Perteneces a Mí
Una novela de Deanis Arias
No todos los ricos quieren ser vistos.
No todos los que parecen frágiles lo son.
Y no todos los encuentros son casualidad…
Eiden oculta su fortuna tras una apariencia descuidada y un carácter sumiso. Enamorado de una chica que solo lo utiliza y lo humilla, gasta su dinero en regalos… que ella entrega a otro. Hasta que el olvido de un cumpleaños lo rompe por dentro y lo obliga a dejar atrás al chico débil que fingía ser.
Pero en la misma noche que decide cambiar su vida, Eiden salva —sin saberlo— a Ayleen, la hija de uno de los mafiosos más poderosos del país, justo cuando ella intentaba saltar al vacío. Fuerte, peligrosa y marcada por la pérdida, Ayleen no cree en el amor… pero desde ese momento, lo decide sin dudar: ese chico le pertenece.
Ahora, en un mundo de poder oculto, heridas abiertas, deseo posesivo y una pasión incontrolable, Eiden y Ayleen iniciarán un camino sin marcha atrás.
Porque a veces el amor no se elige…
Se toma.
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Capítulo 9 – Donde el Pasado Susurra
El aula estaba casi llena cuando Eiden entró. No porque llegara tarde, sino porque ahora todos lo notaban. Ya no era el chico que se deslizaba entre sillas sin que nadie recordara su nombre. Ahora, cuando caminaba por los pasillos, había miradas, cuchicheos, rumores. La mayoría no sabían exactamente qué había cambiado, pero lo sentían: algo en él era distinto.
Y eso inquietaba.
Se sentó en su lugar habitual, al fondo, junto a la ventana. Su postura era relajada, pero sus pensamientos viajaban a la noche anterior. La aparición de Samantha, la reacción de Ayleen, su propia sensación de extrañeza al ver un rostro que durante tanto tiempo había definido su dolor. Ahora, ese rostro parecía… más pequeño. Menos poderoso. Como un eco de un sueño que ya no lo dominaba.
Hasta que escuchó su voz.
—¿Te molesta si me siento aquí?
Eiden giró.
Samantha, con una sonrisa inocente y un café en la mano, ya se estaba sentando en el pupitre vacío a su lado. Vestía informal, con una chaqueta de mezclilla, pero su maquillaje estaba calculado al milímetro. Parecía natural… pero no lo era.
—Este asiento siempre está libre —agregó—. Y me pareció un buen lugar para… ¿cómo se dice? Ponernos al día.
Eiden la miró con una mezcla de desconfianza y curiosidad.
—No pensé que querrías ponerte al día con alguien a quien ignoraste durante meses.
—No fue ignorarte —dijo ella rápidamente—. Fue… estar en una etapa difícil.
Él alzó una ceja.
—Una etapa donde me usabas para hacer tus trabajos, pero comprabas regalos para otro con mi dinero.
Ella pareció incómoda por un segundo, pero no perdió la sonrisa.
—Era inmadura. Y sí, hice cosas horribles. Pero no esperaba que… cambiaras tanto.
—¿Tanto como para no volver a caer?
—Tanto como para… ser más interesante de lo que imaginaba.
La clase comenzó, y el profesor proyectó gráficos sobre el desarrollo sostenible, pero Eiden no logró concentrarse. Podía sentir a Samantha observándolo. Medía sus reacciones, su lenguaje corporal, cada silencio.
Y algo en ella lo inquietaba. No por lo que era. Sino por lo que recordaba.
Al salir del aula, ella volvió a acercarse.
—¿Puedo invitarte un café? Como… disculpa.
Eiden dudó.
Y lo supo en ese instante: esa duda era el punto de entrada de Samantha. No quería reconciliación. Quería grietas.
—Estoy ocupado —dijo, aunque no lo estaba.
—¿Ocupado con ella?
Eiden giró. Su tono había cambiado. Más agudo. Más ácido.
—Sí —respondió, sin dudar esta vez—. Con ella.
—Cuidado, Eiden —dijo, inclinándose un poco—. No todo lo que brilla es oro. A veces es solo fuego... Y el fuego también quema.
Él no respondió. Solo se fue.
Pero sus palabras, como brasas, quedaron encendidas en su mente.
Esa noche, Ayleen lo esperaba en su departamento. No en su mansión. No en un restaurante exclusivo. En un lugar que nadie conocía, que usaba solo cuando necesitaba desaparecer del mundo.
—¿Cómo estuvo la clase?
Eiden la miró. Ella estaba de espaldas, cortando limones en la cocina, como si nada pasara.
—Bien. Samantha se sentó a mi lado.
El cuchillo se detuvo un segundo.
—¿Y?
—Intentó acercarse. Jugar con el pasado. Pero no funcionó.
Ayleen giró lentamente.
—¿Estás seguro?
—Sí. No voy a volver atrás.
Ella caminó hacia él, lo miró a los ojos. Sus dedos tomaron su barbilla con delicadeza, pero con firmeza.
—Escucha bien, Eiden. No estoy celosa. No compito. Si alguien intenta meterse entre nosotros, no la elimino por miedo. La elimino por respeto a lo que somos.
—No quiero que la elimines.
—Entonces asegúrate de no darle razones para que crea que aún tiene acceso.
Eiden tragó saliva.
—Te lo prometo.
Ella se acercó más, y su voz bajó a un susurro.
—Tú no eres un juego para mí. Pero ella sí lo fue para ti. No olvides la diferencia.
Samantha, por su parte, no se rindió.
Durante la semana, se cruzaron dos veces más. Una vez en la biblioteca, otra en el pasillo. Siempre con palabras suaves, gestos casuales. Hasta que un día, dejó caer una nota en su mochila. Una sola frase escrita a mano:
"¿Y si esta vez me tocara a mí perder la cabeza por ti?"
Eiden la leyó y la rompió sin pensarlo. Pero el gesto fue observado… por alguien más.
Helena.
Estaba siguiendo a Eiden por orden de Ayleen. No para controlarlo. Para protegerlo. Y lo que vio le bastó para saber que Samantha no era un simple error del pasado.
Esa chica quería más que redención.
Quería venganza.
Y estaba dispuesta a disfrazarla de amor.