Melanie Harper quiere disfrutar de unas merecidas vacaciones antes de enfrentar su dura realidad y tomar una decisión que afectará, sin duda, el resto de su vida, sin embargo, no contaba con que Conor Sullivan apareciera en su vida, y la hiciera vivir todas las aventuras que alguna vez soñó con experimentar.
Conor Sullivan guarda un secreto, es el Capo de la mafia Irlandesa, pero no dejará que Mel se aleje de él por su trabajo, antes peleará con la misma muerte de ser necesario.
Porque si encuentras a la persona que te hace feliz tienes el derecho a hacer lo que sea para conservarla a tu lado, incluso si aquello implica que sangres.
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Mala suerte
Melanie
Lucho para mantener los ojos cerrados y poder seguir ignorando la luz brillante, que está inundando poco a poco la habitación.
No quiero levantarme. Estoy tan cómoda. Hace años que no dormía tan bien.
Suelto un gruñido fastidiado cuando el sueño comienza a escaparse cada vez más lejos. Es tan injusto cuando tu cerebro despierta y tú quieres seguir durmiendo.
Abro los ojos, sintiéndome estafada, y me recibe la enorme sonrisa de Conor, y es cuando me doy cuenta de que estoy prácticamente encima de él. Mi cabeza está en su pecho y mis piernas están abrazando su cuerpo.
Mierda.
–Pensé que abrazarme era una mala idea –bromea.
Me muevo para tratar de bajarme de su cuerpo, pero me detengo bruscamente.
–¿Lo que siento entre mis piernas es lo que yo creo? –pregunto en un suspiro ahogado.
Enreda sus dedos en mi cabello y acerca mi rostro al suyo. Mi corazón comienza a latir violentamente dentro de mi pecho, y ni siquiera quiero pensar en el latido que comienzo a sentir entre mis piernas.
–Es muy temprano en la mañana y tengo a la mujer más hermosa de todo el puto mundo sobre mí, moviendo su encantador trasero, ¿qué esperabas? No soy un super hombre.
Quisiera decirle que se equivoca, porque lo que siento debajo de mí le pertenece, sin duda, a un super hombre.
–¿Qué pasó… qué pasó con la almohada? –pregunto entre titubeos.
Sus labios se elevan en una media sonrisa y puedo sentir como comienzo a flaquear ante sus encantos. Mi cerebro me trata de convencer que besarlo ahora es una muy mala idea mientras que mi cuerpo me ruega que me deje llevar.
–Creo que la pateaste lejos en cuánto te quedaste dormida.
–¿Cuánto tiempo llevamos así?
–Desde que te quedaste dormida –responde con una hermosa sonrisa–. Sin duda ha sido una de las mejores noches que he tenido.
–Tienes que dejar de hacer esto, Conor –le pido mientras me alejo de su cuerpo.
–¿Dejar de hacer qué? –pregunta sentándose en la cama para enfrentarme.
–De decir esas cosas, de hacerme sentir tan…–callo y muerdo mi pulgar.
–¿Tan qué?
–No importa.
Coge mi rostro entre sus enormes manos. –Importa, Mel. Todo lo que te pasa me importa. ¿Cómo te hago sentir? –pregunta serio–. ¿Te hago sentir incomoda, en peligro?
–No es eso.
–¿Entonces qué?
Suelto el aire que estaba reteniendo. –Me haces sentir importante, deseada… Me haces sentir hermosa y han pasado tantos años en los que no… Antes, con Lenny, sentía que estaba desapareciendo lentamente y aquí estás tú, haciéndome sentir grande y de colores brillantes y… –me detengo avergonzada.
–¿Y?
–Y quisiera sentirse así siempre. Solía sentirme así, pero… ¿cómo dejé que esto me pasara? –le pregunto con desesperación–. ¿Por qué no pude ver que me había comprometido con la maldad hecha hombre? Alguien que, por salirse con la suya, no le importa pasar encima de todos, sin sentarse a pensar ni un segundo en el daño que ha hecho, ni a cuántas vidas su egoísmo ha afectado. –respiro profundamente–. Es por eso que hago lo que hago, Conor. Odio ver como esas personas se llenan los bolsillos con dinero sin pensar que lo que hacen daña a familias completas.
–Mel… yo…
–Y tú –digo acariciando su mejilla–. Tú me das esperanza –le confío.
–Mel, lo siento tanto, yo no soy quién tú crees que soy –dice con desesperación–. He hecho mucho daño, demasiado.
–No hables así –lo regaño–. No es tu culpa lo que pasó con tu hermano, Conor. Fue tu padre, no tú.
–No entiendes.
–Lo entiendo perfectamente –interrumpo–. Me gustaría que te pudieras ver como yo te veo. Un hombre amable y bueno que se detuvo a ayudar a una desconocida, que le ofreció asilo y comida.
Cierra los ojos como si algo le doliera y luego maldice.
–Tienes que saber algo de mí, Mel.
–Sé todo lo que necesito saber, Conor. Y creo que tienes razón, no tengo que sentirme culpable –digo decidida a hacer, por primera vez en años, algo que me haga completamente feliz.
–¿Qué quieres decir?
Sonrío y me acerco a su cuerpo. Me subo a horcajadas sobre sus piernas y enredo mis brazos detrás de su cuello.
–Creo que estoy lista para aceptar las cosas buenas en mi vida. Más que lista –susurro antes de acariciar sus labios con los míos–. ¿Estás listo tú?
