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Dueños Del Juego

Dueños Del Juego

Status: En proceso
Popularitas:661
Nilai: 5
nombre de autor: Joe Paz

En el despiadado mundo del fútbol y los negocios, Luca Moretti, el menor de una poderosa dinastía italiana, decide tomar el control de su destino comprando un club en decadencia: el Vittoria, un equipo de la Serie B que lucha por volver a la élite. Pero salvar al Vittoria no será solo una cuestión de táctica y goles. Luca deberá enfrentarse a rivales dentro y fuera del campo, negociar con inversionistas, hacer fichajes estratégicos y lidiar con los secretos de su propia familia, donde el poder y la lealtad se ponen a prueba constantemente. Mientras el club avanza en su camino hacia la gloria, Luca también se verá atrapado entre su pasado y su futuro: una relación que no puede ignorar, un legado que lo persigue y la sombra de su padre, Enzo Moretti, cuyos negocios siempre tienen un precio. Con traiciones, alianzas y una intensa lucha por la grandeza, Dueños del Juego es una historia de ambición, honor y la eterna batalla entre lo que dicta la razón y lo que exige el corazón. ⚽🔥 Cuando todo está en juego, solo los más fuertes pueden ganar.

NovelToon tiene autorización de Joe Paz para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

CAPÍTULO 19 – SANGRE EN EL CÉSPED

El verano se había consumido en silencio.

Los focos, los escándalos, los comunicados de prensa, los enfrentamientos y las disculpas públicas quedaban atrás. Ya no había titulares ni rumores de pasillos. Solo fútbol. Al menos, eso quería creer Luca.

Tres meses después del caos, Vittoria respiraba. O al menos lo intentaba.

La pretemporada había terminado con resultados sólidos, una gira exitosa y una plantilla más fuerte que nunca. El ascenso ya era historia. La Serie A esperaba.

Pero en el fútbol, como en la vida, cada peldaño subido costaba el doble de mantener. Y Luca lo sabía mejor que nadie.

Desde la terraza de cristal del centro deportivo, con vista directa al campo de entrenamiento, Luca observaba cómo los nuevos fichajes se integraban al grupo. Al lado suyo, con una tablet en la mano y un café que ya se le había enfriado, Silvia repasaba los detalles logísticos del debut ante el Bologna.

—Todo listo para mañana. El estadio está lleno, los medios acreditados, y los jugadores confirmados.

Luca no respondió. Sus ojos estaban puestos en Cristóbal Nascimento, que trotaba con su habitual elegancia junto a Jonathan Reece y Alejandro Vargas. Parecían tres generaciones distintas, pero hablaban el mismo idioma: el del talento.

—¿Y Leo? —preguntó de pronto.

—Con Sandro, como todos los días. Ya está en la cancha auxiliar.

Sandro Fiore, el escolta personal de Leo Moretti, ex agente de inteligencia y ahora guardaespaldas designado por orden directa de Enzo, no se separaba de él ni un minuto. Después de los incidentes con Camila Ferretti, Carolina Mendes y Valentina Romano, y la amenaza velada que casi incendia el club, el joven Moretti vivía bajo vigilancia silenciosa.

—¿Cómo va su actitud? —preguntó Luca.

—Callado. Hace lo que le toca. No se mete con nadie. Hasta Camila lo saluda. —Silvia lo miró de reojo—. Tal vez esté creciendo.

—Tal vez. —Luca se puso de pie—. Voy al campo.

La Nueva Sangre

Chiara Bianchi ajustaba sus cordones junto a la línea de cal, mientras Carolina Mendes daba las últimas instrucciones. El equipo femenino había renovado el medio campo y la defensa con talento joven y dos extranjeras nuevas que aún no debutaban, pero lo más interesante era lo interno: la capitana Valentina Romano ahora compartía poder. Y no lo llevaba bien.

—Quiero que juegues suelta, Chiara. Pero si Valentina intenta otra vez sacarte del eje, haz lo que practicaste. —Carolina le guiñó un ojo.

Chiara sonrió. Ella no hablaba mucho. Jugaba, y eso bastaba.

A pocos metros, Matías Bianchi, su hermano, ya formaba parte de los entrenamientos del primer equipo. Entró como extremo derecho en la gira por EE.UU., y sorprendió a todos. Su velocidad, su actitud y su conexión con Vargas lo pusieron en la mira de Bellucci.

Y hablando del entrenador...

—Moretti. —La voz grave de Massimo Bellucci se escuchó detrás de Luca.

—¿Todo bien, míster?

—Todo. Solo que mañana empieza la guerra. Y algunos creen que ganarla se logra con nombres.

—¿Y usted no? —preguntó Luca.

Bellucci se encogió de hombros.

—Con nombres ganas portadas. Con equipo, ganas campeonatos.

Se miraron unos segundos, como ya era costumbre. Había respeto. No cariño. Pero sí una alianza tácita: sobrevivir juntos.

—¿Quién va de titular con Nascimento? —preguntó Luca.

—Reece y Vargas. Santacruz entra en la segunda mitad. Velásquez por izquierda. Y el chico Bianchi... lo meto si se nos tranca el juego.

—¿Y Camilo?

—Rinde más de revulsivo. Aún le cuesta jugar sin Federico. —Bellucci bajó el tono—. A propósito, estuve viendo al PSG. Lo están matando.

Luca asintió, pero no dijo nada. A veces el precio de volar alto es quemarte las alas.

Redención Silenciosa

En la cancha auxiliar, Leo recogía los balones con una seriedad casi robótica. Detrás de él, Sandro Fiore lo seguía como una sombra. Nadie lo trataba mal. Pero tampoco le hablaban mucho.

Hasta que Camila pasó junto a él, justo después del rondo.

—Buen trabajo, Leo.

Él levantó la mirada, confundido. Pero ella ya se había ido.

Un gesto mínimo. Pero para alguien como Leo, valía oro.

El sol comenzaba a caer sobre Vittoria cuando las jugadoras del equipo femenino se dirigían a los vestuarios. Algunas bromeaban. Otras seguían estirando. Pero dos de ellas caminaban juntas con paso lento, casi reflexivo.

Chiara Bianchi y Natalia Acosta cruzaban el campo de entrenamiento con las mochilas al hombro, los botines colgando y el sudor aún marcando sus frentes.

—¿Crees que esto dure? —preguntó Natalia, con acento suave, sin necesidad de aclarar a qué se refería.

—¿La paz? —Chiara soltó una pequeña sonrisa—. No sé. A veces siento que solo estamos en la calma antes de otra tormenta.

