En Las Garras De Mi Enemigo

En la base, las jornadas eran exigentes para los omegas. Las evaluaciones no solo determinaban en qué área podían desempeñarse mejor, sino también cómo podían contribuir a la supervivencia colectiva. Cory y Sigrid habían sido asignados juntos en la primera ronda de entrenamientos. Aunque las diferencias de carácter entre ellos eran notables, ambos compartían el deseo de probar su valía.

La clase de defensa personal era uno de los mayores retos para Cory. Su complexión delgada y su corta edad lo colocaban en una clara desventaja física frente a los demás. Sin embargo, tenía algo que muchos de sus compañeros no: estrategia.

—Aprovecha el peso del oponente —le había enseñado su padre—. La fuerza bruta no lo es todo; en un enfrentamiento, la mente es tu mejor arma.

Recordando esas palabras, Cory observó cuidadosamente a su compañero de entrenamiento, un omega robusto que se lanzaba hacia él con poca precisión. En un movimiento rápido, Cory esquivó el ataque y utilizó la fuerza del otro para desequilibrarlo, haciéndolo caer al suelo con un impacto seco.

—¡Punto para Cory! —anunció el instructor, sorprendido.

Desde una esquina de la sala, el general Xion observaba en silencio. Su cabello gris resaltaba entre los uniformes oscuros del personal, y su mirada penetrante no dejaba escapar detalle. Cuando sus ojos se posaron en Cory, algo en él cambió.

Había pasado mucho tiempo desde que alguien llamaba su atención de esa manera. Cory no era el más fuerte, ni el más rápido, pero tenía una determinación y una inteligencia que destacaban incluso entre los adultos. Xion sentía una fascinación que no podía ignorar, aunque sabía que era completamente inapropiada.

Cory, por su parte, no tenía idea de la impresión que estaba causando. Después de la práctica, se limpió el sudor de la frente y se acercó a Sigrid, quien también había tenido una sesión intensa.

—No estuvo tan mal, ¿verdad? —le dijo con una sonrisa.

Sigrid, siempre más seria, se limitó a asentir.

—No te confíes. Esto es solo el principio.

Mientras ambos salían de la sala de entrenamiento, Xion los siguió con la mirada, su mente dividida entre el deber y un sentimiento que no lograba identificar del todo.

Horas después, mientras revisaba los reportes de las evaluaciones, encontró el archivo de Cory. No pudo evitar analizar cada detalle: sus habilidades, su historial, incluso la breve mención de su padre como un destacado cibernauta.

—Es apenas un niño... —se dijo a sí mismo, intentando reprimir cualquier pensamiento fuera de lugar—. Pero ese potencial...

Xion cerró el archivo con un suspiro, sabiendo que debía mantenerse a raya. Las reglas eran claras, y él no estaba por encima de ellas. Sin embargo, no podía evitar la curiosidad por ver hasta dónde llegaría Cory, y si algún día sería capaz de superar las expectativas que ya había comenzado a construir.

Al día siguiente, durante las pruebas de orientación, Xion hizo algo que no solía hacer: se presentó personalmente para observar al grupo de Cory. El joven omega lo notó desde lejos, pero no le dio demasiada importancia, concentrándose en las instrucciones del momento.

—Hoy veremos su capacidad de trabajo en equipo y análisis en situaciones de estrés —dijo el instructor.

A medida que avanzaban los ejercicios, Cory demostró que no solo sabía pensar rápido, sino también coordinarse con los demás. Xion lo observaba con una mezcla de admiración y algo más que no se atrevía a nombrar.

—Cuidado, Xion... —se advirtió a sí mismo—. No cometas un error que no puedas enmendar.

El comedor de la base era un espacio amplio, lleno de mesas y con una constante mezcla de aromas de comida preparada con estricta ración. Los omegas y betas se sentaban en un área común, mientras que los alfas solían preferir mesas más apartadas. Cory, con el hambre de un chico de doce años, apenas prestaba atención a las personas a su alrededor mientras se servía una porción de lo que parecía ser un guiso de verduras y carne enlatada.

Al otro lado del comedor, el general Xion observaba la escena desde su mesa. Su atención se centraba exclusivamente en Cory, como si el resto del mundo hubiera desaparecido. Después de varios minutos de dudar, finalmente se levantó y caminó hacia él.

—Cory, ¿verdad? —preguntó con voz grave pero tranquila, inclinándose un poco para ponerse a su altura.

Cory lo miró con indiferencia, sin molestarse en disimular su falta de interés.

—¿Y usted quién es? —respondió con una frialdad impropia para un niño.

Xion, acostumbrado a un respeto inmediato debido a su rango, levantó una ceja, pero mantuvo la calma.

—Soy el general Xion, al mando de esta base. Quería felicitarte por tu desempeño en los entrenamientos. Tienes mucho potencial.

Cory no respondió, simplemente tomó su bandeja y, con un gesto desinteresado, se dio la vuelta.

—Qué bien, gracias —murmuró antes de caminar hacia otra mesa, donde lo esperaban su madre Lisbeth y Sigrid.

Xion se quedó inmóvil por unos segundos, atónito por la actitud del joven omega. Lo siguió con la mirada mientras Cory se sentaba junto a las dos mujeres y comenzaba a hablar con ellas como si nada hubiera pasado.

—Interesante... —pensó Xion, una ligera sonrisa curvando sus labios—. Parece que no será tan fácil como esperaba.

Días después

Los baños de la base eran estrictamente separados: los omegas machos y hembras tenían áreas diferentes, con horarios asignados para evitar aglomeraciones y mantener la seguridad. Aquella noche, Cory decidió ducharse después de una larga jornada de evaluaciones. El vapor llenaba el espacio, creando una neblina densa mientras el agua caliente caía sobre su cuerpo.

Sin saberlo, el general Xion lo había seguido al área de los baños. No estaba seguro de por qué lo hacía, pero la curiosidad y algo más lo habían llevado allí. Antes de entrar, dio una orden a los dos escoltas que siempre lo acompañaban.

—No quiero que nadie entre hasta que yo salga, ¿entendido?

Los soldados asintieron sin cuestionar, tomando posición frente a la puerta.

Dentro, Xion avanzó con pasos silenciosos, deteniéndose al ver a Cory bajo una de las duchas. El agua recorría su cuerpo delgado, y su cabello mojado caía en mechones sobre su rostro. Pero lo que realmente llamó la atención de Xion fue la marca en su cuello, una mordida perfectamente visible, aunque algo desvanecida.

El general frunció el ceño, sintiendo un extraño malestar.

—¿Quién sería tan irresponsable de marcar a un omega tan joven? —pensó, acercándose un poco más sin hacer ruido.

Cory, ajeno a su presencia, tarareaba en voz baja mientras enjabonaba su cabello. Xion se quedó quieto, luchando contra el impulso de preguntar, de exigir saber quién había hecho algo así. Su mente estaba llena de suposiciones: ¿era alguien en la base? ¿Un alfa que había escapado al control?

Cuando Cory finalmente lo notó, se sobresaltó. Dio un paso atrás, cubriéndose instintivamente con una toalla que colgaba cerca.

—¿Qué hace usted aquí? —preguntó con voz tensa, sus ojos verdes llenos de desconfianza.