toda mi vida vivi una vida donde fui despresiada y sola pero ahora que e renacido en la hija de un duque disfrutaré esta segunda oportunidad como hija mimada del duque William valtorian
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capítulo 16 vidrio roto de corazón
A los pocos días empezó la selección para entrar al kínder.
Todos los niños y niñas del reino estaban allí, pero no todos podían ingresar: había que estudiar mucho.
Y Sophia… bueno, ella, siendo pobre, logró una recomendación gracias al abuelo de Alexander.
Por favor, Sophia ni siquiera sabe qué es un múltiplo —aunque, bueno, es lógico, tiene seis años… y yo soy una niña de tres con alma de una mujer de treinta—.
—¿Señorita Astrix, qué hace aquí? —preguntó Julieta, curiosa.
—Estoy estudiando —respondió Astrix con una sonrisa traviesa—. Quiero ser la número uno de este imperio.
—Señorita… temo decirle que ya no va a poder estudiar —dijo Julieta con cuidado.
—¿¡Qué!? ¿Por qué? ¡Es importante! —exclamó Astrix, mirando hacia el día con frustración.
[Pensamiento de Astrix]
Me olvidé… William me dijo que hoy iríamos a ver los peces dorados.
Siempre tan persistente… aunque, bueno, ya lo respeto.
Sin darse cuenta, Julieta la tomó con suavidad y comenzó a vestirla.
Le puso un vestido lleno de encajes, tan fino que ni Sophia podría tener algo así.
El cabello de Astrix, blanco con reflejos grises, brillaba bajo la luz del sol,
y sus ojos rojos parecían gemas recién pulidas.
—Está hermosa, mi niña —murmuró Julieta mientras seguía peinándola.
—Julieta, ¿por qué el señor William quiere que le diga papá? —preguntó Astrix, curiosa.
—Bueno, señorita… todo papá quiere que su hija le diga “papá” —respondió la joven nana, sonriendo mientras seguía peinándola.
Esas palabras hicieron pensar a Astrix.
¿De verdad todo padre quiere eso?
[Recuerdo de Victoria]
—Papá, mira, te hice un dibujo —sonrió la pequeña Victoria.
—¿A esto le llamas dibujo? —gruñó el hombre, tomando el papel y rompiéndolo en dos—. ¡Sal de aquí, mocosa!
—Papá… —sus ojos se llenaron de lágrimas cristalinas.
—¡No me digas “papá”! Me das asco. Mírate, toda fea. Ni creo que seas bonita en el futuro —dijo con desprecio.
Aquel hombre siempre fue cruel.
Y ella solo era una niña que apenas sabía contar hasta cinco.
[Fin del recuerdo]
Llegó la hora.
El carruaje ya estaba listo: William sonreía de oreja a oreja mientras Astrix y Alexander se preparaban.
—Mi niña, mírate… tan hermosa como siempre. ¿No lo crees, Alexander? —dijo William con orgullo.
—Déjame en paz —murmuró el niño, subiendo al carruaje con fastidio.
—¿Qué le pasa a ese niño? —preguntó Astrix con curiosidad.
—Yo también me lo pregunto… —respondió William, suspirando.
Se agachó a la altura de la niña.
—¿Qué crees que le pasa?
—Su nana le llena la cabeza desde que somos niños —dijo Astrix, seria.
—¿Así…? —murmuró William, apretando los puños—. Gracias, cielo. Sube.
Con toda la delicadeza del mundo, la ayudó a entrar al carruaje.
Pero su mirada seguía fija en Alexander.
—Alexander —dijo con voz seria—, ¿qué cosas te dice Mary de mí… y de Astrix?
—Nada —respondió el niño con frialdad—. ¿Qué va a decir de ustedes?
William frunció el ceño.
Con un gesto rápido, tomó el brazo del niño.
Y entonces lo vio: las marcas.
Ya no era un simple problema psicológico.
Era maltrato físico.