Natalia miró de reojo hacia donde Camila Ferretti hablaba con la fisioterapeuta del equipo. Al otro lado, Valentina Romano se retiraba sola, con el rostro endurecido.

—Lo que pasó entre ellas... no fue solo orgullo. Fue algo más hondo —añadió Natalia—. Y Leo... bueno, todos vimos lo que fue.

—Sí, pero también lo que está intentando ser ahora —dijo Chiara—. No se puede enterrar a alguien por sus errores si está intentando cambiar.

—Solo espero que el vestuario no vuelva a romperse. —Natalia suspiró—. Porque ahora... ahora sí tenemos equipo.

Chiara no respondió. Pero su silencio no era desinterés. Era prudencia. Había aprendido que, en Vittoria, los conflictos siempre encuentran el modo de volver a escena. Aunque cambien de rostro.

La tarde caía sobre la ciudad, teñida de un tono anaranjado que se colaba por los ventanales del penthouse. Desde allí, Luca podía ver la silueta del estadio Vittoria recortándose contra el cielo. Estaba en casa, pero su mente ya estaba en el partido de mañana.

Astrid cruzó el salón en silencio, con una taza de té en las manos. Detrás de ella, su madre, Freja Lindqvist, leía un libro en el sofá con la misma serenidad nórdica con la que solía enfrentar cualquier tormenta. Había viajado desde Suecia semanas atrás, y no se había separado de su hija ni un solo día desde entonces.

—¿Vas a bajar al estadio? —preguntó Astrid, mirándolo con calma.

—Isabella me llamó. Quieren una reunión urgente —dijo Luca, colocándose la chaqueta. Se acercó a ella y le dio un beso en la frente—. ¿Todo bien con el pequeño?

—Duerme. Por ahora. —Sonrió con ternura—. Pero deberías volver pronto. Tengo noticias.

—¿Buenas?

—Lo sabrás después. No quiero distraerte.

Luca frunció el ceño con una sonrisa. Esa forma críptica de decir las cosas lo desconcertaba... y le encantaba.

—Dile a tu madre que la cena es por mi cuenta esta noche. —Luego bajó la voz—. Pero no esperes que cocine.

Astrid se rio apenas y asintió, viendo cómo cruzaba la puerta.

El Club

Veintisiete minutos más tarde, Luca entraba al edificio administrativo del club. Silvia lo esperaba en el hall principal con su eficiencia de siempre, pero esta vez tenía algo de urgencia en la voz.

—Está en la sala ejecutiva. Y no está sola. Algunos miembros de la junta la apoyan.

—¿Apoyan qué?

—Lo descubrirás dentro de un minuto.

Silvia no dijo más. Le bastó con mirarlo, como tantas otras veces, para que él entendiera que la cosa no era menor.

Luca cruzó el pasillo y empujó la puerta de la sala.

Isabella Ferriestaba de pie, junto a una mesa larga cubierta de documentos. Llevaba un blazer oscuro entallado, el cabello recogido con precisión, y unos tacones que resonaban en el piso de mármol cada vez que daba un paso.

La miró. Y por un segundo, ese segundo maldito que a veces traiciona, pensó en otras veces. En otras noches. En cómo podía odiarla y desearla al mismo tiempo.

—Has tardado —dijo ella sin levantar la voz.

—No sabía que eras mi agenda —replicó Luca, cerrando la puerta tras él.

Ella alzó una ceja con esa expresión que lo sacaba de quicio, y que al mismo tiempo lo retaba.

—¿Vas a escuchar o solo viniste a responder?

Luca se sentó, quitándose los guantes que había llevado más por costumbre que por necesidad.

—Habla.

—No tienes vicepresidente —comenzó Isabella—. Y la junta está comenzando a cuestionar tu capacidad de sostener todo este imperio tú solo. La Serie A exige estructura. Y no puedes estar con el teléfono en una mano, el hijo en la otra, Astrid en casa, y al mismo tiempo lidiar con prensa, fichajes, contratos, televisión, el femenino...

—Daniel Carter está a cargo del área deportiva. Lo sabes. Lo elegimos juntos.

—Sí. Y hace un gran trabajo. Pero alguien debe hablar por ti cuando no estés. Alguien con poder real. Delegar, Luca. No es rendirse. Es gobernar bien.

Luca la miró unos segundos en silencio. Luego se inclinó hacia la mesa y hojeó uno de los documentos que ella le había dejado. El informe de cargas directivas. Firmado por media junta.

—¿Esto lo armaste tú?

—No lo armé. Lo organicé. Porque alguien tenía que hacerlo.

Luca levantó la vista y esta vez la miró más de cerca. Había algo distinto en sus ojos. No era solo firmeza. Era deseo contenido. Molestia también. Y algo más difícil de explicar.

—¿Y tú lo quieres?

Isabella mantuvo el contacto visual, pero bajó la voz un grado.

—Yo quiero que esto funcione, Luca. Y si tú no puedes con todo, necesitas a alguien que lo haga contigo. O sin ti.

—¿Y tú eres esa persona?

—¿Hay otra que conozca este club como yo?

Silencio. Un silencio pesado, denso, eléctrico.

Luca se puso de pie lentamente y se acercó a ella, hasta quedar apenas a unos centímetros.

—Siempre sabes cómo ponerte en el centro, ¿no?

—No necesito buscar el centro. El centro viene a mí —susurró Isabella.

Los dos se quedaron así, en un duelo mudo, hasta que Silvia abrió la puerta suavemente.

—Daniel Carter está abajo. Pregunta si quieres revisar el itinerario del equipo antes del partido de mañana.

Luca no se movió. Isabella tampoco. Pero el momento se rompió.

—Dile que bajo en cinco —respondió él.

Silvia asintió y volvió a cerrar la puerta.

—Esto no se ha terminado —dijo Isabella, ya más fría.

—No. Recién empieza —respondió Luca, y salió sin volver a mirarla.

Sala de Estrategia – 20:14 PM

Cuando Luca entró en la sala táctica, Daniel Carter ya lo esperaba con una carpeta abierta, varias hojas impresas con análisis de juego, y una pantalla encendida con gráficos de rotación y líneas de pase.

—Justo a tiempo —dijo Carter sin levantar la vista.

Al otro extremo de la mesa, Massimo Bellucci tomaba un café solo, con la misma expresión de piedra de siempre.

—¿Ya empezaron sin mí? —preguntó Luca, sentándose.

—Solo los números —respondió Carter—. Pero necesitamos decisiones. Mañana enfrentamos al Bologna. No podemos darnos el lujo de entrar con dudas.

—¿Y el once inicial? —preguntó Luca, directo.

