Julia jamás se imaginó lo caprichosa de la vida aquella noche. Un grupo de borrachos la persiguen, se esconde en el auto de un extraño provocando su ira. Como cereza del pastel, presa del miedo se lanza a los brazos de aquel hombre que sin saberlo convertirá su vida en un carrusel de descontrol. ¿Quieres saber en que termina? Entonces sumérgete en este intrigante relato, en donde los caprichos del destino están a la orden del día.
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Capitulo 14
Percepciones distorsionadas
La mire con frialdad incrédulo de sus palabras ignorantes. Ella se cruzó de brazos con una actitud altiva y desafiante que iba arrancar de un bocado. No le permitía a nadie que me hablarme de esa manera, y menos sabiendo que aquel jarrón era una herencia de mi difunto padre. La mire de arriba para bajo para soltar un fuerte bufido y decir con una sonrisa de medio lado.
—Tú… —ella me miro, y reí secamente —¿Crees realmente que tu valor es siquiera un poco comparable al jarrón que rompiste? Déjame decirte que estas muy lejos de serlo. —Increpe con desdeño. Aquel jarrón tenía un significado más sentimental que solo el dinero.
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Escucharlo decir aquello solo fue peor, pensar que aquel hombre con el que nadie se atrevía a meterse, era tan rico he inalcanzable que no podría ni siquiera pensar en pagar una noche con él, me hacía sentir como una Don nadie… Incluso si mi familia no hubiera caído en bancarrota, no podría pagar por dormir con él. Temí… temía que aquel hombre pudiera arruinar más mi vida si me pedía una verdadera compensación por ese jarrón, aun así… yo salía perdiendo en todo esto. ¿Por qué me tenía que sentir culpable? Nerviosa y en una encrucijada de la que no podía ver salida, lo volví a mirar y me percaté, que en la solapa de su camisa blanca yacía la marca de lápiz labial, inmediatamente supe que era un mujeriego, todos esos falsos rumores sobre su tendencia asexual, eran simples bulos, sin más lejos de la realidad yo era la prueba de ello, reí mentalmente. En ese momento el señor Carlos salió a saludar a su invitado con bobos y platillos como si fuera el mismísimo rey de España, aproveché el momento de distracción de esos dos hombres, y hui a toda velocidad como alma que lleva al diablo. Me giré para ver tras de mi a ver si me seguían, y solo pude ver como el señor Mendoza detenía a sus seguratas, se quedó mirándome con una expresión seria al ver cómo me escapaba en sus narices, harta de ver su carota de malos amigos, con soltura alcé mi mano mostrándole el dedo medio para gritarle.
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Al verla huir con rapidez, alce mi mano deteniendo a Sebastián y demás seguratas que estaban a punto de salir a por ella, no me parecía importante y ni relevante en ese momento que la trajeran ante mí. Había venido por una razón, encargarme primero de la modelo que se atrevió a drogarme. De repente escucho.
—¡Eso es lo que vales para mí, Señorito Mendoza! —grito mostrándome el dedo medio mientras se alejaba de mi vista ¿señorito Mendoza? Inquirí para mí mismo. Esa chica era una descarada, estoy seguro que no me diría lo mismo cara a cara, reí mentalmente mientras negaba repitiendo sus palabras en mi cabeza. ¿Cómo era posible que no estuviera molesto? Estaba empezando a dudar sobre mi actitud sobre esa chica, no sabía que me pasaba. Sin más preámbulo entre en silencio siguiendo al señor Carlos.
Era extraño ver al señor Mendoza hablar con esa mujer tan vulgar, un hombre de tanta categoría me imaginaba yo que se rodeaba de mujeres elegantes y con clase. A lo mejor ella… no… era imposible que el señor Mendoza aceptara ayudarla con algún tipo de trato. Esa chica que algún día fue rica, ahora no tenía esa clase de privilegios