Arabela, una joven tranquila, vive su adolescencia como una etapa de experiencias intensas e indescifrables.
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CAP 16. ATREVIDA Y TEMEROSA
El lunes llegué a la escuela sin preocupación. La plática que tuve con mamá me dejó tranquila. Esperaría a Rebeca lo necesario, pero no para siempre. Cuando ella estuviera lista para hablar yo la escucharía y si eso nunca pasaba, entonces entendería que ya no estábamos destinadas.
¡Rayos! ¿por qué me mentía? A pesar de estar serena la posibilidad de ser olvidada por ella me descolocaba. Tenía que ser fuerte, no solo parecerlo.
Hoy te ves muy bonita.
Arrugué el papelito que tenía escrita esa frase y me quedé pensando. Busqué a Claudia con la mirada, ella me miró, le enseñé el papelito y se lo regresé con una pregunta.
—¿Por qué me escribes esto?
Alzó la vista negandolo con el dedo índice, me lo devolvió.
Solo fui un momento al baño y regresando un papelito me puso en alerta. Giré mis ojos a Rebeca que estaba sentada frente a Claudia, la vi darle un papel a Paco para que me lo hiciera llegar, pasó por las manos de Rosa, Esmeralda y al final llegó a mí.
Hablo en serio. ¿QUIERES SER MI NOVIA?
Comparé la letra de los dos papelitos, mis ojos querían salirse de sus con cavidades. Ella lo escribió, mi corazón palpitaba lento y fuerte.
Sonó la chicharra, el maestro de Español se fue, sin más eché un vistazo hacia el otro lado del salón. Rebeca parecía discutir con Edgar, él la intentó tomar del brazo, Rebeca se soltó de él con brusquedad, volví a revisar los papeles. ¿Serán los causantes de lo que estaba pasando filas más adelante?
—¿Cuándo me contestarás? —escuché que preguntaron, alce la viste y la encontré sentada al lado mío.
—¿Qué haces aquí?
—Quiero saber tu respuesta.
—¿En serio me estás preguntando eso?
—Está escrita ahí ¿no?
—No somos cercanas.
Se quedó mirándome.
—Ni siquiera somos amigas.
—Y ¿de quién es la culpa? —preguntó alzando una ceja.
Bajé la vista. Ella se agachó poco después, inclinándose
—Pero yo no quiero ser tu amiga, quiero ser tu novia —dijo en voz baja, la miré y ella hizo lo mismo esperando una respuesta.
—¿Estás segura?— asintió —y ¿Edgar?
—Ya no estoy con él —se me abrió la boca por la sorpresa. la chica de hermosos labios volvió a alzar las cejas.
—Rebeca ¿qué haces en ese lugar? —preguntó el maestro de Civismo, ella se giró poniendo atención a la pregunta.
—Edgar me está molestando, prefiero estar aquí, porque me distrae.
El profesor miró al chico con cara de cínico.
—Bien, solo por hoy.
Rebeca asintió.
—¿Me prestas una hoja? no quiero volver allá por mi cuaderno.
Arranqué el papel cuadriculado y se lo entregué. El profesor estuvo explicando el tema, tomé nota y creí que Rebeca hacía lo mismo hasta que me dio la hoja doblada en cuatro. La abrí.
¿Quieres ser mi novia?
Sí o Sí
La miré de reojo y sonríe sin poder creer su astucia. Ella me insinuaba con la línea de sus párpados que le diera una respuesta. Volví al papel y releí
¿Quieres ser mi novia?
Sí o Sí
Escribí:
¿Tú quieres ser la mía?
Traté de hacerme la difícil. La observé mientras recibía mi mensaje, de inmediato volteó, movió su cabeza repetidas veces asintiendo. Creí que se había quedado en bucle, alzó la barbilla pidiendo mi respuesta.
—Sí —dije en voz baja.
Rebeca se emocionó en silencio, nunca había visto a alguien hacerlo. Ella se veía muy linda, sus ojos oscuros brillaron acompañando a su sonrisa de oreja a oreja.
