El rugido contenido
La voz de Isac resonaba con fuerza, pero también con rabia contenida, al otro lado del vínculo mágico.
Garrik escuchaba sin interrumpir, caminando de un lado a otro en la cabaña familiar del mundo semibestia.
Ciel, aún con el arete en la mano, lo observaba con los ojos abiertos de preocupación.
Los hermanos mayores de Mariel e Isac también escuchaban en silencio, todos sabiendo que algo grave ocurría en ese otro mundo.
Y cuando Isac terminó de contar todo—la mentira de Caleb, la aparición de la mujer embarazada, el abrazo, la humillación silenciosa de Mariel—, Garrik apretó el puño con tal fuerza que la madera crujió bajo su bota.
—¡Ese malnacido…! —rugió con voz grave, sus ojos brillando con un fulgor peligroso—
—¡Le prometió cuidarla! ¡Le juró regresar! ¡Y ahora la hiere con otra mujer y un hijo ajeno… como si mi hija fuera reemplazable!
El aire se llenó del aura feroz del lobo.
La temperatura en la sala pareció descender mientras su presencia imponía respeto.
—Voy a cruzar. Hoy mismo. Ese bastardo necesita que le recuerde lo que significa tocar a una hija de Garrik.
Pero antes de que pudiera decir algo más, una mano suave se posó sobre su brazo.
Luciana.
Estaba serena, pero en sus ojos había el mismo fuego… solo que más templado.
—Garrik… escúchame. —dijo con suavidad, aunque firme—Sé que quieres protegerla. Yo también. Pero esta vez…
tenemos que dejar que Mariel maneje esto a su manera.
Garrik gruñó.
—¿Y si él la sigue lastimando? ¿Y si esa mujer hace algo más? No puedo quedarme de brazos cruzados, Luciana. ¡Es mi niña!
—Y también es mía. —respondió ella, con los ojos brillando de firmeza—Pero Mariel tiene fuerza. Tiene temple. Y ahora… tiene la oportunidad de demostrarlo. Si llega el momento en que su alma se rompa, entonces sí… iremos. Todos.
Y Caleb conocerá lo que significa meterse con una hija de nuestra familia.
El silencio se apoderó del lugar.
Garrik respiró profundamente. El lobo en su interior aullaba por justicia, pero la mujer a su lado tenía razón.
—Muy bien. —dijo finalmente—
—Pero que quede claro… el día que esa niña se derrumbe por él… será el día que cruce y no me detendrá nadie.
Luciana asintió.
—Ese día… cruzaremos juntos.
Ciel, aún sosteniendo el arete, tragó saliva.
Sabía que la tormenta apenas comenzaba.
...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...
La mañana siguiente llegó en una extraña calma.
Mariel se despertó sin lágrimas, sin rabia. Solo con una determinación silenciosa que le dio fuerzas para levantarse.
Se dio un baño largo, se vistió con uno de los vestidos que su madre le había confeccionado y peinó su cabello con esmero, como si preparara una armadura hecha de serenidad.
En la cocina, Isac preparaba el desayuno con movimientos concentrados.
El aroma a pan tostado, fruta fresca y té llenaba la casa, pero el silencio entre ambos era denso… no incómodo, sino reflexivo.
Se sentaron a comer sin decir mucho.
De vez en cuando, sus miradas se cruzaban, compartiendo todo lo que las palabras aún no podían decir.
Y entonces… el timbre sonó.
Ambos alzaron la mirada.
Isac se levantó primero.
Mariel solo se quedó sentada, tensa, sus dedos apretando el borde de la taza de té.
Cuando Isac abrió la puerta, el ceño se frunció al instante.
—¿Otra vez tú? —gruñó con voz baja.
Allí estaba Caleb.
No el hombre elegante y seguro de otros días.
Hoy parecía más humano. Ojeroso. Cabizbajo. Derrotado.
Su saco colgaba sobre un solo hombro, y la mirada estaba clavada en el suelo.
—Vengo a hablar con Mariel. Por favor. Solo necesito unos minutos.
Isac no respondió.
Porque detrás de Caleb, como si no pudiera faltar en la escena, venía Estela.
La mujer embarazada caminaba despacio, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
Su vestido blanco marcaba cada curva de su vientre, y sus pasos eran los de alguien que sabía que no era bienvenida… pero disfrutaba fingir que sí.
—Buenos días. —dijo con dulzura venenosa.—No seas grosero. Traemos paz. ¿Verdad, Caleb?
Caleb apretó los ojos, y por primera vez en mucho tiempo… no respondió a Estela.
