Capítulo 17

El cielo ya había comenzado a oscurecer cuando el auto de Thierry se detuvo frente al edificio de D’Argent.

Las luces de la empresa daban destellos cálidos contra el atardecer tardío,

y el aire fresco de la noche traía consigo la promesa de una velada tranquila.

Mariel descendió del auto con una expresión serena, aún con el recuerdo del vestido azul celeste revoloteando en su pecho como una mariposa.

Pero en cuanto levantó la vista, todo pensamiento se esfumó.

Ahí estaba.

Ciel.

De pie, con los brazos cruzados, el ceño ligeramente fruncido, y ese gesto de impaciencia que solo los hermanos sobreprotectores sabían hacer.

Pero apenas la vio, su expresión cambió.

Sus hombros se relajaron, sus ojos brillaron con alivio, y sin decir palabra, caminó hacia ella y la abrazó con fuerza.

—Estaba empezando a preocuparme. —susurró en su oído.

—Solo salimos a comer. Todo está bien. —respondió Mariel, envolviéndolo en un abrazo breve pero sincero.

Ciel se apartó un poco, aunque su mano se quedó en el hombro de su hermana como si quisiera asegurarse de que estaba realmente ahí.

Entonces, sus ojos se dirigieron hacia Thierry.

La mirada era seria… aunque no agresiva.

Más bien, medida. Cautelosa.

Pero lo suficientemente firme para dejar claro que estaba evaluando… de nuevo.

—Mis padres te invitan a la cena esta noche. —dijo sin rodeos, mirando directamente a Thierry.

El silencio fue breve.

Una pausa que pesaba como una prueba.

No era solo una cena.

Era una señal.

Una prueba de fuego.

Y Thierry lo supo al instante.

Mariel alzó una ceja, sorprendida.

—¿Cena? ¿Ahora?

¿Todos… están en casa?

Ciel asintió.

—Valen y Victor ya llegaron. Faelan y Lyra también.

Papá kael y Rhazan están cocinando y mandaron a decir que estarían encantados de que se uniera el señor D’Argent.

Thierry ladeó la cabeza, curioso ante la formalidad repentina.

Había escuchado lo suficiente de la familia de Mariel como para saber lo significativa que era esa invitación.

No se trataba solo de comida.

Se trataba de… pertenecer.

De cruzar un umbral.

Y aun así, su voz fue suave, medida:

—¿Estás segura?

No quiero incomodar a tu familia.

Tampoco deseo cruzar una línea que no me corresponde.

Mariel sonrió con calidez.

—Si mis padres lo pidieron… es porque ya cruzaste esa línea sin darte cuenta. Ahora solo queda… que te sientes a la mesa.

Thierry la miró por unos segundos más.

Luego asintió.

Sereno por fuera,

pero con el corazón latiendo como si acabara de aceptar un reto mayor que cualquier junta corporativa.

—Entonces, cena será.

...----------------...

El camino hacia la casa de Mariel transcurrió en un silencio cómodo, roto solo por el leve sonido del motor y la ocasional risa suave de Ciel cuando Mariel recordaba alguna anécdota de su infancia.

Thierry, al volante, mantenía la vista al frente,

pero su mente repasaba una y otra vez lo que estaba a punto de hacer:

sentarse a cenar con la familia de Mariel.

Una familia de la que, aunque no lo entendiera del todo aún…ya se sentía inevitablemente cerca.

Antes de llegar, Thierry detuvo el auto frente a una tienda pequeña.

Salió con calma y, minutos después, regresó con una canasta bien armada de frutas frescas y coloridas.

No dijo nada.

Solo la colocó con cuidado en el asiento trasero junto a Ciel, que lo observó de reojo con una ligera sonrisa de aprobación.

Un gesto simple, pero lleno de intención.

Una ofrenda de respeto.

Al llegar, las luces de la casa daban una calidez especial.

La puerta se abrió antes de que pudieran tocar.

Valen apareció en el umbral, con esa mezcla natural de porte y simpatía.

Sonrió al ver a su hermana y luego observó detenidamente a Thierry.

Sus ojos lo recorrieron de pies a cabeza, pero sin hostilidad.

Solo curiosidad… y cierta evaluación silenciosa.

—Pasen.

Papá dijo que la comida está casi lista. —anunció Valen, haciéndose a un lado.

Ya dentro, el ambiente era distinto.

Más cálido.

Más vivo.

