La Propuesta De Mi Jefe

Ariadna:

—Dime, Ariadna, ¿cómo conociste a Harry? —me preguntó Nancy mientras recostaba su antebrazo en una de las barandillas que rodeaba el crucero.

—Yo... —Susana me miró un tanto preocupada, como si creyera que no sabía que decir—. Soy su secretaria.

Nancy me miró por un momento con una expresión de sorpresa. De seguro jamás pensó que Harry estuviera comprometido con una secretaria. Bueno, yo tampoco. Y es que además, todo era falso.

—Oh. —Sonrió—. ¿Y no estás cansada de tener qué aguantarlo cómo jefe y ahora cómo prometido?

—No niego que a veces es estresante. —Sonreí, mientras preparaba mi mente y mi boca para lo que diría a continuación—. Pero... así lo amo, y ya me he acostumbrado a él.

Susana me miró perpleja, tal vez nunca pensó que yo diría eso. Y es que ni yo tampoco.

—Entonces, debes amarlo mucho. Por qué Harry es un tipo muy estresante.

—Nancy, tú tampoco te salvas. —Comentó Susana evitandomé más incomodidad—. César es una joyita completa. De seguro él estresa más que mi hermano.

Nancy río.

—Ummm... —lo pensó—. Eso es cierto —hizo una pequeña pausa—. Pero así como dijo Ariadna: “así lo amo, y ya me he acostumbrado a él.” —Nancy sonrió mirando en la dirección en qué Harry y César se habían ido hacía un par de minutos a por unas bebidas.

Luego de que Nancy dijera aquello Harry y César llegaron con unas bebidas en sus manos. Se acercaron hábilmente a nosotras y nos las entregaron.

—¿De qué tanto hablaban, hermosísimas damas? —nos preguntó César, brindándole una sonrisa y un guiño a su esposa.

—Cosas de chicas... —contestó Nancy devolviéndole una pícara sonrisa.

—No seas mentirosa, Nancy. Hablábamos de que tú, primo mío, eres una persona muy estresante —comentó Susana con picardía.

—Ah, ¿sí? —preguntó con malicia a su esposa—. Pero aún así me pides que te de... —Nancy se apresuró a taparle la boca a su esposo conlas manos. Quién sabe qué iba a decir—. Nosotros nos iremos a descansar un poco —su sonrisa fue un tanto nerviosa y apenada—. Estamos muy cansados, ¿no es así, cariño? —Él asintió con la cabeza—. Cuídense mucho.

Y sin decir más, Nancy tomó de la mano a César y se lo llevó a rastras a donde sea que fueran. Eran una pareja lo más de sencilla y encantadora. Nancy era una joven tranquila y pícara, y su forma de ser me había parecido esplendida, también era esbelta y con unas delgadas curvas fascinantes. César era un tipo guapo y cautivador, si era sincera, tenía un poco de parecido a Harry. Y su forma de ser, ni hablar.

Solo habíamos quedado los tres, Susana riendo por Nancy y César. Harry bebiendo su bebida. Y yo riendo junto a Susana.

—Bueno... creo que yo también me iré a descansar. —dijo Susana con picardía.

—¿Cuál es tú habitación? —le preguntó Harry con autoridad.

—La 1885... —contestó—. Solo está a dos habitaciones de la de ustedes. No te preocupes, estaré bien.

—Bien.

—Ahora si, chaíto. Ustedes también deberían descansar —supe que aquella frase había tenido un doble sentido. Yo sonreí para mis adentros, mientras Harry la fulminó y la hizo salir corriendo.

Ahora solo habíamos quedado Harry y yo. De nuevo en silencio. Lo único que se escuchaba era la bulla de la gente que albergaba el crucero y las olas del azulado y encantador mar.

Vi que me estuvo observando por unos instantes, lo cual hizo que me ruborizara. Su mirada era tan profunda que no podía ni beber tranquilamente la bebida que tenía en mis manos —la cual él me había traído—.

