El Imperio De Las Rosas

Richard estaba en el palacio del emperador vagando, cuando se encontró con su padre discutiendo con el capitán de los caballeros sagrados.

“¿¡COMO MIERDA ES POSIBLE QUE NO SEPAS QUIÉN MIERDA LE DIO ESAS TIERRAS AL ARCHIDUQUE!?”. El enojo del emperador era palpable en su tono de voz, la expresión en su rostro hacía denotar su frustración en esos momentos. Golpeó a su subordinado reiteradas veces en frente de los demás caballeros y blandió su espada.

Pocas veces había visto a su padre explotar de esa manera, divertido. No tenía las intenciones de interrumpir hasta que vio que en serio pensaba matarlo, ese sería un error; matar a alguien tan leal.

“¿No crees que estás siendo duro? Maximiliano es un sirviente leal”. Con estas últimas palabras Richard se refería a que no estaba bajo las asquerosas garras de la emperatriz. El emperador al escucharlo volvió a sentarse en su sofá, observando a su fiel sirviente considerando las palabras de su hijo; lo dejaría vivir.

Para nadie era secreto que la emperatriz solía sobornar a los sirvientes del emperador con tal de obtener información o más que eso, planear la muerte de su esposo para que su hijo obtuviera el trono lo antes posible. El amor de los pilares del imperio hace un tiempo se había enfriado, ahora quedaba una guerra entre ambos llena de rencor y odio mutuo.

El emperador nunca perdonaría a la emperatriz por su arrebato de celos y ella nunca lo perdonaría por su traición. Porque a pesar de haber sido un matrimonio político, ella si lo llegó a amar.

“Desaparece de mi vista”. Estas palabras iban para su subordinado, quien con ayuda de los soldados que lo acompañaron al llamado del emperador se levantó e hizo una reverencia, yéndose de la habitación agradecido ante la interferencia del segundo príncipe. Richard se retiró después de estos, dejando solo a su padre para que pudiera continuar con sus deberes.

Richard seguía su camino, rumbo al jardín con tranquilidad; recordando los momentos tan felices que había pasado con su madre en este lugar, antes que le fueran arrebatados. Sin darse cuenta de que era observado por su hermano mayor, Arthur.

“¿Qué mierda haces aquí?”. Las palabras del príncipe iban dirigidas con dureza y rencor, no podía creer aún que por culpa del bastardo de su padre iba a tener que ir a la guerra. Su madre le había dicho que era culpa de Richard, quien se quería deshacer de él para obtener el trono.

Los ojos rojos de Richard miraban fijamente a los de Arthur, quien para él era como un cachorro intentando atacar a un lobo. Si no tuviera paciencia, habría muerto aquí mismo.

“Vine a ver a nuestro padre”. Recalcó el nuestro con ironía, sabiendo perfectamente que esto le molestaría a Arthur, quien quería golpearlo, pero por más que lo negara se sentía intimidado por la figura de su hermano, robusta y grande. Un cuerpo musculoso y marcado debido al entrenamiento que había tenido desde pequeño para poder sobrevivir a la familia imperial cuál para Richard, siempre ha sido el campo de batalla real.

Arthur decidió no decir nada más y retirarse, a hablar con su padre sobre lo que tendría que ir a la guerra. Para este momento, ya tendría que estar la emperatriz con él.

.........

Dietrich había notado el cómo el emperador favoreció a su segundo hijo, lo cual no terminaba de entender. Él siempre había apoyado en todo a Arthur y nunca notó la intención de volver a Richard emperador; esta podía ser una carta que le podría servir en el futuro.

Ya había llegado al archiducado, ya era momento de hablar con Ellie sobre lo ocurrido en su debut y sobre que debía buscar la manera de acercarse al hijo ilegítimo del emperador. Hizo que Esteban fuera por ella.

“Ya estoy aquí, padre”. El rostro de Ellie estaba más pálido de lo habitual y había ojeras en sus ojos, no dejaba de ser hermosa, pero igual no estaba perfecta. Antes de decirle algo a ella le dijo a Esteban que fuera por el sacerdote para que pudiera mejorar la apariencia de Ellie y evitar cualquier contra tiempo, como una enfermedad.

Necesitaba volver a reunir a Ellie con el príncipe heredero, para que pudieran hablar de cuando se anunciará su compromiso aunque se encontraba indeciso debido al repentino favorecimiento del emperador hacia su segundo hijo.

“Mi Ellie, el emperador favorece a su segundo hijo. Debes encontrar la manera de interactuar con él”. Siempre que su padre la llamaba de esa manera no sabía como reaccionar, su corazón se sentía cálido, pero adolorido por todas las emociones que provenían de su padre. Una inofensiva Ellie se mostró a su padre, acercándose a él.

Su débil Ellie, su creación perfecta pero tan imperfecta. Ella solo lo necesitaba a él y era consciente de eso, era consciente de cada duda de Ellie; él la había creado así para que cada vez que se rompiera recurriera a él.

Dietrich acarició su cabello y permitió que Ellie hundiera su rostro en su cuello, inhalando el aroma de su padre; quería morir ahí. El amor del archiduque hacia su hija era retorcido, ambos lo sabían. No podrían vivir sin el otro; Ellie sería capaz de todo con tal de recibir un poco del afecto de su padre.

“Lo haré, padre”. El cansado corazón de Ellie había logrado aliviarse con el solo tacto de su padre, que a pesar de no ser completamente genuino seguía siendo lo que necesitaba.

El archiduque seguía molesto por lo que había pasado esa noche con el príncipe heredero, a pesar de no ser culpa de Ellie ella debía aprender a manejar mejor sus emociones. Debía castigarla.

“Estarás tres noches en Daechit”. Así se llamaba el lugar en donde no había luz, solo las sombras; ahí iba Ellie siempre que no cumplía con más expectativas de su padre.

Ella quería negar, pero reconocía su error; no debió golpear a un miembro de la familia imperial, menos al heredero de la corona.