Se sentía que esa casa estaba hecha de risas, recuerdos y vínculos que no se explicaban con palabras.

Mariel tomó la delantera y, con una sonrisa, se giró hacia Thierry:

—Quiero que conozcas a mi familia.

Empiezo por mis hermanos…

Señaló uno a uno, con cariño evidente.

—Valen, Victor, Faelan, Ciel, y la única hermana mujer que vino, Lyra, las demás se quedaron con mis otros hermanos y mi madre.

Todos lo saludaron con gestos distintos:

una inclinación de cabeza, una sonrisa leve, un apretón de manos.

Ciel solo lo observó en silencio, como midiendo si aún era digno.

Y luego, Mariel se volvió hacia dos figuras que estaban saliendo de la cocina,

con mandiles puestos y una presencia imponente.

—Y ellos… ellos son mis padres: Kael y Rhazan.

Thierry abrió ligeramente los ojos.

No por temor.

Sino por sorpresa.

Ambos hombres, altos, de mirada intensa y aura dominante, saludaron con amabilidad medida,

pero con ese tipo de autoridad que no necesitaba imponerse.

Thierry se inclinó levemente con respeto,

y ofreció la canasta de frutas sin decir nada más.

—Gracias por recibirme.

Es un honor.

Kael tomó la canasta con un leve asentimiento,

mientras Rhazan simplemente lo observó en silencio.

Hasta que Thierry sintió esa tensión sutil,

como si algo más flotara en el aire.

Y entonces Mariel, que lo conocía bien, habló sin rodeos:

—Mi familia es diferente.

Mi madre… tiene varios esposos.

Es normal en donde vivimos.

Lo digo para que no te tome por sorpresa.

Thierry parpadeó.

Y por primera vez, una sonrisa real —no diplomática— cruzó su rostro.

Asintió con calma.

—Es… diferente, sí.

Pero no juzgo lo que no comprendo del todo.

Y hasta ahora… todo lo que he conocido de tu vida ha sido admirable.

Valen alzó una ceja, como si aprobara en silencio esa respuesta.

Ciel cruzó los brazos, pero ya no parecía tan en guardia.

Y Mariel…

Mariel simplemente sonrió.

Esa sonrisa que significaba que todo estaba en orden.

Por ahora.

...----------------...

El ambiente dentro de la casa era cálido, envolvente, casi festivo.

Los aromas de la cena se mezclaban con las risas suaves de los hermanos y la conversación tranquila de Thierry y Mariel, quienes se habían acomodado en un rincón de la sala, conversando como si el mundo fuera un poco más simple de lo que realmente era.

Kael y Rhazan aún se movían entre la cocina y el comedor, organizando detalles,

mientras Ciel y Lyra terminaban de colocar los cubiertos sobre la larga mesa de madera.

Todo fluía con esa armonía familiar que Thierry comenzaba a comprender…

y en secreto, envidiar.

Pero la calma se rompió con un estruendo conocido.

—¡Valen! —gritó una voz desde la entrada—

—¡Me encontré a alguien que necesita urgentemente un buen saludo tuyo!

Todos los presentes giraron la vista al mismo tiempo.

Y ahí estaba Isac, entrando con paso seguro y sonrisa maliciosa, con los brazos abiertos como si trajera un premio entre manos.

Y justo detrás de él… Caleb.

El rostro de Caleb cambió en cuestión de segundos.

Pasó de la sorpresa al desconcierto, y luego a una incomodidad que lo dejó completamente inmóvil.

Sus ojos buscaron de inmediato a Mariel…

y se congelaron al verla.

Sentada al lado de ese otro hombre.

Uno bien vestido, de mirada firme, y demasiado cerca de ella.

Demasiado cómodo.

Demasiado… presente.

Isac, al notar la tensión, se detuvo también.

No porque se arrepintiera.

Sino porque no esperaba encontrar esa escena.

La sonrisa se le congeló al ver a Thierry conversando tranquilamente con su hermana,

mientras Valen, de pie junto a la mesa,

ya se giraba con lentitud,

como si saboreara el momento.

—Caleb. —dijo Valen con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—

—Qué gusto inesperado.

Thierry, sin moverse de su sitio, saludó con una inclinación leve.

No dijo una palabra.

Solo observó, percibiendo la tensión como una corriente eléctrica entre paredes.

Pero no se intimidó.

No era su estilo.

Y mucho menos cuando se trataba de Mariel.

