y sintió cómo el cansancio, incluso en su forma espectral, lo abrumaba. Se preguntó, con cierta inquietud, si era posible que la poderosa "arma" de Agustín pudiera afectar incluso su cuerpo espectral. La idea lo invadió con una mezcla de pánico y curiosidad, y su expresión reveló ese momento de duda al detenerse.
La súcubo notó su pausa y volteó.
—¿Sucede algo?
—No, nada importante —respondió Balvin rápidamente, intentando recobrar la compostura, aunque un leve temblor en sus manos delataba su agitación interna.
Continuaron caminando hacia los altos edificios del inframundo, cuyas imponentes estructuras reflejaban tanto majestuosidad como poder. A su paso, maestros y otros estudiantes saludaban al joven íncubo con una mezcla de respeto y curiosidad. Era un prodigio, y su presencia difícilmente pasaba desapercibida. Aunque Balvin se esforzaba en mantener la compostura, temía que su semblante cansado delatara lo agotadora que había sido la noche anterior. Su aura, sin embargo, resplandecía, atrayendo miradas y susurros a su alrededor.
—Tu ausencia ha dado mucho de qué hablar —comentó la súcubo, alisándose su cabello rubio, que caía en cascada hasta la espalda baja.
—Ya sabes lo que dicen: no hagas caso a los susurros del limbo. Las almas en pena solo buscan prolongar su propio tormento —dijo Balvin, lanzando una mirada fría hacia quienes los observaban a distancia. Su respuesta hizo que la súcubo sonriera con complicidad, sus ojos celestes brillando con picardía.
—Relájate, íncubo. No tengo ni el tiempo ni el interés de ser tu difamadora. Aunque admito que, si tuviera algo que decir sobre ti, me encantaría hacerlo. Después de todo, alguien tan... impecable como tú no puede evitar intrigarme. ¿Volveremos a pasarla bien como antes?
—No sospecho de ti —dijo Balvin con tono neutral—. Esa observación era para los que escuchan detrás de las sombras.
La súcubo se detuvo en la entrada de un salón oscuro y se inclinó hacia él con una sonrisa.
—Si alguna vez lo necesitas, Vinvin, eres bienvenido en mi palacio a relajarte —murmuró, su tono cargado de doble sentido. Balvin respondió con una sonrisa antes de entrar al salón.
Dentro, el ambiente era solemne y tenebroso. La prefecto se despidió con una mirada intensa antes de cerrar las puertas. Balvin avanzó hasta que un sillón en el centro de la habitación lo elevó hacia el siguiente piso. La decoración, similar a las oficinas del mundo humano, poseía una mezcla de elegancia y misterio mítica propia de alguien proveniente del infierno, envuelta en sombras y secretos.
Balvin se detuvo frente a un escritorio repleto de objetos antiguos y extraños. Un libro, lleno de símbolos arcanos, captó su atención. Estaba abierto sobre la mesa, como si fuese una puerta hacia conocimientos prohibidos.
Entonces, se volteó hacia la imponente silueta caminando en su dirección. El arcaico menor, de más de dos metros de altura, proyectaba una presencia dominante que hizo que Balvin lo saludara con respeto. Tenía el cabello y los ojos profundos bañados de color rojo, y su semblante emanaba una frialdad implacable. Desafiando desde siempre a Balvin, quien junto a Siwel lo habían apodado “gruñón” más de una vez.
Sin embargo, Balvin podía percibir en él una mezcla sutil de desdén y algo que nunca habría esperado: una especie de preocupación.
—Arcaico —dijo Balvin, inclinando la cabeza.
Fass, con una leve sonrisa irónica, lo observó ahora desde detrás del escritorio.
—Siempre tan puntual.
—¿En qué puedo serle útil? —preguntó Balvin, incómodo por el silencio que había entre ambos.
La sonrisa de Fass se amplió, mostrando una pizca de burla.
