Solo Un Deseo

La noche estaba tranquila, con la melodía de fondo llenando cada rincón de mi pequeña habitación. Había terminado de practicar escultura, pero la energía que sentía aún no se disipaba. La música era alegre, pegajosa, y sin pensarlo demasiado me puse de pie. Comencé a moverme al ritmo, dejando que el sonido guiara mis pasos.

Sky, que estaba recostado cerca de mi mesa de trabajo, levantó la cabeza intrigado. Sus orejas se movieron ligeramente mientras me observaba con esa mirada entre curiosa y crítica que parecía tener siempre.

—¡Ven, Sky! —le dije, extendiendo las manos hacia él.

Él inclinó la cabeza hacia un lado, claramente confundido por mi invitación. Pero yo no me rendí.

—Vamos, baila conmigo.

Sky emitió un ligero gruñido, no amenazante, sino más como si estuviera cuestionando mis intenciones. Sin embargo, justo en ese momento ambos miramos hacia la ventana. La nieve caía nuevamente, cubriendo todo con un manto blanco brillante que reflejaba la luz de las farolas.

Aprovechando su distracción, me acerqué y tomé sus patas delanteras suavemente. Al principio intentó resistirse, pero tras unos segundos, pareció resignarse y dejó que lo moviera al ritmo de la música.

—¡Eso es, Sky! —reí, girando lentamente con él.

Bailamos un buen rato, aunque la mayoría del tiempo fui yo la que se movía mientras él me observaba desde el suelo. En algún momento me puse a cantar las letras en inglés, pronunciándolas con mi mejor esfuerzo, ya que no estudio mucho ese idioma. No sabía si Sky entendía algo, pero movía la cola de un lado a otro, aparentemente disfrutando del espectáculo.

Cuando finalmente me cansé, me dejé caer en la cama. Me senté allí mientras trenzaba mi cabello. Sky, con su suéter rojo que lo hacía ver aún más adorable, subió a la cama y se acomodó junto a mis pies.

—Eres todo un consentido, ¿lo sabías? —le dije con una sonrisa mientras acariciaba su pelaje.

El silencio volvió a llenar la habitación, pero esta vez era cálido, reconfortante, tanto así que me hacía olvidar el frío que hacía en la ciudad de Lunnen Falls. Sin darme cuenta, comencé a hablar. Mi voz era suave, como si el hecho de hablar en voz alta pudiera aliviar lo que sentía.

—¿Sabes? Mamá sigue igual... —murmuré, sin esperar respuesta—. Los doctores dicen que podría despertar pronto, solo espero que así sea…

Mis ojos comenzaron a arder, y una lágrima rodó por mi mejilla. Sky se movió al instante. Se acercó más a mí, su hocico rozando mi brazo, y emitió un suave aullido, como si quisiera consolarme.

No pude evitarlo. Lo rodeé con mis brazos y lo abracé con fuerza, dejando que mi rostro se hundiera en su pelaje suave. Él no se movió; en cambio, apoyó su cabeza sobre mi hombro, como si entendiera exactamente lo que estaba pasando.

—Gracias, Sky… —susurré entre lágrimas.

No sé cuánto tiempo pasó, pero en ese momento me di cuenta de algo. Aunque Sky era un simple canino, su presencia me daba una calma que no podía explicar. Tal vez no entendía el porqué de mi tristeza, pero eso no importaba. Él estaba allí, acompañándome, y eso era suficiente.

Nunca pensé en tener una mascota, mucho menos en cuidarla y quererla tanto como ahora quiero a Sky. A veces me pregunto si mamá y papá me lo enviaron, como un pequeño guardián para protegerme mientras ellos no están conmigo.

Recuerdo que Sky llegó a mi vida la tercera semana de octubre, y ahora, a fines de noviembre, me doy cuenta de cuánto han cambiado las cosas. Los días que antes parecían interminables ahora son alegres, llenos de momentos que atesoro.

