En la ciudad de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una serie de desapariciones misteriosas aterra a la comunidad. A pesar de los esfuerzos de la policía local, las víctimas desaparecen sin dejar rastro. Héctor Ramírez, un detective experimentado, es llamado para investigar. Mientras avanza en su pesquisa, descubre que las desapariciones están conectadas por una serie de pistas inquietantes que parecen ir más allá de lo criminal. Atrapado en un misterio que desafía su comprensión, Héctor se enfrenta a fuerzas que no pueden ser explicadas por la lógica. A medida que el caso avanza, la atmósfera de la ciudad, cargada de historia y superstición, se convierte en un campo de juego para lo sobrenatural.
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6 de Abril 2024
Bitácora del Inspector Héctor Ramírez
Hoy comenzó con un giro inesperado. El caso de Santiago Herrera estaba a punto de ser cerrado. Los superiores presionaban para archivarlo bajo la etiqueta de “rebelión juvenil”, alegando que el joven probablemente se perdió en estado de ebriedad o bajo los efectos de alguna sustancia. Según esta versión, sus días desaparecido habrían sido consecuencia de un episodio desafortunado de irresponsabilidad juvenil.
No podía estar más en desacuerdo. Desde el principio, algo en este caso no encajaba, pero sin evidencia sólida, mis objeciones se enfrentaban a un callejón sin salida. Sin embargo, la decisión de cerrar el caso se detuvo abruptamente con una llamada que llegó temprano esta mañana.
Era María Herrera, la madre de Santiago. Sonaba desesperada, más aún que cuando reportó su desaparición. Nos informó que Santiago había empezado a tener episodios de convulsiones. Apenas podía hablar entre sollozos mientras explicaba que lo había llevado al médico, y ahí fue donde descubrieron algo perturbador: Santiago tenía una frase grabada en su pecho.
“Mox perveniet.”
Las palabras estaban marcadas como un tatuaje improvisado, realizadas con cortes superficiales que aún estaban cicatrizando. Además, había más laceraciones alrededor de su torso, algunas de ellas con patrones irregulares, como si hubieran sido hechas al azar, pero otras parecían cuidadosamente planeadas.
La voz de María temblaba mientras describía el estado de su hijo:
—Inspector, no sé quién le hizo esto. Mi hijo... mi hijo no es el mismo. Desde que volvió, no habla, apenas come, y ahora esto. Por favor, ayúdelo.
Fui personalmente al hospital donde se encontraba Santiago. Los médicos confirmaron que había tenido episodios epilépticos desde su regreso. Aunque no había antecedentes familiares de epilepsia, el neurólogo que lo atendía mencionó que podría ser un efecto secundario de algún trauma extremo o, incluso, de intoxicación por sustancias desconocidas.
Cuando vi a Santiago, su estado era más inquietante que la última vez. Estaba pálido, sus manos seguían temblando, y parecía ausente, como si su mente estuviera atrapada en algún lugar al que nadie más podía llegar. Intenté hablar con él, pero las respuestas eran incoherentes, sus palabras no seguían un hilo lógico. Lo único que repetía, de forma casi inaudible, era:
—Ella viene... la puerta está abierta...
Sentí un escalofrío recorrerme.
Regresé a la estación con un propósito renovado. Decidimos analizar las marcas en el pecho de Santiago como prueba clave. “Mox perveniet” era una frase en latín. No tardé mucho en descubrir su significado: “Pronto llegará.”
El contexto de esas palabras era un enigma. ¿Qué llegaría pronto? ¿Y quién o qué se lo había marcado en la piel? Mi instinto me decía que esto no era obra de Santiago. No había indicios de que hubiera intentado autolesionarse antes, y las incisiones eran demasiado precisas para haber sido hechas sin ayuda externa.
Además, pedí que se realizaran análisis toxicológicos más detallados para descartar intoxicaciones que pudieran haber causado las convulsiones. Si alguien lo había drogado, necesitábamos saberlo.
El caso de Santiago se estaba volviendo más oscuro. Primero, su desaparición inexplicable. Luego, su regreso en un estado de desconexión total, y ahora las marcas en su cuerpo. Todo parecía apuntar a una fuerza externa, alguien que estaba manipulando a estas personas.
En mi oficina, observé el expediente del caso de Mariana Gómez y comparé los elementos. Ambas víctimas tenían en común una sensación previa de ser perseguidas. Ambos casos estaban marcados por símbolos o palabras que parecían rituales, y los dos dejaban más preguntas que respuestas.
Mientras cerraba mi bitácora del día, no podía evitar pensar que estábamos tratando con algo mucho más grande, algo que todavía no alcanzábamos a comprender. Pero lo que sí sabía con certeza era que esto no se detendría con Santiago. El reloj estaba avanzando, y algo más estaba por venir.