A miles de kilómetros de distancia, en una lujosa mansión iluminada por la tenue luz de la luna, una mujer furiosa golpeaba con fuerza su copa de vino contra la mesa de cristal. Sus ojos estaban llenos de ira mientras se dirigía a un hombre que permanecía de pie frente a ella, con la cabeza gacha, sudando frío.
—¡¿Cómo demonios pudieron ser tan imbéciles?! espetó con veneno en su voz. ¡Lo dejaron escapar! ¿Cómo es posible que se les fuera así de fácil?
El hombre tragó saliva. Sabía que su jefa era despiadada, y en su mundo, los errores no se perdonaban.
—Lo hemos buscado por todas partes, señora. Lo capturamos cuando salía de la reunión en la empresa de Nueva York, como usted ordenó. Pensamos que le habíamos golpeado lo suficiente para mantenerlo dormido, pero…
—Pero, ¿qué? su tono era una amenaza en sí misma.
El hombre bajó aún más la mirada.
—Pero el muy desgraciado despertó antes de lo previsto y… se tiró del auto.
Un silencio sepulcral se apoderó del lugar. La mujer entrecerró los ojos, conteniendo su rabia.
—Dime que al menos lo atraparon de nuevo.
El subordinado negó con la cabeza.
—No, señora. El problema es que… no sabemos en dónde se lanzó. Abrió la cajuela y saltó mientras el auto estaba en movimiento. Regresamos a buscarlo, pero no había rastro de él. Fue como si la tierra se lo hubiera tragado.
Ella apretó los puños.
—¿Y los hospitales?
—Buscamos en todos los cercanos. Nadie con sus características fue ingresado. Es como si…
—Como si estuviera muerto, ¿verdad? completó la mujer con una sonrisa cínica.
El hombre asintió con cautela.
—Tal vez lo esté, señora.
Ella se inclinó lentamente sobre la mesa y le sostuvo la mirada con frialdad.
—No lo está. Samuel es un maldito sobreviviente. Y si aparece… estoy acabada.
Se incorporó con elegancia, alisándose el vestido de seda negro que llevaba puesto. Caminó hasta un gran ventanal y observó la vasta propiedad iluminada por la luna.
—Si Samuel aparece, mi hijo no será el heredero legítimo. Y si eso ocurre… no podré controlar la fortuna de mi querido Samuel.
Su subordinado la observó en silencio. Sabía que cuando hablaba de su “querido” Samuel, lo hacía con un desprecio.
—Cristián es todavía un niño continuó ella, demasiado pequeño para manejar una empresa. Como su madre, tengo la obligación de tomar las riendas hasta que él sea mayor. Y no permitiré que alguien venga a arrebatarme lo que tanto me costó conseguir.
Giró sobre sus tacones y se acercó nuevamente al hombre.
—Encuentren a Samuel. Y si lo hallan… mátenlo.
El subordinado lo que usted ordene, sintiendo como el sudor le recorría la espalda.
—No acepto errores esta vez añadió con voz dura. Si Samuel regresa, será el fin para mí. Y si eso pasa, ustedes pagarán las consecuencias.
El hombre tragó saliva y respondió con voz temblorosa:
—No fallaremos, señora.
La mujer sonrió con frialdad y levantó su copa de vino.
—Más les vale.
Mientras tanto, en Nueva York, Alexander dormía inquieto en el pequeño cuarto que Melisa le había asignado, él había pasado más tiempo a solas, intentando recuperar fragmentos de su pasado. Pero todo lo que obtenía eran destellos borrosos: un auto en movimiento, voces discutiendo, el dolor en su cabeza… y después, la oscuridad.
Pero esa noche, los sueños fueron más intensos.
Un grito.
Un forcejeo.
Un golpe en la cabeza.
Y luego… el sonido de la cajuela abriéndose.
Se vio a sí mismo cayendo del vehículo en movimiento, rodando por la carretera mientras la lluvia empapaba su rostro.
Y después… nada.
Se despertó con un sobresalto, cubierto de sudor.
Respiró agitadamente, tratando de calmarse.
¿Quién demonios soy?
Se pasó las manos por el rostro y se levantó de la cama. Caminó hasta la pequeña sala y encontró a Michiru dormido sobre el sofá. El gato se removió y lo miró con desdén antes de volver a cerrar los ojos.
Alexander suspiró y se dejó caer en una silla.
Había algo que no cuadraba.
Si su instinto no lo engañaba, no era un simple caso de pérdida de memoria por un accidente.
Alguien quiso deshacerse de mí.
Y la pregunta era…
¿Por qué?
Una preocupación creció en su interior.
A la mañana siguiente, Melisa llegó a casa después de su turno.
—¡Buenos días! saludó con entusiasmo, dejando su bolso sobre la mesa.
Alexander la miró desde la silla donde había estado sentado toda la noche.
—No dormiste bien, ¿verdad? preguntó ella, notando las ojeras en su rostro.
Él negó con la cabeza.
—Tuve pesadillas.
Melisa frunció el ceño y se sentó a su lado.
—¿Sobre qué?
Alexander dudó un momento antes de responder.
—Sobre cómo llegué aquí.
Ella se acomodó mejor, mirándolo con atención.
—¿Recordaste algo?
Él asintió lentamente.
—No con claridad, pero… recuerdo estar en un auto. Había alguien más.. Luego, que me desperté en una cajuela.
Melisa sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—Eso suena a que alguien te secuestró.
Alexander inhaló profundamente.
—Y luego… salté del auto en movimiento. No sé cómo sobreviví, pero lo hice.
Melisa se quedó en silencio, procesando la información.
—Eso significa que alguien te quería hacer daño.
—Sí confirmó Alexander. Y si es así… puede que aún me estén buscando.
Un silencio hubo entre ambos.
Melisa mordió su labio inferior.
—Si estás en peligro… entonces no es seguro que estés aquí.
Alexander la miró a los ojos.
—Pero si me voy, no sabré qué hacer ni a dónde ir.
Melisa suspiró, pasando una mano por su cabello.
—Entonces bajo ningún concepto tienes que salir de la casa.
Alexander asintió.
Ambos sabían que, aunque se sentían seguros en ese pequeña casa, la verdad estaba esperándolos en algún lugar.
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Comments
Alicia Marin Silva
debe ser la madrastra, quien mas
2025-03-18
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Celina Saucedo
Muy interesante, quién es esa mujer?
2025-03-17
0