El gran salón estaba lleno de vida y esplendor, iluminado por las luces brillantes y adornado con flores exquisitas. El baile de sociedad era un evento esperado en la alta sociedad, y esta noche no era la excepción. Las parejas danzaban elegantemente al compás de la música, mientras yo, Isabella, observaba desde la distancia con una mezcla de emoción y nerviosismo.
El salón de baile estaba engalanado con una decoración exquisita que irradiaba elegancia y opulencia. Desde el momento en que cruzabas la entrada, te envolvía una sensación de grandiosidad y sofisticación.
Las puertas dobles de madera tallada se abrían hacia un amplio vestíbulo, iluminado por candelabros dorados que arrojaban una luz cálida y brillante sobre los invitados. Un camino de terciopelo rojo se desplegaba majestuosamente desde la entrada, invitándolos a adentrarse en un mundo de lujo y esplendor.
A ambos lados del camino, se alzaban pedestales ornamentados, decorados con exquisitas esculturas y jarrones de porcelana finamente pintados a mano. Las flores frescas y exóticas, en tonos suaves y vibrantes, añadían un toque de fragancia y belleza a la atmósfera.
El salón en sí era un espectáculo para los sentidos. Las paredes estaban cubiertas con paneles de seda en tonos suaves, delicadamente bordados con hilos dorados y plateados. Grandes ventanales se abrían hacia jardines iluminados por la luz de la luna, creando un ambiente mágico y romántico.
El suelo de mármol pulido reflejaba la luz de las lámparas de araña suspendidas en el techo alto y abovedado. Cada lámpara estaba adornada con cristales brillantes que arrojaban destellos de luz en todas las direcciones, creando un juego de luces y sombras que realzaba la belleza del lugar.
Las mesas dispuestas alrededor del salón estaban cubiertas con manteles de encaje blanco, elegantemente decorados con arreglos florales y candelabros de plata reluciente. Los asientos estaban tapizados con terciopelo suave y lujoso, en tonos profundos que evocaban una sensación de confort y distinción.
En los rincones del salón, se encontraban pequeños salones de descanso, con cómodos sofás y sillas tapizadas, donde los invitados podían relajarse y charlar en un ambiente más íntimo. Cortinas de seda en tonos dorados y rojos caían elegantemente desde los techos altos, añadiendo un toque de teatralidad y calidez.
En el centro del salón, un majestuoso escenario estaba preparado para la orquesta, con instrumentos finamente decorados y músicos hábilmente vestidos. El sonido de la música fluía por todo el salón, llenando el aire con melodías encantadoras que incitaban a los invitados a moverse con gracia y estilo en la pista de baile.
Cada detalle de la decoración había sido cuidadosamente pensado y ejecutado para crear una atmósfera de lujo y sofisticación. Desde los candelabros y las lámparas de araña hasta los arreglos florales y los detalles en los manteles, todo en el salón respiraba elegancia y buen gusto.
En ese entorno, nosotros, los invitados, nos encontrábamos inmersos en un ambiente mágico, transportados a un mundo de belleza y encanto. Era un escenario perfecto para los acontecimientos que estaban a punto de desplegarse, llenando el aire con emociones y expectativas.
De repente, una murmuración inusual se apoderó de la multitud. Mi mirada se dirigió hacia la entrada, y ahí estaba ella: Lady Victoria, orgullosamente sosteniendo en brazos a su pequeño hijo, proclamándose como la verdadera esposa de Alexander. El impacto de su aparición fue como un rayo que recorrió el salón, dejando a todos en un silencio incómodo.
Lady Victoria, con su elegancia y estilo inigualables, se presentó luciendo un deslumbrante vestido de seda color amatista. El vestido, ajustado en la cintura, realzaba su figura esbelta y delicada. Estaba adornado con intrincados encajes y bordados de hilo de plata que resaltaban en contraste con el vibrante color de la tela.
El escote pronunciado realzaba su pecho con sutileza y elegancia, mientras que las mangas largas y abullonadas añadían un toque romántico a su apariencia. Cada detalle estaba cuidadosamente pensado, desde los botones de perlas que recorrían la parte delantera del vestido hasta la caída fluida de la falda, que se abría en un suave y elegante vuelo.
Complementando su atuendo, Lady Victoria llevaba joyas exquisitas. Un collar de perlas finas rodeaba su cuello delicadamente, y sus oídos lucían unos pendientes colgantes con brillantes diamantes. En su muñeca, una pulsera de plata con incrustaciones de piedras preciosas añadía un toque de brillo y glamour.
Pero lo más llamativo de su apariencia era sin duda su pequeño bebé. Envuelto en una manta de seda suave y delicada, el recién nacido parecía un ángel durmiente. Sus mejillas rosadas y sus rizos dorados hacían que todos los corazones se derritieran al verlo. Lady Victoria lo llevaba con orgullo en sus brazos, mostrando al mundo su maternidad recién estrenada.
El bebé estaba vestido con un conjunto de algodón blanco adornado con detalles bordados en tonos pastel. Cada puntada estaba cuidadosamente hecha a mano, reflejando el amor y la dedicación que se le había dedicado. Un pequeño lazo de seda adornaba su cabello, añadiendo un toque de ternura a su aspecto.
La pareja, madre e hijo, irradiaba una belleza inigualable mientras se paseaban por el salón. Lady Victoria, con su porte y gracia, se aseguraba de que todos notaran su presencia, mientras que el pequeño bebé dormía plácidamente en sus brazos, inconsciente de la atención que generaba.
La combinación del vestido deslumbrante de Lady Victoria y la inocencia del pequeño bebé creaba una imagen cautivadora y enigmática. Era como si estuvieran envueltos en un aura de misterio y fascinación, despertando curiosidad y preguntas entre los presentes.
