Corazón De Hielo.

Eran tonos oscuros, pero con muchos pigmentos en tonos verdes.

Se dejó llevar, y mientras lo hacía, su cabeza era un mar de pensamientos.

Todos giraban en torno a Dante y su confesión.

Se casó conmigo por venganza… eso es peor que lo que quería hacer Cristóbal.

Recordó que había pasado dos años con el padre de su hijo, y al final, él también le confesó que solo estuvo con ella por interés.

Se preguntaba cuál de los dos hombres era peor.

Un juego de venganza… —Que tontería—

De pronto, un pensamiento cruzó por su mente, y sonrió con malicia. ¿Y si lo hago?

¿Si me prestó para su jueguito…?

De inmediato se levantó y buscó un vestido algo corto.

—¡Sí, lo haré! —dijo, mientras sonreía frente al espejo—. Combatiré fuego con fuego…

—Dante me odia, y el sentimiento es mutuo… pero haré que cambie de parecer. Mi venganza será mucho peor…

Ahora que lo ha perdido todo, Diana no cuenta con los medios habituales para enfrentarlo como solo ella sabe, sin embargo, aún tiene sus encantos. Aunque deberá ser cautelosa, porque si juega con fuego… podría terminar quemándose.

Mientras tanto, en su oficina, Dante observaba la maqueta de su próximo proyecto. Era fascinante. Tantos años de estudio no habían sido en vano.

Ahora tocaba hacer realidad esa torre.

La obra ya había comenzado, y al ser su primer proyecto personal, deseaba que cada detalle fuera perfecto, tal y como lo mostraba la maqueta.

Estaba sumido en sus pensamientos cuando recibió un mensaje:

—Disculpe por molestarlo, la señora Diana desea verlo. Dice que es urgente. —le escribió una de las empleadas.

—¿Urgente? —repitió en voz baja.

¿Será que sí estaba enferma?

El joven se alarmó y salió con prisa.

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Por otro lado, Alejandro llegó al pueblo cercano a la sede de la Guardia Costera. Estaba investigando la vida de su sobrino.

—¿Era un oficial de la Guardia Costera? —se mofó—. Un muerto de hambre que ahora busca fama y poder —le dijo a su acompañante.

Lo que no sabía era que, gracias a ese empleo, Dante había logrado costearse sus estudios.

—Mario, ve a la sede y averigua la dirección donde vivía antes, y también sobre sus allegados.

—Lo haré, señor —respondió el hombre mientras bajaba del auto.

Alejandro se quedó dentro, con una sola cosa en mente:

A pesar de todo lo que dije, me sorprende que Dante haya logrado lo que yo no pude en años: derrotar a nuestro más grande rival comercial.

No lleva mucho tiempo de estar a la cabeza de la familia, y ya todos lo apoyan.

Sinceramente, Alejandro ha escuchado rumores de que el inepto es él…

Por supuesto que los celos lo invadían, y no solo eso: cuando todos se enteren de lo que hizo en el pasado, lo van a querer acabar. Dorian era el favorito de la familia. Era tan eficiente como Dante…

Quizá el joven heredó la sangre aguerrida de su padre.

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En la mansión de los Linares, Dante subió con prisa las escaleras. Al abrir la puerta, encontró a Diana sentada frente a la pintura.

—¿No te veo cabizbaja? —preguntó, frunciendo el ceño.

—Me siento perfectamente.

—¿Por qué? ¿Qué te dijo la empleada?

Dante dudó un momento. La verdad era que la empleada solo le dijo que Diana quería verlo con urgencia. Las conjeturas las había hecho él solo.

—¿Cuál es la urgencia? —preguntó, intentando no parecer agitado. Había bajado del auto con prisa, incluso corrió para llegar hasta ella.

—Es que hace un lindo día… y no quiero desaprovecharlo. Quiero salir contigo.

La joven se puso de pie y sacudió su vestido color palo rosa, que resaltaba su tonalidad de piel.

Dante la recorrió con la mirada, de arriba abajo.

—¿Quieres salir conmigo? ¿Qué mosca te picó?

—Diana, no estoy jugando. Si lo que quieres es que escape de mí, déjame decirte que eso no va a pasar.

—¿Escapar? Ni siquiera se me había ocurrido… Dante, me tienes en tus manos —dijo Diana, caminando de un lado a otro, algo ansiosa—.

Todos mis bienes están bajo tu poder. ¿Crees que soy tan estúpida como para escaparme y que te quedes con ellos? Pues no, cariño. A mi padre y a mí nos ha costado mucho todo eso, y no voy a dejarlo atrás.

Quiero pinturas, pero deseo comprarlas yo misma. Me faltan algunos tonos, y tus empleados no tienen idea de lo que hacen.

—¿Deseas más pintura? —Dante no sabía si podía creerle.

—También quiero comprar otras cosas.

—¿Qué cosas?

—Dante, soy una chica. ¿Sabes hace cuánto no voy al salón de belleza? Mi cabello necesita cuidados, mi piel también.

Necesito cuidar mis manos y pies… ¿Te imaginas que en estos días haya un evento y tu esposa aparezca hecha un desastre?

¡Te tacharán de patán! Porque tú no sabes, la sociedad se fija en esas cosas.

Nunca he dependido de nadie, ni he pedido permiso para gastar en mí. Pero ahora tú eres mi esposo… y me dejaste sin nada.

Diana bajó la voz, con tono dramático:

—No me queda otra más que rogarle a mi esposo para poder cuidar mi imagen…

—Diana… no sé nada de mujeres. Te puedo traer estilistas aquí, que te hagan masajes… No se que más...

—¿Qué…? ¡No lo puedo creer! ¡Típico de un macho alfa! —exclamó Diana, fingiendo indignación.