Patricia Silva una abogada intachable, decide llevar un caso que le puede traer problema en su vida, ¿qué pasará con esta abogada? les invito a leer la historia.
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Capitulo 16
— ¿Quién es ella?, por lo menos merezco saber su nombre. — expresó Carla.
— Ya basta, joder, esto también es difícil para mí.
Él no le dijo nada más, y se fue a la agencia, Carla lloraba desconsolada.
——
Unos días después.
Víctor había intentado de todo para hablar con Patricia, pero fue imposible, ella se negó a escucharlo. También estaba agostando todas sus energías en ideas para conquistarla.
Patricia estaba en el juzgado de paz, en la audiencia del caso de Daisy, y por fuerte, todo iba viento en popa. Después de terminar, iba conduciendo hacia el bufete, estaba en la entrada, pero una multitud de personas le impedían el paso. Había un cartel enorme, rótulo luminoso, las personas le tiraban fotos y lo observaban con detenimiento.
La amo, Lic. Patricia Silva ❤️
❤️ Perdón, no puedo
vivir sin usted. ❤️
❤️ V. T.
Esas palabras eran cambiantes por emojis tristes, llorando y pidiendo perdón. Las letras brillaban y los corazones parpadeaban.
Patricia se bajó del auto y miró por unos minutos aquella obra de arte. Su corazón empezó a latir fuerte, sintió ganas de llorar, era lo más lindo, oh quizás lo más estúpido que alguien había hecho por ella. — Llegó el momento de hablar, Víctor Torres. —dijo y se adentró al bufete.
Sus padres, todos los empleados, y colegas habían visto el cartel, la miraban con ojos emotivos.
— Paty, te estaba esperando. — vocifero su mamá.
— Mamá, ¿por qué gritas?
— Estoy emocionada, ¿tú no?
— ¿Por qué debería?—preguntó, sin mirar a la señora, para disimular su expresión.
— Ese cartel está divino, ¿ese hombre es el padre de tu bebé?, está muy enamorado.
— No, ahora tengo cosas que hacer, te quiero, ¡adiós!
Horas después
Ella, dispuesta a enfrentarse a Víctor, su peor pesadilla y el padre del hijo que llevaba en su vientre, se dirigió a la agencia Torres. Al llegar, todos los presentes la miraban como si de un monstruo se tratara.
— Hola, quisiera hablar con Víctor Torres. —habló con la secretaria.
— Hola, Lic. Silva, ¡ah! Ahí está, el señor Torres. — dijo señalándolo.
El apuesto e imponente hombre se venía acercando, y ella sintió una costilla en el estómago. Ese, ese hombre con una presencia varonil que lo diferenciaba de los demás, con un talante que podía intimidar solo con una mirada.
Víctor, al notar la presencia de la mujer que amaba, flaqueó un poco, y su corazón empezó a galopar a toda velocidad. — Tengo que estar soñando. —se dijo así mismo.
— Lic. Silva, bienvenida.— le tendió la mano.
— ¿Podemos hablar?— expresó con prisa.
— Es anhelado tanto este momento, que no me lo creo. — mostró una tierna mirada.
— ¿Podemos sí o no?
— Claro, vamos a la oficina.
Entraron al lugar, y él cerró la puerta con seguro para que nadie los molestes. Se acercó a ella, quería oler su fragancia, besar sus labios y sentir su piel suave. Ambos se dejaron llevar por el momento y las emociones encontradas. Unieron sus bocas perdiéndose en un apasionado beso.
Ella reaccionó alejándose de él bruscamente.
— Suéltame, no lo vuelvas a intentar — amenazó ruborizada.
— ¿Por qué pienso que deseas esto tanto como yo?— frunció el ceño.
— Porque eres un imbécil… Estoy aquí para pedirte que detengas tus estupideces. No quiero nada conmigo, ¿por qué no lo entiendes?
— Maldición, ¿para eso querías a hablar conmigo? Mírame a los ojos, abogada, ¿no sientes nada por mí?
Ella, con una posición dominante, mirándolo a los ojos, y con una media sonrisa en su rostro, le contestó.
— No siento nada por ti, es más, creo que sí, siento asco, me siento sucia desde el primer día que me tocaste.
— Tus palabras me hieren. Te amo, cometí un error y estoy arrepentido.
— Tus supuestos sentimientos, no me interesan. Te voy a decir algo para que de una vez termines por aceptar que no quiero nada contigo.
— ¿Más insultos?
— No. Íbamos a tener un hijo, pero decidí abortar.— se acarició el vientre, pidiendo perdón.
— Eso es mentira, ¿supone que te voy a creer? —dijo exaltado.
— Sabía que no lo ibas a hacer, por eso traigo conmigo la ecografía. —Le tendió la mano con el sobre blanco.
Víctor empezó a leer detenidamente, cada párrafo, sin omitir ninguna palabra; era como si su vida dependiera de ese papel. Terminó de leer, sus brillantes ojos se tomaron oscuros, su rostro rojo y con sus dientes se mordía los labios con fuerza al punto de hacerlo sangrar.
Ella, al notar que había cambiado el semblante, sintió miedo, parecía otro hombre.
— ¿Ahora sigue pensando que siento algo por ti? —preguntó con dudas.
— ¿Por qué lo hiciste?
— Ese bebé fue concebido en una de esas noches donde me amenazaste para estar contigo.
— Ganaste.
Él se sentó en el sillón, sosteniendo los codos de sus rodillas y mirando hacia abajo. Era un hombre que no lloraba por cualquier cosa, tenía que ser algo realmente fuerte para que sus lágrimas rodaran por su rostro. Ahora era uno de esos casos. Levantó su cara mojada y le dijo. — ¿Te puedes ir?
Patricia, después de que inventó esa mentira, y ver lo mucho que le afectó, tenía cargo de conciencia, sintió pena.
— Víctor, tú m. — él la interrumpió
— No digas una palabra más, oh juro que voy a perder la cordura.
La mujer dio media vuelta para irse, pero antes, él tenía que decirle algo.
— Patricia, no te quiero volver a ver, y no te preocupes, se acabaron mis estupideces.
Un vacío en ambos corazones, unos rostros tristes y unos pasos sin fuerzas, era lo que se podía analizar en ellos.
La abogada, después de su actuación como mujer sin sentimientos, regreso a su hogar, en dónde no pudo evitar llorar. Lloraba cada vez con más estruendo.
No era muy diferente para Víctor, estando ya en su casa, se tiró en el sofá, aún tenía los ojos rojos y llorosos.
— Hijo, ¿qué tienes?—preguntó Alba al percibir su gran melancolía.
— Abrázame, mamá, me estoy muriendo por dentro.
— Víctor, ni cuando murió tu papá estaba así, ¿qué es eso tan grande que te atormenta?
— ¡Mira nada más! La mamá consolando a su querido hijo, ¡qué conmovedor! Víctor, ¿quién murió?, porque tienes una cara de tragedia. —dijo Carla con sarcasmo.
— ¿Por qué eres tan sarcástica, Carla?— Víctor se fue al despacho.
— Me da tristeza ver a mi hijo sufriendo, pero me alegro de que no sea por ti.
—¡Así!, pues qué mal, porque está casado conmigo y eso no va a cambiar, permiso, querida.