Bellucci habló por fin, sin quitar la vista del esquema.

—Mikkelsen en el arco. La defensa con Riva y Santacruz en el centro, Lorenzi por izquierda, Navarro a la derecha. Doble pivote con Vargas y Camilo. Nascimento más adelantado. Y arriba: Reece, Velásquez por las bandas y Matías Bianchi como falso nueve.

Luca entrecerró los ojos.

—¿Matías de titular?

—Se lo ganó. Tiene hambre y no se deja intimidar.

—¿Y Cristóbal?

—Cristóbal está bien físicamente, pero lo necesito fresco para la segunda mitad. El partido se va a trabar. Su visión será vital para romper el ritmo cuando Bologna retroceda.

Daniel Carter intervino con los datos:

—Han jugado con línea de cinco en pretemporada. Bloque medio, presión alta los primeros veinte. Si pasamos esa fase sin encajar, los vamos a desgastar. Nascimento entrando fresco puede ser letal.

—Y Velásquez —agregó Bellucci—. No es el más disciplinado, pero si lo dejas jugar libre, puede hacer daño.

Luca asintió, en silencio unos segundos.

—¿Y el banquillo?

—Diallo, Chiellini, Tomás Echeverría, Cristóbal, y Elías Benet como segundo arquero.

—Bien. —Luca se puso de pie y observó la pantalla—. No quiero discursos largos mañana. Solo quiero que todos entiendan que no estamos en esta liga de paso. Hemos llegado para quedarnos. Y eso empieza desde el primer minuto.

Bellucci asintió en silencio. Daniel tomó nota. Todo estaba dicho.

—¿Algo más? —preguntó Carter.

—No. —Luca giró sobre sus talones—. Mañana, ganamos.

Penthouse Moretti – 22:30 PM

Luca cerró la puerta con suavidad y se quitó la chaqueta mientras Rocco, su fiel pastor alemán, lo recibía con un movimiento suave de cola. En el salón, Freja tejía en silencio mientras veía un noticiero sueco con subtítulos en italiano.

—Astrid está en la habitación del niño —le dijo sin levantar la vista.

Luca asintió, le sonrió brevemente, y caminó hacia el pasillo con pasos contenidos.

La luz estaba encendida, tenue, y Astrid estaba sentada junto a la cuna. El bebé dormía profundamente, con las mejillas rosadas y las manitos cerradas como si soñara con estrellas.

Ella se giró al escuchar los pasos.

—¿Cómo fue con Carter y Bellucci?

—Bien. El equipo está listo. —Se acercó por detrás y apoyó las manos en sus hombros—. Mañana es el gran día.

—Para todos.

Luca notó un tono extraño en su voz.

—¿Qué pasa?

Astrid se giró, con una expresión seria pero serena. Le entregó una hoja doblada por la mitad.

—Es la confirmación oficial. Avalon. Londres. Me han dado el escenario central. Es el cierre del festival.

Luca la miró en silencio, mientras desdoblaba el papel.

—¿Estás lista para eso?

—Sí —dijo sin dudar—. Quiero volver. Quiero ser quien era… pero sin perder lo que soy ahora.

—¿Y qué eres ahora?

—Una madre. Tu compañera. Una artista que no quiere deberle nada a nadie.

Él se agachó, apoyó la frente en la suya y susurró:

—Solo prométeme que esta vez no te vas a romper por dentro para brillar por fuera.

—Prometido —dijo ella.

Y en ese instante, en esa pequeña habitación donde un niño dormía y dos adultos volvían a encontrarse, el peso de la Serie A, los fantasmas familiares y las decisiones empresariales desaparecieron. Solo quedó lo esencial: amor, lucha… y fe.

Estadio Vittoria – 11:56 AM

La brisa matinal soplaba con fuerza en el estadio, como si presintiera que ese día algo importante iba a cambiar. Era el debut oficial del equipo femenino en la Serie A, y por primera vez en años, la tribuna estaba casi llena.

Carolina Mendescaminaba por el túnel con el rostro sereno, pero los ojos afilados. Desde que tomó el mando, había reconstruido al equipo línea por línea. Se enfrentó a egos, fantasmas del pasado y heridas abiertas, pero hoy, por fin, sentía que estaba lista para ver lo que había creado.

—Concéntrense. Confíen en el trabajo que han hecho —dijo al llegar al borde del túnel—. Hoy empezamos a escribir algo distinto.

El equipo la escuchaba. No con obediencia ciega, sino con la atención que se reserva a quien se ha ganado el respeto.

Chiara Bianchirespiró hondo. Era su debut oficial, pero no tenía miedo. Desde niña había soñado con esto, y ahora, con la camiseta blanca y negra sobre el pecho, no pensaba dejar pasar la oportunidad.

A su lado, Camila Ferretti estiraba en silencio. Se la veía más delgada, más contenida. Desde que ella y Valentina Romano se habían reconciliado tras la conversación con Luca, la tensión en el vestuario había disminuido, pero eso no quitaba la presión. Camila sabía que sus oportunidades se estaban agotando.

Y aún así, había algo distinto en ella. Un leve temblor en los dedos. Un brillo apagado en los ojos.

Primer Tiempo

El pitazo inicial desató un vendaval. El rival era uno de los equipos más físicos de la liga, y los primeros quince minutos fueron una batalla en cada centímetro del campo.

Pero entonces, apareció ella.

Minuto 18. Chiara interceptó un pase en el mediocampo, combinó con Natalia Acosta y rompió líneas como un rayo. Dos rivales quedaron atrás, y con un zurdazo colocado, mandó el balón al fondo del arco. Gol.

Y no terminó ahí.

Minuto 31. Centro preciso de Giovanna Ribeiro desde la derecha. Chiara entró desde segunda línea, libre de marca, y cabeceó con precisión quirúrgica. Gol. Doblete.

El estadio estalló. La tribuna coreaba su nombre. Mendes apenas apretó los labios. Sonrió, sí. Pero ya pensaba en lo que vendría después.

Mientras tanto, Camila lo intentaba todo. Buscaba, se mostraba, disparaba desde fuera del área. Pero la suerte parecía haberle cerrado la puerta. Y entonces, ocurrió.

Minuto 67.

De pronto, en medio del campo, Camila se detuvo. Apoyó las manos en las rodillas. Cerró los ojos.

Valentina, que había estado observando desde lejos, fue la primera en notar que algo no iba bien. Dio un paso.

—¿Camila?

Pero Camila no respondió. Dio un paso más… y cayó.

El estadio enmudeció.

Mendes corrió al borde del campo. El cuerpo médico entró de inmediato. Camila yacía en el césped, inconsciente. El calor, la presión… algo la había derrumbado.

