El Rey Demonio

...EZRA:...

Estuve atento toda la noche, pequeños demonios nocturnos observaban desde la entrada y las ventanas, buscando atacar a Ivonne, un gruñido bajo de mi parte y desaparecieron corriendo, soltando chillidos agudos. Los demonios nocturnos no tenían un idioma y eran salvajes, pero muy cobardes cuando se hallaban frente a otros más poderosos.

No eran un problema.

El dolor quemante en mi ala me mantuvo despierto, olía a carne chamuscada, las plumas seguían cayendo.

Eso si era un problema.

La presencia de la lava me indicaba que los demonios habían estado planeando acabar conmigo desde hace mucho tiempo. Lo que me preocupaba era el responsable de traer ese mal y cuanta más tenían escondida para volver a usarla en mi contra.

¿Quién era el infeliz que me había disparado la lava?

Tal vez obtuvo el permiso del dios del Inframundo. Mi padre me consideraba su enemigo y cualquier infeliz que le propusiera destruirme, aceptaría ayudarle con gusto.

Me dieron donde más me dolía.

Volar era mi libertad, sin eso me sentía prisionero.

La claridad llegó y me levanté de mi sitio junto a la cama.

Tenía dos debilidades ahora, la lava en mi cuerpo y la humana.

Ivonne seguía durmiendo.

Debía conseguirle comida y agua, no quería que su debilidad aumentara.

Registré el lugar, en busca de algo comestible, pero no hallé más que cajones vacíos llenos de polvo.

Salí y empecé a revisar los otros lugares.

La tienda estaba vacía, con solo unos pocos utensilios de uso humanos, polvorientos detrás del mostrador.

Registré hasta lo más mínimo, encontré una bolsa de papel en uno de los cajones, con extrañas semillas pequeñas adentro.

Probé una, era blanda.

Ivonne sabría si eran comestibles.

La llevé conmigo y registré lo demás, aventando las baratijas al suelo.

Salí de allí y entré en la otra tienda.

Solo había ropa.

Tomé unas prendas para Ivonne y hallé unos pantalones para hombres, me desnudé para probarlos, pero ninguno me pasó de mis piernas, todos se rompieron cuando tiré.

Ni modo, tendría que seguir usando mis pantalones de cuero.

Yo era demasiado grande para la vestimenta humana.

En el bar, encontré algunas botellas y bebí todo el licor que pude, también hallé algunos cuchillos y una espada.

Volví a la casa y encontré a Ivonne sentada sobre la cama, se tornó alerta cuando crucé el umbral, pero su postura se relajó al notar que era yo.

— ¿Dónde estabas?

— ¿Por qué? ¿Tenías la esperanza de qué te dejase en paz o en serio te preocupas por mí? — Me acerqué, dejando mi colecta en el colchón.

Ella ignoró mi comentario y observó la montaña de objetos.

— ¿Y esto?

Le tendí el conjunto que elegí.

— Ponte esto, tu ropa ya está muy gastada.

Elevó una ceja, pero la tomó para registrarla. Una camisa con corset y unos pantalones de lona.

— Agradezco que no sea un vestido.

— Usa éstas armas, aunque no estén llenas de agua pura son de utilidad — Se las entregué también, tomé la bolsa — No sé si sea comestible — Me lo arrancó de las manos y la abrió a prisa, metió su mano y se llevó un puñado a la boca — Ya veo que sí.

Masticó rápidamente y luego tragó — Son semillas de ajonjolí. Si son comestibles.

— Dame un poco.

Dudó, celosa con su comida — ¿Tú comes?

— Reemplazo la comida por energía oscura, pero en ocasiones me gusta los sabores terrestres.

Me dió un poco, me llevé la palma a la boca y mastiqué el puñado.

— Son para animales.

Dejé de masticar y rió — También para el pan.

— Deja un poco para el camino.

Tomé una espada.

— ¿Sabes usar eso? — Preguntó, con la boca llena.

Arqueé las cejas.

— ¿Con quién crees que tratas?

Se encogió de hombros — Tienes poderes.

— Eso no significa que no sepa usar armas, no hay que depender de los poderes, no puedo gastar mi energía, la necesito para combatir la herida.

— Bienvenido al club de humanos — Dijo, con sarcasmo.

— ¿Esas raíces que usas para comer? ¿Dónde las hallas?

— Donde hay hierba café.

— Necesitamos recolectar de esas ¿Cómo se comen? — Siguió el camino de mis manos enfundando la espada

— Se ponen al calor del fuego.

— Perfecto, antes de partir las vamos a recolectar.

— Sigo sin entender porque te tomas tantas molestias.

— Ya te dije, te necesito alimentada para que puedas llegar al refugio sin contratiempos, ahora vístete, no tenemos todo el día.

Dejó la bolsa de papel a un lado y se levantó.

— ¿Vas a quedarte ahí mientras me desvisto?

Le dí una expresión burlona y me giré, para quedarme de espaldas.

Escuché como se quitaba la ropa, deslizando por su piel la tela.

El ruido de sus botas cayendo y el sutil roce del cinturón.

Moví mi ala sana, abriendo mi ojo periférico.

Tenía ojos en mis alas para mayor visualización al momento de volar, me permitía tener una observación completa de mi entorno, no había nada que pudiera escapar de ser observado.

Ivonne apareció, completamente desnuda ante mi presencia y me estremecí, tenía una espalda esbelta de piel blanca inmaculada, con curvas sutiles y caderas anchas para tomarla con rudeza.

