La Mujer De Ovarios

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Esa misma tarde llegué a casa, almorcé rápidamente, tomé un profundo suspiro y me sumergí en pensamientos sobre cómo enfrentaría la conversación con el padre de Lorena. ¿Qué le diría? ¿Cómo explicar algo tan complicado? No estaba segura de cómo abordar a un hombre tan poderoso, de qué forma decirle que su hija era lesbiana y que quería formalizar algo con ella. Aunque no era lo que quería, ya me había visto obligada a aceptar su propuesta, sintiéndome atrapada entre mis propios sentimientos y las expectativas ajenas.

Pensé en todas las posibles respuestas, pero pronto me di cuenta de que ya era tarde. Así que decidí vestirme y tomar mi bicicleta. Pedaleé durante unos 10 o 15 minutos, sin llegar a ninguna conclusión definitiva. Simplemente me propuse decir lo que fuera necesario en el momento. Siempre había creído que cuando uno planea demasiado, las cosas salen mal, por eso prefería actuar de forma espontánea.

Al llegar, Don Jacinto me recibió, abriéndome la puerta de la finca. Ya sabía que iba, probablemente Lorena se lo había mencionado. Con una ligera sonrisa, me indicó que pasara y me dirigiera a la oficina, donde me esperaba su padre.

La casa de Lorena era impresionante. Grandes pasillos, paredes decoradas con elegancia, enormes escaleras, y candelabros de cristal colgando con una belleza deslumbrante. Cada rincón respiraba lujo. Un hombre me señaló la dirección hacia la oficina de Don Francisco, y antes de irme, me aconsejó tocar la puerta, ya que él sabía que me estaba esperando.

La puerta de la oficina era monumental. De madera maciza, parecía desafiar a cualquiera que se atreviera a entrar. Toqué con firmeza, para asegurarme de que me escuchara, y desde dentro una voz grave me invitó a pasar:

—Pásale, está abierto.

Me encontré frente a Don Francisco, sentado en su enorme escritorio de madera, que irradiaba poder. Todo en la habitación reflejaba su estatus. La gran silla detrás de él, el ambiente sobrio pero elegante… era evidente que este hombre no solo manejaba negocios, sino que controlaba todo a su alrededor.

A pesar de mi nerviosismo, sabía que tenía que mantenerme firme. Estaba ante uno de los hombres más poderosos del estado, y si me veía vacilar, no me permitiría estar con su hija. Debía proyectar seguridad, porque sabía que, si dudaba, no me daría permiso.

—Así que vienes a hablar conmigo. Siéntate, por favor, Cristina —dijo, señalando una silla frente a él con voz firme pero no sin cierta cordialidad.

—Buenas tardes. Así es, señor. Vengo a hablar sobre mis sentimientos —respondí, con una sensación de torpeza que me resultaba extraña, pero sabía que debía seguir adelante.

Don Francisco soltó una risa ligera, como si se divirtiera ante mi nerviosismo.

—Tranquila, no estés nerviosa. Lore ya me habló un poco de ti —dijo con una sonrisa, que parecía aliviar un poco la tensión en el aire.

—¿Entonces usted ya sabe? —pregunté, sorprendida por su aparente calma.

—No soy tonto —respondió, con una mirada que no dejaba lugar a dudas—. Mi hija siempre trae amiguitas a la casa, y a veces, los sonidos en su cuarto son bastante evidentes. Era claro que a Lorena no le gustaban los hombres. Traía a chicas distintas, podría ser igual a su padre cambiar de mujer como de calzón jajaj, pero no le vi demasiada importancia, ninguna parecía seria… hasta ahora.

Su sinceridad me sorprendió. Aunque había notado sus gestos de desaprobación en el pasado, ahora me sentía algo más relajada al saber que, de alguna manera, él ya conocía la situación.

—Lo entiendo, lo entiendo, señor —respondí, algo confundida. No era común encontrarme con alguien tan directo.

—Mi hija me habló mucho de ti. Dijo que realmente te quiere, y que tú le propusiste una vida juntas. Algo que ella nunca había considerado antes. Me sorprendió porque, por primera vez, mi hija parecía tomar algo en serio. Aunque todavía son jóvenes, apenas cumplen 18, y necesitan disfrutar del noviazgo —continuó.

Don Francisco, a pesar de su apariencia de hombre rígido y calculador, parecía tener un enfoque más comprensivo de lo que imaginaba. A veces, su mirada era tan fuerte como su postura, pero ahora sentía que me escuchaba de manera genuina.

—Sí, así es, señor. Quiero compartir una vida con su hija, y aunque sé que somos jóvenes, quiero pedirle su permiso para ser su novia, y con el tiempo, poder formalizar algo más. Sé que no tengo el dinero que ustedes tienen, y no le puedo ofrecer el mismo futuro brillante que le da usted, pero haré todo lo posible por ser la mejor para ella.

Don Francisco soltó una gran carcajada, sorprendido pero satisfecho con mis palabras.

—Me agradas. Se nota que tienes buen corazón. No te preocupes por el dinero, yo tengo mucho. Eso no es lo importante. Pero dime, sé que no es lo único por lo que has venido. ¿Es cierto?

Sabía que no era lo único. Mi mente estaba puesta en algo más grande, algo que quería lograr para poder buscar a eli.

—Quiero encargarme de sus negocios —respondí con firmeza, sin titubear. Mis ojos se fijaron en los suyos, intentando que comprendiera la seriedad de mis palabras.

—¿No crees que es algo atrevido? Primero me pides a mi hija, y luego mis negocios —dijo con una risa suave, como si me pusiera a prueba.

—No me malinterprete. Sé que su hija se involucrará en esos negocios, y quiero estar a su lado, ser su mano derecha. Me esforzaré para aprender y contribuir, para hacer todo lo que sea necesario —respondí, segura de que quería algo más allá de una simple relación.

—Ya veo —dijo él, observándome detenidamente—. Posiblemente Lorena se encargue de mis negocios, pero si me demuestras que eres capaz, estaré dispuesto a ayudarte. Si cumples con mis expectativas, serás mi mano derecha. ¿Qué piensas?

Mi corazón latía fuerte, pero respondí con total seguridad.

—Gracias, Don Francisco. Será un honor y haré todo lo que esté a mi alcance para cumplir con su confianza.

—Ahora somos familia, ¿verdad? —dijo, sonriendo ampliamente. Se levantó y estrechó mi mano, como si ya me hubiera aceptado como parte de su mundo.

Cuando miré hacia la puerta, me sorprendí al ver a Lorena observándonos con una sonrisa serena en el rostro. Se acercó y, abrazando a su padre, dijo:

—Entonces, papá, ¿Cristina puede ser mi prometida?

Don Francisco asintió con una sonrisa satisfecha.

—Primero sean novios, y luego, si el tiempo lo permite, ya veremos. ¿Qué piensas?

Lorena me abrazó, feliz por lo que habíamos logrado. A pesar de mi nerviosismo inicial, ahora sentía una mezcla de alivio y satisfacción. Tenía el permiso de uno de los hombres más poderosos del estado, y aunque aún no sabía hasta dónde me llevaría todo esto, ahora estaba decidida a trabajar duro, para cumplir con sus expectativas.

Tenía que convertirme en el mismo diablo para obtener todo y que nunca mas me arrebatar algo de mi vida

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