Chiara y Natalia se tomaban la cabeza. Valentina se quedó congelada, hasta que se acercó lentamente.

Camila fue trasladada en camilla, y el partido continuó en un extraño silencio. Al final, el marcador quedó 2 a 0. Chiara fue la figura, pero nadie celebró con euforia.

Enfermería del Club – 14:22 PM

El aire olía a desinfectante. Mendes cerró la puerta tras ella. Camila estaba sentada en la camilla, un suero en el brazo y la mirada perdida.

—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó la entrenadora, sin rodeos.

Camila tragó saliva. Tenía los ojos húmedos.

—Yo… no sabía —susurró—. No lo sabía, profe. Juro que no lo sabía.

El doctor, con gesto cuidadoso, le entregó el informe a Mendes. Ella lo leyó en silencio. Cerró la carpeta y caminó hasta Camila.

—Estás embarazada. Primer trimestre. Estás deshidratada, con el cuerpo al límite.

Camila bajó la cabeza.

—No estoy segura de quién es el padre —añadió.

Mendes se mantuvo firme. Pero no juzgó.

—No vamos a decir nada. Por ahora. Esto queda entre tú, el cuerpo médico y yo. ¿Está claro?

Camila asintió, apenas.

—Te vas a tomar unos días. Y cuando estés lista, hablaremos del futuro.

Camila rompió en llanto, en silencio. Mendes la abrazó sin una palabra más.

Estadio Vittoria – 18:00 PM

Debut en la Serie A – Vittoria vs Bologna

El cielo comenzaba a oscurecer sobre Vittoria, y el estadio brillaba bajo las luces del atardecer como si supiera que algo grande estaba por comenzar.

En los vestidores, el murmullo era contenido. Las voces bajas. Las respiraciones profundas. El primer partido en la máxima categoría no era un partido cualquiera.

Massimo Belluccise levantó frente al grupo, con las manos a los costados y la mirada fija en sus hombres.

—No los traje hasta aquí para que jueguen como si tuvieran miedo. No están enfrentando fantasmas. Están enfrentando un equipo al que pueden vencer. Pero para hacerlo, tienen que demostrar que pertenecen a esta liga. Con fútbol, con cabeza, y con hambre. Quiero ver sangre en ese césped si es necesario.

Silencio absoluto. Nadie se movió. Solo el crujido de los vendajes. El golpeteo de los tachones sobre el suelo.

Luca, desde el túnel, observaba en silencio. No bajaba al vestuario durante los partidos, pero esta vez, estaba ahí. Cruzó una mirada rápida con Bellucci, quien asintió sin palabras.

Del otro lado del campo, en las tribunas, Astrid y su madre tomaban asiento en el palco. Isabella llegó poco después, saludando a los ejecutivos. Y arriba, en el nivel más alto, Leo se acomodaba con su tablet en mano, junto a Carter. Fingía concentración, pero su mirada bajaba cada tanto al césped… y más allá, al banquillo, como si buscara a alguien.

Nadie le había dicho nada.

Pero algo dentro de él ya lo presentía.

Primer Tiempo

Desde el primer minuto, Bologna dejó claro que no iba a regalar nada. Presionaron alto, ahogaron la salida de los locales, y forzaron errores en las primeras combinaciones. En los primeros diez minutos, Mikkelsen tuvo que intervenir dos veces con reflejos quirúrgicos. Una volada abajo a su izquierda, otra para sacar un cabezazo al ángulo.

Riva y Santacruzse gritaban entre sí para organizar la línea. Navarro, nervioso, perdió dos balones y provocó la furia contenida de Bellucci en la banda.

Pero el Vittoria no se quebró. Poco a poco, empezó a crecer. Vargas y Camilo estabilizaron el mediocampo, ganaron los rebotes y empezaron a circular con más confianza. Nascimento, desde el banquillo, observaba con los brazos cruzados. Sabía que su momento llegaría.

Minuto 27.

El equipo local conectó una jugada limpia de banda a banda. Lorenzi desbordó por izquierda, se apoyó en Camilo, quien tocó de primera para Vargas. Este, con un pase quirúrgico, habilitó aMatías Bianchi, que picó justo a espaldas del central. El control fue perfecto. La definición, mejor.

1 - 0. Vittoria.

El estadio estalló. Luca, en el palco, cerró los puños sin levantarse.

Segundo Tiempo

Bellucci no hizo cambios en el descanso, pero sus indicaciones fueron claras:

—Si nos echamos atrás, nos matan.

Y casi ocurre.

Minuto 49.

Una pérdida innecesaria en la salida de Navarro terminó en una jugada rápida por parte de Bologna. El extremo derecho del rival encaró a Lorenzi, tiró un centro a media altura y el delantero, anticipando a Santacruz, conectó de primera. Gol.

1 - 1.

El golpe dolió. Pero no quebró.

Minuto 56.

Bellucci giró hacia Carter: —Ahora sí. Nascimento.

Cambio. Sale Camilo Rojas, exhausto. Entra Cristóbal Nascimento. El juego cambió de tono.

Cristóbal tomó el control del medio campo como un director de orquesta. Pedía la pelota, ordenaba, giraba sobre sí mismo y distribuía con precisión. El equipo respiró con él.

Minuto 71.

Cristóbal levantó la cabeza desde tres cuartos de cancha y metió un pase al vacío que rompió dos líneas. Reece, que acababa de ingresar, corrió por la banda derecha, levantó la vista y puso el centro raso al punto penal. Matías Bianchi llegó como una flecha. Gol.

2 - 1.

Gritos, abrazos, puños al cielo. Chiara Bianchi, en la tribuna, lloraba sin contenerse.

Su hermano lo había hecho otra vez.

Vestuarios – 20:45 PM

El aire olía a sudor, hierba húmeda y triunfo. El vestuario era un caos de abrazos, camisetas al aire y risas sueltas. Algunos jugadores ya habían comenzado a grabar mensajes para sus redes, mientras otros se desplomaban en los bancos, exhaustos, pero con el pecho en alto.

Cuando la puerta se abrió, y Luca Moretti entró acompañado de Silvia, todo se detuvo por un momento. Los gritos se convirtieron en silencio expectante.

Luca caminó hasta el centro, sus pasos resonando en el suelo de baldosa, con el rostro sereno, pero con una chispa difícil de ocultar en la mirada.

—No voy a dar un discurso —dijo de entrada.

Los jugadores rieron, algunos aún jadeando.

