—Divorciémonos.
La voz de Alessio Albrecht cortó el silencio como un bisturí, precisa y sin emociones. Ni siquiera se dignó a mirar al hombre que había sido su esposo durante ocho largos años. Frente a él, Enzo Volkov entrecerró los ojos, cruzándose de brazos con frialdad.
—¿Quieres separarte mi ahora?
Ocho años atrás, Alessio, quien no era el verdadero villano. Solo era un hombre que despertó atrapado en el cuerpo del antagonista de una novela BL escrita por su compañera de oficina. En ese mundo ficticio, su personaje era cruel, obsesivo y dispuesto a cualquier cosa para separar al protagonista de su verdadero amor.
Se enamoró de Enzo Volkov y lo obligo a comprometerse y contraer matrimonio con él. Finalmente, después de 8 años, su amor no fue correspondido, Y así, un día, harto del eco de su propia culpa y su amor no fue correspondido, solicitó el divorcio.
Un día sucedió un accidente. Un segundo de descuido. Un camión. Y entonces, la segunda oportunidad.
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11
Por fin, Alessio se dejó caer en la cama con un suspiro largo y profundo, como si su cuerpo cediera todo el peso del día de golpe. El colchón, blando y acogedor, parecía abrazarlo, y las sábanas frescas y suaves lo envolvían. Estaba agotado.
La repentina regresión le había obligado a empezar desde cero. Proyectos que ya había ejecutado con éxito hacía ocho años ahora debían ser replanteados, rediseñados y adaptados a una etapa anterior del desarrollo. Afortunadamente, su experiencia jugaba a su favor. Lo que una vez había sido incierto, ahora lo conocía con claridad. Pero el proceso no era instantáneo. Llevaría mucho tiempo y energía.
Con un suspiro prolongado, se permitió cerrar los ojos. Se había dado una ducha caliente, había cenado algo ligero, y ahora su cuerpo pedía rendirse. Quería quedarse ahí, enterrado entre las mantas, desaparecer por unas horas del mundo y no pensar en feromonas, matrimonios forzados, ni en protagonistas caprichosos.
Se removió buscando una postura aún más cómoda, sintiendo que su conciencia se deslizaba poco a poco hacia el sueño.
Y entonces…
Ring, Ring, Ring, Ring...
Un molesto sonido agudo y persistente de una llamada perforó el silencio de la habitación, lo arrancó del borde del sueño como una bofetada. Abrió los ojos, irritado, y sin mirar siquiera el teléfono, ya sabía quién era. No podía ser otro.
—No puede ser... —murmuró con voz ronca, maldiciendo por lo bajo.
Murmuró una maldición por lo bajo, estirando el brazo con pesadez para tomar el móvil desde la mesilla de noche. La pantalla iluminó su rostro con el nombre del contacto: “Media cereza de mi pastel 🍒”. Una mezcla de fastidio y resignación cruzó su rostro.
Ya tenía suficientes motivos para bloquear ese número.
Pero en lugar de hacerlo, frunció el ceño, deslizó el dedo por la pantalla… y contestó la llamada.
—Oye, ¿qué quieres ahora? ¿Sabes qué hora es? —dijo, con la voz ronca y teñida de cansancio.
Al no obtener una respuesta inmediata del otro lado, Alessio apoyó el codo en la cama y se frotó el puente de la nariz con gesto exasperado. El silencio al otro lado solo lo irritaba más, pero trató de mantener la compostura. Sus párpados aún pesaban por el sueño que casi lo había vencido.
—Sé que te dije que podías hacer lo que quieras… —murmuró, su tono grave, sereno, pero con una tensión latente—. Pero deberías tener algo de conciencia, Enzo.
Volvió a recostarse, mirando el techo apenas iluminado por la tenue luz del móvil.
—Además —agregó, cerrando los ojos brevemente—, no deberías estar durmiendo a esta hora. ¿O es que tampoco respetas tu descanso?
Seguía sin escuchar respuesta, pero aún podía sentir la respiración del otro lado de la línea. Enzo lo escuchaba. Alessio soltó un suspiro más, uno cargado de cansancio, y esperó.
—Si no ibas a decir nada, ¿para qué me llamas? —soltó Alessio, frotándose la frente con los dedos. Revisó la pantalla del móvil por instinto, como si por algún error no estuviera en una llamada real. Pero no, ahí estaba. “Media cereza de mi pastel 🍒”. Frunció el ceño. Definitivamente, tenía que cambiar ese nombre ya.