El viaje continuaba en silencio. Solo se oía el sonido de las ruedas del carruaje contra el suelo empedrado. Astrix jugaba con los encajes de su vestido, inocente, mientras Alexander miraba por la ventana, con los ojos llenos de una tristeza contenida.
William observaba a su hijo por el reflejo del vidrio. Esa distancia, ese silencio, dolían más que cualquier palabra.
El carruaje quedó en silencio.
El jardín del lago brillaba con tonos dorados. Los peces nadaban tranquilos bajo la superficie cristalina, moviéndose como si bailaran. Astrix se agachó para verlos más de cerca, sus ojos rojos reflejaban el agua con un brillo puro.
—¡William ! ¡Mira, ese tiene la cola como una nube! —dijo con una sonrisa, señalando al pez más grande.
William soltó una leve risa y se inclinó junto a ella.
—Tienes razón, cielo… parece una nube que flota en el agua.
Él le acomodó el cabello con ternura, sin notar que Alexander, a unos metros, los miraba en silencio. El niño sostenía una ramita, dibujando líneas en la tierra. Su expresión era dura, contenida.
Cada risa, cada palabra dulce hacia Astrix le dolía más.
William, distraído con la pequeña, apenas notó que su hijo no se acercaba.
—Alexander, ven. Mira los peces con tu hermana —lo llamó, sonriendo.
El niño levantó la mirada, sus ojos llenos de algo que ni él podía describir.
—¿Ahora sí te acordás de mí? —preguntó en voz baja.
William frunció el ceño, sin entender.
—¿Qué dices, hijo?
Alexander se levantó de golpe, las lágrimas ya formándose en sus ojos.
—¡Digo que nunca me ves! —gritó, la voz quebrándose—. ¡Nunca te importó si comía, si dormía, si me dolía algo! ¡Nunca me preguntaste de dónde salieron las marcas en mis brazos!
El aire se detuvo. Astrix lo miró sin entender, con los ojos muy abiertos.
—Alexander… —William intentó acercarse—
—¡No! —retrocedió el niño—. ¡Pero a ella sí la ves! A ella la llamás “mi niña”, le compras vestidos, la cargas en brazos… ¿Por qué a mí no?
William quedó mudo. No había excusa que pudiera borrar lo que el pequeño acababa de decir.
—Yo solo quería que me miraras una vez como la mirás a ella… —susurró Alexander, las lágrimas cayendo sobre sus mejillas—. Solo una vez…
Y sin poder soportar más, el niño tambaleó hacia atrás. William corrió, justo a tiempo para sostenerlo antes de que su cuerpo se desplomara.
—¡Alexander! ¡Alex, despertá, hijo! —su voz tembló, desesperada.
Astrix soltó el pececito de madera que tenía en las manos y corrió hacia ellos.
—¡Hermano! —gritó, con miedo.
William lo abrazó fuerte, apretando los dientes.
—No otra vez… no mi hijo…
El lago seguía reflejando el brillo del sol, ajeno al drama humano frente a él.
El cuarto estaba en silencio. Solo se oía el leve tic-tac del reloj y la respiración pausada del niño. William estaba sentado junto a la cama, con la cabeza entre las manos.
Astrix dormía en un sillón, abrazando un cojín, agotada por el llanto.
De pronto, Alexander se movió.
—¿Dónde… estoy? —murmuró débilmente.
William se incorporó enseguida.
—Hijo… —susurró, tocándole la frente con cuidado—. Estás bien. Solo te desmayaste.
Alexander apartó la mano. Su mirada seguía triste, pero más cansada que enojada.
—¿Por qué… ahora te preocupás? —preguntó sin mirarlo.
William tragó saliva.
—Siempre me preocupé, Alexander. Siempre —dijo con voz baja, contenida—. Solo que… no sabía que no lo sabías.
El niño lo miró confundido.
—¿Qué?
William respiró hondo, sus ojos llenos de culpa.
—Cada año te envié regalos, libros, dulces, juguetes. Y no uno o dos… decenas. Tu habitación debía estar llena. Pero… —se detuvo, apretando el puño— tu nana se encargaba de “entregarlos” y me aseguraba que los habías recibido. Que te gustaban.
