DESNUDA EN TU PIEL

—Eres mía —murmuró Salvatore contra su piel, y esas palabras, tan posesivas y crudas, enviaron una corriente eléctrica a través de ella.

Aurora no sabía si quería protestar o rendirse por completo. Pero en ese instante, con él sobre ella, besándola como si fuera lo único que importaba en el universo, supo que estaba perdida. Y, por alguna razón, no le importó en absoluto. Con el corazón latiendo desbocado y el aliento entrecortado, finalmente reunió la fuerza para empujarlo suavemente, apartandolo apenas lo suficiente para crear un pequeño espacio entre ellos.

—Espera —dijo ella.

Salvatore, igual de agitado, con el cabello ligeramente desordenado y los labios aún húmedos por el beso, alzó una ceja. Su respiración era pesada, y sus ojos la estudiaban con esa intensidad que la hacía sentir expuesta.

—¿Qué sucede? —preguntó, con voz grave, con un toque de impaciencia mezclada con curiosidad.

Autora tragó saliva, sintiendo la intensidad y desesperación en su mirada. Bajo la vista por un momento, jugueteando con el borde de la sábana, antes de hablar.

—Mañana... mañana¿Podrias acompañarme a cada de mi padre?—preguntó, su voz salió suave, más de lo que esperaba.

Salvatore frunció el ceño, inclinándose ligeramente hacia ella —¿Por qué querrías volver a esa casa llena de hienas? —preguntó él, con un tono cargado de desconfianza.

Ella no lo miró directamente, manteniendo la vista fija en sus manos —Es... por algo importante. Solo...no quiero ir sola —admitió, luego tras una pausa añadio con un hilo de inseguridad—Pero si no tienes tiempo puedo ir sola. No es problema.

Él la observó en silencio por un instante, luego con un movimiento lento pero decidido se inclinó más hacia ella y, Aurora sintió su corazón dar un vuelco. Sin embargo, en lugar de besarla como esperaba, Salvatore depositó un beso suave y protector en su frente, un gesto tan inesperado que la dejó paralizada.

—Iré contigo —respondió finalmente.

Aurora levantó la mirada rápidamente, sorprendida, y encontró sus ojos grises observándola con una mezcla de determinación y algo más, algo que no podía descifrar del todo. Antes de que pudiera decir algo, Salvatore se movió, acostándose a su lado en la cama. Con un movimiento fluido, la trajo hacia él, pegando su cuerpo al suyo con una cercanía que no dejaba lugar a dudas. Planeaba quedarse allí, con ella, hasta que la noche llegara. Sus brazos la envolvieron fuertes, pero cuidadosos y su calor la envolvió como una manta.

Ella se tensó al principio, pero poco a poco se relajó contra él, dejando que su cabeza descansara en su pecho.

Ambos se quedaron plenamente dormidos, uno al lado del otro, agotados tras la intensidad del día. La habitación estaba en penumbra, con solo el leve zumbido del aire acondicionado rompiendo el silencio. El reloj marcaba las 8:00 p.m. cuando la noche se instaló por completo, y las luces de la casa comenzaron a encenderse, proyectando un resplandor suave desde el pasillo.

Poco a poco Aurora abrió los ojos,y cuando extendió la mano hacia el lado donde dormía Salvatore , notó que él ya no estaba ahí. La cama estaba vacía, las sábanas arrugadas donde él había estado. Se levantó, estirándose, y fue al baño. Se dio una ducha rápida dejando que el agua tibia le quitara la pesadez del sueño, después se puso una camiseta ligera y unos pantalones cómodos; algo sencillo para estar en casa. Con el cabello húmedo, salió de la habitación y bajo las escaleras hacia el comedor principal. Al llegar, vio a Amanda colocando los últimos platos en la mesa. El olor a comida llenaba el aire, algo casero, probablemente pasta o un guiso. Amanda alzó la vista y le sonrió.

—Qué bueno que bajaste, querida. Siéntate, ya te sirvo.

Aurora asintió, esbozando una media sonrisa mientras se frotaba a los ojos para despejarse. Se sentó a la mesa, mirando los cubiertos perfectamente alineados, mientras Amanda traía una fuente humeante.

—¿Y Salvatore? ¿Dónde anda?—preguntó ella.

Amanda colocó un plato frente a ella y respondió—El señor salió hace varias horas. Dijo que no tardaría.

Al obtener la respuesta Aurora asintió, y tomó el tenedor — Vale— dijo simplemente y empezó a comer.

