La Reina Sucia

Una semana había transcurrido y el Rey tenía mejor semblante, aún estaba débil, pero se veía mucho mejor, Alba no se había separado de él en ningún momento.

Ella misma hacía el aseo corporal, y cambiaba las sábanas con ayuda de las doncellas, ellas se sentían un poco incómodas de tener siempre presente a la Reina cuando en estos casos, son ellas las que hacen todo el trabajo.

Como todas las noches la princesa se acomodo a un lado de la cama en una silla y recostó su cabeza en la cama, ese día estaba muy cansada porque había salido con Martha en busca de la planta medicinal y no consiguieron.

Ella quería asegurar el tratamiento por más días, pero no lo había logrado. El cansancio era tanto que se durmió profundamente.

En la mañana El Rey despertó, y respiró a profundidad, ya no sentía dolor y sentía más fuerza en su cuerpo, miró a su alrededor y vio a su hermosa esposa aún dormida. Una hermosa sonrisa se formó en sus labios.

Levanto su mano y acarició el cabello alborotado de la princesa, y exclamó.

—Mi hermosa.

La princesa dió un saltito, despertando asustada y exclamó.

—¡Su majestad! ¿Cómo se siente?—sonreía con mucha alegría.

—Ya respiro mucho mejor, me siento con más ánimo.

—¡Si funcionó la medicina!—saltando de alegría —voy a buscar a Martha.

La princesa salió corriendo y Verchiel se quedó con una sonrisa en sus labios.

Aunque respiraba bien debía mantener reposo. Martha llegó a la habitación y se sorprendió al ver al Rey despierto y con mejor semblante, hizo una reverencia y él sonrió.

—¿Has cuidado bien de mi esposa Martha?—preguntó el Rey sin quitar la mirada a Alba.

—Por su puesto mi Rey, como usted lo ordenó—sonriendo.

El Rey volvió a sonreír, volver a admirar el rostro de Alba era satisfactorio.

El resto del día el Rey se mantuvo en cama y Alba a su lado le dió de comer él quería hacerlo solo pero Alba no lo permitió.

—Puedo hacerlo solo, ya me siento bien princesa.

—No, no, no, déjeme seguir cumpliendo mi trabajo, déjeme atenderlo.

—¡Esta bien, como usted ordene su majestad!—lo dijo en tono de juego y ambos rieron.

Luego Alba siguió alimentándolo y él solo la veia, le parecía tan hermoso todo lo que ella había hecho por él.

Después de comer Verchiel hace una pregunta incómoda.

—Princesa puedes decirme ¿Por qué Uri te encerró en el calabozo?

La sonrisa de Alba se borró, recordar eso no le agradaba en lo absoluto.

—Él me dijo usurpadora, plebeya y por eso me encerró.

—y ¿Quién eres en realidad?

—Soy Alba, hija del Rey Morgan, la princesa y heredera del Reino Blanco, no soy usurpadora, no soy plebeya, aunque toda mi vida he vivido como una.

—Pero¿Por qué has vivido como plebeya, teniendo un Reino tan inmenso?

—Por la maldita—encogiéndose de hombros.

—¿Por quién?

—Bueno Ofelia así le dice Esmeralda—blanqueando los ojos— ella es malvada, me encerró y Esmeralda me rescato.

—Ya entiendo, y ¿Quién te hizo esas heridas?

Alba suspiró y sus ojos se cristalizaron, recordar le dolía más que las mismas heridas físicas causadas por Ofelia.

—La Reina Ofelia, me encerró,cuando yo tenía solo cinco años me amordazó, me torturó todos los días, me dejaba sin comer por días, hasta que cumplí ocho años y mis padres Esmeralda y Amadeo me rescataron, me hicieron pasar por muerta y así pude salir de ese infierno.

—¿Entonces la Reina no sabe que tú eres la princesa Alba?

—No, todo fue un plan de Esmeralda, solo para sacarme del Reino Blanco.

—Entonces Ofelia de seguro trama algo, por qué si ella cree que tú eres una plebeya, sabrá que tarde o temprano yo me iba a dar cuenta del engaño, y habría guerra.

—Si, ella trama algo, pero no sé qué pueda ser.

—Tus padres, Esmeralda y Amadeo, deben venir al Reino Azúl.

—Es lo que más quiero, ellos corren peligro.

—Mañana mismo los mando a buscar.

—No, ellos deben venirse a escondidas de la Reina, ella jamás los dejará salir por las buenas.

—Yo los pediré personalmente.

—No, no, no, creeme que ella los matará, antes de que los puedas sacar de ahí—lo dijo angustiada

—¡Está bien!, haremos un plan para sacarlos, mientras tú vivirás como toda una Reina como mi Reina.

Los jóvenes Reyes siguieron conversando, aclarando todo, el Rey no dudó en ningún momento de todo lo que ella le contó.

Luego él toma su mano mirandola a los ojos y le dice.

—Creo que su majestad me debe algo que me ha prometido todos estos días.

Alba frunce el ceño e intrigada pregunta.

—y ¿que le he prometido a mi Rey?, no recuerdo.

—Dijiste que si me recuperaba, repetiriamos el beso en el jardín, lo escuché todos los días y más que la medicina, eso era lo que me mantenía vivo y con ganas de recuperarme.

Alba estaba más roja que una manzana y sus manos temblaban, pero aún así respondió.

—Su majestad aún está convaleciente.

El Rey sonrió pero se acercó más a su rostro y volvió a estampar un beso.

Suave, delicado, rozando suavemente su lengua en los labios de Alba.

Ella estaba fría, no hacía nada, en realidad no sabía que hacer, aunque le agradaba lo que sentía.

Verchiel se separó y se volvió a encontrar con el rostro impresionado de Alba.

—No es necesario estar en el jardín para besarnos, podemos hacerlo en cualquier lugar, somos esposos, recuérdalo nos podemos besar cuando queramos.

Alba tragó grueso y solo asintió, Verchiel sonreía, sabía que la princesa era muy inocente e inexperta.