Sin miedo al presente

El aire entre ellos se volvió pesado, cargado de algo más que palabras. Alexander se inclinó hacia Melisa, acorralándola contra la silla, sin darle espacio para huir.

—Tú también has despertado sentimientos en mí, susurró con voz grave, su mirada fija en la de ella. Sé que aún no tengo recuerdos de mi vida pasada, pero mi corazón y mi mente no dejan de pensar en ti.

Melisa sintió su aliento cálido rozar su piel.

—Suena absurdo, lo sé, continuó Alexander—pero es como si te conociera desde siempre. Me haces feliz, contigo olvido lo que me pasa y… ya no me importa no recuperar la memoria. Quiero quedarme contigo para siempre, formar nuevos recuerdos juntos.

Melisa tragó saliva, su corazón latiendo a mil por hora.

—¿Te arriesgas a aceptar esto? preguntó Alexander, su tono desafiante. No pensemos en el futuro, vivamos el presente y veamos qué sucede al final.

La duda se reflejó en los ojos de Melisa. Quería decir que sí, que se moría por estar con él, pero el miedo la detenía. ¿Y si recuperaba la memoria y todo cambiaba? ¿Y si la dejaba?

Pero… ¿y si no?

La vida era una sola. Y ella no quería pasar el resto de su vida preguntándose "¿qué habría pasado si…?".

Tomó aire y lo miró directamente a los ojos.

—Sí, acepto, Alexander.

Él sonrió, con una alegría genuina en su expresión, pero Melisa levantó una mano para detenerlo.

—Solo una condición.

Alexander frunció el ceño con curiosidad.

—Si algún día recuerdas tu vida… no me hagas a un lado.

Un silencio cargado de tensión se apoderó del momento.

—Sé que esto suena irresponsable e inmaduro, continuó Melisa pero no sabemos si estás casado, si tienes hijos… No lo sabemos.

Alexander se quedó en silencio, procesando sus palabras.

—Si llega el caso… lo aceptaré y me alejaré de ti sin reclamos.

—Eso no va a pasar.

—No podemos saberlo.

—No, dijo él, acercándose más pero sí sé que en este momento, aquí y ahora, solo te quiero a ti.

Y sin darle más tiempo para hablar, la besó.

Fue un beso urgente, profundo, desesperado. Como si ambos hubieran esperado este momento desde el instante en que se conocieron.

Melisa sintió que todo pensamiento racional se evaporaba. Sus manos se aferraron a la camisa de Alexander, atrayéndolo más cerca, mientras su cuerpo reaccionaba instintivamente al deseo que la consumía.

Alexander la levantó de la silla con facilidad, pegándola contra él. Sus labios no se separaron ni un segundo, devorándose con mucha pasión.

Los besos se intensificaron y en cuestión de segundos, ambos estaban en la habitación de melisa.

La resaca de Melisa desapareció como si nunca hubiera existido.

Alexander la tumbó en la cama con delicadeza, pero con urgencia. Sus manos exploraron su cuerpo con la avidez de quien ha encontrado un tesoro que no quiere soltar.

Melisa se dejó llevar, respondiendo con la misma pasión.

—Eres perfecta, susurró Alexander contra su piel, besando cada rincón que encontraba. Me vuelves loco.

Melisa arqueó la espalda cuando él la acarició con más intensidad, perdiéndose en la sensación de tenerlo así, solo para ella.

No había miedo, no había dudas. Solo estaban ellos, enredados en la pasión más pura.

Y así pasaron la mañana, entregándose el uno al otro una y otra vez, sin prisas, sin reservas lo hicieron más de una vez, probaron todas las posiciones del kama sutra, parecían conejos .

Para suerte de ambos, Melisa no tenía que trabajar hasta el lunes.

Eso significaba que tenían todo el fin de semana para ellos.

Y lo aprovecharon al máximo.

Los besos, las caricias, las risas cómplices… Cada instante juntos parecía un sueño.

Pasaron largas horas en la cama, abrazados, conversando sobre cosas triviales, explorando cada faceta del otro.

Alexander descubrió que Melisa hablaba dormida.

Melisa descubrió que a Alexander le encantaba que le acariciaran el cabello.

Y entre cada descubrimiento, la pasión volvía a surgir, arrastrándolos de nuevo a la locura del deseo.

Pero no todo fue solo cama.

El domingo, Alexander sorprendió a Melisa con un desayuno decente.

—¡Por fin aprendiste a cocinar! bromeó ella, probando los huevos revueltos.

—No quería matarte con la comida, rió él. Eres mi novia ahora, no puedo quedarme viudo tan rápido.

Melisa casi se atraganta con la comida al escuchar esas palabras.

—¿Tu novia?

Alexander la miró con naturalidad.

—Bueno, sí. Pensé que ya habíamos quedado en eso.

Melisa sintió un calor extraño en el pecho.

—Sí, pero… suena raro escucharlo.

Alexander sonrió y tomó su mano.

—Entonces acostúmbrate.

Todo parecía perfecto.Pero, Melisa sentía una pequeña inquietud en su corazón.

Porque por más que intentara convencerse de que nada cambiaría…

Sabía que la vida no era tan sencilla.

Y que tarde o temprano, la memoria de Alexander regresaría.

La pregunta era…

¿Seguiría él eligiéndola cuando recordara quién era realmente?

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