Mariel, por su parte, se había quedado en silencio.

Su rostro sereno,

pero sus dedos jugaban con el borde de su vestido,

ese gesto que solo hacía cuando contenía emociones intensas.

**Caleb respiró hondo, como si quisiera recuperar el control.

—No sabía que Valen estaba aquí… ni que había cena.

—Ahora lo sabes. —dijo Faelan desde el comedor, sin molestarse en disimular la ironía.

Rhazan apareció desde la cocina con una toalla en el hombro,

y Kael justo detrás.

Ambos observaron la escena en completo silencio.

Y bastó esa mirada doble para que Caleb se pusiera aún más rígido.

Ya no era solo una visita incómoda.

Era una evaluación no anunciada.

**Mariel se levantó con elegancia, mirando a todos.

—La comida está casi lista.

Y como es costumbre de mi familia…

todos los que cruzan esta puerta con respeto,

se sientan a la mesa.

La frase fue suave, pero clara.

Una orden disfrazada de invitación.

Una advertencia con sonrisa.

Y todos lo entendieron.

Thierry miró a Mariel con una mezcla de admiración y algo más…

algo que empezaba a parecerse a orgullo.

...----------------...

La mesa estaba servida con esmero.

Los platos dispuestos con precisión, las jarras de jugos naturales, guisos calientes, panes horneados y dulces caseros ocupaban su lugar como si se tratara de una celebración.

Pero el ambiente… era otra historia.

Thierry se sentó a la derecha de Mariel, como si ese lugar le correspondiera por derecho silencioso.

A su lado, Valen.

Al otro extremo de la mesa, Caleb, quien claramente no esperaba encontrarse atrapado entre miradas inquisitivas y sonrisas que sabían más de lo que decían.

Isac, sin contener su sonrisa maliciosa, se sentó justo frente a él.

Kael y Rhazan encabezaban la mesa con autoridad tranquila.

Ciel se mantuvo al lado de Faelan, observando a todos con mirada de halcón,

y Lyra revoloteaba entre platos sirviendo más pan que nadie pedía, pero sin quitarle el ojo a Caleb.

Porque incluso ella sabía lo que estaba pasando.

La conversación al principio fue tensa pero educada.

Hasta que empezaron… los comentarios.

—Entonces, Caleb… —dijo Faelan con voz inocente mientras cortaba su carne—

—¿cómo es que te perdiste cinco años.

¿Estabas en alguna expedición peligrosa o te enredaste con otras rutas… digamos, más complicadas?

Mariel tragó saliva lentamente.

Thierry bajó ligeramente la mirada, pero una sonrisa apenas perceptible se dibujó en sus labios.

Caleb, en cambio, se aclaró la garganta y respondió con tono tenso:

—Fueron años… difíciles. Tenía responsabilidades, negocios que—

—¿Negocios o compromisos indeseados? —interrumpió Valen, con un tono suave como la miel, pero ojos afilados como dagas.

Isac se inclinó hacia la mesa, como si apenas se uniera a la charla.

—Yo aún no supero eso de que alguien pueda tener la osadía de dejar a Mariel esperando cinco años.

Cualquiera pensaría que... no era tan importante como dijo.

—Y acompañó la frase con una sonrisa encantadora que no tocaba sus ojos.

Thierry permanecía callado, observando.

Pero cada vez que uno de los hermanos lanzaba un comentario punzante, él parecía menos incómodo y más… relajado.

Como si el peso de la historia de Caleb ya se estuviera cayendo por sí solo.

Victor, hasta entonces callado, tomó su vaso y miró a Caleb por encima del borde.

—¿Y cómo se lleva una mujer fuerte como Mariel con alguien que prefiere esconderse detrás de excusas?

Solo curiosidad de hermano mayor.

—y bebió como si nada.

Caleb no respondió de inmediato.

Sus manos estaban firmes, pero tensas.

Y cada palabra que no salía de su boca se clavaba en el aire como aguja.

Finalmente, miró a Mariel con un dejo de tristeza.

—Sé que la decepcioné.

Y estoy intentando remediarlo.

Rhazan levantó la vista de su plato.

No dijo nada, pero el silencio repentino en la mesa fue respuesta suficiente.

Kael se limitó a comer, aunque sus ojos estaban fijos en Caleb.

Y eso, quizás, era más intimidante que cualquier palabra.

Mariel rompió el momento con un suspiro y una sonrisa tensa.