Su trasero era pequeño, pero firme y sus largas piernas delgadas eran muy atractivas.

El olor de su esencia me volvió a golpear y mi miembro se tensó.

La necesidad de aparear me sacudió, incontrolable.

Ivonne tomó la ropa, colocándose los pantalones, ajustándolo con su cinturón.

La camisa cubrió su espalda y me giré.

Acercándome, tomé su cabello, desatando la trenza enmarañada y se estremeció.

— Oye ¿Qué haces? — Me evaluó, con expresión altanera.

— Ayudando.

Le dió una palmada a mi mano.

Su cabello suelto cayó sobre sus hombros, corto.

— No necesito de tu ayuda.

— ¿Cuántos años tienes?

— Dieciocho. Y no soy una niña.

La impresión me golpeó, ese número no era nada en comparación a mis mil años de vida.

¿A qué ser se le había ocurrido darme como compañera una humana tan joven?

— Eres como un bebé en mi mundo.

Resopló — Será en tu mundo, pero aquí, soy una mujer.

— La vida humana es tan corta.

¿Qué sucedería sino había forma de romper el lazo? La vería envejecer ¿Y cuándo muriera? ¿Yo moriría también?

Tomó el corset y rodeó su torso.

— Se ha reducido más con lo que hiciste.

Siempre sacaría eso en cara.

Aparté sus manos, colocándola frente a mí y tiré de las trenzas, ajustando el corset mientras observaba su rostro.

Me evaluó detenidamente y bajó su mirada a mi pecho mientras yo ataba el lazo en lo alto.

— ¿Te gusta ver?

Se sonrojó y elevó su mirada.

— A ti te gusta exhibir tu desnudes.

— Podría andar completamente desnudo sin problema.

Su garganta se agitó — ¿Por qué andas sin camisa?

— Son una molestia para mis alas.

Bajó otra vez su mirada.

— ¿Qué significan tus tatuajes?

— Son mi marca de nacimiento, mi padre las tiene. Son como un sello del linaje y es de ahí donde viene la fuente de mi poder de semi dios.

Sus ojos avellana volvieron a mi rostro.

— Tu padre era pintado como un cuervo en los templos y escritos.

— Por eso los cuervos son considerados de mal agüero en tu mundo. Representan la oscuridad y los pecados. A mi padre.

Se alejó un poco, tomando los cuchillos para colocarlos en las fundas de su cinturón.

La tomé de la cintura y coloqué mi mano en su cuello, presionando mi cuerpo contra el suyo.

Agaché mi cabeza y estampé mis labios en los suyos.

Moví mi boca, presionando y devorando la suya. Sabía dulce y suave, exquisito, me llené de necesidad al abrirle los labios, succionando su boca.

Se apartó y mi lengua se asomó entre mis dientes.

Afilada y larga, como la de mi raza demoníaca.

Ivonne se asustó un poco, saliendo de mi agarre.

— No puedes besarme cuando se te antoje.

Me observó con enojo y la respiración atorada.

— Si puedo.

Se limpió la boca con su palma — No me gustas.

Reí ante su actitud — No te creo.

— No sería tan estúpida como para dejarme mancillar por un demonio.

Esa era la cura a su mal y tarde o temprano tendría que aceptar sino quería morir.

— Los deseos deben atenderse.

— Tendrás que atenderlos con otra demonio.

— No hablo de mis deseos, hablo de los tuyos.

Soltó un chasquido — No tengo deseos, no contigo.

Elevé una ceja — ¿Ah, no? — Rodeándola, aparté un mechón de su cabello — Ningún humano me engaña, puedo sentir lo que te sucede — Olí su cabello, agua de mar, tembló.

Bajé mi mano por su hombro, deslizando mi mano por su pecho, hasta su abdomen.

Apretó su boca, aguantando las respiración.

— No es por ti — Logró escabullirse, tomando sus botas del suelo.

Mi temperamento se elevó.

— ¿Por quién? — Gruñí, la sangre se me calentó.

— Me gusta un chico, se llama Peter y solo lo deseo a él — Afirmó, observando mis ojos.

Anoche estuvo soñando conmigo, no con su Peter, pero podía sentir su gran cariño y aprecio hacia ese bastardo.

Mis garras salieron.

— Haz hecho mal en decirme.

Se sobresaltó — ¿Cómo?

— Voy a matarlo.

— ¡Sobre mi cadáver, no tienes ningún derecho! — Gruñó, furiosa — ¡Le haces daño y te mato!

Sentí más furia por su reacción.

— ¡Te toca y lo corto en pedazos!

— ¿Quién eres para querer regir mi vida? — Se indignó.

"Soy tu compañero, tu pareja destinada, no ese bastardo"

— Ese Peter no será nada para ti — Caminé hacia la salida.

— Me diste tu palabra de que ibas a librarnos de la maldición, sino cumples, yo tampoco lo haré, no permitiré que le hagas daño a mi gente, a Peter, son lo único que tengo.

Su voz se quebró.

Apreté mis puños.

— No me provoques entonces.

— No te pertenezco.

— Eres mía y no está en discusión.

— No dejaré de odiarte.

Salí de allí y terminé destrozando una de las tiendas.

Ivonne me observó desde lejos, con los ojos ardiendo del enojo.

Emprendimos la marcha en silencio, mi andar fue apresurado y firme.