—Harry, ¿no estás cansado? —le pregunté, tratando de romper el incomodo silencio.

—Solo un poco. ¿Y tú? —Asentí tímidamente. —Vamos, te llevaré hasta nuestra habitación.

Me tomó cuidadosamente de la mano y me empezó a guiar por un largo pasillo lleno de habitaciones bonitas y personas a rebosar con elegantes trajes. El lugar era totalmente agradable y hermoso. Todo bien decorado y acomodado.

Llegamos hasta una habitación, él me soltó la mano y con la otra empezó a abrir la puerta. Lo hacía con demasiada agilidad y destrezs. Hasta que la puerta se abrió y dijo:

—Entra.

Acaté y lentamente entré a la habitación.

No, no, no.

No, no y no.

—Esta es nuestra habitación —me comentó con total tranquilidad.

—¿Nuestra...? ¿Quieres decir qué...? —nos señalé a los dos, dándole a entender que era lo qué quería preguntar.

—Sí. Pero no te preocupes. Yo dormiré en el sofá —señaló el sofá de terciopelo rojo que frente a la cama posaba—, y tú dormirás en la cama, si te parece.

Me aliviaba que dijera eso. Pero a la vez me incomodaba que él fuera quién tuviera que dormir en el sofá.

—Ummm... gracias —agradecí, apenada.

Harry se acercó a mí y con una mano tocó mi cabeza y suavemente la acarició.

—De nada, honey —me murmuró al oído.

Él salió de la habitación y yo quedé allí parada, con los pelos de punta y la piel ruborizada. No, seguía sin acostumbrarme a sus toques, a sus susurros en mi oído, a sus palabras y a sus besos desprevenidos. Creo que un mes no me alcanzaría para acostumbrarme. Aunque, cuando lo hacía me sentía tan bien que no podía ser. Su toque era acogedor, sus besos cálidos y excitantes.

¡Por Dios! ¡Por Dios! Pero qué estaba diciendo. Harry era solo mi jefe y mi supuesto prometido durante un mes. Después de que todo esto terminará yo podría volver a mi vida normal como la de una persona común y corriente.

Para tratar de tranquilizar mi mente y despejarla un momento, decidí dormir un poco, eso ayudaría, siempre lo hacía. Era el tipo de persona que le gustaba dormir si tenía su mente a punto de estallar, si tenía algún problema o si solamente quería olvidar algo por un momento.

...ΩΩΩΩΩ...

—Uhmm... —abrí los ojos lentamente y me estiré un poco. Vi la hora en un reloj que había en la habitación y marcaba las 6:30 p.m—. Dormí demasiado —mascullé para mí misma.

Analicé la habitación para ver si veía algún rastro de Harry, pero no encontré ninguno. Todo en la habitación estaba tal y como hacía unas horas. De seguro no había venido, de pronto estaba con César y Nancy hablando o que sé yo.

Me levanté de la cama, me arreglé un poco la ropa para disimular que había dormido como marmota y apenas me había levantado. Salí, pero ni sabía para dónde ir. Bueno, era un crucero inmenso. Solo dejé que mis piernas me guiarán para donde mi mente quisiera que fueran.

Caminé y caminé hasta llegar a un bonito y acogedor bar. No estaba tan mal, entré y me acerqué hasta la barra, no había mucha gente, un par de grupos de hombres hablando seguramente de negocios, otros jugando y apostando en el póker y otros bebiendo con toda la decencia del mundo. Esta gente en cualquier momento y en cualquier lugar hablaban de negocios.

—Buenas... —dije al camarero que se encontraba atendiendo.

—¿Qué se le ofrece, señorita? —se giró a mí y me sonrió con total amabilidad.

Era un hombre guapo; alto, moreno, con el pelo castaño oscuro y ruloso, unos encantadores ojos cafés y una sonrisa de amabilidad.

«¿Hasta los camareros son guapos?»