Cuando terminó la clase, apenas alcancé a cerrar mi cuaderno antes de que Rebeca me llevara de la mano con premura. Nos encontramos a Claudia yendo a buscarme.
—Te la robo un momento —le dijo Rebeca. Miré a Claudia sin saber qué estaba pasando. Ella se quedó quieta mirándonos.
Rebeca me llevó a nuestro escondite el refugio de arbustos detrás del salón de usos múltiples. Me recargó en la pared, sacando una paleta de sandía, la destapó y se la metió a la boca.
—¿Qué haces? —pregunté curiosa.
—Quiero recordar el sabor de esa rebanada de sandía —pegó su boca tan cerca como pudo de mis labios y quiero que recuerdes el sabor de este beso por siempre.
Chupó mi labio inferior hasta abarcar toda mi piel. El frío de su boca era exquisito, igual de fresca, igual de dulce que una congelada. Disfrutaba ese sabor, la sensación, el amor. Tomó mi cuello para presionar aún más nuestras bocas, pequeños truenos salían de nuestros pliegues sabor sandía. Rebeca bajó su mano rozando mi clavícula y fue todo porque sus dedos se atoraron en mi collar.
—Y ¿esto? —lo tomó y revisó su forma. La vi hacerlo.
—Es un collar lunar.
—¿Es nuevo? No te lo había visto.
—Creí que no me notabas.
—Lo hago más de lo que te imaginas —me lanzó una mirada efímera y volvió a inspeccionar el collar —. Es bonito.
—Me lo regaló Claudia.
Su mirada se convirtió en la de un lince.
—¿Ella?
—Fue un obsequio de amistad —Rebeca empujó su labio inferior hacia arriba.
—¿Qué? —dije con sequedad.
—Ella, ella también trae uno ¿no?
—Sí, es un dueto.
Alzó las cejas como si no le sorprendiera mi respuesta.
—¿Qué? —repetí.
—No parecen de amistad. ¿por qué no una flor, un símbolo de paz u otra cosa?
—No lo sé, ¿por qué te pones así?
—No, no tengo nada —comenzó a apartarse.
—¿Está celosa? —me miró una vez más.
—Ella te besó y tú le gustabas. ¿Quién dice que ya te olvidó?
—Claudia me lo ha dejado claro, se lo he preguntado.
De nuevo alzó las cejas con la actitud indiferente.
—Oye, no llevamos ni media hora de ser novias. ¿en serio quieres comenzar una discusión?
Exhaló.
—Está bien. Además eres mi novia, mía. Te puedo besar y eso es lo que más deseo.
—Pues hazlo —la anime.
Y los besos siguieron casi todo el receso. ¿cómo es eso posible? obsesionarte con una sola acción y no te parezca aburrida, acariciar, lamer, saborear, era lo único que me interesaba en ese instante.
—Siento haberme ido así el sábado, estaba...—se quedó callada—. Bueno, tengo muchas cosas en la cabeza, me enojé contigo cuando tú eres la única que me devuelve la calma —confesó mientras estábamos tomados de la mano sentada sobre las rocas detrás de los arbustos —solo pensé que congenábamos en todo, cuando lo negaste, me sentí sola. Fue solo un momento, porque en cuanto llegué a casa me di cuenta de que estaba bien, me alegro de que no es así, no es nada agradable vivir este dolor, no quiero que tú lo sientas.
La abracé y ella dejó que lo hiciera, me dio un pequeño beso antes de que sonara la chicharra. Caminamos tomadas de la mano un paso antes de salir de nuestro escondite, después estando en el patio me soltó. ¿Por qué lo hizo?, ¿le daba pena?, ¿ya se había cansado?, ¿porque revisa a su alrededor?, ¿tiene miedo?, ¿seré su secreto?
—¿No te gusta ir tomada de la mano? —pregunté.
—No, no es eso. Todo esto es nuevo para mí —me agarró la mano sin dejar de ver el entorno. En la puerta del salón me volvió a soltar, ya no le di importancia porque la clase estaba a punto de iniciar.