El ambiente estaba cargado de tensión mientras nos adentrábamos en el siguiente capítulo de
nuestra complicada historia. Los secretos y las emociones reprimidas se agitaban en el aire, amenazando con desentrañar todo lo que habíamos construido hasta ahora.
Después del encuentro con Lord Harrington y la revelación de la relación pasada entre Alexander y Lady Victoria, sentía que el velo que cubría mi matrimonio se hacía más traslúcido. Había una parte de mí que anhelaba la verdad y otra que temía las consecuencias de descubrirla.
Mi corazón se encontraba dividido entre la pasión y la razón, entre el deseo de entregarme por completo a Alexander y la necesidad de proteger mi propio corazón. El desafío era encontrar el equilibrio entre el amor y la desconfianza, entre la aceptación de su pasado y la construcción de un futuro juntos.
Una tarde soleada, mientras paseábamos por los jardines de nuestra mansión, noté la mirada penetrante de Alexander fijada en mí. Sus ojos, antes llenos de frialdad, ahora reflejaban un atisbo de arrepentimiento y anhelo. Era como si quisiera transmitirme un mensaje sin palabras, como si sus ojos me imploraran comprensión y perdón.
En un gesto inesperado, Alexander tomó mi mano y me guió hacia una pequeña glorieta oculta entre las flores. Allí, rodeados por la naturaleza exuberante, nos encontrábamos a solas, lejos de las miradas curiosas y las expectativas impuestas por la sociedad.
Frente a frente, nos quedamos en silencio, permitiendo que el lenguaje de nuestros cuerpos hablara por sí solo. Sus dedos acariciaban los míos con delicadeza, trazando círculos invisibles sobre mi piel. El calor de su presencia me envolvía, y en ese momento, todos los temores y las dudas desaparecieron.
En un susurro apenas audible, Alexander habló con una sinceridad desgarradora. Reveló las cicatrices de su pasado, las heridas que habían moldeado su carácter y su forma de relacionarse con el mundo. Confesó que su matrimonio conmigo, aunque forzado, había despertado sentimientos en él que desconocía, pero que también
le aterraban.
Confesando que había sido traicionado por aquellos en quienes confiaba, tanto en el ámbito personal como en el político. Habló de las intrigas palaciegas y las conspiraciones que habían llevado a la caída de su familia. Su voz se quebró ligeramente al mencionar a su padre, un hombre honorable que había sido arrastrado a la deshonra.
Con voz temblorosa, me relató la historia de su padre, un hombre de honor y nobleza que había sido arrastrado a la deshonra por las maquinaciones y las conspiraciones de aquellos a quienes consideraba sus aliados. Alexander describió con amargura cómo su padre había sido acusado falsamente de traición, cómo sus enemigos habían tejido una telaraña de mentiras y engaños para manchar su nombre y su reputación.
Su padre, un leal servidor del reino, había sido víctima de una traición cruel y despiadada. Los lazos de confianza se habían roto, y el honor de su familia había sido mancillado de manera irreversible. Aquello había dejado una marca indeleble en el corazón de Alexander, una herida profunda que aún sangraba y que había moldeado su visión del mundo y su forma de relacionarse con los demás.
Me habló de la impotencia y la rabia que había sentido al presenciar la injusticia cometida contra su padre. Los esfuerzos por limpiar su nombre y restaurar el honor de la familia habían sido en vano, ya que los poderosos habían tejido una red de influencia y manipulación que parecía imposible de deshacer.
Aquella experiencia había endurecido a Alexander, volviéndolo cauteloso y desconfiado. Se había jurado a sí mismo que nunca permitiría que nadie volviera a tener el poder de destruirlo. Esa fue la razón por la cual había construido muros a su alrededor, manteniendo a todos a distancia y ocultando sus verdaderos sentimientos.
Las palabras de Alexander delinearon un pasado oscuro y lleno de desesperanza. Habló de su lucha por sobrevivir en un mundo implacable, donde la lealtad era escasa y las apariencias engañaban. Cada herida, cada traición, se había grabado en su ser, dejando cicatrices invisibles pero profundas.
Me describió cómo se había cerrado a sí mismo, construyendo muros impenetrables para proteger su corazón de nuevas heridas. Su postura de indiferencia y frialdad frente al mundo era su armadura, pero también su prisión. Y en medio de esa oscuridad, me confesó que mi presencia en su vida había despertado un resquicio de esperanza y una chispa de vida.
Sus palabras resonaron en lo más profundo de mi ser. Sentí empatía y compasión hacia él, comprendiendo que su actitud distante y su dificultad para expresar sus sentimientos no eran más que defensas erigidas por el dolor que lo había marcado.
Fue en ese instante que comprendí la dualidad de mi esposo. Era un hombre marcado por la traición y el engaño, pero también era capaz de amar con una intensidad arrolladora. Me mostró su vulnerabilidad, su deseo de ser perdonado y de encontrar la redención en mis brazos.
La escena íntima que siguió fue un baile de emociones y deseo desenfrenado. Los cuerpos entrelazados, las caricias que exploraban cada centímetro de piel y los susurros de placer y entrega se convirtieron en el lenguaje de nuestra unión.
Pero, incluso en ese momento de intimidad, una sombra persistía en mi mente. Recordaba laspalabras de Lord Harrington, la historia que se tejía entre Lady Victoria y Alexander. ¿Sería posible superar los fantasmas del pasado y construir una relación basada en la confianza y el amor verdadero?
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