Mientras tanto en la mansión de los Conti, el salón principal estaba un poco oscuro, con las lámparas de pie creando sombras largas sombras sobre los muebles de madera brillante, y los tapices caros. Ricardo sentado en un sillón de cuero negro, tenía una copa de Whisky en la mano girandola despacio, mientras el líquido brillaba. Tenía las cejas fruncidas, miraba la bebida como si estuviera pensando en algo importante. Frente a él, Claudia su esposa , estaba recostada en el sofá con una postura elegante, pero tensa como un animal que espera el momento adecuado para atacar. A su lado Valeria, jugaba con un mechón de su cabello , y sonreía de manera astuta lo que chocaba con la serenidad del ambiente.

—Solo piénsalo, cariño—dijo Claudia, rompiendo el silencio. Su voz era suave, pero tenía una intención que no se podía ignorar—Es nuestra gran oportunidad para salir adelante. Imagina lo que podríamos conseguir con una conexión así.

Valeria se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas, con una mirada llena de ambición y astucia.

—Mamá tiene razón, papá. Mi hermanita es la clave. Está casada con Salvatore, nada menos. Si actuamos bien, podemos aprovechar esa relación al máximo. Dinero, poder… lo que queramos.

Ricardo bebió un trago de whisky, y el hielo sonó en el vaso. Finalmente bajó la copa y las miró.

—¿Creen que es tan sencillo? —dijo, con una voz firme— Los Romano no son tontos. ¿Piensas que Salvatore es alguien que se deja manipular? Ese tipo puede detectar las intenciones a kilómetros. Si cometemos tan solo un error, no solo perderemos todo, sino que nos convertiremos en su blanco principal.

Valeria se puso de pie, y se sentó justo al lado de su padre tomando su mano en un gesto que parecía cariñoso, pero tenía un toque de manipulación.

—Papá, no seas tan dramático —dijo— Aurora es muy débil. Siempre ha sido así. Solo hay que saber presionar los botones adecuados.

Claudia asintió, cruzando los brazos y sonriendo de manera fría, sin que su sonrisa llegara a sus ojos.

—Exactamente. Mañana, cuando venga, dile lo que necesita oír. Unas palabras sobre su madre y un poco de culpa… Tú sabes cómo tratarla, querido.

Ricardo frunció el ceño y apretó un poco la copa que tenía en la mano. Puso la bebida en la mesa con un movimiento lento y se acomodó en el sillón, cruzando una pierna sobre la otra. —Es mi hija —dijo, hablando más bajo, con un tono de conflicto que no pasó desapercibido— No puedo hacerle esto. seria como utilizarla.

Valeria alzó una ceja, intercambiando una mirada rápida con su madre antes de volver a su padre.Se inclinó más cerca, tomando ahora un tono más incisivo, como un cuchillo envuelto en terciopelo. —Por eso mismo papá. Es tu hija. La criaste, le diste un techo, comida, todo ¿No es justo que ahora ella te devuelva el favor? — hizo una pausa, dejando que las palabras se asentaran, antes de añadir con una sonrisa astuta—Además, no le estamos haciendo daño. Solo le pedimos un pequeño... esfuerzo por la familia..

Claudia se puso de pie, ajustándose el vestido con un movimiento elegante, y caminó hacia Ricardo. Se detuvo junto a su sillón, apoyando una mano en su hombro. —Piensa en el panorama general, cariño —dijo, con voz baja y persuasiva— Los Romano tienen recursos, poder. Si Aurora nos abre esa puerta, podríamos consolidar nuestro lugar en este mundo. Sin riesgos, sin sangre. Solo un poco de… persuasión. Mañana, cuando llegue, dile que su madre necesita más tratamientos. Que es urgente. Que las medicinas que necesita son muy costosas Que solamente ella puede ayudar. Sabes que no se resistirá.

Ricardo no respondió de inmediato. Sus dedos golpeaban el brazo del sillón, un gesto nervioso que mostraba su incomodidad. Miró hacia la ventana, donde las luces de la ciudad brillaban a lo lejos. Sabía que Claudia y Valeria tenían razón en algo ...Aurora era frágil, sobre todo con su madre.Pero la idea de usarla y manipularla le dejaba un mal sabor en la boca. No era solo una táctica; era una traición en medio de la familia.

Claudia le apretó el hombro a Ricardo, sonriendo más. —Confía en nosotras. Esto es por el bien de todos, también de Aurora...Claro. Después de todo, ¿no merece su madre lo mejor? —Hizo una pausa para que entendiera.

El silencio llenaba elsalón . Afuera, la noche se hacía más oscura, y en la mansión Conti, los planes se estaban haciendo con mucha precisión, donde cada palabra y movimiento estaban bien pensados para mover las piezas del juego. Ricardo no dijo nada más, pero la chispa en sus ojos mostraba que, aunque tenía dudas, la ambición de su esposa y su hija ya había dejado una idea en su mente que no sería fácil ignorar.