Una luna perdida. Un alfa maldito. Una marca que arde más fuerte que la sangre.
Cuando el reino de Nyra Veyra cae ante la brutal invasión de los clanes lobo, ella se convierte en botín de guerra. Sin títulos, atrapada en un templo de piedra, solo le queda su cuerpo… y un fuego desconocido que empieza a despertar bajo su piel.
Pero hay algo que ni ella ni su captor esperaban:una Marca antigua arde en su vientre. Una conexión salvaje la une a Varkhan, el alfa más temido del norte.
Y él está dispuesto a reclamar lo que el destino le ha entregado. Con placer. Con sangre. Con colmillo.
Entre rituales, deseo y magia dormida, El Alfa y su Presa es una novela de romance oscuro, brujería ancestral y erotismo salvaje, donde el mayor enemigo no siempre es el que te encierra… sino el que arde dentro de ti.
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Capítulo 12 - Todo lo que nos dijimos
Las brasas del fuego crepitaban con un sonido lento y húmedo, como si la madera no ardiera del todo, como si algo en la atmósfera se negara a consumirse por completo. Afuera, la lluvia tamborileaba suavemente sobre las tejas del templo, un ritmo tranquilo que contrastaba con la tensión que llenaba la habitación de Nyra.
Ella estaba tumbada sobre la manta de piel, con los pies descalzos colgando del borde y el cabello suelto cubriéndole los hombros. La tela de su camisón blanco apenas cubría sus muslos. Había insistido en dormir sola esa noche, pero no porque no deseara compañía, sino porque algo en su interior se removía. Una inquietud que no sabía nombrar.
Sentía que una voz susurraba desde muy atrás, desde un rincón olvidado de su memoria.
Entonces lo oyó.
Los pasos de Varkhan eran inconfundibles, incluso cuando eran suaves. Como si la piedra misma se tensara bajo su peso. Se giró apenas cuando lo vio cruzar el umbral de la puerta sin anunciarse.
—Pensé que no vendrías —dijo ella, con una media sonrisa.
—Yo también lo pensé —murmuró él, cerrando la puerta tras de sí.
Venía con el cabello mojado, gotas de agua deslizándose por su cuello hasta el borde de la camisa entreabierta. Su expresión era incierta. Cansado, sí, pero también vulnerable. Como si necesitara tocar algo para no desmoronarse.
Nyra se incorporó lentamente. Estiró una mano hacia él.
—Ven. No digas nada. Solo… quédate.
Y él obedeció.
Se acercó a ella y la rodeó con los brazos. El contacto fue inmediato, natural, inevitable. Se fundieron en un abrazo silencioso, piel contra piel, respiración contra respiración. Ella hundió el rostro en su cuello, olfateó el olor de la lluvia, del bosque, de él.
—Hoy no necesito palabras —susurró ella—. Solo tus manos.
Y las tuvo.
Varkhan la alzó como si no pesara nada y la depositó de espaldas sobre la cama. Se deshizo de su camisa en un solo gesto. Su pecho desnudo palpitaba bajo la tenue luz de las antorchas. Nyra lo devoraba con los ojos.
Él se arrodilló junto a ella. Le deslizó los tirantes del camisón por los hombros, despacio, como si descorriera un velo sagrado. Ella no se cubrió. Se quedó mirándolo, con los ojos húmedos, abiertos, expectantes. El camisón cayó por sus caderas y quedó desnuda ante él.
—Eres tan hermosa —murmuró Varkhan—. Me haces olvidar quién soy.
—Entonces olvida —susurró ella—. Y tócame como si no existiera nada más que esto.
Varkhan se inclinó. Le besó el ombligo, los muslos, el hueco de la cadera. Nyra se arqueó bajo su boca, sus dedos se aferraron al borde de la manta. Él lamió lentamente su piel, deteniéndose en cada rincón, respirando el olor de su deseo.