—Solo quiero decirles que esto no es un milagro, ni una casualidad. Ganamos porque trabajamos, porque no dejamos que nadie nos diga que no pertenecemos a esta liga. Y porque jugamos con sangre en el césped, como dije que haríamos.

Miró a Bianchi.

—Matías, gracias por confirmar que estás listo.

Luego a Cristóbal, quien apenas sonrió con un gesto respetuoso.

—Y tú, gracias por entrar como si el partido empezara cuando pisas la cancha.

El equipo aplaudió. Mikkelsen alzó una botella de agua como si fuera una copa, y Bellucci, desde una esquina, asintió sin decir nada. Satisfecho, pero nunca efusivo.

Luca iba a girar para marcharse cuando Silvia se le acercó con discreción al oído.

—La entrenadora Mendes está aquí. Dice que necesita hablar contigo, Carter e Isabella. Es urgente.

Luca levantó la vista.

—¿Ahora?

—Sí. Está en la oficina de dirección.

Sala de Dirección – 21:12 PM

La sala estaba en penumbra, solo iluminada por las luces indirectas del techo. Carolina Mendes estaba sentada, con la chaqueta colgada en la silla. Parecía cansada, pero más que eso: decidida. Daniel Carter llegó primero, luego Isabella, y por último Luca, que cerró la puerta tras él.

—Gracias por venir —dijo Mendes sin rodeos.

—¿Qué sucede? —preguntó Carter.

—Se trata de Camila Ferretti —respondió. Tomó aire y bajó la voz—. Hoy, durante el partido, sufrió un colapso. El diagnóstico fue claro: está embarazada. Primer trimestre.

Isabella parpadeó. Carter frunció el ceño y Luca se mantuvo en silencio, procesando.

—¿Ella lo sabía? —preguntó Luca.

—No. Se enteró en la enfermería. Está en shock. Y, por ahora, solo el cuerpo médico, ella… y yo lo sabemos. Nadie más.

Isabella cruzó los brazos.

—¿Y qué se supone que haremos con esta información?

—Lo que sea correcto —dijo Mendes—. Pero sin exponerla. Camila está asustada. No sabe cómo manejarlo. No sabe si va a continuar la temporada. No sabe si va a seguir jugando. Y, según me dijo… no está segura de si el padre lo sabe. Aunque —añadió, mirando a Carter y luego a Luca— todos en esta sala podemos intuirlo.

Hubo una pausa incómoda.

—¿Leo? —dijo Carter.

Mendes no respondió. Pero su silencio fue más que una confirmación.

Luca se pasó una mano por la mandíbula.

—Entonces hay que protegerla. Y a él también.

—No podemos permitir que esto explote en los medios —dijo Isabella—. Es un escándalo en potencia. Y si se mezcla con la historia de Camila, con Leo como asistente… podría arruinar todo el progreso del equipo femenino.

—Por eso necesitaba hablar con ustedes —dijo Mendes—. Necesito una directiva clara. ¿La mantengo en el equipo? ¿La doy de baja? ¿La apoyo en silencio?

Carter respiró hondo.

—Yo digo que lo primero es acompañarla. Luego ella decidirá si se aparta. Pero nadie la presiona.

Luca asintió.

—Y Leo… hablaré con él personalmente. Si hay algo que deba saber, no lo va a descubrir por rumores.

Isabella bajó el tono.

—¿Y la prensa?

—Yo me encargo —dijo Luca.

Mendes se puso de pie, aliviada.

—Gracias. No es fácil cargar con estas decisiones. Pero ustedes no contrataron a alguien que esquiva lo difícil.

—Eso está claro —respondió Luca.

Y con eso, la reunión terminó. Pero algo había cambiado.

El club había ganado en la cancha.

Pero fuera de ella…

el juego apenas comenzaba.

Club Vittoria – Estacionamiento privado

22:08 PM

La noche había caído por completo, y aunque el estadio ya se había vaciado, en la cabeza de Leo Moretti todo seguía en ebullición.

Acababa de salir de la reunión con su tío. La conversación había sido breve, directa. No se lo esperaba.

“Camila está embarazada.”

La frase aún le retumbaba como un eco que se negaba a irse. Luca no le dijo más. No se lo explicó. Solo le entregó la información con la misma calma con la que se carga una bomba de tiempo.

Leo se quedó solo, mirando la noche desde el asiento del auto, sin prenderlo. No pensó. No procesó. Solo supo lo que tenía que hacer.

Tomó el celular, revisó la última localización de Camila —Silvia se la había facilitado sin preguntar— y condujo hasta los dormitorios del equipo femenino, donde algunas jugadoras vivían durante la temporada.

Dormitorios del Club – Minutos después

El pasillo estaba en silencio. Solo una luz tenue en la recepción y el eco de sus propios pasos.

Golpeó la puerta.

Una. Dos veces.

Nada.

La tercera vez, la puerta se abrió con lentitud. Camila apareció con una camiseta ancha y el cabello atado de forma descuidada. Sus ojos estaban hinchados. No por el desmayo. Por haber llorado. Y mucho.

Lo miró. Se quedó quieta. Él también.

—¿Qué haces aquí? —susurró, con la voz quebrada.

—Vine porque… lo sé —dijo él.

El silencio volvió a instalarse entre ellos como un muro invisible.

—¿Quién te lo dijo?

—Mi tío.

Ella bajó la vista. Se mordió el labio. No dijo nada.

Leo dio un paso al frente.

—¿Es mío?

Ella lo miró. Y rompió en llanto.

Cubriéndose el rostro con las manos, Camila se apoyó contra el marco de la puerta y dejó que todo lo que había contenido durante días, semanas, meses, se desbordara sin pedir permiso.

Leo no la tocó. No la presionó. Solo esperó.

Cuando ella recuperó el aliento, lo miró con los ojos vidriosos.

—No lo planeé… ni siquiera sabía. Me sentía rara, cansada… pensé que era ansiedad, estrés. No lo sabía, Leo. Y cuando me lo dijeron hoy… me quería morir.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque pensé que no querías saberlo. Pensé que después de todo lo que pasó… de cómo terminó… de lo que nos dijimos… —tragó saliva— Pensé que lo último que querías en tu vida era esto. Yo.

Leo bajó la cabeza, apoyando una mano en la pared como si necesitara sostenerse.

—Eso no es verdad.

Camila lo miró, sorprendida.

Él levantó los ojos, esta vez sin miedo, sin orgullo.

—Te amé, Cami. Como un idiota, como un crío, como un hombre sin saber cómo serlo. Pero te amé. Y cuando terminamos, sí, me llené de rabia… pero no porque no te quisiera, sino porque no sabía cómo seguir queriéndote sin destruirnos.

