La historia de un Alfa que solo ansiaba la tan anhelada libertad
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Capitulo 1
~Advertencia:
La siguiente historia no es apta para menores de 21 años puede contener; lenguaje vulgar, soez, momentos explícitos, eróticos, hasta subido de tono y hasta nopor-grafico, violencia física, mental, abuso, inc3sto, Omegaverse no tradicional, ABO se recomienda leer bajo su propio riesgo. ~
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Un Alfa que alguna vez fue libre:
—¡Atrapenlo! No dejen que huya —aquellos hombres rastreaban y buscaban rastros del esposo de patrón. —¡Nos asesinara! Nos asesinara al saber que perdimos su mayor posesión...
(...)
Guiado por aquella entidad misteriosa, vestida de blanca aquel Alfa se adentro a la terrible Selva Amazona, con un rumbo fijo ante un destino incierto, miro su vientre, ingresando a este jurando nunca regresar
(...)
Había crecido en la zona Alto Perú, su vida era cosechar papas y la crianzas de llamas para subsistir.
No tenía familia, mis padres habían fallecido cuando aún era muy joven, solo tenía un par de tierras de cultivo, y algunas llamas; las críaba para tener lana, carne, y transporte. No era pobre, pero tampoco era rico. El problema es que estaba tan solo en el mundo, descendiente directo de los Indígenas nativos, mi linaje acabaría conmigo.
Vivía en un mundo donde los Alfas, Betas y Omegas carecían de derechos, por lo que debía ocultar mi naturaleza para evitar terminar en algún mercado como esclavo.
Su día a día era cosechar, arar y sembrar. Cada cierto tiempo bajar y caminar hacia una provincia cercana a vender las papas, maíz y coca que sus manos producía, entendia perfecto el español, sabía hablarlo, pero no le interesaba, por lo que solo se comunicaba con su quechua nativo, había dedicado mi adolescencia a estudiar día y noche por lo que de ignorante nada. Al bajar siempre masticaba hojas de coca para soportar la fatiga.
Luego de un largo viaje al fin llegue a la provincia de Tarma, yo estaba allí dejando mis productos, la gente murmuraba entre ellos aglomerandose ante la presencia de un tipo de buen porte vestido de ropas finas, un hacendado con hectáreas cercanas a la gran ceja de la Selva Alta en Perú aquel hombre era el único hijo de los de la Vega, familia española muy importante, una familia que había venido de las últimas migraciónes de extranjeros que residia actualmente en Lima, pero que había venido a reinstalarse a la región de Cusco, en una zona algo remota cercano al poblado de Urabamba.
Un hombre de buen porte que en sus brazos llevaba a una pequeña, el joven viudo Fernando de la Vega.
Aprovechando el viaje fui a comprar lo que necesitaba, compradome unas waras para luego llegar a las tejedoras
—Mira este es un hermoso poncho para un jovencito como tú. —Lo lleve, y en eso aquella niña asustada llegó a mi lado; era la hija pequeña del hacendado.
Esta estaba perdida, su cabello era negro con ondas, su piel blanca como la leche y poseedora de unos ojos negros, bellisimos. Tome una empanada de mi bolsa, y se la di,
yo le hablaba en mi quechua nativo, y ella no me entendía solo abrazaba mis piernas.
—¡Maria! ¿Qué haces tocando a este «Indio»! Deja esa empanada. —Él intento arrebatarsela, por lo que tome su brazo y lo apreté bien fuerte para hablarle en un español entendible.
—¡Yo sé lo di!
—No me toques —retrajo su brazo, se veía enojado, como nervioso ante mi contacto —¡Indio igualado! Regresate para tu cerro. —lo dijo de una forma tan despectiva que necesitaba ser ubicado.
—Al menos puedo decir que me pertenece, y volver sobre mis pasos, no soy un foráneo creyendome dueño en tierra ajena. Subase a un barco y vuelva a su tierra donde seguro sera un don nadie, uno más del montón. —quitándome mi gorro de lana para hacerle una reverencia, y marcharme con mi llama para irme de vuelta a mi «cerro» como decía aquel españolete incivilizado y salvaje.
Aquel hombre me había declarado la guerra, podía verlo en sus ojos mientras yo me disponía a volver a mis tierras. Sin saber que mi vida cambiaría para siempre, desde entonces.
Continuara...