Julieta, una diseñadora gráfica que vive al ritmo del caos y la creatividad, jamás imaginó que una noche de tequila en Malasaña terminaría con un anillo en su dedo y un marido en su cama. Mucho menos que ese marido sería Marco, un prestigioso abogado cuya vida está regida por el orden, las agendas y el minimalismo extremo.
La solución más sensata sería anular el matrimonio y fingir que nunca sucedió. Pero cuando las circunstancias los obligan a mantener las apariencias, Julieta se muda al inmaculado apartamento de Marco en el elegante barrio de Salamanca. Lo que comienza como una farsa temporal se convierte en un experimento de convivencia donde el orden y el caos luchan por la supremacía.
Como si vivir juntos no fuera suficiente desafío, deberán esquivar a Cristina, la ex perfecta de Marco que se niega a aceptar su pérdida; a Raúl, el ex de Julieta que reaparece con aires de reconquista; y a Marta, la vecina entrometida que parece tener un doctorado en chismología.
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Con Una Resaca
Marco la miró como si le hubiera crecido una segunda cabeza.
—¿Cómo puedes estar tan tranquila? ¡Nos casamos! ¡Con desconocidos! ¡En una capilla de madrugada!
—Técnicamente, ya no somos desconocidos —señaló ella, alzando su mano con el anillo—. Somos marido y mujer.
El gemido frustrado de Marco solo consiguió hacerla reír más fuerte. La situación le recordaba a aquella vez en la universidad, cuando se había presentado a un examen final en pijama después de quedarse dormida. Su hermana Marina había puesto exactamente la misma cara de horror que Marco tenía ahora.
—Esto es una locura —murmuró él, levantándose de la cama. Llevaba únicamente unos boxers negros, y Julieta no pudo evitar apreciar su bien formada espalda—. Necesito café. Mucho café.
—Y yo necesito una aspirina —añadió Julieta, notando que su dolor de cabeza empeoraba—. Y tal vez un abogado.
Marco se detuvo en seco.
—Soy abogado.
—¡Perfecto! —exclamó ella con falso entusiasmo—. ¿Podrías divorciarte de ti mismo?
La mirada que le lanzó era una mezcla de exasperación y algo que podría haber sido diversión, aunque intentara ocultarlo.
—Esto no es gracioso, Julieta.
—Un poco sí lo es —insistió ella, envolviéndose en la sábana para levantarse—. Vamos, ¿cuántas personas pueden presumir de haberse casado en una noche de locura con un guapo abogado?
Marco abrió la boca para responder, pero fue interrumpido por el sonido de un teléfono. Ambos miraron alrededor hasta que Julieta localizó su bolso tirado junto a la puerta. Al sacarlo, vio el nombre de Sofía parpadeando en la pantalla.
—¡Jules! ¿Dónde diablos estás? ¡Llevas desaparecida desde anoche! —la voz de su amiga resonó tan fuerte que incluso Marco pudo escucharla.
—Eh... estoy bien, Sofi. Solo que... —Julieta miró a Marco, quien negaba frenéticamente con la cabeza—. Me casé.
El grito que siguió fue tan agudo que Julieta tuvo que apartar el teléfono de su oreja. Marco se dejó caer en una silla cercana, derrotado.
—¿QUE TÚ QUÉ?
—Te llamo luego —cortó Julieta rápidamente—. Tengo que discutir los términos de mi divorcio con mi marido.
Antes de que Sofía pudiera responder, colgó. El silencio volvió a llenar la habitación, interrumpido solo por el sonido del tráfico matutino de Madrid que se filtraba por la ventana.
—Entonces... —comenzó Julieta, balanceándose sobre sus pies—. ¿Tienes café?
Marco la miró fijamente por un largo momento antes de que una sonrisa reluctante apareciera en sus labios.
—En la cocina —respondió finalmente—. Aunque creo que necesitaremos algo más fuerte que café para procesar esto.
—¿Más tequila? —sugirió ella con una sonrisa traviesa.
—Por favor, no menciones esa palabra —gruñó él, pero Julieta pudo ver que estaba conteniendo una sonrisa.
Julieta siguió a Marco por el pasillo, sus pies descalzos deslizándose sobre el parqué pulido que probablemente costaba más que su alquiler anual. El apartamento gritaba "¡Soy un abogado exitoso!" por cada poro: cuadros abstractos perfectamente alineados, una biblioteca que parecía sacada de un catálogo de decoración, y ni una mota de polvo que se atreviera a posarse sobre los muebles de diseño.