Ella lo escuchaba con el corazón entre las manos.

—Y si este hijo… este bebé… es nuestro —dijo él, con voz ronca—, entonces no vas a cargar con esto sola. Porque si algo me enseñó este último año es que uno no huye de lo que ama. Se queda. Aunque duela.

Camila temblaba. Leo dio un paso más. Y entonces sí, la abrazó.

Ella se aferró a él como si no lo hubiese hecho nunca. Como si no quisiera soltarlo jamás.

El pasillo quedó en silencio. Solo el sonido tenue de la respiración entrecortada y el roce de un abrazo roto, reconstruyéndose con cada segundo.

El hijo de Camila era de Leo.

Y ahora… ya no estaban solos.

La habitación seguía impregnada de un silencio espeso cuando Leo se separó de Camila, sin soltar sus manos.

La miró con firmeza, sin sombra de duda.

—Tienes que venirte conmigo.

Camila frunció el ceño, todavía con la emoción agolpada en el rostro.

—¿Qué…?

—A la mansión —dijo él—. A casa.

—Leo… no sé si…

—Camila —la interrumpió con suavidad—, no estás sola. Y no quiero que pases un solo día más creyendo que este embarazo es un peso. Quiero que descanses, que te cuides, y que no te preocupes por nada.

Ella lo miró como si no pudiera creer que esa seguridad viniera de él.

—¿Y tu familia?

—La familia va a tener que entender. Luca me dio una oportunidad cuando no valía nada. Esta es mi forma de demostrar que no la voy a desaprovechar.

Camila tardó unos segundos. Pero al final, asintió. Se limpió las lágrimas con la manga de su camiseta y se levantó con una fuerza nueva.

—Dame diez minutos.

Leo la vio desaparecer entre las sombras del cuarto.

Y supo que todo acababa de empezar.

Penthouse de Luca – Noche después del partido

Luca llegó a casa con el cuerpo tenso pero la mente más liviana de lo habitual. Habían ganado, y aunque sabía que el camino recién empezaba, por un momento podía permitirse respirar.

Al entrar, el sonido ambiente del noticiero deportivo aún flotaba en el aire. Astrid, en bata, terminaba de quitarse el maquillaje frente al espejo del salón. Su madre ya se había retirado con el bebé, que dormía en la habitación del fondo.

—Pensé que ibas a celebrar con ellos —dijo ella sin girarse, observándolo por el reflejo.

Luca dejó las llaves sobre la mesa y se quitó la chaqueta, exhausto.

—No estoy para fiestas. Hoy no.

Astrid se acercó y le rodeó la cintura con los brazos, apoyando la frente en su pecho.

—Jugaste bien tu propio partido. El equipo está respondiendo.

—Falta mucho —murmuró él, besándole el cabello.

Ella lo miró, divertida.

—¿Y ahora qué te preocupa? ¿La tabla? ¿Los contratos? ¿O esa idea de que todo puede arruinarse en cualquier momento?

Luca sonrió, con cansancio.

—Un poco de todo. Supongo que me cuesta disfrutar las victorias.

—Entonces déjame ayudarte.

Lo tomó de la mano y lo llevó al sofá. Se acomodaron juntos, como dos piezas que encajan con naturalidad.

—¿Y tú cómo viste el partido? —preguntó él, buscando su mirada.

—Tenso. Bellucci casi me hace gritarle desde el palco.

—Te contuviste muy bien.

—No quería que mi madre pensara que soy peor que ella —bromeó Astrid.

Rieron los dos. Luego, el silencio volvió, pero era un silencio cómodo. Uno donde las palabras no hacían falta.

Luca la miró de nuevo. Iba a decir algo más… pero lo guardó.

No era el momento.

La noche estaba templada, pero a Leo le ardía el pecho.

Camila, sentada a su lado en el auto, mantenía las manos entrelazadas sobre su falda. Desde que salieron del departamento, no había dicho casi nada. Solo miraba por la ventanilla, observando la ciudad pasar como si buscara algo en el reflejo.

Cuando la mansión apareció frente a ellos, Camila tragó saliva.

—No puedo —susurró, antes de que él apagara el motor.

Leo la miró. No con fastidio, sino con algo mucho más sereno. Más maduro.

—Sí que podés. Ya pasamos cosas peores que una puerta elegante y un apellido con peso. Yo te fallé una vez. No voy a hacerlo de nuevo. Y si esto va a funcionar, empieza acá. Con la verdad.

Ella lo miró, sin discutir.

Bajaron del auto y caminaron hasta la entrada. Antes de que tocara el timbre, la puerta se abrió.

Cecilia estaba ahí, como si los hubiera estado esperando. Su rostro no mostraba sorpresa, pero sí una intensidad que solo las madres pueden sostener.

—Leo —dijo, con tono firme. Luego sus ojos se posaron en Camila, y hubo un segundo de puro silencio. Una evaluación sin palabras.

Leo no se achicó.

—Mamá. Ella es Camila.

Cecilia no dijo nada de inmediato. Pero tampoco cerró la puerta. Eso ya era una señal.

—Pasen —dijo finalmente.

Al entrar, Camila sintió que el mármol bajo sus pies la empujaba hacia atrás. Todo en ese lugar olía a historia, a tradición, a expectativas. Leo caminaba con el cuerpo algo rígido, pero seguro. No había vuelta atrás.

En el salón estaban todos.

Alessandro, con una copa de vino y ese gesto eterno de hombre que ya lo ha visto todo. Giulia, su hermana, fue la primera en levantar la mirada y fruncir el ceño apenas los vio. No por hostilidad, sino por asombro.

Camila sintió que la respiración se le trababa.

—Quiero decir algo —dijo Leo, sin rodeos.

Todas las conversaciones se detuvieron. Incluso Alessandro dejó su copa en la mesa.

—Ella es Camila. Y no vine a explicarles nada, pero sí a contarles algo: vamos a ser padres. Yo la lastimé. Fui un idiota. Pero eso no cambia lo que siento por ella, ni lo que voy a hacer con esto. Me voy a hacer cargo. Y espero —miró a cada uno con firmeza— que lo respeten.

Hubo un silencio que pesaba como una losa.

Fue Giulia quien se levantó primero. Caminó hasta Camila y la abrazó. Fuerte. Como si la hubiera estado esperando.

—Tenías que ser vos —le susurró—. Siempre supe que Leo solo reaccionaría por alguien que le pateara el corazón.

Camila sintió que los ojos se le llenaban, pero no lloró.

Cecilia, detrás, asintió levemente.

—Si van a hacerlo, háganlo bien. Lo demás se acomoda.