No podía posponerlo más. Suspiró con fastidio mientras pulsaba sobre el contacto, editando el nombre simplemente como Enzo. Nada más. Nada dulce. Nada confuso. Solo Enzo. Mientras presionaba “guardar”, su mente divagó. Recordó los últimos días. Mensajes, llamadas, más mensajes, visitas inesperadas. Todo en bucle. Un círculo vicioso que se repetía con insistencia. Si esto seguía así, se juró, terminaría por perder la cabeza.
Justo cuando su dedo tocó “guardar”, la voz de Enzo lo sacó de sus pensamientos.
—Alessio… —La voz era suave, apenas un susurro.
El corazón se le aceleró por el susto, se había olvidado por completo de que seguía en la llamada. Pero más allá del sobresalto, hubo algo en ese tono que lo hizo fruncir el ceño. Sonaba distinto.
—¿Has tomado? —preguntó sin rodeos.
—No —negó Enzo del otro lado, con una voz baja, casi susurrada.
Alessio dejó caer el teléfono sobre la almohada junto a su cabeza y giró el rostro hacia el reloj digital. Las luces rojas marcaban las 2:03 a. m. Suspiró con cansancio. Esa noche había salido tarde del trabajo, eran casi las doce cuando llegó a casa. Se duchó, cenó algo ligero… y apenas había logrado cerrar los ojos.
Volvió a tomar el teléfono y con un suspiro preguntó con tono más cansado que molesto:
—¿Por qué me llamaste?
Enzo respondió sin rodeos, como si la respuesta fuera obvia.
—No contestabas el teléfono.
Alessio cerró los ojos, otra vez. Siempre era lo mismo.
Alessio entrecerró los ojos y levantó de nuevo el teléfono, deslizándolo frente a su rostro mientras revisaba el historial. En efecto, había un par de llamadas perdidas, una a las 12:24 y otra a las 12:47. Probablemente, mientras estaba en la ducha o revolviendo la cena rápida que apenas había alcanzado a preparar.
Se pasó una mano por el rostro, cansado. Con voz más tranquila, murmuró.
—¡Ah… lo lamento! Supongo que me llamaste cuando no tenía el teléfono cerca.
En la otra línea, escuchó un suspiro largo. Hubo un silencio breve, y luego, la voz de Enzo.
—Aless… deberías ver cómo soy ahora. Entonces todo estaría bien.
Alessio se quedó inmóvil. Su expresión se endureció por la confusión. ¿Qué estaba diciendo ahora este lunático? ¿Qué significaban esas palabras? ¿A qué se refería con “cómo soy ahora”?
Se incorporó un poco en la cama, apoyando el codo sobre la almohada mientras miraba el techo, como si eso pudiera darle una explicación.
Pero no, no quería pensar en eso. No ahora.
Frunció el ceño.
—¿A qué te refieres con eso? — preguntó con un tono entre desconcertado y preocupado, la fatiga olvidada por un instante.
Alessio desechó aquellas palabras enredadas de Enzo como quien aparta un mal sueño. No tenía sentido adentrarse en eso ahora. Cerró los ojos un momento y reformuló la pregunta con un tono más firme.
—¿Por qué me llamaste?
Su voz, aunque cansada, arrastraba cierta tensión. No sabía si era enojo, preocupación o simplemente agotamiento mental. Comenzó a removerse entre las sábanas, sintiendo que algo no estaba bien. ¿Y si le había pasado algo a Enzo? ¿Un accidente en el trabajo? ¿Una crisis?
La preocupación asomó en su pecho, pero inmediatamente se topó con otra duda, ¿y por qué llamarme a mí? ¿No debería llamar a Artem? ¿Tan mal está que me busca a mí… al antagonista?
Chasqueó la lengua con fastidio y espantó esos pensamientos con una sacudida de cabeza.
—¿Dónde estás? —preguntó finalmente.
Pero lo que escuchó al otro lado de la línea lo dejó completamente pasmado.
—Estoy fuera de tu casa.
Por un instante se quedó en silencio, su respiración contenida. ¿Fuera de su casa? ¿En plena madrugada? ¿Qué clase de broma era esa? El desconcierto lo invadió tan rápido como el cansancio lo abandonó. Soltó un leve resoplido incrédulo, pasando una mano por su rostro.
—¿Este tipo está loco o qué? —murmuró entre dientes.
Por un instante, Alessio se quedó paralizado, el móvil aún pegado a su oído. El descaro de ese hombre no conocía límites. ¿Llamarlo a las dos de la madrugada no era suficiente? ¿También viene a su casa?
