Todo el mundo reconoce que existen diez mandamientos. Sin embargo, para Connor Fitzgerald, héroe de la CIA, el undécimo mandamiento es el que cuenta:
" No te dejaras atrapar"
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CAPITULO 17
Cuando el avión aterrizó en San Petersburgo, el reloj de pulso de Connor indicaba las cinco y cincuenta minutos. Esperó que la aeronave rodará por la pista hasta detenerse por completo antes de mover las manecillas para poner a tiempo su reloj. Miró por la ventana un aeropuerto que estaba casi a oscuras porque faltaba la mitad de las bombillas eléctricas. Los cien pasajeros agotados tuvieron que esperar otros veinte minutos a que llegara el autobús que los transportarla a la terminal. Algunas cosas simplemente no cambian, ya sea que la KGB o los delincuentes organizados se encuentres a cargo. Los estadounidenses habían llegado a referirse a ellos como la Mafya, para evitar confusiones con la versión italiana.
Connor fue el último pasajero en bajar del avión y el último en bajar del autobús. Un hombre que había viajado en primera clase en el mismo vuelo lo siguió como su sombra al pasar por la oficina de inmigración y la aduana. Cuando Connor salió del aeropuerto treinta minutos después, llamó al primer taxi desocupado y pidió al conductor que lo llevara a la estación Protski.
El viajero de primera clase siguió a Connor hasta el área de reservaciones, que más parecía un teatro de ópera que una estación ferroviaria. Observó con atención para ver qué tren abordaría. Pero había otro hombre oculto en las sombras que incluso sabía el número del compartimiento dormitorio que Connor iba a ocupar.
El agregado cultural estadounidense en San Petersburgo había declinado una invitación para ir a ver al el ballet Kirov esa noche, a fin de poder informar a Gutenburg cuando Connor Fitzgerald abordara el tren nocturno a Moscú. No sería necesario acompañarlo en el viaje, ya que Ashley Mitchell, su colega en la capital, estaría esperándolo en la plataforma cuatro a la mañana siguiente para confirmar que Fitzgerald había llegado a su destino.
-- Un dormitorio de primera clase a Moscú -- pidió Connor en inglés al empleado a cargo de los boletos.
El hombre empujó el pasaje sobre el mostrador de madera. Connor lo verificó antes de haberse paso hacia el tren expreso a Moscú. Recorrió la plataforma atestada y pasó de largo por varios carros verdes y vetustos que parecían ser anteriores a la revolución de 1917 se detuvo en el coche K y subió a bordo.
Camino por el corredor buscando el compartimento ocho. Después de encontrarlo, encendió la luz y se encerró. Necesitaba cambiar de identidad una vez más.
Había visto el apuesto y delgado joven que se hallaba debajo del tablero que anunciaba las llegadas en el aeropuerto de Ginebra, pero prefirió no molestarse en saber quién era la gente de la CIA en San Petersburgo. Sabía que alguien estaría ahí para confirmar su llegada, y que otra persona que encontraría esperándolo En la plataforma de Moscú. Nick Gutenburg le había dado un informe completo sobre la gente Ashley Mitchell a quien describió como un novato y al tanto de la condición de Fitzgerald como agente secreto extraoficial.
El tren salió de San Petersburgo exactamente un minuto después de la medianoche, y el sonido sube y ritmo y rítmico de las ruedas de los carros sobre los rieles muy pronta adormeció a Fitzgerald. Durmió de manera intranquila hasta que el tren entró en la estación Raveltay de Moscú a las ocho treinta y tres de la mañana.
-- ¿Dónde está usted? -- preguntó Andy Lloyd
-- En una cabina telefónica en Moscú -- respondió Jackson --. Vía Londres, Ginebra y San Petersburgo. En cuanto bajó del tren, nos engañó a todos y nos hizo perder el tiempo en una persecución inútil. Se las arregló para zafarse de nuestro hombre en Moscú en unos diez minutos. Si no le hubiera enseñado yo mismo la técnica de volver sobre sus pasos, también se habría deshecho de mí.
