Alice Crawford, una exitosa pero ciega CEO de Crawford Holdings Tecnológico en Nueva York, enfrenta desafíos diarios no solo en el competitivo mundo empresarial sino también en su vida personal debido a su discapacidad. Después de sobrevivir a un intento de secuestro, decide contratar a Aristóteles, el hombre que la salvó, como su guardaespaldas personal.
Aristóteles Dimitrakos, un ex militar griego, busca un trabajo estable y bien remunerado para cubrir las necesidades médicas de su hija enferma. Aunque inicialmente reacio a volver a un entorno potencialmente peligroso, la oferta de Alice es demasiado buena para rechazarla.
Mientras trabajan juntos, la tensión y la cercanía diaria encienden una chispa entre ellos, llevando a un romance complicado por sus mundos muy diferentes y los peligros que aún acechan a Alice.
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Capítulo 12 Reencuentros
Alice y Aristoteles entraron al restaurante, y el aire cambió de inmediato. El lugar estaba decorado con elegancia, con luces cálidas que bañaban las mesas y creaban un ambiente íntimo y tranquilo, ideal para reuniones importantes. Aristoteles, siempre atento, miró alrededor, evaluando el entorno y ubicando los puntos de entrada y salida con naturalidad. Mientras se dirigían a la mesa reservada, él le dirigió una pregunta en tono bajo.
—¿Cómo es el señor Van Buren?
Alice esbozó una sonrisa ligera, algo irónica.
—Un tipo común… o eso le gusta aparentar. —Su respuesta parecía encerrar más de lo que decía, como si hubiera algo en Patrick que prefiriera dejar entre líneas.
Al acercarse a la mesa, Aristoteles vio a un hombre de mediana edad que se levantaba al verlos. Patrick Van Buren tenía el cabello castaño salpicado de algunas canas, llevaba un traje discreto pero bien cortado, y sus ojos reflejaban una mezcla de inteligencia y amabilidad. Aunque no parecía extraordinario a primera vista, había algo en su presencia que denotaba experiencia y confianza en sí mismo.
Aristoteles se acercó junto a Alice, manteniendo una actitud respetuosa. Al verlos llegar, Patrick sonrió y extendió una mano hacia Alice.
—Hola, Alice.
Alice inclinó levemente la cabeza y esbozó una sonrisa, respondiendo al saludo con calidez, aunque manteniendo su habitual compostura.
—Hola, Patrick. ¿Qué tal va todo en casa? —preguntó, con un tono que denotaba genuino interés.
Patrick se rascó la nuca, algo incómodo, y miró hacia otro lado antes de responder.
—Los chicos te extrañan —dijo, con una mezcla de nostalgia y seriedad.
Aristoteles, que observaba la interacción, sacó una silla para que Alice se sentara. Ella se acomodó, sin dejar de prestarle atención a Patrick.
—Es una pena. —Alice suspiró, y por un instante, Aristoteles pudo notar una vulnerabilidad en sus palabras—. Yo también los extraño.
Cuando Alice estuvo cómoda, Patrick volvió a sentarse frente a ella, mientras Aristoteles les dirigía una última mirada antes de retirarse hacia la puerta del restaurante.
—Estaré aquí si necesita algo, señora Crawford —le dijo Aristoteles con una ligera inclinación de cabeza, siempre en su tono profesional.
Alice asintió, y una pequeña sonrisa cruzó sus labios, un gesto que parecía exclusivo para él. Cuando Aristoteles se alejó hacia la entrada, Patrick lo observó por un momento, y su mirada revelaba cierta incomodidad.
—Así que, ¿ese es tu perro guardián ahora? —preguntó Patrick, con un tono que pretendía ser ligero, pero que no ocultaba del todo su resentimiento.
Alice tomó aire y se acomodó en su silla antes de responder.
—Así es. Después del intento de secuestro, era necesario. —Su tono era firme, como si dejara claro que su decisión no era negociable.
Patrick suspiró y se recargó en el respaldo de la silla, entrelazando las manos sobre la mesa mientras la observaba.
—Me enteré de eso… No me gusta la idea de que estés en peligro, Alice. Y menos con los chicos de por medio.
Alice cruzó las manos sobre la mesa, manteniendo su postura tranquila, pero sus labios se tensaron un poco al escuchar la mención de sus hijos.
—Mis hijos no están en peligro. —Su voz era baja pero firme—. Esta situación es mía, y ya he tomado las precauciones necesarias.
Patrick sacudió la cabeza y la miró con un dejo de preocupación.
—Eso es lo que dices tú, pero los chicos… —Hizo una pausa, como si buscara las palabras adecuadas—. Han estado algo descontrolados últimamente, ¿sabes?
