EL DRAGÓN OLVIDADO QUE VUELVE A NACER

Gracias a la idea del consejo de realizar una reunión de la noche a la mañana, no solo se había dado a conocer oficialmente a Christian (quien había decidido conservar el nombre que le dieron sus padres adoptivos), sino que además el emperador y su nuevo concubino habían ganado terreno político.

El ambiente dentro del palacio había cambiado: los nobles ahora lo observaban con respeto y cautela, y los rumores de traición o duda se habían apagado, al menos por un tiempo.

Sin embargo, entre los muros aún resonaba la pregunta que nadie se atrevía a formular en voz alta:

¿Cuándo sería coronado Christian como emperatriz?

Su embarazo transcurría con relativa calma. Pero esa calma era un espejismo. Freya, en su desesperación por conservar el poder, había intentado una y otra vez acabar con el niño que llevaba dentro del joven omega. Desde venenos disueltos en agua hasta provocar caídas intencionadas por las escaleras, nada había funcionado. Parecía que alguna fuerza invisible protegía al niño por nacer.

Para Drayce, los ataques no eran más que una molestia controlable.

Para Freya, en cambio, eran el inicio de su locura.

Sus gritos se escuchaban a través de los corredores del ala norte, y cada noche sus sirvientes huían despavoridos por el sonido de objetos rompiéndose y su llanto histérico. Había insultado a Christian y a Drayce frente al emperador Vladimir, sellando así su condena. Nadie se atrevía ya a defenderla.

Drayce, Christian, Hamir y el príncipe Drarius vigilaban cada uno de sus movimientos.

Freya era una bestia herida… y todos sabían lo que podía hacer un animal acorralado.

Pero ¿cómo había logrado Drayce convencer a Drarius de unirse a su causa?

La respuesta era simple.

Aquella noche, después de la cena con su padre, ambos habían compartido algo más que palabras.

Drayce se había mostrado reacio al principio, pero gracias a la intervención de Christian, (quien con su habitual dulzura le sugirió que le ofreciera dulces a su hermano si quería ganarse su confianza), los lazos entre ambos comenzaron a florecer.

Aquella noche, Drayce le habló de su pasado, de los días en que el palacio era frío y hostil, de cómo había sido salvado por el supuesto sabio que le reveló la verdad del dragón y cómo, gracias a un hechizo, logró comunicarse con Vhagar.

Drarius escuchaba con asombro, sintiendo que conocía a un hermano completamente distinto del que había imaginado.

—Yo también tengo algo que contarte —dijo el joven príncipe, con una sonrisa tímida —He entrenado con los mejores maestros de espada del imperio, y ya casi logro igualar al capitán de la guardia.

Pero... no quiero ser emperador. No quiero que el bebé de Christian sufra por la ambición de madre.

Las palabras lo desconcertaron. En su vida pasada, Drarius deseaba el trono más que nada. Pero ahora, parecía libre de aquella codicia.

—Parece que la influencia de Christian lo ha cambiado —susurró Vhagar en los sueños del omega.

—Todo está cambiando— respondió Drayce, caminando entre las sombras del sueño —Mi padre parece libre de la maldición, Freya se desmorona, y Drarius... ya no es el mismo.

—No son simples casualidades— explicó el dragón —Todo tiene una causa —explicó el dragón—. Hay algo más actuando... la influencia de un Impuro.

Drayce frunció el ceño.

—¿Un impuro?

—Son criaturas que envidian a los dragones. Intentan corromper a los humanos con pensamientos oscuros, alimentándose de su desesperación y su deseo de poder. Un impuro se fortalece con la sangre de un portador de dragón —explicó Vhagar con voz grave.

—¿Sangre de otro portador...? —repitió Drayce, helado.

Entonces recordó.

Las veces que Freya ordenaba a sus sirvientas que le extrajeran sangre, los frascos ocultos, el brillo enfermizo en su mirada.

Y sus palabras…

“No puedes irte... aún necesito tu sangre...”

—Esa fue la razón por la que no pude escapar de ella en mi vida anterior —susurró Drayce, con el corazón encogido.

—Los impuros necesitan esa sangre para mantener activas sus maldiciones —dijo Vhagar, antes de desvanecerse de su mente.

La visión se quebró como un cristal, y Drayce despertó sobresaltado.

El aire en su habitación estaba cargado, pesado… demasiado silencioso.

Un olor metálico, casi imperceptible, se filtraba en el ambiente.

Antes de poder moverse, una sombra avanzó hacia su cama con una daga en la mano.

Pero Vhagar reaccionó primero.

El vínculo se encendió, y el dragón usó su cuerpo. Drayce se levantó con una fuerza sobrehumana, tomó al intruso por la garganta y lo arrojó contra la pared. La magia estalló como fuego azul, envolviendo la habitación y reduciendo a cenizas a los asesinos ocultos.

—¡Hamir! —gritó—. ¡Busca a mi padre! ¡Ahora!

Sin esperar respuesta, corrió por los pasillos hasta la habitación de Christian.

El corazón le martillaba el pecho.

Empujó la puerta y lo vio: Christian, con una daga temblorosa entre sus manos, intentando defenderse de dos hombres encapuchados.

Vhagar rugió dentro de él.

La magia estalló otra vez. Los asesinos cayeron al suelo antes de poder reaccionar.

El silencio fue abrupto… y entonces, Christian gritó.

El aire en la habitación se volvió espeso. Los sirvientes corrían de un lado a otro, trayendo agua, paños y toallas limpias.

Drayce sostenía la mano del omega, que gemía entre dientes, su rostro empapado en sudor.

—Respira... Christian, respira conmigo —le decía, apretando su mano con fuerza.

—No... no puedo... duele... —murmuraba entre jadeos—Siento... que...

—Sí puedes, eres la luna de este imperio— susurró Drayce, conteniendo las lágrimas —Tienes la fuerza de los dragones en tu sangre. Muéstrales quién eres...

El dragón dentro de él respondió al llamado. Una energía cálida envolvió a Christian, calmando el dolor y permitiéndole empujar. Su magia despertó, destellando en un resplandor dorado que hizo vibrar las ventanas.

Cuando el llanto de un bebé rompió el silencio, todos los presentes contuvieron la respiración.

Christian gritó una vez más, y entonces, el llanto de un bebé rompió el silencio.

Vladimir llegó justo en ese momento.

El alfa se detuvo al ver a su hijo, cubierto de sudor, con Drayce a su lado, y al recién nacido envuelto en una manta.

Se acercó despacio, tomó al niño entre sus brazos y lo observó con una mezcla de asombro y ternura.

El pequeño lo miraba con ojos que parecían contener un brillo antiguo.

—Cuando crezcas, serás un gran alfa… —dijo con voz ronca, conteniendo la emoción—. Tu nombre será Dereck Nytherion, segundo hijo del emperador.

Drayce bajó la cabeza con respeto, mientras Christian, agotado pero sonriente, dejaba escapar una lágrima silenciosa.

Afuera, los heraldos del imperio salieron corriendo, sus voces resonando en cada calle, cada mercado, cada frontera:

—¡En este nuevo día, el omega del emperador ha dado a luz a un alfa!

Los dragones del templo rugieron en lo alto, como si el propio cielo celebrara el nacimiento.

Pero entre los muros del ala norte…

Freya despertó de un sueño lleno de sombras.

Su cuerpo temblaba y una voz, susurrante y oscura, se deslizó por su oído:

—El niño no debe vivir.