Alessandro no dijo nada. Se recostó en el sillón, la mirada fija en su hijo, como evaluando si esta vez hablaba en serio. Al final, solo dijo:

—Más vale que estés preparado.

Leo asintió.

—Lo estoy.

Giulia volvió a su lugar. Camila apenas pudo sostener la mirada de todos, pero lo hizo. Estaba temblando por dentro, pero no se iba a ir. Ya no.

Y mientras el ambiente se aflojaba, mientras las conversaciones volvían lentamente, Leo la tomó de la mano y se la llevó hacia el ala más tranquila de la casa.

—¿Estás bien? —le susurró.

—No… pero estoy acá. Con vos.

Y por primera vez en mucho tiempo, eso era suficiente.

Camila estaba sentada en uno de los balcones internos de la casa, una taza de té entre las manos. No la había tocado. Solo la sostenía, como si el calor le ayudara a calmar la ansiedad.

La noche estaba en silencio. El tipo de silencio que solo existe en casas grandes, donde cada rincón tiene historia y donde cada paso se oye aunque nadie diga nada.

Giulia apareció sin hacer ruido. Llevaba una manta sobre los hombros y una copa de vino en la mano. Se sentó a su lado sin pedir permiso.

—¿Te gusta el té? —preguntó.

Camila negó con una sonrisa leve.

—No mucho. Pero me lo dieron... y no supe decir que no.

Giulia soltó una pequeña risa, como si la entendiera demasiado bien.

—A veces eso pasa con esta familia. Uno acepta cosas solo para no complicar más las cosas.

Camila la miró de reojo, algo incómoda.

—¿Te molesta que esté aquí?

Giulia hizo una pausa. No respondió de inmediato. Bebió un sorbo de vino, pensativa, y luego dijo:

—No me molesta que estés aquí. Me molestaría más que Leo estuviera solo en esto.

Camila bajó la vista.

—No sé si soy suficiente para todo lo que viene. Esta familia... este mundo… no es el mío.

—¿Sabes algo? —respondió Giulia, con una voz más suave—. El apellido, la casa, los silencios, las cenas eternas... todo eso tampoco me pertenece del todo. Yo nací acá, pero no siempre me sentí parte. Y si vos estás esperando sentir que encajás para dar un paso, vas a quedarte parada para siempre.

Camila se quedó en silencio.

Giulia apoyó la copa en la barandilla y se acomodó mejor la manta.

—Leo puede ser un desastre emocional a veces. Es noble, pero impulsivo. Orgulloso. Se equivoca... pero no se esconde. Y si está haciendo esto contigo, si te trajo acá, es porque te eligió. Con miedo, con dudas, con errores. Pero te eligió. Eso no lo hace con cualquiera.

Camila respiró hondo. Sus ojos se humedecieron un poco, pero no lloró.

—Yo también lo elegí —murmuró.

Giulia asintió, como si no necesitara más prueba que esa frase.

—Entonces quedate. No por complacer a nadie, ni por obligación. Quedate si vas a luchar con él. Porque Leo puede tener mil defectos, pero si vos estás de su lado... va a pelear por lo que tenga que pelear.

Camila giró el rostro hacia ella.

—¿Y vos vas a estar de mi lado?

Giulia la miró con una media sonrisa, cómplice, un poco cansada también.

—Si no estuviera... no estaría acá sentada contigo a esta hora.

Camila sonrió por primera vez en toda la noche. No con alivio total, pero sí con algo que se parecía mucho a la esperanza.

Y en ese rincón de la mansión, sin nadie más escuchando, por fin empezaba a sentirse un poco menos sola.

La mañana había empezado temprano en las oficinas del A.S. Vittoria. Luca había dormido poco, pero estaba enfocado. En su escritorio, los papeles se acumulaban junto a informes de entrenamientos, posibles fichajes y renovaciones pendientes, pero había un tema que no podía postergarse más.

Camila.

Carter llegó puntual, como siempre. Se quitó la chaqueta antes de sentarse frente a él.

—¿Ya hablaste con ella? —preguntó.

Luca negó con la cabeza.

—Todavía no. Quiero que esto esté claro entre nosotros primero.

Carter asintió, cruzando los brazos.

—No vamos a echarla, eso está claro.

—Por supuesto que no —dijo Luca de inmediato—. Pero tampoco podemos fingir que no está pasando nada. Las jugadoras lo notan, el ambiente está raro. No es justo para ella... ni para el grupo.

Carter se quedó en silencio un momento, meditando.

—¿Qué propones?

Luca respiró hondo.

—Quiero apartarla del grupo principal. No como castigo, sino para protegerla. Para que tenga espacio, para que se enfoque en ella, en el embarazo, en su transición personal. No está lista para competir ahora mismo. Y tampoco quiero exponerla a comentarios o tensiones innecesarias.

Carter asintió lentamente.

—Es lo mejor. Pero hay que acompañarla. No podemos soltarle la mano.

—No lo haremos —dijo Luca, con firmeza—. Le vamos a ofrecer ayuda médica, apoyo psicológico, incluso si decide volver más adelante. Tiene las puertas abiertas. Pero ahora necesita un respiro. Y el equipo también.

Hubo un momento de silencio.

—¿Y Carolina? —preguntó Carter—. Necesita saberlo.

Luca tomó el teléfono.

—Ya está notificada. Pero igual la quiero ver en persona. Hoy mismo. Quiero que entienda que esto no es una sanción, ni una decisión política. Es algo que hacemos con cuidado. Para todos.

—¿Y Camila?

—Voy a hablar con ella después. Yo solo.

Carter lo miró de frente.

—Te importa.

Luca no respondió enseguida. Bajó la mirada, luego asintió.

—Sí. Me importa.

—Entonces hablale como eso. No como presidente, no como dirigente. Como alguien que se preocupa.

Luca se pasó una mano por la cara.

—Eso voy a hacer.

Y por primera vez en todo el día, dudó si estaba tomando la mejor decisión… o simplemente la más necesaria.

El sol ya estaba bien arriba cuando Leo llegó al club. Venía solo, sin apuro, pero con el gesto serio. Saludó con la cabeza a los empleados que cruzaban por los pasillos, aunque no se detuvo a hablar con nadie. Había ensayado mil veces lo que iba a decir, pero aun así, sentía un nudo apretado en el pecho.

Llevaba el sobre dentro del bolsillo de su chaqueta. No pesaba nada, pero se sentía como una piedra.

Subió al segundo piso, cruzó el pasillo que daba a la oficina de su tío… y golpeó la puerta con los nudillos.

—¿Sí? —se oyó la voz de Luca desde dentro.

Leo entró.

