¿Podría un hombre marcado por la sangre cambiar al encontrarse con una mujer que veía la esperanza en todo?
¿O el pasado de ambos sería demasiado fuerte para escribir una nueva historia?
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Cap. 15
Lealtades rotas
—Ya lo sé, el Barón es un ingenuo —dijo el hombre de traje oscuro, mientras encendía un cigarro barato.
—Lucifer no es alguien fácil de engañar. Tiene ojos en todos lados —añadió, mirando a su jefe.
—¿Y entonces qué hacemos? —preguntó el subordinado, inquieto.
—Lo de siempre... sacrificamos a alguien más. Que otro cargue con la culpa —respondió el jefe, con una sonrisa torcida.
—Como usted diga, patrón.
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—¡Eva, se nos fue todo! ¡No quedó ni un fideo! —gritó Lisna, feliz, mientras recogía los últimos platos del día.
—¡Sí, hermana! Hoy estuvo buenísimo. ¡Hasta faltó! —dijo Aldo, inflando el pecho.
—Ay, por favor. Fue por mí y por Eva, que somos guapas. Tú solo estorbaste —bromeó Lisna.
—Ya, ya... fue por el combo belleza y carisma —dijo Eva, riendo.
—¿Y tú no te vas a tu casa? —preguntó Eva a Aldo, mientras guardaban los ingredientes.
—Mmm... sí, pero me da flojera. Además, ¿para qué? A mis papás les da igual si estoy vivo o no —respondió Aldo, con tono amargo.
—No digas eso. Tienes que ir. Alguien tiene que estar ahí —dijo Eva, con firmeza.
—Está bien, ya voy...
Frente a la pensión, los tres se sentaron en la banqueta. Eva repartió las ganancias del día.
—Mañana le damos con todo otra vez, ¿va?
—¡Va! —respondieron Aldo y Lisna.
—Lis, no olvides comprar los ingredientes. Aquí está el dinero.
—Aldo, esta es tu parte. No la desperdicies. Si quieres volver mañana, ya sabes.
—Gracias, hermana. Mañana regreso.
Aldo guardó el dinero y se despidió. Mientras caminaba, murmuró para sí:
—Mi hermana es la única que me ve. Aunque mis papás no me quieran, ella sí. No voy a dejar que le pase nada.
Lisna también se despidió. Eva entró a su cuarto, se dio una ducha y se puso a preparar los ingredientes para el día siguiente. Cortó el pollo, picó cebolla, lavó los limones. Cocinar era su refugio.
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En otro rincón de la ciudad, Ferdi caminaba por una calle oscura, con el aliento a alcohol y los ojos perdidos.
—Otra vez sin dinero... ¿de dónde saco? —murmuró.
Un hombre se le acercó.
—¿Ya no tienes para jugar?
—Nada. Ni para un boleto.
—¿Tienes algo que valga? ¿Una moto, un terreno?
—Nada. Vivo en renta. No tengo ni bicicleta.
—Qué lástima...
Ferdi lo miró con desesperación.
—Pero tengo una hija... joven, bonita. ¿Eso sirve?
El hombre lo miró con asco.
—¿Estás hablando en serio?
—Sí. Tiene 23. Mira, aquí está su foto —dijo, mostrando una imagen de Eva en su celular.
—Está guapa... ¿no es filtro?
—No. Es real.
—¿Y tú qué eres de ella?
—Su papá adoptivo. La saqué del DIF. Me debe la vida.
—Eres un desgraciado...
—Jajaja... todo por dinero.
Ferdi se alejó, riéndose. No sabía que acababa de cruzar una línea que no se perdona.
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—¡Eva! Ya compré todo —dijo Lisna, entrando con bolsas de mercado.
—Perfecto. Yo ya empecé a preparar. Mañana va a estar buenísimo.
—Me voy a bañar. Estoy toda sudada.
—Va. Yo me quedo aquí.
Eva siguió cocinando. Le gustaba el olor del caldo, el sonido del cuchillo sobre la tabla, la rutina que le daba sentido a su día.
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En la torre corporativa de Paseo de la Reforma, el rumor se esparcía como pólvora: Lucifer iba a visitar su empresa, Adam Company.
—¡Prepárense! ¡El jefe viene! —gritó el líder del equipo de análisis.
—¡No puede ser! ¡No ha venido en seis meses! —dijo una empleada, arreglándose el cabello.
—Lo importante es que paga puntual —bromeó otro.
—¡Cállense! No digan nada que lo moleste. Si se enoja, están fuera —advirtió el líder.
—Dicen que tiene una mirada que te congela —susurró una recepcionista.
En su oficina, William Tristan, el joven asistente de Lucifer, organizaba los informes financieros. Era el único que conocía la doble vida de su jefe: empresario de día, líder de la mafia de noche.
Lucifer lo había criado tras la muerte de su padre, un hombre que dio la vida por él. William era leal, inteligente y sabía guardar secretos.
—William, ten todo listo. Llegamos en una hora —ordenó Lucifer por teléfono.
—Sí, señor.
Mientras el personal limpiaba, ordenaba y se arreglaba, el ambiente se llenaba de tensión. Algunos estaban emocionados, otros temerosos.
—¿Mis labios están muy rojos? —preguntó una empleada.
—Pareces salida de una novela —respondió su amiga.
—¡Ya basta! ¡Concéntrense! —gritó el líder.
Todos sabían que cuando Lucifer llegaba, no había margen para errores.
Te felicito
espero que ese tipo le diga a Eva que su padre la vendió a el para pagar la deuda que tenia con el aver si con eso ya habré los ojos y se da cuenta que ellos no la quieren y solo la ven como un objeto que pueden usar del cual desacerse
y así ella se aleje y corta lazos con esa gente que si la buscan con escusas barata no los escuche ni les de dinero que solo se preocupe por ella y su hermano que se ve que la quiere y se preocupa por ella