— Seré directa, ¿quieres casarte conmigo? — fue la primera vez que vi sorpresa en su rostro. Bastian Chevalier no era cualquier hombre; era el archiduque de Terra Nova, un hombre sin escrúpulos que había sido viudo hacía años y no había vuelto a contraer nupcias, aunque gozaba de una mala reputación debido a que varias nobles intentaron ostentar el título de archiduquesa entrando a su cama, y ni así lo lograron, dejando al duque Chevalier con una terrible fama entre las jóvenes y damas de la alta sociedad.
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Boda
El conde Derby no había aguantado el severo castigo que le había tocado. Al terminar los cincuenta latigazos, los médicos decidieron darle diez más. Por su actitud, su comportamiento fue repudiable.
— Solo un ser lo suficientemente estúpido ofende a dos nobles de alto rango — Dijeron los guardias, burlándose de su posición y dejándolo tirado.
El conde terminó desmayándose. Los médicos solo le aplicaron medicamento en la herida para que no se le infectara y llegara en buen estado a ver al emperador. A pleno amanecer, salieron tres guardias con el conde Derby encima de un caballo hacia el campamento principal. Apenas llegaron, lo encerraron en un carruaje con rumbo a la capital. Lo bueno era que estaba dormido debido a los fuertes golpes que recibió antes de recibir los latigazos. En el campamento, todos estaban con el susto en la boca al ver al conde en ese estado. Se rumoreaba que había sido atacado por un animal, pero eso estaba realmente lejos de la realidad.
Pero el revuelo que se formó en la capital fue abismal cuando se corrió el rumor de que el conde Derby tenía que ser enjuiciado por el mismísimo emperador debido a una ofensa a dos nobles importantes, entre ellos el archiduque. Todos sabían que el rey no sería compasivo, ya que el archiduque era su amado hermano.
— Conde Derby, está aquí por difamar al archiduque del imperio. Quiero recordarle a todos que el archiduque es un príncipe, parte de la familia real, y la difamación a un miembro de la realeza se paga con muerte. Pero esta vez seré piadoso: recibirá cien azotes en público ante toda la capital. Después de su castigo, sus piernas serán quebradas como lección por no aceptar el rechazo de Lady Vitaly e intentar mancillar su reputación, acto que considero una bajeza. — Se escuchó un pequeño murmullo entre los miembros de la corte; si las mujeres eran muy comunicativas, los hombres lo eran mucho más.
Si bien romperle las piernas no parecía mucho, la realidad era otra: ese castigo era peor que llevarlo a la horca. El emperador lo estaba matando en vida, y esto afectaría grandemente la reputación del hombre. Ninguna jovencita querría casarse con un hombre lisiado; ese era el castigo por ofender a la flor del imperio, la única mujer favorecida por el emperador. Ni siquiera la emperatriz tenía tantos privilegios como Lady Margaret.
Al día siguiente, a primera hora, el conde Derby estaba recibiendo su condena.
—Tan decente que se la daba, y mira cómo terminó —dijo uno de los presentes.
—Eso le pasa por arrogante y creído. Vivía alardeando de que se casaría con la joven dama del ducado Vitaly, y al no conseguir enredarla en sus mentiras, quiso difamarla —dijo otra mujer, cuyo esposo era parte de la corte.
— No es más que un cobarde que busca subir de estatus desprestigiando a mujeres para que lo acepten. Nunca permitiría que se acercara a una de mis hijas —dijo otra mujer con repudio. Sin embargo, esta misma había querido concertar un matrimonio entre una de sus hijas y el conde; era notable la doble moral de la sociedad.
— Es más que evidente que nunca estaría a la altura de los Vitaly — Dijo un noble cercano a la familia del duque Vitaly.
El conde Derby apretaba los puños mientras juraba que se vengaría del archiduque. Pensó que Margaret lo salvaría, pero al parecer el archiduque la tenía hipnotizada. Tendría que arreglárselas para recuperar su confianza; estaba seguro de que Margaret lo amaba.
Estaba tan metido en sus maquinaciones que no se dio cuenta de cuándo su castigo terminó, pero poco duró su victoria cuando sintió sus huesos romperse. El conde Derby gritaba de dolor, pero los guardias lo arrastraron a un carruaje para llevarlo al condado de su familia.
Meses después, la capital estaba de festejo; era el día en que se casaría el archiduque y el templo estaba a estallar. De parte de la novia, había pocos nobles invitados, pero estos eran los tres pilares del imperio. En el lado del novio estaban los nobles pertenecientes a la corte. El archiduque lucía un reluciente traje blanco con dorado, adornado con todas las insignias que había ganado en batalla, además de portar la corona representativa de su título de segundo príncipe. Esta corona ni siquiera la había usado en su primer matrimonio, lo que dejaba claro que su esposa era una mujer de aprecio para él.
El emperador estaba a su lado, acompañándolo. La emperatriz estaba disgustada, pero lo disimulaba bien; ella era hermana de la difunta archiduquesa y lo ideal era que el archiduque desposara a alguien de la misma rama familiar, pero sabía muy bien que no era fácil tratar con ese hombre.