—¿Qué crees que puedes hacer? —dijo, entrelazando las manos con calma, cada palabra calculada—. No hace falta recordarte que esta prueba final no es algo que debas tomar a la ligera. Me imagino que, a estas alturas, ignorar mis advertencias te resulta tan cómodo como desentenderte de tus responsabilidades. Sin embargo, te aseguro que son más constructivas de lo que crees.
Balvin frunció el ceño, sorprendido. Siempre había visto a Fass como alguien frío y calculador, alguien que mantenía distancia. Ahora, el tono de Fass sonaba diferente, con una intensidad que le causaba una mezcla de incomodidad y curiosidad.
—Entiendo que mi ausencia haya causado cierta inquietud. Me pondré al día con mis responsabilidades —respondió Balvin, tratando de sonar seguro.
Fass lo observó con una mirada evaluativa.
—No lo dudo. Aunque parece que no comprendes completamente el poder que reside en ti.
La sorpresa de Balvin era evidente. ¿Qué pretendía Fass al decir aquello?
—Me halaga, arcaico, pero…
Fass alzó una mano, cortando sus palabras.
—No es un halago —respondió con voz firme y severa—. No me preocupa tu ausencia.
—Sigo sin entender a qué se debe mi llamado —dijo Balvin, dejando al descubierto su clara incomodidad.
—He visto muchos grandes íncubos y súcubos en esta generación. Tú y Fulder... son unos de ellos. Siempre comparados, ¿y conoces la razón?
Balvin asintió, notando la intensidad en el tono de Fass. No estaba de humor, pero debía ser respetuoso.
—Entiendo perfectamente la razón. Ambos somos respaldados por la prestigiosa academia y sus arcaicos. Pero sé que, al final del milenio, solo uno representará a toda nuestra generación.
Fass esbozó una sonrisa irónica casi imperceptible.
—Exacto. Y déjame decirte por qué tanto Fulder como tú están a pasos de perderse en su propia arrogancia desmedida...
Al mismo tiempo, al otro extremo, en el pasillo oscuro de la academia resonaba con los pasos apresurados de Fulder. Su habitual seguridad se desmoronaba lentamente mientras su mente revolvía recuerdos y preocupaciones. Tras haber seguido a Balvin con la intención de hablarle, su plan había sido frustrado por la repentina aparición de un grupo de arcaicos menores que lo desviaron hacia un juicio inesperado. Aunque había mantenido una fachada impecable frente a ellos, ahora, en la soledad del corredor, no podía ocultar el temblor en sus manos.
Los rumores corrían como fuego, y Fulder no era ajeno a ellos. Su reciente fracaso había llegado a oídos de aquellos que podrían aprovecharlo, y la idea de atraer más atención sobre sí mismo le revolvía el estómago. Balvin, por su parte, se alejaba, acompañado por una súcubo de movimientos gráciles, una visión que trajo a Fulder recuerdos de hace siglos, recuerdos que aún lo atormentaban.
Hace novecientos años, en la entrada del templo en el Territorio Uno del infierno, Fulder, apenas un niño, había sido asignado a dar la bienvenida a los invitados más distinguidos. A su lado, una súcubo de belleza inquietante añadía un toque de misterio al solemne evento. El paisaje del Primer Territorio contrastaba con todo lo que los mitos contaban sobre el infierno. Su cielo, bañado en una luz blanca etérea, tenía una belleza surreal, casi celestial.
Fulder, con su cabello oscuro y su postura impecable, intentaba mantener la compostura. Pero entonces lo vio. Entre la multitud, una figura infantil emergió: un niño de cabello dorado que parecía capturar cada rayo de luz, con ojos de un ámbar tan profundo que parecían contener el infinito. A su lado, una figura alta y poderosa caminaba con paso firme, ambos envueltos en largas túnicas negras, adornadas con símbolos intrincados que revelaban su linaje.