Sus ojos azules se oscurecen y las aletas de su nariz se abren, como un depredador oliendo a su presa, y sé que probablemente debería sentirme asustada, pero nunca me he sentido tan a salvo como ahora.
Coloca la palma de su mano en mi garganta y luego cierra su mano alrededor de mi cuello, y sí, sigo sin tener miedo.
–Una vez que seas mía no hay vuelta atrás, Mel.
–No quiero volver atrás –le digo con una sonrisa–. Te quiero a ti.
Cierra los ojos mientras todo su cuerpo tiembla.
–Dilo de nuevo –exige cuando vuelve a enfocar su mirada en la mía.
Beso su mejilla y su pómulo derecho. –Te quiero a ti, Conor.
Suelta un gruñido y antes de darme cuenta estoy con mi espalda pegada al colchón.
Afirma su frente en la mía y sonríe. Esa sonrisa que estoy comenzando a necesitar.
–Te he deseado desde la primera vez que te vi en televisión –dice y sonrío ante su declaración.
–Yo también te deseo –digo y paso mis manos por su escultural espalda y luego por su abdomen marcado–. Tanto.
Gruñe antes de besar el costado de mi cuello. Suelto un suspiro al sentir sus labios en mi piel.
–Perdón por esto –dice y antes de poder preguntarle a qué se refiere, toma mi camisón y lo rompe a la mitad, dejándome prácticamente desnuda debajo de él. Suelto un jadeo por la sorpresa–. Parecen frambuesas –susurra mirando las puntas de mis pechos.
Acaricia sus labios con los míos y luego baja su cabeza y me prueba.
–Saben a frambuesa también –gruñe satisfecho.
Suelto un gemido al sentir el calor de su boca y la dulce succión. –Creo que eso es por el gel de ducha –digo entre jadeos.
–Nunca dejes de usarlo –implora entre succiones–. Pensé que serías perfecta, pero esto es el puto cielo. Tú eres mi cielo, Melanie Harper.
Mi cuerpo se derrite ante sus palabras y sé que esto no puede ser más perfecto. Cuando es lo correcto, lo es, no hay más vuelta que darle al asunto.
Entierro mis uñas en su cabello y rasguño su cuero cabelludo cuando mi cuerpo comienza a tensarse de la forma más deliciosa.
–Conor –lo llamo entre quejidos–. No dejes de tocarme así –le ruego.
Baja su nariz por entre mis pechos y se detiene en el borde mis bragas.
–Creo que me faltó un pedazo de tela –murmura con voz ronca–. Toda tu piel huele a frambuesa.
Mueve mis bragas hacia un lado, sin quitármelas, y pasa su enorme dedo índice por al medio de mi centro.
–Conor –susurro.
–Me encanta saber que me deseas tanto como yo, Mel –masculla antes de besarme con fuerza.
En cuanto sus labios tocan los míos sé que antes estuvo conteniéndose. Su lengua prueba cada centímetro de la mía y sus dientes juguetean con mis labios, sin dejarme recuperar el aliento.
Me ahogo por él, pero no me gustaría de otra manera.
Su dedo juguetea entre mis piernas y pego un grito cuando acaricia mi montículo necesitado.
Lo abrazo con más fuerza mientras mi espalda se despega de la cama.
–Conor –lo llamo con desesperación–. Necesito más de ti, más de tu boca.
–¿Dónde quieres mi boca, Mel?
–En todos lados –le pido en un susurro estrangulado.
Vuelve a besarme, ahora con desesperación, casi como si no pudiera tener suficiente de mí, como si fuera a desaparecer en cualquier momento.
Mi cabeza comienza a dar vueltas en la neblina del deseo mientras Conor me somete con su boca y su cuerpo.
Estoy jugando su juego y sé que no podré ganar. Pero no importa porque quiero que gane él. Necesito que gane, necesito que se lleve el premio.
Se aleja de mi boca y comienza a bajar por mi cuerpo, besando cada centímetro de piel que encuentra en su camino.
–Eres hermosa y tan mía –gruñe entre cada beso–. No voy a dejar que ningún otro hombre te toque –jura.
Comienzo a temblar debajo de su cuerpo, ansiosa por tener su boca en mí.
–Conor –ruego.
Toma mis bragas en su mano y las rompe en dos partes irregulares. Grito y me aferro a sus musculosos brazos.
–Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida –dice mientras acaricia con su nariz mi monte de venus–. Cada parte de ti lo es. Quiero conocer cada centímetro de tu cuerpo, memorizar lo que te gusta y lo que no. Necesito que quieras esto tanto como yo –exige con una mirada oscura y necesitada, pendiente de mi reacción.
–Yo…–me callo al escuchar un golpeteo furioso en la puerta.
¿Qué mierda?
–¡Fuera o no respondo! –gruñe Conor furioso. De hecho, creo que es la primera vez que lo veo tan enojado.
–¡O sales ahora mismo de esa habitación o patearé la puerta, tú eliges! –masculla alguien más furioso que Conor y con un marcado acento asiático.
–No ahora –se queja Conor.
–Voy a contar hasta tres –insiste la voz al otro lado de la puerta.
El rostro de Conor se contrae con dolor e ira.
Besa mi frente y me pasa su camisa que recoge de al lado de la cama.
–Tengo que atender esto –me explica–. Pero no hemos terminado –jura antes de levantarse hecho un basilisco.
Cubro mi rostro con la camisa y pego un grito de pura frustración.
¿Hasta cuándo durará mi mala suerte?