Alice frunció levemente el ceño, pero mantuvo su mirada fija en la dirección de la voz de Patrick.
—¿Descontrolados? —repitió, con una mezcla de incredulidad y preocupación.
Patrick asintió y soltó un suspiro.
—Sí, Alice. La semana pasada, Nathan se peleó en la escuela con otro chico. Parece que este niño le dijo algo sobre tu secuestro, y Nathan… bueno, lo golpeó sin dudarlo. —La voz de Patrick tenía un tono serio, y sus ojos reflejaban preocupación—. Y luego está Sophie… —Hizo una pausa antes de continuar—. Encontré algunas notas que escribió en su diario. Está… enojada contigo, siente que ya no estás presente para ellos.
Las palabras de Patrick se quedaron en el aire por un momento. Alice se mantuvo en silencio, y aunque su expresión no mostró cambio alguno, Aristoteles, que la observaba discretamente desde la puerta, percibió la tensión en su postura, como si una parte de ella estuviera luchando por mantener la compostura.
Alice respiró hondo antes de responder.
—Esos chicos saben cuánto los amo —dijo, en un tono que mezclaba la firmeza con un deje de tristeza—. Pero también entienden que tengo una responsabilidad aquí, y que cada cosa que hago es por su bienestar.
Patrick asintió, aunque en sus ojos aún se veía cierta incomodidad.
—Lo sé, Alice, y también sé que has hecho mucho por ellos… Pero, a veces, me pregunto si esa vida que llevas no les está afectando más de lo que crees.
Alice se tensó, pero mantuvo su expresión serena.
—Eso no es algo que puedas entender completamente, Patrick. —Hizo una pausa, su tono algo más suave—. Pero agradezco que estés ahí para ellos.
La conversación se tornó en silencio, un momento en el que ambos parecían estar pensando en los años de su matrimonio y en los caminos que sus vidas habían tomado. Aristoteles, desde su posición, observó la escena con una mezcla de curiosidad y respeto.
A pesar de los desafíos, Alice nunca permitía que las dudas la doblegaran; sin embargo, era evidente que, cuando se trataba de sus hijos, el impacto era mucho mayor.
Patrick la miró con una expresión que oscilaba entre la resignación y el afecto.
—Solo quiero que lo sepas, Alice. Estoy aquí para ayudarlos, siempre que lo necesiten.
Alice asintió, su rostro reflejando una mezcla de agradecimiento y resignación.
—Lo sé, Patrick. Y te agradezco que sigas siendo una parte tan importante en sus vidas.
Después de unos minutos, la conversación comenzó a girar hacia temas menos personales, enfocándose en las actividades de los chicos, la escuela y los eventos de su vida diaria. Aristoteles, que escuchaba desde la distancia, sintió una extraña tranquilidad al ver cómo Alice mantenía aquella relación tan compleja, pero tan vital, con Patrick. Había algo en la forma en que gestionaba todos los aspectos de su vida que lo impresionaba cada vez más.
Cuando la reunión terminó, Aristoteles volvió a acercarse, ofreciéndole el brazo a Alice para ayudarla a levantarse. Ella lo tomó con naturalidad, y mientras se dirigían a la salida, Aristoteles le lanzó una mirada a Patrick, que se quedaba atrás, observándolos con una expresión pensativa.
—Gracias por esperar —le dijo Alice a Aristoteles, en un tono que llevaba un dejo de cansancio.
—Siempre, señora Crawford —respondió él, su voz baja y firme.
Mientras salían del restaurante, Alice soltó un leve suspiro, que apenas fue audible, pero Aristoteles lo percibió. Se detuvo un momento, mirándola con una mezcla de respeto y algo más, algo que no podía evitar sentir cada vez que estaba cerca de ella.
Alice, percibiendo su atención, levantó la cabeza ligeramente en su dirección.
—No puedo permitirme fallar —murmuró ella, más para sí misma que para él, como si buscara convencerse.
Aristoteles la miró, comprendiendo la presión que cargaba sobre sus hombros.
—Y no lo hará, señora Crawford. —Le dedicó una leve sonrisa—. No mientras yo esté aquí.
Alice se relajó un poco, su expresión suavizándose.
—Gracias, Aristoteles. —El tono de su voz denotaba un agradecimiento sincero, y por un instante, él sintió que entre ambos se había forjado un vínculo que iba más allá de sus roles.
Con esa complicidad tácita entre ellos, ambos se dirigieron de regreso a la oficina, preparados para enfrentar lo que la tarde les deparaba.
Para no dar una calificación a medias , me abstendré de darla.