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El Jardín De Las Máquinas Rojas

El Jardín De Las Máquinas Rojas

Status: Terminada
Genre:Terror / Completas / Época
Popularitas:471
Nilai: 5
nombre de autor: xNas

Víctor, un escritor fracasado, sigue un mapa hacia una ciudad imposible. En su camino, enfrenta espejos rotos, bibliotecas de hueso y circos delirantes, descubriendo que su peor enemigo es él mismo. Un viaje oscuro entre la locura, la creación y el vacío.

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Capítulo XIII: El Teatro de las Marionetas

El cementerio lo escupió hacia un teatro abandonado, un cadáver arquitectónico que se alzaba en un páramo de niebla y cenizas. La fachada, carcomida por musgo húmedo y óxido que goteaba como sangre seca, estaba cubierta de carteles desgarrados que colgaban como piel muerta. Las letras desvaídas anunciaban: "GRAN FUNCIÓN: LA VIDA QUE NO VIVISTE". Las palabras parecían burlarse de él, cada trazo un recordatorio de lo que había evadido. Víctor empujó las puertas de madera hinchada, que crujieron como huesos viejos partidos por un martillo invisible. Dentro, el aire era espeso, cargado de un olor a madera podrida y el polvo acre de sueños que nunca se cumplieron.

El vestíbulo estaba desierto, con arañas de cristal rotas colgando del techo, sus prismas reflejando sombras que no deberían existir. Pasó bajo un arco cubierto de telarañas, entrando al auditorio. El escenario estaba iluminado por focos antiguos, sus luces parpadeando en un ritmo que imitaba un latido cardíaco, irregular y ansioso. Sobre las tablas gastadas, docenas de marionetas colgaban de hilos invisibles, balanceándose en un vaivén hipnótico. No eran marionetas comunes: cada una tenía su rostro. Algunas lo mostraban como niño, con mejillas manchadas de lágrimas de pintura que parecían frescas; otras, como adulto, con ojos vaciados en huecos oscuros y bocas cosidas con alambre oxidado, como si alguien hubiera querido silenciar sus gritos. Sus cuerpos de madera estaban tallados con grietas que parecían cicatrices, y sus ropas raídas olían a tiempo perdido.

Un aplauso seco rompió el silencio. En la primera fila, un único espectador lo observaba desde una silla de ruedas oxidada, sus ruedas chirriando con cada leve movimiento. El hombre no tenía rostro, solo un hueco con bisagras, como la tapa de un reloj de bolsillo abierto, revelando un mecanismo interno de engranajes que giraban sin propósito. Sus manos terminaban en agujas de tejer, afiladas y manchadas de algo que parecía tinta seca.

—Bienvenido al único teatro donde la función nunca termina —dijo, su voz un chirrido de muelles rotos que raspaba los nervios—. Soy el Titiritero. Y tú… eres la estrella.

Antes de que Víctor pudiera responder, los focos giraron con un zumbido eléctrico, bañándolo en una luz blanca que quemaba como hielo. Los hilos invisibles cobraron vida, tirando de las marionetas hacia el escenario. Comenzaron a actuar, sus movimientos bruscos pero precisos, como si alguien hubiera ensayado esta obra durante siglos:

Marioneta 1: Un niño escondido bajo una cama, con las manos tapando sus oídos mientras los gritos de sus padres resonaban en la cocina, cada palabra una astilla que se clavaba en su piel.

Marioneta 2: Un adolescente rompiendo una pluma contra la pared, la tinta mezclándose con sangre que goteaba de sus nudillos, manchando un poema que nunca terminó.

Marioneta 3: Un hombre ahogándose en un río de botellas vacías, sus dedos convertidos en páginas arrancadas que flotaban a su alrededor, cada una grabada con promesas rotas.

Víctor intentó cerrar los ojos, pero la tinta que brotaba de sus párpados lo obligó a mirar. Era su vida, representada en fragmentos grotescos, cada escena un cuchillo que reabría heridas que creía olvidadas. Las marionetas lo miraban mientras actuaban, sus rostros-idénticos-al-suyo torcidos en muecas de reproche.

—¡Basta! —rugió, saltando al escenario. Tomó una marioneta —la del niño— y la arrancó de sus hilos. Sus articulaciones de madera sangraron aceite negro, viscoso y caliente, que quemó sus manos como ácido.

El Titiritero rio, un sonido que era más máquina que hombre, mientras giraba una llave imaginaria en su espalda, como si se diera cuerda para prolongar el espectáculo.

—¿No te gusta tu obra maestra? —preguntó, inclinándose hacia adelante, las agujas de sus manos brillando bajo la luz—. Podemos negociar. Destruiré las marionetas… a cambio de tu voz.

Víctor bajó la mirada hacia sus manos. Las palabras grabadas en su piel —Creador, Fragmento — brillaban con una luz propia, pulsando como si intentaran escapar. La cadena en su tobillo — Culpable, Autor, Silencio, Fábrica, Banquete, Relojero — vibró, recordándole cada paso que lo había llevado hasta aquí.

