Melisa se recostó en la cama, observando el techo con una sonrisa. No importaba lo que pasara en el futuro, lo aceptaría. Por ahora, disfrutaría cada momento con Alexander.
Sin embargo, tenía claro algo importante: debía seguir cuidándose. Se sentó y abrió la gaveta de su mesita de noche, sacando una pastilla anticonceptiva.
—Mejor prevenir sorpresas, murmuró para sí misma mientras la tomaba con un sorbo de agua.
No era su método preferido, pero no tenía opción. Los efectos secundarios de otros anticonceptivos siempre le causaban problemas, desde dolores de cabeza insoportables hasta menstruaciones dolorosas. Por eso, en su última relación, había optado por el preservativo.
—La próxima vez, Alexander tendrá que cuidarse también, pensó, riéndose en voz baja.
El fin de semana había sido increíble, pero ahora era momento de regresar a la rutina.
El lunes transcurrió con normalidad. Melisa pasó la mayor parte del día con Alexander, disfrutando de su compañía antes de su turno nocturno en el hospital.
—Gané algo de dinero en la bolsa de valores, le contó Alexander mientras preparaban la cena juntos. Deposité todo en tu cuenta bancaria.
Melisa se quedó en silencio por un momento, sorprendida.
—¿En serio? Pero ese dinero es tuyo.
Alexander la miró con ternura.
—Sí, pero no tengo identidad, ni cuenta propia. Además, confío en ti.
Melisa pensó, ¿Cómo era posible que, en tan poco tiempo, ese hombre se hubiera vuelto tan importante para ella?
El día pasó entre risas, charlas y besos robados, pero cuando llegó la noche, era momento de irse.
Melisa se puso su uniforme de enfermera, y cuando Alexander la vio, silbó con picardía.
—Te ves increíble con ese uniforme, dijo con una sonrisa traviesa. Quiero volverlo a hacer.
Melisa rió y le dio un beso rápido en los labios.
—Mañana será. Ahora tengo que irme.
Alexander suspiró, fingiendo resignación.
—Está bien, pero mañana no te escapas.
—Veremos, dijo Melisa con una sonrisa, antes de salir rumbo al hospital.
Apenas llegó, su amiga Alicia la encontró en el pasillo.
—¿Cómo te fue con la resaca? —preguntó con una sonrisa burlona.
Melisa suspiró.
—Sobreviví. Pero no fue lo peor…
—¿Ah, no? ¿Entonces qué fue lo peor?
—Terminé acostándome con Alexander.
Los ojos de Alicia se abrieron de par en par.
—¡No jodas! ¿En serio?
Melisa asintió, sintiendo el rubor subir en su mejillas.
Alicia se echó a reír.
—Mira quién estaba toda valiente. Y pensar que me decías que solo era un desconocido que necesitaba ayuda al inicio, tenías tus intenciones pícara.
Melisa se llevó una mano a la cara, avergonzada.
—No me lo recuerdes.
—No, no, espera, dijo Alicia con malicia. Lo más importante… ¿qué tal estuvo?
Melisa la miró con seriedad… y luego suspiró dramáticamente.
—Dios mío, Alicia… ese hombre sabe lo que hace casi completamos todas las posiciones del karma sustra tu te imaginaras.
Alicia aplaudió emocionada.
—¡Sabía que se veía que tenía talento para algo! Jajajaja.
Melisa la empujó suavemente.
—Deja de burlarte.
Alicia le sonrió.Solo espero que no te enamores demasiado. No sabemos qué pasará cuando recupere la memoria.
Melisa suspiró.
—Demasiado tarde. Estoy completamente perdida con él.
Alicia la miró con preocupación.
—Entonces solo espero que no sufras, amiga.
Melisa forzó una sonrisa.
—Saldré adelante, pase lo que pase.
Ambas suspiraron y se dirigieron a hacer sus respectivas tareas.
Mientras tanto, en otro lugar, alguien no estaba tan tranquilo como Melisa.
Débora Martínez estaba furiosa.
—¡Dos meses y medio y siguen sin encontrarlo! gritó, golpeando la mesa con fuerza.
Uno de sus hombres bajó la cabeza.
—Hemos rastreado hospitales, hoteles, incluso hemos investigado en la calle, pero es como si nunca hubiese existido.
Débora apretó los dientes.
—Maldita sabandija… ¿Dónde te escondiste, Samuel?
Desde que Samuel desapareció, la incertidumbre la estaba carcomiendo. Pero lo que más le inquietaba era que él no había intentado recuperar su fortuna.
—¿Por qué no ha vuelto? murmuró, tamborileando los dedos sobre la mesa.
Los recuerdos invadieron su mente.Hace diez años, se casó con el padre de Samuel. Era un hombre viudo, con dinero y poder. Claro, era mayor que ella, pero eso no le importaba. Lo soportó, incluso fingió cariño, porque sabía que eventualmente se quedaría con todo.
—Tuve que soportar que ese viejo me tocara, pensó con asco.
Pero su paciencia valió la pena.
Cinco años después, dio a luz a su hijo, Cristian. Con eso, tenía todo asegurado.
Solo quedaba un obstáculo: el viejo.
Y se deshizo de él de la manera más limpia posible.
Un veneno sin rastros. Un aparente paro cardíaco.
Nadie sospechó de ella.
Pero cuando creyó que heredaría toda la fortuna, Samuel tomó el control.
—¡Maldito bastardo! bufó entre dientes.
A ella solo le dieron una pensión mensual y la promesa de que su hijo recibiría la mitad de la herencia cuando fuera mayor de edad.
—No pienso esperar tanto.
Si Samuel moría, su hijo heredaría todo de inmediato.
Claro, tampoco le importaba realmente Cristian.
—Si por mí fuera, también desaparecería a ese mocoso, pensó con frialdad. Pero vale mucho dinero.
Volvió a mirar a sus hombres.
—Sigan buscándolo. No me importa cómo, pero quiero a Samuel muerto.
Uno de los hombres tragó saliva.
—¿Y si… no logramos encontrarlo?
Débora lo fulminó con la mirada, no tienen opciones..
—Si estuviera muerto, su cuerpo habría aparecido. Hasta que vea su cadáver, seguiré buscando.
Y si no lo encuentran no se vuelva a presentar frente mio, tendría que contratar personal más eficiente para el trabajo les quedó claro ....
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Lupita Lizarraga de Tapia
/Kiss/
2025-03-18
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