Sin embargo, bajo toda esa apariencia de belleza y armonía, se ocultaba un juego de intereses y manipulaciones que iban más allá de lo que los ojos podían ver. Pronto, los secretos se revelarían y las verdades saldrían a la luz, cambiando el curso de los acontecimientos de una manera impredecible.
Mi mirada se posó en Alexander, haciendome ajena a los murmullos de los demas invitados porque quedé maravillada por su imponente presencia. Llevaba un elegante traje negro que resaltaba su porte masculino y su figura esbelta. La chaqueta entallada realzaba sus amplios hombros y su cintura estrecha, mientras que los pantalones negros caían con una elegancia impecable.
Su camisa blanca de seda estaba perfectamente planchada y se ajustaba a su cuerpo de forma impecable. Los botones de nácar brillaban sutilmente, agregando un toque de refinamiento a su atuendo. Un chaleco de brocado dorado cubría su pecho, añadiendo un toque de sofisticación y riqueza.
Alrededor de su cuello, llevaba una corbata negra elegantemente anudada, que resaltaba su esencia de caballero distinguido. Sus cabellos oscuros y cuidadosamente peinados caían con suavidad sobre su frente, y su barba recortada le daba un aire de masculinidad irresistible.
Mis ojos se desviaron hacia mí misma, y me encontré vestida en un deslumbrante vestido de color azul medianoche. La tela sedosa se ajustaba a mi cuerpo de manera favorecedora, realzando mis curvas sutiles. El escote en forma de corazón realzaba mi figura femenina y añadía un toque de sensualidad.
El vestido estaba adornado con delicados encajes que decoraban el corpiño y la falda, creando un hermoso contraste con el azul profundo de la tela. La cintura ajustada resaltaba mi silueta, y la falda se abría en un elegante vuelo, rozando el suelo con cada paso que daba.
Mis manos se adornaban con guantes largos de encaje, que aportaban un toque de elegancia y refinamiento a mi apariencia. Alrededor de mi cuello, lucía un collar de perlas que brillaban delicadamente en la luz de la sala, añadiendo un toque de sofisticación y feminidad.
Mis cabellos estaban cuidadosamente peinados, recogidos en un elegante moño que dejaba al descubierto mi cuello y mis delicadas facciones. Unos mechones sueltos enmarcaban mi rostro, resaltando mis ojos centelleantes y mi sonrisa radiante.
Mientras nos movíamos por el salón, Alexander y yo irradiábamos una elegancia y una belleza que no pasaban desapercibidas. Nuestros atuendos reflejaban no solo nuestro estatus social, sino también nuestra personalidad y nuestra conexión mutua.
En medio de la multitud, nos destacábamos como una pareja en armonía, llevando nuestros trajes con gracia y confianza. Cada detalle de nuestra vestimenta, desde la elección de los colores hasta los accesorios cuidadosamente seleccionados, hablaba de nuestra determinación por destacar y dejar una impresión duradera en aquellos que nos rodeaban.
Sin embargi con la aparición de Lady Victoria mis ojos se encontraron con los de Alexander, y en ese instante comprendí el dolor y la confusión que lo invadían. Lady Victoria había encontrado la manera de hacer una declaración audaz, de desafiar nuestra unión y reclamar su derecho sobre él. En su mirada, pude ver una mezcla de incredulidad, furia y decepción.
Mi corazón se aceleró, pero mantuve la compostura. Sabía que debía mantener la frente en alto y enfrentar esta situación con valentía. Caminé con determinación hacia Alexander, apoyándolo en ese momento de incertidumbre y caos. Juntos, formábamos un frente unido, dispuestos a luchar contra cualquier adversidad que se presentara.
La música se detuvo, y el silencio se hizo aún más opresivo. Lady Victoria comenzó a hablar con voz alta y segura, exigiendo su lugar junto a Alexander, argumentando que su hijo era la prueba irrefutable de su matrimonio. Sus palabras resonaron en el salón, y las miradas de los invitados se dirigieron hacia nosotros, esperando nuestra respuesta.
Alexander, con una mezcla de ira y tristeza en sus ojos, tomó mi mano y la apretó con fuerza. Mirándome con determinación, dejó en claro que su lugar estaba a mi lado, y que juntos enfrentaríamos esta prueba. No había duda en su voz ni en su expresión, solo una determinación feroz de proteger nuestra unión y defender nuestra felicidad.
Respondiendo a Lady Victoria con calma y serenidad, expresé mi compromiso y lealtad hacia Alexander. Le recordé que nuestro amor había sido puesto a prueba antes y había resistido, y que no dejaríamos que su presencia o sus palabras amenazaran nuestra unión. Frente a todos, afirmé con convicción que Alexander era mi esposo legítimo, y que nada ni nadie podría cambiar eso.
La tensión en el salón era palpable, pero no permitimos que nos debilitara. Nos aferramos el uno al otro, fortaleciendo nuestro vínculo en medio de la tormenta. Juntos, enfrentamos la adversidad con valentía y determinación, sin permitir que las palabras de Lady Victoria nos afectaran.
En ese momento, el baile de sociedad se convirtió en un escenario de desafío y resiliencia. Nos negamos a dejarnos vencer por las artimañas y las manipulaciones de Lady Victoria. Mantuvimos la frente en alto, mostrando al mundo nuestra unión inquebrantable.
Y así, bailamos al compás de la música, nuestros corazones en sintonía, enfrentando los desafíos y las pruebas que la vida nos había lanzado. Juntos, superaríamos cualquier obstáculo y construiríamos un futuro lleno de amor, confianza y felicidad.
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