El duque Vitaly entró con un elegante traje representativo, portando el emblema del ducado, una espada enredada en espinas y una rosa marchita. De su brazo venía su amada hija, con un hermoso vestido blanco y un inmenso velo que tapaba su rostro. La sorpresa fue evidente al conocer quién sería la futura esposa del archiduque; los Vitaly habían decidido romper con la maldición, y eso era de admirar.
—Mi preciada joya, ¿estás segura de esto? Aún hay tiempo para salir corriendo — Dijo el duque, caminando más lento, como si quisiera detener el tiempo.
— Padre, claro que estoy segura, amo al archiduque Chevalier con todo mi corazón. — Ambos siguieron caminando hasta llegar al altar, pero antes de entregar la mano de su hija, el duque daría unas palabras extremadamente conmovedoras para una época en que las hijas solo eran vistas como un trato comercial.
— Archiduque Chevalier, hoy le entrego lo más preciado que tengo en la vida, mi amada hija. Si en algún momento siente que ya no la ama, no me la lastime, no la maltrate, entrégamela nuevamente; Margret siempre tendrá las puertas del ducado abiertas para cuando quiera regresar —Dijo el duque, mirándolo directamente a los ojos con severidad.
— Le juro por el honor de los Chevalier que cuidaré a su hija con mi vida.— Este no era cualquier juramento; el archiduque estaba jurando por el poder que le otorgaba la corona al ser un descendiente de emperadores; él estaba jurando por todos los emperadores anteriores.
— Eso espero, mi hija es lo único que realmente vale para mí — Dijo el duque con firmeza. Pero lo que haría el archiduque sería impresionante; este searrodillo ante el duque.
— Yo, el archiduque Bastian Chevalier, prometo ante Dios y los hombres nunca dañar a mi futura esposa, Margaret Vitaly. Tampoco permitiré la entrada de concubinas en mi hogar. Si en algún momento no cumplo con mi palabra, prefiero perder la vida a manos de mi esposa y su familia. — Para los nobles, esto era muestra de que el temido archiduque había perdido la cabeza por dicha joven, lo cual posicionaba a los Vitaly en una posición superior a la que ya tenían.
— Que así sea — Djeron al mismo tiempo el emperador y el duque para sellar el juramento. — Las jóvenes se derretían de amor por el archiduque; todas soñaban con casarse con un hombre así.
La ceremonia continuó con tranquilidad, pero al llegar los votos fue tan conmovedora que las emociones de todos los presentes estaban siendo fuertemente influenciadas por los futuros esposos.
— Desde el primer momento en que te vi, me robaste el aliento y las ganas de vivir, no porque quiera morir, sino porque quiero vivir el resto de mi vida a tu lado, amándote y acompañándote hasta el fin de nuestros días. Lady Margaret Vitaly, heredera al título de duquesa, acepta ser mi esposa. — Sus palabras no eran mentira; sentía una conexión tan fuerte con Margaret que era como si se hubieran conocido desde siempre.
— Sí, acepto. No puedo explicar con palabras los sentimientos que se arremolinan en mi pecho al verte. Te he amado desde el principio de esta vida y te amaré por las vidas siguientes. El archiduque Bastian Chevalier, segundo príncipe del Imperio Terra Nova, quiere casarse conmigo.
— Sí, acepto.
— Por el poder que me confiere el templo y el emperador, los declaro marido y mujer. Que su matrimonio sea próspero y resiliente.
Al alzar el velo, Bastian se quedó sin aliento. Margaret estaba radiante, tan hermosa y delicada como una flor en plena primavera. Ambos se unieron en un delicado beso que dejó a los nobles al borde del colapso. Ya no quedaban dudas de que en realidad se casaban por amor y no por el bien del imperio.
Todos salieron rumbo a la recepción del baile, que sería en el palacio. Pero, mientras los novios paseaban por el pueblo en su carruaje, recibiendo los buenos deseos de la gente que salía a saludarlos, en el carruaje del emperador, la emperatriz tenía un berrinche.
—¿Cómo es posible esto? Los descendientes de los pilares no pueden casarse con un miembro de la realeza. ¿Cómo permitiste esta locura? — Exclamó la emperatriz, furiosa.
—¡Silencio! No te permito que alces la voz. La única familia con derecho a romper esa regla impuesta por nuestros antepasados son los Vitalys, y lo acaban de hacer. ¿O no era por eso que quería que la archiduquesa Chevalier se casara con el segundo príncipe? — Le dijo el emperador, con frialdad.
—Yo, yo no... — La emperatriz había entrado en pánico.
— Mi imperio, mis reglas. No te entrometas en la vida de mi hermano y su esposa si no quieres terminar como tu hermana. Lo único que te ha mantenido con vida estos años es que tenemos dos hijos en común. No quieras pasártela de lista; no le tengo miedo a tu padre, porque aunque quiera matarnos, no podrá, y lo sabes muy bien. El pacto se ha sellado con la unión; dentro de poco, la magia volverá a nosotros. Mantente al margen de los problemas. Si intentas hacer algún movimiento a favor de tu padre, perderás la cabeza, tenlo por seguro.
La emperatriz guardó silencio; no sabía qué era peor: tratar con él, el archiduque, o con el emperador Gustavo Chevalier. Su esposo era un ser indescifrable; lo único que estaba claro era el evidente favorecimiento hacia el archiduque.