—Vamos a cenar.

Esta comida merece más atención que los errores del pasado.

Y aunque todos siguieron comiendo…

las espinas estaban sobre la mesa.

Y Caleb lo sabía.

Más que una cena, había sido una advertencia.

Un recordatorio:

en el mundo de Mariel,

la protección era ley.

Y él… apenas estaba siendo tolerado.

...----------------...

El sonido de los cubiertos contra los platos menguó poco a poco.

Las miradas se desviaron, como si todos, de forma natural, hubieran sentido lo mismo:

algo estaba por pasar.

Y así fue.

Rhazan, sereno y con la postura impecable de un líder que no necesitaba levantar la voz para imponer respeto, dejó su vaso sobre la mesa con un leve “clac”.

Su mirada se dirigió sin rodeos a Thierry,

atravesando cualquier barrera de formalidad.

La mesa entera pareció contener el aliento.

—Señor D’Argent. —dijo, con tono grave pero sin agresividad—

—Agradezco su respeto esta noche… su cortesía con nuestra familia, y el aprecio que muestra hacia nuestra hija.

Pero como uno de sus padres… necesito saberlo.

¿Cuáles son sus intenciones con Mariel?

La pregunta cayó como una piedra en agua tranquila.

No hubo burla, ni reto explícito.

Solo una verdad desnuda sobre la mesa.

Los demás quedaron en silencio.

Ni siquiera Valen o Isac intervinieron.

Ciel, más atrás, entrecerró los ojos.

Victor y Lyra lo miraban expectantes.

Kael, con los brazos cruzados, simplemente aguardaba la respuesta.

Thierry no se apresuró.

No desvió la mirada.

No mostró incomodidad.

Simplemente tomó aire con calma y se acomodó en su silla.

Su voz fue firme, sin adornos:

—Mis intenciones…

son serias.

No estoy aquí por capricho.

No busco una distracción, ni una aventura.

Lo que siento por Mariel está creciendo… cada día.

Y aunque sé que aún hay muchas cosas que desconozco de su vida y de su historia…

no tengo miedo de aprenderlas.

De entenderla.

Y si ella lo permite…

de formar parte de su vida.

De verdad.

El silencio se mantuvo por unos segundos más.

Pero ahora no era tenso.

Era… reflexivo.

Los ojos de Rhazan no cambiaron,

pero una chispa en su mirada lo decía todo:

respeto.

Kael fue el siguiente en hablar.

Su voz, igual de firme, pero con ese tinte de calidez paternal:

—Si tus palabras son sinceras…

entonces debes entender que Mariel no está sola.

Ella no es una mujer común.

No vive bajo las reglas de este mundo.

Y si quieres ser parte del suyo…

deberás enfrentarte a muchas cosas.

A enemigos… y a sus hermanos.

—dijo, sin borrar la seriedad, pero con una media sonrisa al final.

Thierry asintió.

—Estoy dispuesto.

No tengo intención de hacerle daño.

Ni de retroceder.

Solo pido la oportunidad… de demostrarlo.

Mariel lo observaba en silencio,

pero su corazón latía más rápido que nunca.

No por la presión, sino porque esas palabras, tan directas y limpias, se sintieron como una promesa.

Una que él no hizo para lucirse.

Sino porque realmente la sentía.

Y en esa mesa, por primera vez,

nadie tuvo una broma que hacer.

Solo se aceptó que Thierry D’Argent…

había pasado la primera prueba.

...----------------...

Caleb no probó bocado en los siguientes minutos.

La comida, antes tan apetitosa, ahora era solo una excusa para no levantar la mirada.

Cada palabra que salía de Thierry le pesaba como una piedra en el estómago.

No por envidia, no por rabia…

sino por la certeza.

La certeza de que estaba perdiendo algo que había sido suyo…

pero que no supo cuidar.

“¿Cómo podían permitirlo?”, se preguntaba.

¿Cómo podía Rhazan, uno de los padres de Mariel, aceptar con tanta calma el cortejo de otro hombre… cuando ella tenía un alma gemela?

Su alma gemela.

Sus dedos se cerraron en el borde de la mesa, con fuerza contenida.

Quería hablar, gritar, reclamar.

Quería decir que no era justo.

Que él seguía amándola.

Que cometió errores, sí, pero los estaba pagando.

Pero justo cuando entreabrió los labios, una mirada bastó.

Kael.

Sereno.

