En Tokio, Shiro, un joven de 18 años, se muda a un pequeño café con un pasado misterioso. Al involucrarse en la vida del café y sus peculiares empleados, incluyendo al enigmático barista Haru, Shiro comienza a descubrir secretos ocultos que desafían su comprensión del amor y la identidad. A medida que desentraña estos misterios, Shiro se enfrenta a sus propios sentimientos reprimidos, aprendiendo que el verdadero desafío es aceptar quién es realmente. En esta emotiva travesía, el mayor secreto que descubre es el que lleva dentro.
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Capítulo 2: El Silencio de las Tazas
El sonido de las campanillas al abrir la puerta del café fue lo primero que escuchó Shiro cuando entró nuevamente. Habían pasado solo dos días desde su primera visita, pero algo en su interior lo empujaba a volver, como si aquel lugar tuviera un imán que lo atraía irremediablemente. Las luces cálidas iluminaban el pequeño local de manera acogedora, reflejándose en las mesas de madera pulida y en las vitrinas llenas de postres cuidadosamente preparados.
Shiro se quedó un momento en la entrada, respirando profundamente. Algo en el ambiente era diferente, una sensación de calma que contrastaba con el bullicio de las calles de Tokio. A lo lejos, detrás de la barra, Haru estaba limpiando una taza, su mirada concentrada en el brillo del cristal. Había algo magnético en la forma en que movía sus manos, como si todo lo que tocara mereciera un trato delicado y especial.
Shiro se acercó a la barra, con los nervios revolviéndose en su estómago. Haru levantó la vista y, al reconocerlo, le dedicó una pequeña sonrisa que no llegó a sus ojos, pero que, de alguna forma, lo tranquilizó.
—Bienvenido de nuevo —dijo Haru con su voz suave, casi inaudible sobre el suave murmullo del café—. ¿Lo mismo de la otra vez?
Shiro asintió, sintiéndose incapaz de decir más. Mientras Haru preparaba su bebida, Shiro dejó que su mirada recorriera el lugar. Esta vez, no había tantos clientes, lo que le permitió observar con más detenimiento los detalles. Notó unas fotografías en la pared, algunas antiguas, de personas que probablemente habían pasado por ese lugar muchos años atrás. También percibió un aroma diferente, algo más allá del café, como si el aire estuviera impregnado de historias olvidadas.
—Aquí tienes —dijo Haru, interrumpiendo sus pensamientos mientras colocaba la taza frente a él—. Un latte con un toque de vainilla.
—Gracias —respondió Shiro, tomando la taza entre sus manos para sentir su calidez.
Por un momento, ninguno de los dos dijo nada. Shiro jugueteó con la taza, observando el diseño de la espuma en la superficie, mientras sentía la mirada de Haru sobre él, como si estuviera esperando algo.
—¿Te gusta el café? —preguntó Haru de repente, rompiendo el silencio.
La pregunta lo tomó por sorpresa. No porque fuera extraña, sino porque no esperaba que Haru iniciara una conversación. Hasta ese momento, había dado la impresión de ser alguien reservado, casi distante.
—Sí... me gusta —respondió Shiro después de una breve pausa—. Aunque no sé mucho de él, para ser honesto.
Haru sonrió, esta vez de forma más genuina.
—No necesitas saber mucho para disfrutarlo. El café tiene una forma de conectarnos con las pequeñas cosas. Las conversaciones, los momentos de silencio, incluso los recuerdos.
Shiro asintió, sintiendo que había algo más detrás de esas palabras, algo que no entendía del todo pero que resonaba en su interior. Era como si el café no solo fuera una bebida en ese lugar, sino un vínculo con algo más profundo, algo que él apenas estaba comenzando a descubrir.
Antes de que pudiera responder, la puerta del café se abrió de nuevo, y entró una figura que llamó la atención de ambos. Era una joven, con el cabello corto y desordenado, vistiendo un uniforme negro que la identificaba como una de las empleadas del café. Tenía una energía vibrante, que contrastaba con la calma del lugar. Su nombre, según el pequeño cartel en su pecho, era **Aiko**.
—¡Haru! —saludó enérgicamente mientras se quitaba la chaqueta y la colgaba en la pared—. Hoy parece un día tranquilo, ¿no? Oh, ¿quién es este chico?
Shiro sintió el calor subir a su rostro cuando Aiko lo miró con curiosidad. Sus ojos brillaban con una mezcla de travesura e interés.
—Shiro —respondió Haru antes de que Shiro pudiera abrir la boca—. Es un cliente habitual.
—Oh, qué bien. ¡Espero que te guste nuestro café! —dijo Aiko con una sonrisa amplia—. Yo soy Aiko, la más rápida de la cafetería, aunque no lo parezca.
—Encantado... —murmuró Shiro, sintiéndose un poco abrumado por su energía.
Aiko parecía ser todo lo contrario a Haru. Mientras este era tranquilo y reservado, Aiko era un torbellino de energía y entusiasmo. Sin embargo, Shiro notó que había una especie de complicidad entre ellos, una relación que iba más allá de simples compañeros de trabajo. Quizás, también compartían algún secreto, uno que Shiro aún no podía descifrar.
—Bueno, si me necesitas, estaré en la cocina —anunció Aiko, desapareciendo tras una cortina que separaba el área de los clientes de la parte de atrás del café.
Shiro se quedó en silencio, mirando la puerta por la que Aiko había desaparecido. Haru continuó con su trabajo, limpiando la barra y sirviendo a los pocos clientes que llegaban. Shiro tomó un sorbo de su latte, saboreando el dulce toque de vainilla. Había algo en el ambiente que lo hacía sentir a gusto, como si estuviera en el lugar correcto, aunque no supiera exactamente por qué.
Después de unos minutos, Haru volvió a romper el silencio.
—Aiko es un poco alocada, pero tiene un buen corazón —comentó, como si hubiera leído los pensamientos de Shiro.
—Parece divertida —respondió Shiro, tratando de parecer relajado.
Haru asintió, pero no dijo nada más. El silencio se instaló nuevamente entre ellos, un silencio que, lejos de ser incómodo, parecía natural. Era como si las palabras no fueran necesarias en ese momento, como si ambos estuvieran conectados de alguna manera a través del café, del ambiente, de algo más profundo.
Sin embargo, la curiosidad de Shiro seguía presente. Había algo en Haru, algo en ese café, que lo intrigaba. No podía sacarse de la cabeza la sensación de que aquel lugar guardaba secretos, secretos que Haru, y quizás Aiko, conocían pero no estaban dispuestos a compartir.
—Este café... —comenzó a decir, dudando por un momento—. Parece que tiene mucha historia. Hay algo... diferente en él.
Haru levantó la vista, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de sorpresa y curiosidad. Parecía que no esperaba esa observación de Shiro, pero tampoco la rechazaba.
—Tienes razón —dijo finalmente, con una sonrisa enigmática—. Este café ha visto muchas cosas. Ha sido un refugio para mucha gente a lo largo de los años. Cada taza de café que servimos tiene una historia, aunque a veces esas historias no se cuentan.
Shiro lo miró, intrigado por sus palabras. Sentía que Haru sabía más de lo que estaba dispuesto a decir, pero no quería presionarlo. Después de todo, apenas lo conocía. Sin embargo, algo dentro de él le decía que, con el tiempo, descubriría esos secretos. Y cuando lo hiciera, su vida cambiaría para siempre.