Cuando entró en ella, lo hizo con fuerza, pero sin violencia. Con una entrega lenta, reverente. Sus cuerpos se adaptaban como si hubieran sido esculpidos el uno para el otro. Nyra gemía bajo él, con las piernas enredadas a su cintura, con las uñas marcándole la espalda.
—Me encantas cuando no hablas —jadeó ella—. Cuando solo gruñes. Cuando me tocas como si te doliera hacerlo… como si quisieras quedarte aquí, dentro de mí… para siempre.
Entonces ocurrió.
Él se detuvo.
Fue solo un instante. Una fracción de segundo. Pero fue suficiente.
La sangre se le heló. El pulso se disparó. Y el rostro de Nyra se desdibujó ante sus ojos, sustituido por otro. El de una mujer que había muerto en sus brazos siglos atrás. El de una traidora. El de un amor que lo había marcado más allá de la muerte.
Elaria.
La frase había sido idéntica. Las mismas palabras. El mismo tono. Incluso la respiración al decirlo.
Varkhan se retiró de golpe.
—¿Qué haces? —preguntó Nyra, sin comprender.
Él no respondió. Se levantó de la cama, buscó su ropa casi a ciegas.
—¿Te he hecho daño? —insistió ella, incorporándose.
—No —dijo él—. No es eso. Necesito salir.
—¿Qué ha pasado?
Pero Varkhan ya se alejaba. La puerta se cerró con un ruido sordo. El fuego se extinguió lentamente, dejando a Nyra sola, desnuda, con la respiración aún agitada y una sensación de abandono creciendo en su pecho.
Lo encontró en la terraza del templo. Mairen.
La guardiana había sentido el cambio en el aire, el quiebre en el vínculo. No necesitaba palabras para entender que algo se había resquebrajado entre ellos. Varkhan tenía la mirada fija en el bosque, los nudillos blancos de tanto apretar la piedra.
—La tocaste —dijo ella.
Él no respondió.
—¿Y qué viste?
—No fue lo que vi. Fue lo que escuché.
Silencio.
—¿Te dijo algo?
—Una frase. Una que… —tragó saliva—. Una que solo había oído antes en labios de Elaria.
Mairen lo observó en silencio. Luego asintió, despacio.
—Entonces ha comenzado.
Varkhan giró el rostro hacia ella, desconcertado.
—¿Qué ha comenzado?
—La memoria. El retorno. El tiempo no olvida. Ni el fuego. Solo espera el momento de volver a encenderse.
—No puede ser ella —murmuró él—. No después de lo que hizo.
—¿Y si no lo recuerda? ¿Y si ha vuelto no para destruirte… sino para redimirse?
—No sé qué es peor —dijo él, con voz rasgada—. Que sea Elaria… o que no lo sea, y yo la destruya por miedo.
Mairen lo miró con compasión.
—Tienes que decidir pronto. Porque si ella es quien fue… lo descubrirás antes de que la luna nueva toque el altar. Y si no puedes aceptar lo que eso significa… entonces será ella quien te destruya a ti.
Nyra no pudo dormir.
La ausencia de Varkhan era un agujero abierto en la cama. Y también en su pecho. Sentía el rechazo como una espina bajo la piel. Una parte de ella quería llorar. Otra, huir. Pero la más antigua, la más callada… solo pensaba en fuego.
Y en un nombre que no recordaba haber oído nunca.
Elaria.
La palabra surgió en su mente con la claridad de un grito.
Saltó de la cama, descalza, los latidos ensordeciendo sus oídos. Salió al pasillo, y sin saber por qué, sus pies la llevaron hacia la sala de los espejos antiguos, donde las brujas a veces hablaban con sus sombras.
Se detuvo frente al cristal tallado en marfil. Su reflejo le devolvió la imagen habitual.
Hasta que no lo hizo.
Por un segundo, fue otra. Tatuajes rituales. Una sonrisa triste.
Nyra se derrumbó de rodillas.
Y el espejo… la llamó por otro nombre.
Elaria.