BDSM ¿Abuso O Placer?

Vittorio lleva de la mano a Giorgia; ese simple acto lo hace sentirse poderoso. No es un niño inseguro, él sabe lo que quiere y es a ella, pero no usará mentiras ni maquillará la verdad para hacerla caer.

—¿A dónde me llevas? La voz de Giorgia no es tan retadora; ahora su tono es suave, tembloroso. Siente su corazón latir y una gran incertidumbre recorrer su cuerpo.

—¿Quieres ver qué es todo esto, de qué se trata? Pues lo harás de mi mano. Esas palabras, pronunciadas con un tono bajo y ronco, hacen que hasta el último vello de su piel se erice.

«No te atrevas a gemir, Giorgia, ¿qué te sucede? «Compórtate», se reprende mentalmente.

Él siente su pequeño temblor y cómo sus manos sudan, lo que lo hace sonreír. La lleva hacia donde está la sala de exhibición, que no es más que un lugar donde se pueden ver las personas en sesión.

Giorgia no sabe qué esperar, no tiene ni idea. Caminan por un pasillo oscuro hasta llegar a donde están reunidos un grupo de personas. No entiende lo que está sucediendo, pero sus sentidos se agudizan.

Giorgia jamás esperó ver lo que tiene frente a ella: un cristal unidireccional y, dentro, una habitación iluminada con luz tenue, creando sombras largas que danzan sobre las paredes. La atmósfera, densa pero calma, se siente pesada. A través del cristal, se ve claramente a los protagonistas del otro lado, una visión nítida de la sesión sin que se inmuten por ser observados.

El sonido del crujir de las botas del dominante sobre el suelo de madera, mientras se acerca a la mesa de castigo, resuena por pequeños altavoces que permiten a los espectadores escuchar lo que sucede dentro. Una pieza antigua, aparentemente diseñada solo para este tipo de escenario, se muestra cuando el dominante la levanta. Frente a él, una sumisa está de pie, con la cabeza ligeramente agachada, sus ojos fijos en el suelo como si esperara algo. Viste un corset de cuero negro que acentúa su figura y una cadena de plata alrededor de su muñeca, el símbolo de su sumisión.

—Levanta la cabeza, Nina —dice el dominante con voz firme pero suave, como si fuera una orden imposible de desobedecer. Nina obedece sin vacilar, sus ojos se encuentran con los de él, claros y decididos, pero también llenos de una calma absoluta, como si el mundo entero hubiera desaparecido, dejándolos solo a ellos dos.

Desde el cristal, la pequeña multitud de curiosos observa en silencio, algunos ansiosos por entender lo que está sucediendo, como Giorgia, otros mirando con cautela, como si esperaran una explosión de violencia o de emoción, algo que no puedan predecir.

—Hoy te enseñaré algo nuevo, pero antes de que todo comience, quiero que recuerdes nuestra regla más importante, Nina. ¿Lo sabes? —pregunta el dominante mientras se acerca lentamente, sus pasos pesados como si cada movimiento estuviera meticulosamente calculado.

—Que todo es consensuado —responde ella, su voz baja pero clara. La frase es un mantra, un recordatorio constante de que cada acción en esa sala cuenta con el consentimiento absoluto de ambos, no solo físico, sino también emocional.

El hombre asiente y da un paso atrás, dejando que el espacio entre ellos crezca, aumentando la tensión en el aire. La habitación parece esperar, como si cada momento contara, como si la presión de los observadores la hiciera aún más palpable.

—Muy bien. Entonces, sabes que cuando entras aquí, no solo me entregas tu cuerpo. Me entregas tu confianza, tu voluntad. Y es mi responsabilidad cuidarla. ¿Estás lista para lo que viene? —pregunta, en un tono más bajo y suave, como si la pregunta fuera más una invitación que una orden.

Nina asiente, un pequeño pero significativo movimiento que marca el inicio de lo que está por suceder. Su respiración se vuelve más profunda, más controlada, mientras acepta el rol que sabe debe desempeñar.

El dominante se acerca y desliza una mano firme pero gentil sobre su cuello, colocando un collar de cuero negro en él, un símbolo de control, pero también de protección. Al apretar ligeramente la hebilla, Nina cierra los ojos por un segundo, dejándose llevar por la sensación de ser poseída, pero también cuidada.

—¿Recuerdas tu señal, si algo no está bien? —pregunta él, mirándola con atención.

—Sí, ‘Azul’ —responde ella sin vacilación, su voz un susurro lleno de confianza. La palabra clave que detendría cualquier acción si se siente incómoda o insegura.

El hombre sonríe levemente, disfrutando del poder de la situación, pero también reconociendo el compromiso mutuo que comparten. Nadie puede ver las miradas que intercambian en ese preciso instante, pero los observadores, y Giorgia al otro lado del cristal, solo ven un silencio tenso, una espera expectante.

El cuerpo de Giorgia tiembla más y su pulso se acelera; todo esto está sucediendo aquí y aún no ha visto nada que la asuste, al menos eso cree.

Él le hace un gesto para que se acerque, lo que provoca que Giorgia tome una respiración profunda y avance con pasos suaves, como una danza calculada. La dinámica de poder está clara: el hombre es el dominante, pero también el cuidador. Cada movimiento que hace muestra la serenidad que se mantiene entre ambos, incluso si la fuerza de su conexión está a punto de ser probada.

Con un movimiento rápido, la ata a la mesa de castigo, las muñecas sujetas con correas de cuero, pero nunca de manera incómoda. A lo largo de la sesión, los observadores notan cómo ella mantiene la calma, su rostro una máscara de concentración, mientras el dominante guía cada uno de sus movimientos con precisión.

Los susurros del público son casi imperceptibles para ellos, pero al ver cómo ambos se mueven en perfecta sincronía, muchos no pueden evitar sentir una mezcla de asombro y respeto. El juego de poder no es solo físico; es mental, emocional, una coreografía precisa de consentimiento y confianza mutua.

La sesión continúa con un flujo de intensidad medida, con cada acción cuidadosamente pensada y ejecutada. En ningún momento se cruzan los límites establecidos; cada movimiento, cada palabra, es una muestra de la relación profundamente consensuada que comparten.

Mientras tanto, aquellos que observan, algunos con los ojos fijos, otros mirando con curiosidad, sienten que algo dentro de ellos cambia. La sala, por un breve momento, deja de ser solo un espacio físico y se transforma en un lugar de reflexión y descubrimiento. Para muchos, la sesión no solo les muestra el BDSM en su forma más pura, sino que también les abre la puerta a una nueva forma de entender la conexión humana: profunda, compleja y completamente consensuada.

Giorgia aprieta más la mano de Vittorio y su respiración se acelera. El dominante solo ha recorrido el cuerpo de la chica, ha lamido sus pechos e introducido dildos en ella, pero de pronto…

El hombre, con el dorso desnudo, abre su cinturón y el sonido de su cierre al bajar se oye por los altavoces. De inmediato, Vittorio la atrae hacia él y presiona su pecho con fuerza, sin llegar a hacerle daño.

—Tus ojos solo van a mirar mi miembro —Sus palabras la dejan sin aire. El color rojizo toma el control de su cara y, si no fuera porque la tiene sujeta, se desplomaría.