Alexander abrió los ojos con sorpresa.
—¿Mis regalos? —susurró.
William asintió lentamente.
—También escribí cartas… y pedí verla contigo. Pero ella siempre decía que estabas enfermo, o estudiando, o que no querías verme. Yo… le creí. Pensé que necesitabas tu espacio.
El silencio se hizo pesado. Alexander apretó las sábanas con fuerza.
—Entonces… todo este tiempo… —su voz temblaba— yo creí que no te importaba… y vos creíste que yo te odiaba.
William bajó la cabeza.
—Sí, hijo. Nos hicieron creer eso a los dos.
Las lágrimas de Alexander cayeron sin que pudiera contenerlas.
—Yo solo… quería que me abrazaras una vez —dijo entre sollozos.
William no dudó. Lo rodeó con los brazos y lo atrajo contra su pecho, fuerte, como si tuviera miedo de que desapareciera.
—Nunca más voy a dejar que te alejen de mí, Alexander. Nunca.
El niño se aferró a su camisa, llorando en silencio.
Desde el sillón, Astrix abrió un ojo medio dormida, vio a su hermano y a su padre abrazados… y sonrió antes de volver a dormirse.
Elena caminó por el pasillo con paso firme, su vestido azul se movía con elegancia, pero su rostro no mostraba calma. Los guardias que la veían pasar apartaban la vista; sabían que cuando la duquesa tenía ese semblante, algo grave iba a pasar.
Al llegar frente a la habitación de servicio, abrió la puerta sin tocar.
Mary, la nana, estaba acomodando unas sábanas con expresión tranquila, hasta que la vio.
—Oh… su excelencia, qué sorpresa —dijo con una sonrisa falsa, haciendo una reverencia exagerada—. No sabía que bajaría a estos lugares tan humildes.
Elena no respondió. La miró de arriba abajo, y caminó lentamente hacia ella.
—Mary… —dijo despacio, con la voz helada—. ¿Querés explicarme qué demonios le hiciste a mi hijo?
La mujer intentó fingir inocencia.
—¿Su hijo? ¡Yo solo lo he criado con disciplina! Ese niño necesitaba límites, y si ahora llora, es porque usted lo malcría con esa bastarda que se trajo—.
¡Paf!
El sonido de la cachetada resonó como un trueno en la habitación. Mary se quedó helada, con la mejilla roja y los ojos abiertos.
—¡Te atrevés a hablar así de una niña frente a mí! —gritó Elena, temblando de furia—. ¡De mi hija! ¡Y te atrevés a tocar a Alexander! ¡A mi hijo!
Mary retrocedió, balbuceando.
—S-señora… yo solo—
—¡Guardias! —la voz de Elena retumbó—. ¡Llévensela al calabozo ahora mismo!
Dos hombres entraron y tomaron a Mary de los brazos. Ella forcejeó, gritando:
—¡No puede hacerme esto! ¡Yo solo hacía mi trabajo!
Elena dio un paso al frente, mirándola fijamente.
—Tu trabajo era cuidar, no lastimar. Y si te creés superior por tu “sangre pura”, te tengo una noticia, Mary: ¡la nobleza no está en el apellido, sino en el corazón!
Los guardias la arrastraron fuera, mientras Elena respiraba con fuerza.
Sus manos temblaban, pero sus ojos estaban firmes.
—Nadie… —susurró— nadie vuelve a tocar a mis hijos.
Se giró hacia la ventana, y el sol del atardecer entró por los vitrales, iluminando su rostro decidido.
💫 Dato de hoy
William ama a sus hijos a tal punto que podría darle el imperio si ellos lo piden
su padre es noble así que no se compara
llamarlo papá así el da ella da sería juntos para el pobre corazón
de William jajaja que adora a su hija aunque es divertido verlo celos pero ahora sí esa mustia no pudo que alaben a esa mustia igual a ella por lo menos alegro a su hermano