—¿Por qué querrías mi voz? —preguntó, aunque un nudo en su garganta ya sospechaba la respuesta.

—Porque es lo único que no has vendido —respondió el Titiritero, su rostro-bisagra abriéndose más, revelando engranajes que parecían dientes—. Las palabras mienten, los recuerdos fallan… pero la voz guarda el alma. Y la tuya está llena de historias que nunca contaste.

Una marioneta se descolgó del techo con un chasquido, cayendo al escenario con un golpe que resonó en el teatro vacío. Representaba a su padre, el rostro tallado en una mueca de ira, los ojos huecos llenos de desprecio. En una mano sostenía un martillo de madera, su cabeza manchada de pintura roja. Golpeó el suelo, y cada impacto abría cráteres que exhalaban versos envenenados: "Nunca fuiste suficiente. Nunca serás suficiente."

Víctor sintió que el aire se le escapaba. El martillo resonaba en su pecho, cada golpe un eco de noches infantiles pasadas temblando bajo las sábanas.

—¡Tómalo! —gritó, arrojando la marioneta al Titiritero—. ¡Destrúyela!

El hombre de la cara-bisagra maniobró su silla de ruedas con una agilidad imposible, aplastando la figura contra el suelo. La madera se astilló, y de los restos emergió un gusano blanco, ciego y viscoso, que se arrastró hacia Víctor con una velocidad nauseabunda. Mordió su tobillo, y el dolor fue un relámpago que le nubló la vista. La cadena vibró, añadiendo un nuevo eslabón: Padre. El peso lo hizo tambalearse, como si el teatro mismo quisiera arrastrarlo al suelo.

—Cada marioneta destruida te acerca a mí —advirtió el Titiritero, su voz ahora más profunda, como si hablara desde un pozo—. Pero el vacío… el vacío siempre gana.

Víctor, cegado por la furia y el miedo, saltó al escenario. Rompió hilos a dentelladas, el sabor metálico de la cuerda cortándole la lengua. Las marionetas lo atacaron como un enjambre:

Marioneta 4: Clara, la chica de cabello rojo, apareció con una pluma rota que clavó en su cuello, la tinta quemando como veneno mientras susurraba su nombre.

Marioneta 5: Lilith, envuelta en un vestido de llamas quietas, lo estranguló con cintas de fuego que olían a papel quemado, sus ojos brillando con una promesa de venganza.

Marioneta 6: El Autor —o él mismo—, con un hueso afilado en la mano, escribiendo un obituario en el aire, cada palabra una sentencia que pesaba más que la anterior.

En la lucha, una de las agujas del Titiritero se clavó en su costado, arrancándole un grito. La sangre brotó, mezclándose con el aceite de las marionetas, y el escenario se convirtió en un pantano de fluidos oscuros. El Titiritero lo observaba, inmóvil, sus agujas brillando como si bebieran el caos.

—¡Te dije que no hay final feliz! —gritó la marioneta del Autor, arrancándole un mechón de pelo con dedos de madera astillada—. ¡Solo borradores y arrepentimientos!

Víctor, desesperado, trepó hasta uno de los focos del techo. El metal estaba caliente, quemándole las palmas, pero lo arrancó y lo estrelló contra el escenario. El cristal explotó, y las llamas se extendieron como una marea, devorando telones de terciopelo y marionetas que gritaban con voces humanas. El Titiritero aulló mientras su silla de ruedas ardía, su rostro-bisagra derritiéndose en un charco de metal líquido que siseaba al tocar el suelo.

—¡Maldito seas! —gritó, su voz deformándose en un chillido mecánico—. ¡El teatro siempre vuelve!

Víctor huyó entre cortinas en llamas, el calor lamiendo su piel. Tropezó con espejos rotos que cubrían el suelo, cada fragmento mostrando versiones futuras de sí mismo: un mendigo murmurando versos en un callejón, un escritor de éxito con ojos vacíos, un cadáver sin nombre cubierto de polvo. Las imágenes lo perseguían, sus reflejos susurrando promesas y amenazas.

Afuera, la noche había desaparecido. En su lugar, un mercado al aire libre se alzaba bajo un cielo enfermo, con puestos de madera podrida vendiendo terrores en frascos de vidrio. La cadena en su tobillo, ahora más pesada, arrastraba el eslabón Teatro, su metal frío mordiendo su carne. En su bolsillo, el fragmento de espejo vibró, mostrando una nueva imagen: Lilith, sentada en un trono de marionetas quemadas, reescribiendo el guion de su vida con tinta que goteaba de sus propias venas. Sus ojos se encontraron con los de él, y una sonrisa lenta cruzó su rostro, como si supiera algo que él aún no entendía.

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Ohara Shinosuke
🤩🤩 No puedo creer lo buena que es tu idea, sigue escribiendo así de bien.
Ms S.
nuevo capi cuando?¿
Naruto Uzumaki
Tu historia es como una droga para mí, no puedo esperar para leer más. (💉)
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