-- ¿A dónde se dirigió? -- preguntó Lloyd
-- Se hospedó en un hotel pequeño al norte de la ciudad, salió alrededor de una hora después y tomó una ruta tortuosa para llegar a las oficinas centrales de la campaña de Víctor Zerimski.
-- Y, ¿por qué se interesa en él?
-- No lo sé aún, pero salió del edificio llevando todos los textos publicados sobre la campaña de este candidato.
-- ¡Oh, Dios mío! -- exclamó Lloyd --. El blanco es Zerimski en esta ocasión.
Hubo una larga pausa antes de que Jackson replicara:
-- Eso no es posible. Connor Fitzgerald jamás habría accedido a llevar a cabo una misión tan delicada, a menos de que la orden proviniera directamente de la Casa Blanca.
-- Trate de no olvidar que su amigo ejecutó exactamente la misma misión en Colombia. Sin duda, Dexter lo convenció de que la operación contaba con anuencia del presidente.
-- A mí se me está ocurriendo otra posibilidad -- repuso Jackson con voz queda.
-- ¿Cuál?
-- Que no es Zerimski la próxima víctima, sino Connor.
Lloyd anotó el nombre en su blog amarillo.
-- ¿Es usted de nacionalidad estadounidense? -- se oyo preguntar de manera neutra a una voz aflautada.
-- Sí -- respondió Jackson, sin mirar de dónde provenía la voz.
-- ¿Necesita algo?
-- No, gracias -- contestó, mientras seguía vigilando la entrada principal del hotel.
-- Los estadounidenses siempre necesitan algo. ¿Caviar? ¿Un gorro de piel? ¿Una mujer?
Chris Jackson bajó la vista para mirar al niño por primera vez. Estaba envuelto de pies a cabeza en una chaqueta de piel de oveja que le venía grande por lo menos tres tallas. Su sonrisa reveló que le faltaban dos dientes.
-- ¿Cuánto cobras por tus servicios?
-- ¿Qué tipo de servicios? -- preguntó el niño con suspicacia.
-- Como consejero. Ayudante. Asistente.
-- ¡Ah!, quiere decir un compañero como en las películas estadounidenses.
-- De acuerdo, sabiondo. ¿Cuánto cobras por hora?
-- Diez dólares.
-- Eso es extorsión, ni más ni menos. Te daré dos.
-- Seis.
-- Cuatro.
-- Cinco.
-- ¡Trato echo! -- acepto Jackson.
El muchacho levantó la palma derecha en el aire. Jackson la golpeó. El trato estaba cerrado.
-- Y, ¿cómo te llamas? -- pregunto Jackson.
-- Sergei -- respondió el niño --. ¿Y tú?
-- Jackson. ¿Cuántos años tienes, Sergei?
-- Catorce.
-- ¡Cómo no! Tu no tienes más de nueve.
-- Once.
-- De acuerdo -- concedió Jackson --. Aceptaré once.
-- Y tú, ¿cuántos años tienes? -- preguntó el niño.
-- Cincuenta y cuatro.
-- Aceptaré cincuenta y cuatro -- repuso Sergei.
Jackson rió por primera vez en muchos días.
-- ¿Cómo es que hablas inglés tan bien?
-- Mi madre vivió con un estadounidense mucho tiempo. El regresó a Estados Unidos el año pasado, pero no nos llevó.
Está ves Jackson creyó que el niño decía la verdad.
-- Y, ¿de qué se trata el trabajo, compañero? -- preguntó Sergei.
-- Estamos vigilando a alguien que se hospeda en este hotel.
-- ¿Es amigo o enemigo?
-- Es un amigo, Sergei -- contestó Jackson en el instante preciso en que Connor apareció en la puerta --. No te muevas -- colocó una mano firmemente sobre el hombro del niño.
-- ¿Es ése? -- inquirió Sergei
-- Si, es el.
-- Me parece que tiene un rostro bondadoso. Tal ves será mejor que yo trabaje para él.