Isac levantó una ceja, cruzando los brazos frente a la puerta.
—Mariel te escuchará… si así lo decide. Pero ella manda aquí. Yo solo advierto: una palabra mal dicha, y no me hago responsable de lo que pase.
Desde el interior, la voz clara y firme de Mariel se alzó:
—Déjalos pasar, Isac.
Ambos hombres giraron hacia ella.
Mariel estaba de pie al final del pasillo, erguida, con el rostro sereno… pero sus ojos eran como fuego contenido.
—Quiero oír lo que tienen que decir. Y esta vez… no dejaré que nadie interrumpa.
Estela sonrió aún más, pero su instinto le gritaba que esa serenidad era más peligrosa que cualquier grito.
Y Caleb… solo tragó saliva, sabiendo que había llegado el momento de enfrentar la verdad.
Sin mentiras.
Sin máscaras.
El ambiente dentro de la casa cambió en cuanto cruzaron el umbral.
Mariel caminó con paso firme hasta la sala, su vestido ondeando suavemente, su presencia más imponente de lo que cualquier palabra podía describir.
Isac cerró la puerta tras ellos y se mantuvo de pie, atento, como un guardián.
Mariel se sentó en uno de los sillones tapizados por su madre, con la espalda recta y el mentón ligeramente alzado.
Su mirada se posó en Caleb… y luego, sin ningún disimulo, se deslizó hacia Estela.
—Isac, por favor, trae una silla de afuera.—No quiero que ella ensucie las cosas de madre.
Isac sonrió, disfrutando el filo de aquellas palabras.
—Con gusto.
Estela abrió la boca, el gesto indignado aflorando de inmediato.
—¿Cómo te atreves a hablarme así? Yo también…
—¡Estela. —la interrumpió Caleb con voz grave, sin mirarla—.
—No digas una sola palabra.
La tensión se palpaba en el aire.
Estela bufó, pero no dijo nada más, mientras Isac regresaba con una silla plegable de madera que colocó con firmeza frente a Estela.
—Tu trono, reina de los dramas. —murmuró con sarcasmo mientras se apartaba.
Mariel no había desviado la mirada de Caleb.
No se había movido ni un centímetro.
—Ahora sí. Tienes la oportunidad de explicarte, Caleb.—Pero te advierto: no quiero mitades. No quiero excusas.
Solo la verdad. Toda.
O te levantas y te vas ahora mismo.
Caleb se quedó de pie por un momento, observándola.
En su mirada había culpa, cansancio… pero también ese fuego viejo que solo ardía por ella.
—Está bien.
Te diré todo.
Y después… tú decidirás si merezco quedarme.
Isac tomó posición tras su hermana, los brazos cruzados, preparado para intervenir si algo salía mal.
Estela… por primera vez, sintió que estaba en territorio ajeno.
Y que la única que dominaba esa sala… era Mariel.
...----------------...
El silencio era espeso como la niebla.
Todos los ojos estaban puestos en Caleb, pero solo uno lo quemaba por dentro: los de Mariel.
Ella no hablaba, solo esperaba.
Y esa calma era más aterradora que cualquier furia.
Caleb se sentó lentamente en el borde del sofá, con los codos apoyados en las rodillas, mirando al suelo al principio, como si las palabras que estaba a punto de pronunciar le pesaran más que todo lo que había cargado en su vida.
—Todo empezó cuando regresé a este mundo…—El padre de Estela era uno de mis socios más antiguos. Era poderoso, rico y peligroso. Él fue quien me ayudó a expandir mis empresas. Y ella… ella era solo “su hija”, nada más.
Mariel no reaccionó. Solo apretó las manos sobre su regazo, conteniéndose.
—Durante años, Estela fue educada para ser como él. Astuta. Fría. Ambiciosa. Jamás la miré con otros ojos. Pero hace un año… las cosas cambiaron.
Isac frunció el ceño.
—¿Qué pasó?
Caleb alzó la mirada por fin. Ahora sus ojos estaban clavados en Mariel.
—Un día, fui invitado a una cena privada en casa del padre de Estela.
Lo que no sabía… era que todo estaba planeado.
La bebida estaba alterada. Me drogaron. Me encerraron en una habitación.
Mariel entrecerró los ojos. Su cuerpo se tensó.
—Y ahí… entre risas, juegos, y una habitación con cámaras… desperté en una cama.
Con Estela.
Desnuda.
Y sonriendo.
Estela bajó la mirada por primera vez. Pero su sonrisa aún se mantenía… aunque más tenue.
