El centenario del Torneo de las Cuatro Tierras ha llegado antes de lo esperado. Para conmemorar los cien años desde la creación del brutal torneo, los Padres de la Patria han decidido adelantar el evento, ignorando las reglas tradicionales y usando esta ocasión para demostrar su poder y someter aún más a las Nueve Ciudades.
Nolan, el mejor amigo de Nora, ha sido elegido para representar a Altum, enfrentando los peligros de las traicioneras tierras artificiales: hielo, desierto, sabana y bosque. Nora, consciente del destino que le espera a Nolan, no está dispuesta a permitir que se repita la misma tragedia. Junto a la rebelión, buscará acabar con los Padres de la Patria y poner fin a la dictadura de las Cuatro Tierras.
El reloj avanza, el torneo está a punto de comenzar, y esta vez, el objetivo de Nora no es solo salvar a Nolan, sino destruir de una vez por todas el yugo que ha esclavizado a las nueve cuidades
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La rebelión en acción
Las Nueve Ciudades aún estaban bajo el estricto control de los Padres de la Patria, una élite implacable y despiadada que había construido su poder a base de miedo y represión. La esperanza de la rebelión, aquella que había logrado escapar del alcance de los Padres y salir con vida, era un faro de luz para aquellos que se atrevían a soñar con la libertad. Pero la situación era frágil, y los días transcurrían en una tensa calma, mientras ambos bandos preparaban sus próximos movimientos.
En una de las salas más lujosas del Palacio de los Padres, tres hombres se sentaban alrededor de una imponente mesa redonda hecha de caoba pulida. La opulencia de aquella mesa, adornada con intrincados detalles dorados y cubiertos de delicadas servilletas de lino, era una clara demostración de poder. El salón estaba iluminado por candelabros de cristal que pendían del techo, reflejando su luz sobre la vajilla de plata y las copas de cristal llenas de uno de los últimos vinos que quedaban, un lujo casi impensable en aquellos tiempos.
Alexander Haw Quinto, un hombre de rostro severo y cabello oscuro cuidadosamente peinado hacia atrás, levantó su copa y brindó con los otros dos hombres. Frente a él estaba Gale Steel, un hombre robusto que, a pesar de su aspecto intimidante, llevaba la marca visible de la guerra: la cuenca vacía donde una vez había estado su ojo izquierdo. A su lado, Boggs, un hombre mayor con una barriga prominente y el rostro marcado por los años, observaba con atención cada palabra que se decía.
—Los he reunido aquí por una razón muy importante —comenzó Alexander con voz firme, la expresión en su rostro permanecía impasible—. Les voy a proponer algo. Sé que lo que voy a decirles puede parecerles una medida extrema, pero es necesario. Las Nueve Ciudades han bajado su rendimiento, las cosechas son menos abundantes, la producción ha disminuido. Muchas personas han decidido abandonar sus labores para unirse a la rebelión, y esto no puede continuar así.
Alexander hizo una pausa, buscando las miradas de los otros dos hombres. Gale asintió lentamente, llevando su mano derecha hacia la copa y tomando un pequeño sorbo. Boggs, en cambio, frunció el ceño, sus dedos tamborileaban contra la mesa.
—Entiendo lo que dices —respondió Gale finalmente, su voz profunda resonando en la sala—. Hemos visto demasiadas muertes, y cada vez más personas se nos escapan. Si tienes alguna idea para acabar con esta guerra, bienvenida sea.
Alexander dejó su copa sobre la mesa con un suave chasquido, sus ojos azules se dirigieron hacia Gale y Boggs, cargados de determinación.
—Mi idea puede parecer algo extrema, pero créanme, es una buena idea —dijo, entrelazando las manos frente a él—. Propongo adelantar el Torneo de las Cuatro Tierras. Necesitamos recordar a la gente quién tiene el verdadero poder, quién manda realmente en las Nueve Ciudades. Que vean la fuerza que poseemos, y lo que pasa cuando deciden desafiar nuestra autoridad.
Gale se quedó en silencio por un momento, procesando lo que había dicho Alexander. Boggs, en cambio, dejó escapar una risa gutural, aunque sin mucho humor. Se acomodó en su silla, cruzando los brazos sobre su generoso abdomen.
—No es tan mala idea, debo admitirlo —dijo Boggs—, pero hay un problema bastante grande, Alexander. Se supone que falta un año y medio para el próximo torneo. ¿Cuál sería la excusa perfecta para anunciar un adelanto? No podemos simplemente hacerlo sin alguna razón.
Alexander ya había anticipado esa pregunta y, sin dudarlo, respondió:
—He pensado en eso. Podemos usar la excusa del centenario de la creación del torneo. Un evento tan importante, tan significativo, que justifique una celebración especial. La gente necesita entretenimiento, y más aún, necesitamos que vuelvan a temernos.
Gale se levantó lentamente, apoyando sus manos sobre la mesa. Observó a Alexander con una mezcla de curiosidad y aprobación.
—De acuerdo, Alexander. Déjanos pensarlo, necesitamos evaluar los posibles riesgos y el impacto que podría tener. Pero si aceptamos, ¿para cuándo tendrías planeado comenzar el torneo? —preguntó.