Soltó un largo suspiro, resignado. Se incorporó con lentitud, retirando las sábanas de su cuerpo con un ademán cansado.
—Bien —dijo con voz baja—. Espera un momento. Ya bajo.
Colgó la llamada sin darle oportunidad de responder. No quería escuchar otra palabra, al menos no hasta tenerlo de frente.
Alessio se acercó al armario y abrió las puertas con lentitud, el suave chirrido de las bisagras quebrando el silencio de la madrugada. Aún sentía el calor tenue de la ducha en su piel, y llevaba puesto su pijama de seda negra, de textura liviana y bordes blancos que contrastaban con su piel.
Su mirada se desvió, casi involuntariamente, hacia un conjunto específico. Estaba cuidadosamente colgado, planchado, dispuesto como si esperara una ocasión especial. Una ropa que siempre usaba cuando se encontraba con Enzo. Un reflejo de lo que había sido su deseo por agradarle.
Si fuera el Alessio de antes, el de ocho años atrás, se habría cambiado sin pensarlo, buscando lucir perfecto para él. Pero ahora las cosas eran distintas. El vínculo, los sentimientos, incluso los roles que jugaban. Todo había cambiado.
Sin dudar más, tomó un abrigo largo y oscuro, uno sobrio y elegante. Se lo colocó encima del pijama, ajustándolo mientras se encaminaba a la puerta. Antes de salir, revisó que llevaba consigo el móvil. Bajo las escaleras, caminó por la sala hasta llegar a la puerta. Abrió con cuidado, y al salir, la brisa helada de la madrugada le acarició el rostro, erizándole la piel. Al menos fue buena idea salir abrigado, pensó mientras descendía los escalones de su entrada.
Sus ojos recorrieron la quietud de la calle. Luces tenues iluminaban las aceras vacías. No había ruido alguno, salvo el distante eco de la ciudad dormida. Frunció ligeramente el ceño, caminando unos pasos más. ¿No había dicho que estaba afuera?
Entonces lo vio. A unos metros de distancia, sentado en el borde de la acera como un niño abandonado, estaba Enzo. Tenía la cabeza inclinada, los codos apoyados sobre las rodillas. La imagen era desconcertante. No encajaba con el Enzo que él conocía.
—¿Enzo? —llamó Alessio con voz suave, casi incrédula.
Alessio se acercó con pasos rápidos, sin dejar de observar al otro con preocupación.
—Oye… ¿Estás bien? —preguntó con voz firme, pero cargada de tensión.
Enzo levantó la cabeza con torpeza, como si le costara enfocar bien, Se puso de pie de manera tambaleante y esbozó una sonrisa ladeada, casi infantil.
—Aless… Alessio…
—Sí, soy yo. ¿Qué sucedió? —respondió Alessio, acercándose rápidamente para sostener el cuerpo del delta, que parecía a punto de desplomarse en mitad de la calle.
Lo sostuvo por la cintura, sintiendo el peso de su cuerpo más de lo que había imaginado. Enzo no tenía el aliento impregnado de alcohol, y su aroma natural seguía siendo limpio, intenso… dominador. Alessio, un poco desconcertado, disimuló un ligero olfateo. Nada. No había rastro de licor. ¿Entonces qué tiene? ¿Está enfermo?
—¿Quieres ir a un hospital? Hay uno cerca. —preguntó con tono serio, ya tanteando su teléfono en el bolsillo.
Pero Enzo negó con lentitud, cerrando los ojos por un momento.
—No… —negó Enzo suavemente, sacudiendo apenas la cabeza—. Quedémonos un poco más así…
Sin esperar más, pasó su brazo por los hombros de Alessio, apoyando la cabeza contra el costado de su cuello. El gesto fue tan inesperado como íntimo.
Alessio se quedó inmóvil. Sintió el aliento cálido de Enzo en su oído, suave, húmedo, cargado de algo indescriptible. Todo su cuerpo se tensó, y su corazón comenzó a latir con fuerza, tan fuerte que temió que Enzo pudiera escucharlo.
¿Qué demonios está haciendo este loco?, pensó, pero sus manos no lo apartaron. Era extraño. Antes de su regresión, jamás había estado tan cerca de Enzo. Ahora, ese contacto directo, tan íntimo, lo descolocaba. Y, sin embargo, no lo detuvo.
la pregunta es el es el de la novela cundo hizo que se separen o era el hermano original el que hizo que se separen ?