Pero con los ojos afilados como acero templado.

No necesitó decir una sola palabra.

La advertencia estaba ahí, clara y brutal:

No aquí. No ahora.

Y Caleb, por más orgullo que aún tuviera, bajó la mirada.

El resto de la cena siguió.

La conversación giró hacia los proyectos de Mariel e Isac.

Cómo había nacido “Dulce Herencia”,

las ideas para expandir la línea de postres,

la recepción del público, y los elogios que habían recibido.

Mariel hablaba con orgullo, pero sin arrogancia.

Su voz cálida contagiaba entusiasmo.

Thierry, a su lado, asentía con una sonrisa genuina,

añadiendo uno que otro detalle logístico,

pero siempre dejándola brillar.

Isac, fiel a su estilo, añadía humor entre cifras.

Lyra comentaba ideas nuevas para envoltorios “más bonitos y mágicos”,

y hasta Faelan propuso nombres para tartas inspiradas en ellos.

Todo parecía normal.

Incluso alegre.

Pero en un extremo de la mesa,

Caleb no dejó de sentirse como un invitado colado en una historia que ya no lo reconocía como protagonista.

Sabía que debía hablar.

Que tendría que enfrentarse a Kael y Rhazan a solas.

Que debía… suplicar, si era necesario.

Porque más allá del error…

seguía creyendo que Mariel le pertenecía.

Aunque el tiempo, las decisiones y el corazón de ella…parecían estar demostrando otra cosa.

...----------------...

La cena había llegado a su fin, y aunque las tensiones habían menguado entre risas y conversaciones sobre trabajo, la energía no mentía:

cada quien sabía quién era quién en esa mesa.

Y lo que estaba en juego.

Thierry se levantó con elegancia, su postura impecable como siempre, pero esta vez acompañada de una calidez que solo la convivencia había desbloqueado.

Ciel le tendió la mano en un gesto formal, pero al hacerlo, sus ojos dejaron claro que seguiría observándolo.

Victor le dio una palmada en el hombro,

más fuerte de lo necesario,

y Faelan solo le sonrió con ese tono de "veremos cómo te portas más adelante".

Kael y Rhazan se acercaron al final.

Kael fue quien tomó la palabra, con esa voz grave y firme que llenaba cualquier espacio:

—Gracias por venir esta noche.

Eres bienvenido a esta casa mientras tu respeto por Mariel se mantenga firme.

Thierry asintió con una reverencia sutil.

—Lo agradezco profundamente.

Y espero que pronto puedan conocer a mi familia también.

Me gustaría presentarles a quienes me formaron…

y mostrarles que mis intenciones van más allá de un gesto superficial.

Rhazan asintió, sin añadir nada.

Pero sus ojos ya no tenían el filo de antes.

Solo vigilancia.

La de un padre que, aunque no confía del todo aún, reconoce a un hombre que no huye.

Mariel lo acompañó hasta la puerta.

La noche era fresca, y cuando Thierry se giró para verla una vez más, ella le sonrió como quien guarda un secreto solo para ellos dos.

No hubo palabras de más.

No hicieron falta.

Él se marchó,

dejando tras de sí una promesa tácita:

volver.

Dentro de la casa, Caleb permanecía en silencio.

Había sido testigo de todo.

Del respeto ganado.

Del espacio ocupado.

Y del lugar que lentamente se le escapaba de las manos.

Kael, al verlo aún allí de pie, se acercó con tono tranquilo pero sin rodeos:

—Quédate esta noche, Caleb.

Mañana, hablaremos.

Tú, Rhazan y yo.

A solas.

Hay muchas cosas que deben decirse…y otras tantas que necesitan resolverse.

Caleb asintió, sin atreverse a replicar.

Sabía que no estaba en posición de cuestionar.

Y tal vez… ya era hora de enfrentar su verdad,

aunque doliera.

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Comments

Mitsuki G

Mitsuki G

En verdad soy de corazón de pollo me siento mal por ese tonto de Caleb y más que nada por qué Mariel desde el vientre de su madre fue a buscarlo y ver qué ese chico mayor pidiendo permiso para entrar en su vida aún siendo una niña al crecer volverse un cobarde perdiendo asi a su alma gemela dándole la victoria a esos dos y dándoles la razón aunque Mariel si encontró a alguien más que aceptó su familia no la crítico al saber que tiene varios padres y me preguntó que dirán esa plática entre ellos tres

2025-04-09

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