«Dios mío», pensó mientras esquivaba una escultura que parecía salida del MoMA, «me he casado con el Patrick Bateman español». Aunque, a juzgar por cómo había tratado su corbata de diseñador la noche anterior, quizás no era tan estirado como aparentaba.
La cocina era exactamente como había imaginado: toda en acero inoxidable y superficies de mármol negro, tan inmaculada que parecía que nunca hubiera sido utilizada. Una cafetera que parecía sacada de la NASA ocupaba un lugar prominente en la encimera.
—¿Sabes? —comentó Julieta, sentándose en un taburete alto mientras observaba a Marco luchar con la cafetera—. De todas las locuras que he hecho, y créeme, tengo un currículum impresionante en ese departamento, esta podría ser la más interesante.
Marco arqueó una ceja mientras medía el café con la precisión de un químico forense.
—¿Ah, sí? ¿Y qué otras locuras compiten con casarse con un desconocido?
—Bueno... —Julieta se acomodó en el taburete, balanceando sus pies descalzos—. Una vez me colé en un concierto de Coldplay haciéndome pasar por repartidora de pizza. Funcionó hasta que intenté entregarle una margherita a Chris Martin.
El café que Marco estaba midiendo se derramó ligeramente sobre la encimera inmaculada.
—También está aquella vez que me presenté a una entrevista de trabajo vestida de pingüino porque había perdido una apuesta —continuó ella, disfrutando de la manera en que los ojos de él se agrandaban con cada historia—. Oh, y no olvidemos cuando convertí mi apartamento en una pista de bolos usando botellas de agua y una sandía.
—¿Una sandía? —Marco detuvo su ritual del café para mirarla.
—Sí, como bola de bolos —explicó ella con toda naturalidad—. Aunque en retrospectiva, quizás no fue mi mejor idea. Mi vecina de abajo aún me mira raro cuando me cruzo con ella en el ascensor.
Una sonrisa involuntaria se dibujó en los labios de Marco mientras retomaba su tarea con la cafetera.
—¿Siempre eres así?
—¿Así cómo? —preguntó ella, robando una manzana del frutero perfectamente dispuesto.
—Tan... —hizo un gesto vago con la mano— caótica.
—Prefiero el término "espontánea" —corrigió ella, dándole un mordisco a la manzana—. O "entusiasta de la vida". Además, mírate: eres un abogado respetable que acaba de casarse en una capilla de madrugada. Claramente, mi caos es contagioso.
Marco soltó una carcajada genuina, el sonido resonando en la cocina de diseño como una nota discordante pero perfecta.
«Oh», pensó Julieta, sintiendo un cosquilleo en el estómago que no tenía nada que ver con la resaca, «esa risa debería ser ilegal».
El aroma del café recién hecho comenzó a llenar el espacio entre ellos, mezclándose con la luz matinal que se colaba por los ventanales y el sonido distante del tráfico madrileño. Por un momento, el tiempo pareció suspenderse: ella sentada en el taburete alto con una manzana mordida en la mano, él apoyado en la encimera de mármol, ambos en una cocina que parecía sacada de una revista de decoración, unidos por un matrimonio improvisado y el peor dolor de cabeza de sus vidas.
Lo que ninguno de los dos podía imaginar en ese momento, mientras el café goteaba rítmicamente en la cafetera de diseño, era que aquella noche de locura, aquella decisión impulsiva tomada entre risas y tequila, era apenas el primer capítulo de una historia mucho más grande. Una historia que transformaría la ordenada vida de Marco en un torbellino de caos creativo, y que enseñaría a Julieta que a veces, solo a veces, los mejores planes son los que nunca planeaste.
Pero eso, por supuesto, ellos aún no lo sabían. Por ahora, solo eran un abogado estirado y una diseñadora caótica, compartiendo un café de resaca en una mañana de domingo, intentando procesar cómo una noche de tequila los había convertido en marido y mujer.
«Al menos», pensó Julieta mientras observaba a Marco servir el café en tazas que probablemente costaban más que su teléfono, «será una historia divertida para contar a nuestros nietos».
El pensamiento la hizo atragantarse con la manzana, provocando una tos que resonó en la cocina minimalista como un sacrilegio contra el orden establecido.
«Vale, vale, vayamos paso a paso», se corrigió mentalmente. «Primero averigüemos su apellido».