La perfección de Balvin, incluso siendo un niño, era desconcertante. Fulder, habituado a la belleza sublime del infierno, nunca había visto algo tan... cautivador. No era solo su apariencia; la energía que Balvin irradiaba era magnética, una fuerza que lo obligaba a mirarlo, a estudiarlo. Su corazón, antes controlado, ahora latía con fuerza, resonando en sus oídos.
Olvidando por un momento su deber, Fulder dio un paso hacia él, sintiendo una atracción inexplicable, como si aquel encuentro estuviera predestinado. Las palabras surgieron de sus labios antes de que pudiera detenerlas.
—Arcaicos, O'olkij Nephil, presento mis respetos —anunció la figura alta que acompañaba a Balvin, inclinándose con una reverencia solemne.
Fulder replicó rápidamente el gesto, sin apartar la vista del niño. Balvin, con su cabello dorado capturando cada destello, inclinó la cabeza levemente, con una serenidad casi etérea.
—O'olkij Balvin, mis respetos a la congregación —respondió Balvin, su voz suave, casi musical, envolviendo el ambiente con una cadencia hipnótica.
Cada sílaba del nombre de Balvin resonó en el interior de Fulder, como si su propia alma vibrara al escucharla. Con dificultad contuvo el entusiasmo, devolviendo una sonrisa educada que Balvin le correspondió con un gesto cortés. La súcubo a su lado extendió la mano, señalando la entrada, y Fulder, recordando de golpe su responsabilidad, guio a los recién llegados hacia el interior.
Aunque solo era un niño en ese momento, Fulder supo, con una certeza inexplicable, que ese encuentro marcaría un antes y un después en su vida. La imagen de Balvin quedó grabada en su mente, encendiendo un deseo profundo de acercarse a esa perfección inalcanzable, de ser parte de la vida de aquel ser tan brillante. Cada vez que lo volvía a ver, su belleza parecía superar la anterior, y Fulder atesoraba cada mirada, cada sonrisa.
“Girarás a mirarme”, se repetía Fulder, “Lo sé. Me vas a mirar. ¡Mírame, Balvin! ¡Mírame!”
De pronto, una presencia interrumpió sus pensamientos. Una figura esbelta se deslizó entre las sombras, acercándose con una gracia casi felina. Era Levana, una súcubo famosa por su belleza devastadora y su lengua afilada. Sus ojos oscuros se clavaron en Fulder, y con una sonrisa ladeada, se detuvo a su lado, lista para lanzar su veneno.
—Fulder, el arcaico mayor y el jefe de territorio están furiosos. Exigen verte en persona, ahora mismo —dijo con un tono bajo, pero cargado de amenaza. Sus ojos brillaban con una mezcla de diversión y advertencia mientras lo miraba de arriba a abajo.
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Nota de Autora: Apariencia de Fulder
Fulder tiene una presencia enigmática que combina una belleza natural y una elegancia descuidada. Su cabello cae en ondas oscuras y desordenadas, rozando sus hombros con una textura suave que captura la luz. De complexión delgada y alta, sus rasgos faciales son finos y delicados, con una mandíbula definida y unos labios que a menudo parecen esbozar una sonrisa vaga y misteriosa.
Sus ojos, de una intensidad cautivadora, son oscuros, casi como si guardaran secretos antiguos, lo que le otorga una mirada profunda y, a la vez, distante. Su belleza refleja las esencias puras de un Incubus, irradiando una energía magnética que parece a la vez inocente y peligrosa. Aunque aparenta ser completamente inofensivo, Fulder es calculador, midiendo cada uno de sus movimientos con precisión.
Su elegancia innata y su porte danoten claramente que proviene de una familia arcaica de la más alta élite infernal. Su presencia impone por sí sola, envolviendo el ambiente con una energía enigmática y cautivadora que, junto con su aspecto inocente, lo vuelve tan fascinante como amenazante. Fulder proyecta una esencia tan refinada que cualquiera que lo observe podría confundir su inocencia con vulnerabilidad, cuando en realidad es la máscara de su naturaleza calculadora y peligrosa.
Ac Mirika Verena.