—Tan pronto como ustedes estén de acuerdo —dijo Alexander, sin rodeos—. No podemos permitirnos esperar más, tenemos que mostrar nuestra fuerza. Las Nueve Ciudades deben recordar quién manda.
Gale y Boggs asintieron, y tras una última mirada, salieron de la habitación, dejando a Alexander solo con sus pensamientos. Él observó el vino en su copa, su reflejo distorsionado por el cristal. Los tiempos eran difíciles, pero él no se detendría. Haría lo necesario para asegurar que el control de los Padres de la Patria nunca fuese puesto en duda.
Al otro lado del vasto y árido paisaje de las Nueve Ciudades, Nora se encontraba en la base de la rebelión, escondida en el corazón de un terreno tan seco y hostil que parecía extenderse por kilómetros interminables. La vida en la base era monótona y, a veces, insoportable. Cada día parecía un eco del anterior: el mismo entrenamiento, las mismas caras, el mismo paisaje desolado. La rebelión había logrado establecer bases clandestinas en cada una de las ciudades, y durante el último año y medio habían conseguido reunir más aliados, fortaleciendo su red de resistencia.
La base de Vire era la más grande, establecida en honor a Marcus, cuya valentía había inspirado a toda la ciudad a levantarse contra la opresión. Para Nora, la muerte de Marcus seguía siendo una herida abierta. Ella lo había perdido y, junto con él, había perdido también una parte de sí misma. Ahora, con cada entrenamiento, con cada paso que daba, no podía dejar de pensar si lo que hacía era suficiente, si de alguna manera estaba honrando su memoria.
—¿Cómo te sientes? Te he visto muy pensativa estos últimos días —la voz de Nolan la sacó de sus pensamientos. Él se había sentado junto a ella en una de las colinas que rodeaban la base.
Nora giró su cabeza hacia él, sus ojos oscuros reflejaban tristeza y cansancio. Se quedó en silencio por un momento, intentando encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que sentía.
—No lo sé, Nolan —respondió finalmente, dejando escapar un suspiro—. Siento que todo esto es demasiado. Es un gran peso el que llevo encima. No quiero ser la razón por la que miles de personas se unan a esta rebelión, sabiendo que muy probablemente muchos de ellos mueran por esta causa.
Nolan observó a Nora con una expresión de ternura. Sabía lo difícil que era para ella estar en esa posición, sabía cuánto había perdido y cuánto estaba luchando por encontrar su lugar.
—Sabes, Nora, yo pienso que eres grandiosa —dijo Nolan, esbozando una sonrisa—. Cuando te vi en ese torneo hace un año y medio, desafiar a esos hijos de perra, me di cuenta de la fuerza que tienes. Puede que no lo veas así, pero muchas personas confían en ti. Es una gran responsabilidad, sí, pero creo que puedes con ella. Sé que no he pasado por lo mismo, que no he estado en tu lugar, pero…
Nora bajó la mirada, tratando de evitar el contacto visual. Sus manos temblaban ligeramente, y ella intentaba mantener su compostura.
—No quiero ser la esperanza de nadie —dijo, su voz se quebró ligeramente—. No quiero que confíen en mí porque no sé si puedo cumplir con sus expectativas. A veces siento que solo sirvo para ser la estrella del show, para ser el entretenimiento de los demás. No tengo habilidades, no sé pelear, y ni siquiera pude salvar a Marcus.
Nolan se inclinó hacia ella, tocando suavemente su rostro con una de sus manos, levantando su barbilla hasta que pudo mirarla a los ojos.
—Escúchame, Nora. Tienes un gran talento, uno que muchos no tienen. Puedes inspirar a la gente, hacer que se unan a una causa, sabiendo los riesgos que conlleva. Eso no es algo que cualquiera pueda hacer —dijo Nolan con voz firme—. Es algo que solo alguien con una verdadera fuerza puede lograr.
Nora se apartó suavemente, soltando un suspiro profundo. No quería seguir hablando de aquello, no quería sentirse más vulnerable de lo que ya se sentía.
—Vamos, no quiero seguir con esto —dijo finalmente—. Quiero ir con Eli a Vire. Necesito distraerme un poco.
Más tarde, en la base de la rebelión, había llegado el momento de decidir quiénes serían los que irían a Vire. La ciudad se había convertido en una fortaleza importante para la rebelión, y aquellos que fueran a la base de Vire tendrían que quedarse allí hasta que la guerra por la liberación de las Nueve Ciudades comenzara. Nora, Eli, su hermano mayor, y Nolan se encontraban entre los posibles candidatos.
—¿Están seguros de que quieren ir allá? —preguntó Eli, sus ojos reflejaban preocupación. Sabía lo peligroso que podía ser.
—Claro que sí —respondió Nolan antes de que Nora pudiera decir nada—. Iré donde vaya Nora. Esta vez no quiero dejarla sola.
Eli observó a su hermana menor, pensando que era una mala idea de que ella fuera a vire
--¿qué me miras?—dijo Nora, sabía que Eli también pensaba que ella era la esperanza de la rebelión –se que estas pensado que no deberia ir—
--No, Nora no es eso, creo que deberías quedarte por…-- Nora no lo dejo terminar de hablar
--No, no me quedaré aquí solo para estar delante de las cámaras, iré