Siempre he pensado que el hombre que nace malo, nunca en su vida vuelve a recuperar la bondad de su corazón, nadie se hace malo porque quiere, la vida, la sociedad y el mundo te obligan.
Pero que haces si a tu vida llega una persona que no te teme y que cambia el rumbo de tus pensamientos.
Soy Jarek y necesito una madre para mi hijo, no importa lo que tenga que hacer para conseguirla.
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Capítulo 11: Un nuevo despertar
La luz de la mañana se filtró entre las cortinas de la habitación.
Victoria abrió los ojos lentamente y se encontró recostada sobre el pecho de Jarek.
Por un instante se quedó inmóvil, escuchando el latido firme de su corazón, sorprendiéndose de lo seguro que se sentía aquel refugio.
Al darse cuenta de su posición, se incorporó de golpe, ruborizada.
—Lo siento… —dijo, evitando mirarlo directamente.
Jarek entreabrió los ojos, aún adormecido, y por un segundo la observó con una suavidad inusual, casi tierna.
Pero enseguida frunció el ceño, recuperando su habitual frialdad.
—No tienes por qué disculparte. Fue un día difícil para ambos.
La puerta se abrió despacio y la abuela apareció, con una sonrisa satisfecha al verlos juntos.
—Así me gusta verlos —comentó con picardía—. Los esposos deben despertar juntos.
Victoria y Jarek intercambiaron una mirada incómoda.
La abuela avanzó con paso firme, dejando claro que no había lugar para excusas.
—Recuerden lo que está en juego. Si queremos despistar a todos en el hospital y proteger a Jacob, deben comportarse como un matrimonio real. Nadie debe sospechar nada.
Jarek asintió sin discutir.
Victoria tragó saliva, consciente de que estaba atrapada en una mentira que, poco a poco, se volvía demasiado creíble.
Camino al hospital
Un rato después, en el gran salón de la mansión, Dylan los esperaba.
Al verlos bajar las escaleras juntos, se levantó de inmediato.
—Si van a salir, yo voy con ustedes. No pienso dejar a Jacob sin protección.
Jarek le dio una palmada en el hombro.
—Sabía que podía contar contigo.
Victoria los observaba en silencio; la complicidad entre ellos era evidente, como si fueran más que amigos, casi hermanos.
El trayecto al hospital estuvo cargado de tensión.
Victoria repasaba en su mente las preguntas que seguramente le harían sus colegas.
El recuerdo de Bianca, su amiga de confianza, la atormentaba: ¿cómo explicarle aquella repentina desaparición y el matrimonio inesperado?
El encuentro inesperado
Al llegar al hospital, todo sucedió como temía.
Bianca apareció en el pasillo, con el jefe de área a su lado.
Ambos se quedaron sorprendidos al verla.
—¡Victoria! —exclamó Bianca, acercándose de inmediato—. ¿Dónde estabas? ¡Te buscamos por todas partes! Incluso pusimos una denuncia por tu desaparición.
El jefe, con gesto severo, la examinó de arriba abajo, deteniéndose en el anillo de matrimonio y en el niño en brazos.
—Explíquese, doctora. Esto no tiene ningún sentido.
Victoria abrió la boca, pero las palabras no salieron. Sentía la mirada de todos sobre ella.
Entonces, Jarek dio un paso al frente, su voz grave e imponente llenando el lugar.
—Mi esposa no tiene nada que explicar. Estuvo conmigo, donde debía estar. Ahora, si no les molesta, nuestro hijo necesita atención médica.
El jefe parpadeó, desconcertado.
Bianca miró a Victoria con preocupación, buscando en sus ojos una verdad que la calmara, pero solo encontró evasivas.
Victoria bajó la cabeza, permitiendo que Jarek tomara el control.
La mentira se había tejido demasiado rápido.
Jacob fue ingresado de inmediato en el área pediátrica, pues su estado de salud requería atención urgente.
Victoria habló con los médicos de confianza, explicando que el niño padecía leucemia mieloide aguda, una enfermedad rara y agresiva que exigía un tratamiento constante y riguroso.
—Cada día cuenta —susurró Victoria mientras observaba cómo lo conectaban a los equipos—. No podemos bajar la guardia ni un instante.
Jarek se mantuvo a su lado, con el rostro endurecido.
Ver a su hijo en ese estado le arrancaba el alma, aunque jamás lo admitiría en voz alta, decide salir un momento de la habitación, no quería romperse, necesitaba mostrar fortaleza frente a la doctora.
Dylan vigilaba la sala desde afuera, atento a cualquier movimiento extraño.
Mientras el niño era atendido, Jarek notó a dos hombres apostados cerca de la entrada del hospital. No parecían pacientes, ni familiares de enfermos. Sus miradas estaban fijas en ellos.
—Dylan —susurró sin apartar la vista—, ¿los ves?
—Sí. No me gusta cómo se mueven. Déjame a mí.
Dylan se alejó discretamente, fingiendo una llamada. Su cuerpo entro inmediatamente en una tensión palpable: estaba listo para confrontar a cualquiera que buscara acercarse demasiado a la familia de su amigo.
Jarek, en cambio, mantuvo la compostura. Su rostro era el de un hombre sereno, pero por dentro ardía el instinto de protección.
Al caer la noche, Victoria se negó a salir de la habitación y se quedó dormida en una silla ubicada muy cerca a la cama de Jacob sosteniendo su mano.
Jarek se detuvo frente a la cama, contemplando como Jacob y Victoria dormían plácidamente. Alzó una mano y le acarició la frente a su hijo con delicadeza, como si aquel gesto pudiera sellar una promesa, luego sus ojos la encontraron a ella, protegiendo a su hijo como si fuera la madre.
Su mente viajó al pasado, a la mujer que había amado y que un día simplemente desapareció, dejándolo solo con un hijo y una herida que nunca cerró.
“Me abandonó”, pensó con amargura. “Y no dejaré que alguien lo vuelva a hacer”.
Cerró los ojos y respiró hondo.
Su corazón, endurecido por la pérdida, no podía permitirse confiar en nadie, mucho menos en Victoria, aunque el destino y el amor no estaban de acuerdo con él.