—Emmm... —lo pensé—. Me gustaría un mojito sin alcohol, por favor.

—Enseguida. —Y siendo demasiado eficaz, el camarero se puso de inmediato a preparar mi bebida.

Yo observaba con atención como trabajaba el chico, la agilidad con la que se movía era impresionante, de seguro llevaba trabajando demasiado tiempo en eso. Pues como decía mi abuela: “Nadie nace aprendido. Todo es práctica”.

—¿Qué hace una señorita tan bonita por acá tan sola? —murmuró un voz cerca de mi oído.

Me di la vuelta y vi a un chico rubio de ojos verdes sonriéndome con una sonrisa ensanchada.

Era Daniel. Estaba frente a mí con las manos en los bolsillos del pantalón.

—Daniel, ¿qué haces acá?

—Te acabe de preguntar lo mismo.

Lo pensé.

¿Por qué me lo encontraba tan frecuentemente?

—César y Nancy nos invitaron al crucero —contesté—. ¿Y a ti?

—Igual.

—Oh, ya. Qué bueno.

—¿Por qué estás tan sola, Ari? —me preguntó mientras se sentaba a mi lado.

—Por que sí —contesté un poco cortante—. Y Daniel, me llamo Ariadna, no Ari —reproché.

—¿Qué más da? Ese diminutivo te queda fascinante —respondió sin tapujos. Hice una mueca de decepción—. Y ya que estás sola, en ese caso te haré compañía.

—No hace fal... —fui interrumpida.

—Señorita, su bebida —me llamó el camarero desde atrás. Puso la bebida a mi alcance y yo la cogí.

—Gracias.

—De nada, señorita —me dedicó una sonrisa infartante.

—¿Mojito sin alcohol? —me preguntó Daniel, analizado mi bebida. Asentí con la cabeza mientras le daba un sorbo.

—¿Al caballero se le ofrece algo? —le preguntó el chico camarero al rubio.

—Un martini —pidió Daniel con autoridad.

El chico se puso de inmediato a servir lo que Daniel le había ordenado.

—¿Qué piensas hacer ahora? —me preguntó.

—¿No ves que estoy bebiendo mi bebida ahora?

Él sonrió con diversión.

—¿Por qué respondes mi pregunta con otra pregunta? —se empezó a acercar lentamente a mí.

—No me dejas de otra. —Volvió a sonreír, sin yo entender la gracia.

—¿Segura? —se empezó a acercar un poco más y más, hasta quedar lo bastantes cerca el uno al otro. De su camisa emanaba una fragancia muy varonil y seductora. No se podía negar que Daniel tenía lo suyo y sabía cómo sacarle provecho.

—¿Qué... qué haces...? —le pregunté poniendo mi bebida en medio de nosotros.

—Tratando de que tengas otra opción de contestarme —acercó un poco más su rostro al mío.

—Aquí está su bebida señor —escuchamos la vos del camarero y él se alejó rápidamente de mí para coger su bebida.

El coro de la canción «Rolling in the deep» de la maravillosa Adele sonó. Era mi celular.

—Hola —dije.

—Ariadna, ¿dónde estás? —escuché la voz de Susana a través de la línea.

—En el bar —solté—. ¿Por qué?

—Harry te está buscando. Dijo que iremos a cenar —su voz sonó un poco baja—. Y te puedo asegurar que está hecho una fiera porque no sabe dónde estás.

Suspiré.

—Vale, ya voy.

Colgué y mire a Daniel, quién me observaba desconcertado.

—¿Te vas?

—Sí.

—Oh, y yo que quería que te quedarás, Ari. —Rodé los ojos, harta de que me llamara Ari—. ¿Necesitas que te acompañe?

—No, gracias, conozco el camino. No hay necesidad de molestar tanto —mi respuesta había sido una ofensa implícita, pero él al parecer no lo notó—. Así que, chao. —Y sin dejarlo a decir algo salí rápidamente del bar.