En una pequeña sala oscura, un joven se encuentra cara a cara con Madame Mey, una narradora enigmática cuyas historias parecen más reales de lo que deberían ser. Con cada palabra, Madame Mey teje relatos llenos de misterio y venganza, llevando al joven por un sendero donde el pasado y el presente se entrelazan de formas inquietantes.
Obsesionado por la primera historia que escucha, el joven se ve atraído una y otra vez hacia esa sala, buscando respuestas a las preguntas que lo atormentan. Pero mientras Madame Mey continúa relatando vidas marcadas por traiciones, cambios de identidad, y venganzas sangrientas, el joven comienza a preguntarse si está descubriendo secretos ajenos... o si está atrapado en un relato del que no podrá escapar.
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Cariot
La obligaron a estar de pie frente a desconocidos que la evaluaban como si fuera un animal en una jaula. Los ojos de los compradores la recorrieron, pero ella no los miró. Sabía que mirar directamente era mostrar debilidad.
Sus hermosos ojos azul oscuro y piel canela llamaron la atención de un hombre que se encontraba en la parte superior del lugar rodeado de varias personas, sus ojos se encontraron por un momento.
—Cincuenta mil —dijo una voz firme desde el fondo de la sala.
Los murmullos se apagaron. Todas las miradas se dirigieron hacia el hombre que había hablado: Lord Alistair Ravenscroft. Era alto, vestido de manera impecable, con un aire de autoridad que silenciaba cualquier murmullo en la sala. El rostro del hombre era impasible, y en sus ojos había algo oscuro, una ausencia de compasión que hizo que la chica comprendiera, en ese mismo instante, que su vida había sido vendida al mejor postor.
—Vendida al caballero del fondo —Dijo el hombre mientras golpeaba el martillo en la mesa.
La sacaron del lugar y la apartaron con varias chicas que estaban llorando y rogaban por su libertad.
—¡POR FAVOR, DÉJENNOS IR! —Sus gritos resonaban en la habitación.
Cuando las demás lloraban y suplicaban por su libertad, la chica se mantenía en silencio, observando. Una de las chicas, la que siempre parecía más aterrorizada, la miraba de reojo, sus ojos llenos de una mezcla de curiosidad y miedo. Aun así, nadie se atrevía a hablarle.
Un escalofrió recorrido cada uno de los cuerpos de las chicas al momento que la pesada puerta de la habitación se abrió y comenzaron a sacar a las chicas, cada una se negaba y negaba a ir con ellos.
—Sera mejor que colaboren o si no será peor —Dijo el hombre con traje y con un aspecto temible.
La chica que fue comprada a un gran precio no se esforzó a evitar ser llevada, sabía que no iba a funcionar nada el hecho de que se negara, eso solo agotaría sus energías.
Todas fueron metidas a uno carros negros, los llantos de las chicas eran desesperantes, sus manos seguían encadenadas para que no intentaran nada. No sabían a donde las llevaban esta vez solo sentían el movimiento del carro.
De pronto el carro para y bajaron los hombres y sacaron a las chicas, por lo que se pudo dar cuenta la chica eran un total de quince señoritas, eran bastantes a decir verdad.
La mansión de Alistair era tan grandiosa como opresiva. Cada rincón parecía vigilado por sombras, cada puerta cerrada ocultaba secretos que nunca debían ser revelados. Todas ellas fueron llevadas a una pequeña habitación en uno de los pasillos más alejados, donde apenas entraba luz. Allí, entre paredes oscuras y ventanas cerradas, supo que su vida había cambiado para siempre. Las formaron y entro el hombre que las había comprado y se sentó en el sillón que parecía que estaba forrado en piel de algún animal.
Las miro de pies a cabeza y miro fijamente la chica y le apunto, dando la señal para que se acercara, ella solo obedeció, sus ojos mostraban una indiferencia hacia el hombre.
—Eres muy linda —Le dijo mientras le acariciaba el rostro —Me gustas, su serás la que me servirá ahora.
La chica no dijo nada, su boca se mantenía cerrada.
—¿Acaso no sabes hablar? ¿Cómo te llamas? —Pregunto mientras veía con intriga a la chica, esperando alguna respuesta.
Pero no hubo ninguna respuesta hacia sus preguntas.
—Bien como no respondes, te voy a dar un nombre, supongo que no tienes, así que de ahora en adelante te llamaras Cariot, ¿Te gusta? — Un nombre muy interesante y extraño al mismo tiempo.
Pero aun así el silencio de Cariot invadió el cuarto, su mirada mostraba una tranquilidad que hacia que cualquiera que la mirara le dieran escalofríos.
El hombre se comenzó a desesperar al no recibir una respuesta a sus preguntas.
Cariot mantuvo su mirada baja, pero por dentro, su mente era un torbellino de pensamientos. Podía sentir la frustración del hombre crecer con cada segundo de su silencio. Cada palabra no pronunciada era una pequeña victoria, y aunque su cuerpo estaba quieto, su mente ya había decidido que la paciencia sería su arma más letal.
—¡Todos fuera, ahora! —Su voz resonó en la habitación.
Todos comenzaron a salir las chicas no entendían nada, Chariot dio una vuelta y comenzaba a seguir a las demás, cuando una mano fría la detuvo.
—¡Todos, menos tu Cariot! —Dido mientras sostenía su hombro con firmeza.
El sirviente al ver que todos salieran cerró la puerta sin atreverse a alzar la cabeza.
—Ya todos salieron ya puedes hablar o ¿enserio no puedes?
Cariot le dio una sonrisa, sus ojos se entrecerraron y mostraron unos hoyuelos en sus mejillas, al ver al hombre confundido.
—Bien me rindo —Dijo mientras se sentaba —Ven —Dijo mientras extendió su mano.
Cariot temerosa se acercó y tomo su mano mientras lo miraba hacia abajo.
—¿Qué es esto? —Dijo mientras veía con intriga una pequeña cicatriz que tenía en la mano.
Ella rápidamente quito su mano y la oculto.
—Esta bien, si no te gusta…—Dijo mientras buscaba algo en un cajón
—Mira ten —dijo el hombre, alargando los guantes hacia ella como si fueran una ofrenda—. Son tuyos. Un regalo, por ser diferente a las demás. —Su sonrisa se ensanchó mientras ella tomaba los guantes, pero Cariot supo en ese momento que para él, era solo otro juego de poder.
Ella extendió sus manos y los recibió sus ojos mostraban asombro y al mismo tiempo distancia. Se los puso y levanto sus manos, contemplando los guantes. El frío tacto de los guantes sobre su piel le trajo recuerdos de otro tiempo, de una vida que ya no existía. Años atrás, alguien le había enseñado el valor de la paciencia, de esperar el momento exacto para actuar. Y ella había aprendido bien.
—Veo que te gustaron, te los puedes quedar.
El hombre la observaba con ojos llenos de una mezcla de intriga y frustración creciente. Sus dedos tamborileaban con fuerza, golpeando rítmicamente el brazo del sillón. Cada segundo que pasaba sin recibir una respuesta de ella lo irritaba más. Finalmente, en un gesto repentino, sus manos se lanzaron hacia Cariot, agarrando su muñeca con una fuerza que casi parecía desesperada.
ya muero por leerla 👀😌