aveces el amor no es lo uno espera
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Capítulo 11 – Ecos que vuelven
El cartero dejó el sobre a media mañana, justo cuando el sol asomaba tímido entre las nubes del sur. Era pequeño, blanco, con la letra inclinada de Emilia en el frente. Apenas lo vi, supe que era ella.
El corazón me dio un vuelco.
Subí las escaleras con el sobre en la mano, como si llevara algo sagrado. Me senté en la mesa de la cocina, aún con olor a pan casero y café tibio, y lo abrí con cuidado. Adentro, tres hojas dobladas, una flor seca y una foto nuestra de niñas, en el campo de los abuelos.
Leí con los ojos llenos. Y el alma en carne viva.
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*Lunita:*
*Me quedé abrazando tu carta por un rato antes de abrirla. Como si al apretarla pudiera sentirte acá, conmigo. No sabés cuánto me emocionó saber que estás bien. Que hay luz en tus días. Que hay alguien que te trata con respeto y ternura. Te juro, hermanita, que no hay regalo más grande que eso.*
*No tengas miedo de sentir cosas lindas. No dejes que Patrick te gane hasta en eso. Él ya te hizo suficiente daño. No le des el gusto de robarte también la posibilidad de amar.*
*Vos merecés ser feliz. Merezcés reír. Ser abrazada sin miedo. Ser querida sin condiciones.*
*¿Y sabés qué? Me llena de orgullo lo fuerte que sos. Porque sí, aunque tiemble, aunque llores, aunque tengas días en los que apenas te podés levantar, igual seguís. Y eso, Luna… eso es ser valiente.*
*Yo estoy bien. Te extraño todos los días. Pero cada vez que respiro sabiendo que estás a salvo, respiro mejor. Mandame una foto tuya. Y una del tal Tomás, si te animás. Quiero verte sonreír.*
*cuídate mucho,*
*Emilia.*
P.D.: *Sos más fuerte de lo que creés. Y más hermosa de lo que ves.*
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Lloré. Lloré hasta que la hoja se arrugó en mis manos. Lloré porque la necesitaba. Porque en sus palabras sentí otra vez el hogar.
Y entonces, algo dentro mío se asentó. Como si una parte que aún estaba desordenada se acomodara, finalmente, en su lugar.
Pero no todo en el mundo estaba en calma.
***
A kilómetros de distancia, en una ciudad donde el gris era más fuerte que el azul del cielo, un hombre observaba una foto en su celular. La imagen era vieja, tomada en un parque. Luna, de vestido claro, sonriendo a medias. A su lado, él, Patrick, con los brazos sobre sus hombros.
Su mandíbula estaba apretada. El cigarrillo humeaba entre sus dedos.
—Ella no pudo haberse ido así… —murmuró.
Tiró el cigarro al suelo, lo aplastó con la suela y marcó un número en el celular.
—¿Tenés algo? —preguntó.
Del otro lado, la voz fue seca.
—Nada certero, pero alguien dijo haberla visto en un pueblo al sur. Algo chico. Tiene panadería, feria los sábados. No mucho más.
—Averiguá. Mandame ubicación exacta. Y callate la boca. Nadie puede saber que la estoy buscando.
—¿Y si no quiere volver?
Patrick sonrió, cínico.
—Va a querer… cuando recuerde quién manda.
***
Esa noche en el pueblo, yo preparaba mate en silencio. La carta de Emilia seguía sobre la mesa, como un talismán.
Pensé en Tomás. En cómo me había hecho sentir viva otra vez. Pero también pensé en Patrick. En lo que haría si me encontraba. ¿Sería capaz de volver a lastimarme? ¿Me escondería otra vez?
Me miré las manos. Las uñas limpias, la piel curtida del trabajo. Me toqué la mejilla. Sin marcas. Sin gritos resonando.
Y supe algo: **ya no era la Luna que él conocía**.
No tenía certezas. Pero tenía decisión.
Y esta vez… no iba a ser fácil para él.
***
Al día siguiente, salí temprano. Quería despejar la mente. Fui al río. Al lugar donde había ido con Tomás. El mismo sitio donde me había sentido, por un momento, liviana.
Me senté sobre la piedra y saqué de mi bolso la foto que Emilia me mandó. Nosotras dos, chiquitas, despeinadas, con rodillas sucias de tanto correr.
—No me va a sacar esto —dije en voz alta.
—No va a quitarme esto.
Y por primera vez, no lo dije con miedo. Lo dije con bronca. Y con fuerza.
***
Horas más tarde, mientras regresaba por el sendero, lo sentí.
Esa vieja sensación en la espalda. Como si alguien me observara. Me detuve. Miré alrededor. Nada.
Seguí caminando, más rápido.
A la distancia, una figura se perdió entre los árboles. No pude ver bien. Pero lo sentí. Algo dentro mío se activó.
No era paranoia. Era instinto.
Corrí los últimos metros hasta el pueblo.
Y esa noche… dormí con una silla trabando la puerta.
No por miedo.
Sino por estrategia.
Porque si el pasado venía por mí…
…yo estaba lista para enfrentarlo.