—Gracias, Sky... —susurré otra vez, acomodándome en la cama mientras él se acurrucaba a mi lado—. ¿Qué haría yo sin ti? Permanece conmigo para siempre y nunca me dejes…

La nieve seguía cayendo afuera, pero en mi corazón sentía un calor que no podía explicar.

«¿Hace cuánto no sentía algo así? ¿Hace cuánto no me detenía a mirar a alguien más y simplemente estar ahí para ellos?», me cuestioné mientras observaba a Brooke dormir. «Mi mundo había sido siempre el mío: mis deseos, mi poder, mi gloria. Había vivido convencido de que nada ni nadie tenía importancia más allá de lo que pudiera servirme. Pero ahora...».

El rostro de Brooke estaba cansado, vulnerable y, sin embargo, aún brillaba con una fuerza que no podía ignorar. Una humana frágil y testaruda que, contra toda lógica, había logrado algo que ni los más poderosos de mi mundo pudieron: romper las barreras de mi corazón…

Cuando su voz quebrada susurró un "gracias", sentí algo que jamás habría admitido antes: gratitud. No hacia ella, necesariamente, sino hacia este momento, hacia esta conexión que, de alguna forma, me hacía sentir vivo de una manera que mi forma demoníaca nunca pudo lograr.

«¿Es esto lo que significa ser débil? Si lo es, entonces tal vez... solo tal vez, no sea tan malo».

El ego y el orgullo que alguna vez gobernaron cada uno de mis pensamientos parecían tan lejanos ahora. Era como si cada día que pasaba con ella borrara una capa más de esa armadura que llevaba puesta. Y aunque una parte de mí gritaba que era peligroso, que estaba perdiendo lo que me hacía ser yo, otra parte... la más silenciosa, la más profunda, aceptaba este cambio.

¿Y si nunca regresaba a mi verdadera forma? ¿Y si jamás volvía a ser el demonio que alguna vez fui? La idea, aunque aterradora, ya no era tan insoportable como antes. Aquí, junto a esta humana que me trataba como si fuera lo más importante en su pequeño mundo, sentía algo que nunca antes había sentido en mi existencia: paz.

La nieve seguía cayendo afuera, y el reflejo de la luz de la luna en las ventanas parecía danzar en su cabello. Brooke que estaba profundamente dormida, su respiración tranquila y rítmica. Hicieron que me quedara a su lado, observándola un poco más, permitiendo que el silencio y la calidez del momento llenaran los espacios vacíos de mi ser.

«Tal vez, solo tal vez, este no era un castigo, después de todo. Tal vez era... algo más. Un regalo inesperado que, sin saberlo, había comenzado a valorar más de lo que jamás hubiera imaginado».

Horas después cuando abrí los ojos al escuchar los golpes insistentes en mi puerta. Apenas tenía tiempo de reaccionar cuando escuché la voz de mi tía Blanca al otro lado, llamándome con ese tono firme que siempre usaba. Me levanté apresurada, arreglándome lo poco que pude antes de abrir.

Ahí estaba ella, con su cabello negro recogido en un moño perfectamente apretado, como siempre. Su mirada me escaneó de pies a cabeza, y antes de que pudiera saludarla, me empujó hacia dentro de mi propia habitación.

—¡¿Qué haces durmiendo todavía?! —me espetó. No tuve tiempo de responder cuando continuó—. ¡Te dije que limpies el patio del tendedero antes de que los vecinos comiencen a quejarse! Está lleno de nieve, y tú aquí acostada como si no tuvieras responsabilidades.

Su tono iba subiendo de volumen, y yo apenas podía procesar lo que decía. Sin embargo, todo se detuvo cuando su mirada se desvió hacia Sky, quien estaba sentado junto a mi cama. En ese momento, su expresión de enojo se transformó en puro disgusto.

—¿Y eso? —preguntó, señalándolo con el dedo como si fuera una criatura de otro planeta.