Luca estaba frente al ventanal, con una carpeta en la mano y el teléfono apoyado en el hombro. Cuando lo vio, alzó una ceja, hizo una seña breve con la mano y terminó la llamada.

—No esperaba verte tan temprano —dijo, dejándose caer en su silla.

Leo se quedó de pie unos segundos. Luego se acercó al escritorio, sacó el sobre del bolsillo y lo dejó frente a él.

Luca lo miró. No necesitó abrirlo para saber qué era.

—¿Qué es esto?

—Mi renuncia.

El silencio cayó como una losa.

Luca entrelazó las manos y lo observó con atención.

—¿Por qué?

Leo inspiró hondo.

—Porque este año, acá, fue lo mejor que me pasó. Aprendí. Me equivoqué. Crecí. Pero ya no soy ese crío que llegó sin saber nada. Y siento que... es momento de seguir mi camino. De buscar lo mío.

—¿Y por eso te vas?

—Sí —asintió Leo, con calma—. No quiero convertirme en una carga para el club. Ni para vos. Y sé que para mí, seguir creciendo también significa soltar.

Luca lo miró en silencio. Luego tomó el sobre, pero no lo abrió.

—¿Estás seguro?

—Sí. Y hay algo más que quería contarte.

Hizo una breve pausa.

—Camila… está viviendo en casa. Conmigo. Hablé con mamá. Con papá. Con Giulia. No fue fácil, pero sentí que era lo correcto. No solo por el bebé, sino por nosotros. Me equivoqué muchas veces con ella. Pero ahora… no quiero fallarle más.

Luca bajó la mirada un instante. Luego se levantó de la silla y se acercó hasta él.

—No te lo voy a negar, Leo. Me sorprendiste.

Leo agachó un poco la cabeza.

—Perdón si decepcioné al club. A vos. Solo... necesitaba decirlo.

Pero Luca negó, colocándole una mano en el hombro.

—No me decepcionaste. Al contrario. Vos viniste acá hecho pedazos. Creí que no ibas a durar ni dos semanas. Y mírate ahora. Sos un hombre. Y no porque tengas un hijo en camino… sino porque supiste cuándo parar, cuándo asumir tus errores y cuándo seguir.

Leo lo miró, conteniendo un poco la emoción.

—Gracias por darme un lugar cuando no tenía ninguno.

Luca sonrió, apenas.

—Siempre lo tuviste. Solo tenías que darte cuenta.

—¿Y el sobre?

Luca se lo devolvió.

—Cuando estés listo, lo entregás. Pero que sepas algo, Leo: las puertas no se cierran. Vittoria fue parte de tu historia… y vos fuiste parte de la nuestra. Eso no se borra.

Leo lo guardó sin decir nada. Asintió, y por un momento, ambos se quedaron ahí, sin hablar más.

Cuando salió de la oficina, el sol pegaba distinto. Y aunque nada había cambiado realmente, todo se sentía diferente.

Porque a veces, crecer no es tomar una decisión. Es saber por qué la estás tomando.

Leo salió de la oficina de Luca sin apuro, pero con el cuerpo algo vencido. No era solo cansancio físico. Había algo en la forma en la que respiraba, en cómo arrastraba un poco los pies al caminar por los pasillos del club. Como si cada paso cerrara una etapa.

Iba con la mirada baja cuando, al doblar en dirección al estacionamiento, se topó de frente con Carter.

—Leo —dijo el director deportivo, deteniéndose al verlo.

Leo levantó la vista, algo sorprendido. Se quedó un segundo quieto, sin saber si debía seguir o quedarse.

—Hola, míster… —respondió, usando ese tono más formal que solía emplear con él, aunque ya no hiciera falta.

Carter lo miró bien. Lo notó pálido, agotado.

—¿Todo bien?

Leo asintió, pero su gesto no convencía a nadie.

—Le entregué la carta a Luca. Renuncio oficialmente al club.

Carter frunció ligeramente el ceño, aunque no parecía del todo sorprendido.

—¿Seguro?

Leo hizo un gesto breve, casi resignado.

—Sí. No porque quiera irme en malos términos, al contrario. Lo hago porque… ya no puedo ser parte sin sentir que estoy arrastrando el proyecto. Lo respeto demasiado para eso. Y también me respeto a mí.

Carter cruzó los brazos, apoyándose ligeramente en la pared.

—Te escucho diferente.

—Porque estoy diferente —respondió Leo sin dudar—. Este año fue como si me rompieran y me armaran de nuevo. Cometí errores, muchos… pero también entendí lo que significa hacerse cargo. No de palabra, de verdad.

Carter asintió lentamente, sin interrumpirlo.

—Y sé que lo de Camila complicó muchas cosas —continuó Leo—. No es fácil estar en una relación así, y menos en este ambiente. Pero ayer la llevé a casa. Conmigo. Con mi familia. Ya no es un secreto. No un problema del club. Es mi vida.

Carter lo observó en silencio unos segundos más. Luego habló, con calma.

—¿Y ella sabe que estás renunciando?

—No todavía. Pero quiero decírselo hoy. Mirándola a los ojos.

El director deportivo asintió con la cabeza. No sonreía, pero había algo parecido al respeto en su mirada.

—No muchos tienen el coraje de hacer lo que estás haciendo. Menos a tu edad.

—No sé si es coraje o simplemente cansancio —dijo Leo, con una pequeña risa sin fuerza.

Carter se le acercó y le dio una palmada en el hombro.

—Si algún día decidís volver, las puertas no están cerradas.

—Gracias, Carter.

—Y una cosa más —añadió él, antes de dejarlo seguir—. Si vas a empezar algo nuevo, hacelo con la misma honestidad con la que viniste a entregarme esa carta. Porque eso, Leo… no se compra. Se aprende.

Leo asintió.

Y por primera vez en mucho tiempo, sintió que alguien no lo veía como un problema a corregir, sino como alguien que, pese a todo… había aprendido algo valioso.

Salió del club sin mirar atrás. El aire afuera se sentía más frío, pero también más limpio.

Era el primer día de su camino sin escudos.

Y eso, aunque diera miedo, también se sentía bien

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Joe
Animo, no olviden leer mis nuevas obras!!
☯THAILY YANIRETH✿
Tu forma de escribir me ha cautivado, tu historia es muy intrigante, ¡sigue adelante! 💪
Joe: Muchas gracias!!
total 1 replies
Leon
Quiero saber más, ¡actualiza pronto! ❤️
Joe: Por supuesto
total 1 replies
Texhnolyze
😂 ¡Me hizo reír tanto! Tus personajes son tan divertidos y realistas.
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