En un pequeño pueblo donde los ecos del pasado aún resuenan en cada rincón, la vida de sus habitantes transcurre en un delicado equilibrio entre la esperanza y la desesperanza. A través de los ojos de aquellos que cargan con cicatrices invisibles, se desvela una trama donde las decisiones equivocadas y las oportunidades perdidas son inevitables. En esta historia, cada capítulo se convierte en un espejo de la impotencia humana, reflejando la lucha interna de personajes atrapados en sus propios laberintos de tristeza y desilusión. Lo que comienza como una serie de eventos triviales se transforma en un desgarrador relato de cómo la vida puede ser cruelmente injusta y, al final, nos deja con una amarga lección que pocos querrían enfrentar.
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Capítulo 11: El Reflejo de la Verdad
La ciudad era un torbellino de luces y movimiento, un contraste agudo con la calma desolada de San Gregorio. Clara llegó al bullicioso centro urbano, buscando un refugio en medio de la marea de gente que nunca parecía detenerse. Se instaló en un pequeño apartamento en las afueras de la ciudad, un lugar sencillo pero que, al menos por ahora, le ofrecía un respiro de la presión y el dolor que había dejado atrás.
Los primeros días en la ciudad pasaron en un vaivén de rutina: la búsqueda de empleo, el establecimiento de una nueva vida. Sin embargo, a pesar de la aparente normalidad, la sombra del pacto seguía persiguiéndola, susurrándole en cada rincón de su mente. A veces, cuando las luces se atenuaban y el bullicio de la ciudad se desvanecía, sentía que las viejas sombras de San Gregorio volvían a reclamar su atención.
Una tarde, mientras exploraba el mercado local en busca de algo que llevara un aire familiar a su nueva vida, Clara encontró una tienda de antigüedades. El lugar parecía sacado de otra época, con vitrinas llenas de objetos antiguos y un aroma a madera y polvo que la envolvía al entrar. Había algo en la tienda que le resultaba inquietantemente familiar, como si hubiera estado allí antes, en un sueño o en un recuerdo lejano.
Mientras recorría los pasillos, sus ojos se detuvieron en un viejo espejo enmarcado en un elegante marco dorado. El espejo estaba cubierto de polvo, y su superficie reflejaba una imagen distorsionada, como si hubiera estado esperando mucho tiempo para ser vista. Clara sintió una extraña atracción hacia el espejo, como si algo en él la llamara.
Se acercó y, con un paño que encontró en una esquina, comenzó a limpiar el polvo del espejo. A medida que el cristal se volvía más claro, Clara vio su reflejo, pero había algo diferente en la imagen. En el espejo, no solo se veía a sí misma, sino que el fondo también parecía cambiar, mostrando una escena de San Gregorio, como si el espejo estuviera mostrando no solo el presente, sino también un fragmento del pasado.
La visión en el espejo cambió, mostrando el interior de su antigua casa, la misma que había visto en su sueño. Vio a sus padres, jóvenes y alegres, y, de repente, el reflejo se oscureció, revelando una figura encapuchada que se acercaba a ellos. El corazón de Clara comenzó a latir con fuerza al ver la imagen, y su mente se llenó de preguntas sin respuestas.
—¿Qué es esto? —murmuró, sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo.
El propietario de la tienda, un hombre mayor con una barba canosa, se acercó y observó el espejo con una expresión de reconocimiento.
—Ese espejo tiene una historia interesante —dijo, su voz cargada de misterio—. Se dice que puede mostrar visiones del pasado y del futuro. Pero también es conocido por revelar verdades que a veces preferiríamos no conocer.
Clara lo miró, sin poder apartar la vista del espejo.
—¿Cómo es posible? —preguntó, intentando entender lo que estaba viendo.
El hombre se encogió de hombros.
—La verdad es a menudo más compleja de lo que imaginamos. Los objetos antiguos tienen una forma peculiar de llevar consigo la carga de las historias que han presenciado.
El corazón de Clara estaba a punto de estallar. La imagen en el espejo parecía estar intentando comunicarle algo, pero no lograba descifrar el mensaje. La figura encapuchada se acercó a sus padres, y antes de que pudiera ver más, el reflejo se desvaneció, dejando solo su propia imagen en el cristal.
Desesperada por entender lo que había visto, Clara se dirigió a la única persona que pensaba podría ayudarla a interpretar el mensaje del espejo: Doña Rosa. Aunque el pueblo parecía lejano, sentía que necesitaba cerrar el círculo y obtener respuestas.
El viaje a San Gregorio fue más inquietante de lo que había imaginado. Cada kilómetro que avanzaba parecía traer consigo una carga de recuerdos y miedos. Cuando finalmente llegó, el pueblo parecía aún más sombrío y desolado, como si el tiempo mismo hubiera decidido detenerse allí.
Se dirigió directamente a la casa de Doña Rosa, sin perder tiempo. La anciana la recibió con una expresión de preocupación al verla.
—Clara, ¿qué haces aquí? —preguntó Doña Rosa, su tono grave.
—Necesito entender algo que vi en un espejo —dijo Clara, sin rodeos—. Vi una figura encapuchada y mis padres. ¿Qué significa?
Doña Rosa la miró con intensidad, y su rostro se tornó serio.
—El espejo muestra lo que no queremos ver, Clara. Revela la verdad oculta, pero también puede ser engañoso. La figura encapuchada representa la oscuridad, el precio que tus padres pagaron para salvar a San Gregorio. Pero lo que es más importante es cómo enfrentas lo que has visto.
Clara sintió una ola de tristeza y desesperación. La visión en el espejo no hacía más que confirmar lo que ya sabía: que el destino estaba sellado y que la oscuridad estaba siempre presente.
—¿Qué debo hacer ahora? —preguntó, su voz quebrada.
Doña Rosa suspiró profundamente, y sus ojos reflejaban una mezcla de compasión y resignación.
—El conocimiento de la verdad es una carga pesada, pero también puede ser liberador. Tienes que decidir cómo enfrentar la oscuridad que te sigue. Ya no es solo una cuestión de huir; es una cuestión de confrontar lo que ha sido revelado.
Clara asintió lentamente, entendiendo la gravedad de la situación. La verdad que había visto en el espejo la había confrontado con una realidad que no podía ignorar. Sabía que tenía que enfrentar su destino, por doloroso que fuera.
—Gracias, Doña Rosa —dijo Clara, con un susurro de gratitud—. Hacer frente a la oscuridad será mi desafío.
La anciana la miró con una mezcla de tristeza y esperanza mientras Clara salía de la casa. Mientras caminaba de regreso a su automóvil, sintió que el peso del destino estaba cada vez más cerca. No había escapatoria completa, y el desafío de enfrentar la oscuridad de su pasado se volvía inevitable.
El reflejo de la verdad la había enfrentado con su destino, y aunque la oscuridad parecía implacable, Clara sabía que la única forma de superar su miedo era confrontar la realidad que había estado tratando de evitar. El viaje de vuelta a su nuevo hogar estaba lleno de incertidumbre, pero también de una determinación renovada para enfrentarse a lo que vendría.