Rachely Villalobos es una mujer brillante y exitosa, pero también la reina indiscutible del drama y la arrogancia. Consentida desde niña, se ha convertido en una mujer que nadie se atreve a desafiar... excepto Daniel Montenegro. Él, un empresario frío y calculador, regresa a su vida tras años de ausencia, trayendo consigo un pasado compartido y rencores sin resolver.
Lo que comienza como una guerra de egos, constantes discusiones y desencuentros absurdos, poco a poco revela una conexión que ninguno de los dos esperaba. Entre peleas interminables, besos apasionados y recuerdos de una promesa infantil, ambos descubrirán que el amor puede surgir incluso entre las llamas del desprecio.
En esta historia de personalidades explosivas y emociones intensas, Rachely y Daniel aprenderán que el límite entre el odio y el amor es tan delgado como el filo de un cuchillo. ¿Podrán derribar sus muros y aceptar lo que sienten? ¿O permitirán que su orgullo
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capítulo 15
un nuevo cliente
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Narra Rachely Villalobos
El lunes comenzó como cualquier otro día en la oficina: ajustando los últimos detalles para la llegada de un cliente importante. Sin embargo, Daniel Montenegro no podía dejar pasar lo ocurrido el día anterior. Cada vez que nos cruzábamos en los pasillos, me lanzaba comentarios cargados de burla.
—¿Dormiste bien, princesa? —preguntó con una sonrisa burlona mientras hojeaba unos papeles. —Espero que nadie te haya despertado temprano esta vez.
Rodé los ojos, ignorándolo, pero no pude evitar que mi sangre hirviera.
—¿No tienes nada mejor que hacer, Montenegro? —respondí con frialdad.
—Oh, claro que sí, pero no puedo evitar preocuparme por tu "sueño de belleza". Me lo agradeces luego —replicó con esa sonrisa arrogante que me volvía loca.
No tuve tiempo de responder porque justo en ese momento llegó el señor Franco, el cliente que estábamos esperando. Un hombre de unos cuarenta años, con traje impecable y una presencia imponente, entró al lugar con seguridad. Desde el primer momento, su mirada se fijó en mí como si yo fuera el único objeto en la habitación.
—Señor Franco, un gusto tenerlo aquí —saludó Daniel con cortesía, pero la mirada del cliente seguía clavada en mí.
—Un placer conocerte, señorita... —dijo Franco, extendiendo su mano.
—Villalobos, Rachely Villalobos —respondí con profesionalismo, estrechando su mano.
Noté cómo sus ojos recorrían mi rostro y mi figura de una forma que me hizo sentir incómoda. No era nada nuevo, pero este hombre no hacía ningún esfuerzo por disimularlo.
—Es un honor trabajar con alguien tan joven y... talentosa —dijo con una sonrisa que me pareció completamente innecesaria.
—Gracias, señor Franco, pero estoy aquí por mi capacidad, no por mi edad ni otra cosa —respondí con frialdad, manteniendo mi postura altiva.
Daniel, que estaba a mi lado, cruzó los brazos y me observó con atención. Pude sentir cómo su humor cambiaba, sus ojos se oscurecieron y su mandíbula se tensó.
La reunión transcurrió con normalidad, aunque los intentos de Franco por dirigir la conversación hacia mí eran más que evidentes. Intenté mantenerme indiferente, pero su insistencia comenzaba a molestarme. Al final, cuando la reunión concluyó, Franco no perdió la oportunidad de intentar cortejarme.
—Señorita Villalobos, sería un honor invitarla a cenar esta noche. Quisiera conocer más de usted fuera del ámbito laboral —dijo con una sonrisa que me resultó insoportable.
Lo miré directamente a los ojos, manteniendo mi actitud fría y altanera.
—Lo siento, señor Franco, pero no acostumbro a mezclar lo personal con lo profesional. Además, no me interesan los hombres mayores que creen que pueden conseguir todo con dinero.
Su sonrisa se desvaneció por un segundo, pero intentó recuperarse rápidamente.
—Entiendo, aunque me parece una pena...
—No tiene por qué —lo interrumpí. —Ahora, si me disculpa, tengo asuntos que atender.
Me giré hacia Daniel, quien tenía una expresión neutral, aunque sus ojos brillaban con algo que no pude descifrar. Caminamos juntos hacia su oficina, donde él cerró la puerta detrás de nosotros.
—Vaya, princesa, creo que dejaste a Franco sin palabras —dijo con una sonrisa apenas contenida.
—No estoy aquí para entretener a hombres como él —respondí con firmeza.
—Lo noté —dijo, inclinándose ligeramente hacia mí. —Pero debo admitir que fue divertido verlo intentar.
—¿Y tú? ¿Qué opinas? —pregunté, levantando una ceja.
—Creo que tienes razón —respondió sin rodeos. —Un hombre como él no tiene ni una oportunidad contigo. No cualquiera puede lidiar contigo, Rachely.
Algo en su tono me hizo sentir extraña, como si hubiera un mensaje oculto en sus palabras. Antes de que pudiera responder, Daniel cambió de tema, sacando unos planos.
—Por cierto, necesito tu opinión sobre algo de la casa. Pensé que un punto de vista femenino podría ayudar.
—¿Femenino? —repetí, rodando los ojos. —No sé si mi estilo será de tu agrado, Montenegro.
—Oh, confío en tu buen gusto, princesa —dijo con una sonrisa. —¿Tal vez después del almuerzo puedas darte una vuelta?
Antes de que pudiera responder, alguien llamó a la puerta. Era el señor Franco, quien había regresado con una excusa para hablar conmigo.
—Señorita Villalobos, solo quería agradecerle por su tiempo hoy. Espero que podamos trabajar juntos en el futuro.
—Seguro, señor Franco —respondí, mirándolo como si fuera completamente insignificante.
Franco se retiró, y cuando la puerta se cerró, noté que Daniel tenía una sonrisa satisfecha.
—Eres un caso, Villalobos —dijo, negando con la cabeza.
—¿Por qué lo dices?
—Porque no eres ni regalada ni ofrecida. Me gusta que solo tú decides quién puede sacar de sus casillas a la princesa.
Sentí que mi corazón daba un pequeño vuelco, pero no iba a dejar que lo notara.
—Eso jamás será un privilegio tuyo, Montenegro.
—¿No? —preguntó, con esa sonrisa que me volvía loca. —Ya veremos, princesa. Ya veremos.