—Me acusaron de haberla deshonrado. Me dijeron que si no me hacía responsable, arruinarían mis empresas, mi reputación… incluso mi vida.
Y entonces… dijeron que estaba embarazada.
Caleb se quedó en silencio un momento, tragando con fuerza.
—No tuve elección. Tuve que quedarme aquí. Atado por chantajes, manipulaciones y un supuesto deber.
Mariel lo observaba con expresión inescrutable.
—¿Y lo creíste? ¿Así de fácil? ¿Nunca hiciste una prueba, una investigación?
—Sí. Más adelante. Pero el daño ya estaba hecho. Las pruebas… “confirmaron” el embarazo, pero todo seguía sintiéndose falso. Controlado.
—Y tú… simplemente seguiste. —intervino Isac, con desdén—
—¿Cinco años sin buscar a Mariel, por eso?
Caleb lo ignoró. Miraba solo a ella.
—Te juro, Mariel… jamás amé a Estela. Ni la toqué por voluntad propia.
Y cada noche… pensaba en ti.
Pero tenía miedo de arrastrarte a este infierno.
Mariel lo observó en silencio. Las palabras habían llegado.
Pero las heridas no se cerraban con historias, por más trágicas que fueran.
Ella suspiró hondo… y sus ojos brillaron con una mezcla de dolor y poder.
—Entonces dime, Caleb…
—¿Qué vas a hacer ahora con esa mentira… y con ese hijo?
El ambiente era tan tenso que incluso el sonido de un reloj hubiera parecido una explosión.
Caleb inspiró profundamente, como si la siguiente verdad le arrancara parte del alma.
—No fue casualidad que el padre de Estela me eligiera. —dijo con voz grave—. Ni fue casualidad que ella estuviera tan preparada para manipularme.
Mariel frunció el ceño, pero mantuvo su silencio. Sus ojos lo desafiaban a continuar.
—Él sabía… del mundo semibestia.
Sabía de ti.
Porque su esposa fue una de las mujeres que escaparon junto a mi madre, Elara, cuando eran jóvenes.
Isac abrió los ojos sorprendido.
—¿Qué? ¿Era uno de los sobrevivientes?
—Sí. Pero no escapó porque quisiera ser libre.
Escapó porque quería poder… y trajo su odio a este mundo.
Se casó con un hombre poderoso aquí, y crió a Estela como una pieza más en su tablero.
El padre de Estela conocía la existencia de las almas gemelas, sabía que yo tenía una… y sabía que me esperabas.
Caleb bajó la mirada.
—Y aun así, sabiendo todo eso… le enseñó a su hija que tenía que atraparme antes de que el destino me alcanzara.
Porque, según él, el destino no debía decidir por encima de la ambición.
Le enseñó que si me seducía… si me poseía primero… mi alma se debilitaría, y mi vínculo contigo se rompería.
Mariel tragó saliva. Cada palabra dolía, no por la traición… sino por la claridad con la que había sido orquestado todo.
—Así que me drogaron. Me encerraron. Me llegaron con la noticia de un hijo mío.
Y me ataron.
—No por amor… sino por control.
Estela seguía en silencio, pero su sonrisa se deshacía poco a poco. Su seguridad comenzaba a resquebrajarse.
Mariel lo observó fijamente. Y al fin, habló:
—¿Y tú? ¿Qué hiciste durante todo ese tiempo? ¿Te quedaste jugando el papel del marido obediente mientras tu alma gritaba por mí?
¿Dónde estaba tu voz, Caleb? ¿Dónde estaban tus decisiones?
Caleb alzó la mirada, con una mezcla de rabia y vergüenza.
—Muerta… —susurró—.
—Porque sin ti, todo en mí comenzó a apagarse.
Pero ya no. Ya no más.
Mariel no respondió de inmediato.
Su corazón latía con fuerza, sus emociones entrelazadas como espinas.
Pero una cosa era segura…
La historia no había terminado.
Apenas comenzaba.
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Comments
Mitsuki G
Entonces que perros son esa familia la madre solo hablo de su mundo y ese ser ambicioso le enseño a su hija ser igual a ellos una ambiciosa sin amor propio que solo usando artimañas puede conseguir a un hombre solo así puede conseguir hombres ya que viendo que el amaba a otra y todavía se hace la que Caleb le pertenece pero espero que Mariel no deje que gane los ambicioso no dijo que lo perdone pero también que ayude a que esos infelices gane por él dolor de los demás que ella le ayude a saber y si ese niño es de él se lo quiten y vayan a su mundo total no creó que ellos puedan ir para allá
2025-04-02
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